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El festival de cine de Mar del Plata, emotivo y emocionante

Mar del Plata no es Cannes, pero su festival de cine depara emociones de las buenas. La ceremonia de apertura fue el jueves 9 por la noche, coronada por la proyección de la última locura de Werner Herzog, llamada The Wild Blue Yonder. El viernes 10 a mediodía fue el inicio de las llamadas "master classes", con dos figuras que, en efecto, sentaron cátedra: Tim Robbins y Susan Sarandon, que parafraseando al César, vinieron, vieron y vencieron. Fueron unas sesiones encantadoras, con Tim Robbins recordando sus inicios teatrales y sus dificultades para estrenar en los cines la adaptación de Embedded Live, la última -y muy política- incursión en los escenarios; su proyecto de filmar en breve como director una nueva adaptación de 1984, el clásico orwelliano, en un mundo ya no evidentemente totalitario sino idéntico al actual, en que el Gran Hermano es tan sólo una instancia de autocensura dentro de la cabeza de cada hombre y de cada mujer; de su experiencia con Clint Eastwood durante el rodaje de Río Místico ("Es un maestro zen. ¡Hace tan sólo una toma por cada escena, así que más vale ir preparado al set!") y de la forma en que el gobierno de Bush, al que define como "el peor en toda la historia de los Estados Unidos", es en su ceguera un aliciente para todo tipo de creación artística.

Su esposa, la actriz Susan Sarandon, derramó carisma, lucidez y buen humor sobre los centenares de personas que colmaban la sala del Hotel Hermitage. Explicó por qué vive en Nueva York y no en la obvia Los Angeles ("Me gusta caminar. Me gusta que mis hijos vayan a escuelas normales con personas normales. Y me gusta ir al supermercado sin maquillar y vistiendo pantalones de gimnasia. Si fuese así a un supermercado en Los Angeles, sin duda alguna perdería muchos trabajos") y se explayó sobre la falta de información que existe en los Estados Unidos respecto del resto del mundo en general, y de América Latina en particular. (Tim Robbins también dijo algo espectacular al respecto: "Nosotros nos enteramos de noticias sobre ustedes no cuando luchan por una causa, sino cuando sufren motines"). Durante su breve estadía en la Argentina, que visitaban por primera vez, no dejaron de impresionar a nadie por su sencillez y por su deseo de conocer cómo se vive aquí. Para los cineastas argentinos, su insistencia en que el cine que se hace aquí llena los vacíos de la (des)información tan propia de los medios norteamericanos, fue un aliciente más en la tarea cotidiana.

Pero sin duda la nota más emotiva del viernes fue el homenaje a los veinte años de La Historia Oficial, el film de Luis Puenzo que obtuvo el Oscar a la Mejor Película Extranjera. Estaba Puenzo, por cierto, y Marcelo Piñeyro (hoy cineasta, pero por aquel entonces productor), y la guionista Aída Bortnik, y hasta la actriz que fue la niña en el film y que hoy tiene veinticuatro años. Pero también estaba Estela Carlotto, la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, una institución que en aquel momento colaboró cuanto pudo con la realización de la película. (De hecho, algunos de los álbumes que el personaje de Norma Aleandro revisa en el film, llenos de fotos de desaparecidos, son los álbumes reales que las Abuelas compilaban). Pero el momento más intenso fue aquel en el que se reveló que entre los asistentes al homenaje estaba la abuela del nieto recuperado número 82, para más datos oriundo de esta ciudad, Mar del Plata. La emoción fue tan grande, que Luis Puenzo ya no pudo hablar. Y los que también nos quedamos en silencio, con la garganta hecha un nudo, recordamos entonces las palabras de Tim Robbins y pensamos cuántas veces, incluso dentro de nuestro propio país, el cine nos mostró aquello que el poder y que la prensa se empeñaban en tapar.

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13 de marzo de 2006
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Curas

El obispo y poeta Pedro Casaldáliga acaba de recibir el premio internacional Catalunya a los derechos humanos. Casaldáliga lleva más de treinta años como obispo de Sao Felix de Araguaia, una de las diócesis más pobres del Brasil, donde se ha enfrentado a la esclavitud, a los latifundistas, a la pobreza, a las amenazas de muerte, a la muerte de uno de sus colaboradores en un atentado, al parkinson, a la hipertensión e incluso al Vaticano. Y ahí sigue. Ocupa una casa paupérrima que no tiene puerta, y vive bajo el lema “no poseer nada, no llevar nada, no pedir nada, no callar nada y, de paso, no matar nada”. Es una de esas personas inverosímiles cuya única ambición es servir a los demás. Siempre me he preguntado de dónde saldrá esta gente.

Casaldáliga me recuerda al padre Hubert Lanssiers, a quien conocí en una cárcel del Perú. Lanssiers había estado en la Segunda Guerra Mundial, en el Japón post nuclear, en la invasión de Viet Nam y en la Camboya de los jemeres rojos. En el Perú, era capellán de las cárceles, y especialmente de los pabellones de terroristas.

Su trabajo era mediar entre los presos y los policías. Según me explicó una vez, a menudo a los policías les daba por disparar. A veces mataban una paloma, a veces un perro, a veces una persona. Entonces había que mandar a un juez a recoger el cadáver, y los presos secuestraban al juez y a su escolta. Cuando la situación amenazaba convertirse en una matanza indiscriminada, alguien llamaba al padre Lanssiers.

Por lo general, el trabajo de Lanssiers implicaba decirle a los policías:

-¿Ustedes son tontos? ¿Qué quieren, un motín? Ahora mismo bajan las armas y me dejan entrar a hablar con ellos. Y no quiero balas al aire ni tonterías.

A continuación, se acercaba a los presos y les decía:

-¿Ustedes son tontos? ¿Qué quieren, que los maten? Ahora mismo sueltan a ese juez, porque la próxima vez no mandarán a un juez sino a un comandante. Y entonces se van a meter en problemas.

Tras largos conciliábulos y muchas negociaciones entre los dos grupos que estaban dispuestos a asesinarse, Lanssiers solía conseguir un entierro decente para los muertos, un proceso judicial para los autores y la pacificación del motín en la cárcel. Realmente era el único que podría hacer esas cosas, porque estaba por encima de las diferencias entre policías y terroristas. Tampoco trababa de catequizar ni adoctrinar a nadie. Simplemente, era el único interesado en evitar el exterminio mutuo.

Como Casaldáliga, Lanssiers tiene la autoridad moral de quien no se pregunta quiénes son los buenos y quiénes son los malos, porque está demasiado ocupado pensando en los seres humanos. En las cárceles todos lo respetaban, porque era el único que respetaba a todos, incluso a los psicópatas. La verdad, a menudo los sacerdotes son los únicos que pueden aspirar a esa posición de mediación, porque lo hacen desde una moral humanista que resulta la más comprensiva y compasiva. Es una verdadera lástima que tantos otros sacerdotes dediquen sus mejores esfuerzos a regañar a los condones y a los gays. Con la de cosas interesantes que podrían hacer.      

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13 de marzo de 2006
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Misterios gozosos

Después de ver setenta óleos de Pierre Bonnard uno sale a la calle y le parece estar viendo a todas las mujeres de París tomando un baño en el tub. Doble error. Estamos en marzo, sopla un norte que corta la respiración, y ya nadie que aún se bañe se baña en un tub.

Bonnard es un poeta marginal, entregado a un egoísmo pétreo y sublime. Ni la primera guerra mundial, ni la revolución rusa, ni la segunda guerra mundial, nada pudo apartarle de ese minúsculo, breve, mínimo mundo de la lujuria soleada. Mujeres de corta estatura y bien musculadas bañándose en un tub, aunque también (años más tarde) en una bañera, o incluso en medio del comedor. En todo caso, bañándose, lavándose, mojando la piel y la carne con una esponjilla o con sus pequeñas manos. En ocasiones, tendidas en la cama con las piernas muy separadas.

Junto a las mujeres bañándose en un tub, espejos, cristales, cortinas estampadas, fruteros y jardines, poca cosa más. Todo ello empapado de una luminosidad vibrante vivificada por pinceladas percutantes como pizzicatos. Decenas de azules, naranjas, lilas, fuegos y azafranes, anuncian un Rothko entregado a su joven amante en lugar de a la mística eslava.

Ese universo en miniatura, orgullosamente apartado del mundo y de sus catástrofes, es el de la pareja apasionada que vive en cueros, desayuna en cueros con búcaros de encendido color, y duerme en cueros interminables siestas. Un modo de habitar en el que sólo existe el baño, el dormitorio y la salida al jardín. Un mundo que no es exactamente el de la felicidad sino el del bonheur, que es cosa muy distinta.

El tub es la gran jofaina, tina, palangana o barreño metálico que se usaba antes de inventarse la bañera. Y si hemos de creer a los pintores, sobre todo a Degas y a Bonnard, sólo lo usaron las mujeres. La palabra aparece por contagio del inglés, hacia mediados del XIX.

Ese observador que ve a su amante lavarse en el tub, siempre simboliza el bonheur, porque el bon-heur es el buen augurio, el buen presagio, la señal indudable de un gozo o de un placer inminente. Muy distinto de nuestra felicidad, que es abstracta, intelectual, bancaria y un latazo.

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13 de marzo de 2006
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NUESTRO GG EN TALLIN

Todo se encuentra en Internet, incluida la interpretación de la interpretación de la interpretación de una novela. Hace poco, hablé de la sensación extraña que me procuró la lectura de la reseña de la novela Nuestro GG en La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez, que leí en la revista «Encuentro de la cultura cubana». Sin entrar en detalles, donde yo veía un homenaje a Graham Greene en las letras GG, el autor de la reseña resaltaba que GG es tanto una pareja de escritores (Gutiérrez-Greene) como el G2 ; es decir, el servicio de contrainteligencia de la seguridad cubana.

¿Quién tiene la razón? Nunca lo sabremos, pero el misterio cobra un relieve nuevo con la lectura de una parte de la introducción a la recopilación de artículos de Green que publica el diario Times en internet. El texto cuenta el encuentro casual de Graham Greene con un modelo de espía, en Estonia, en 1934.

El episodio es una caricatura del mundo de Greene: encuentro casual en un avión, entre dos lectores de Henry James. Por una parte, Greene, aburrido y, cómo no, buscando un prostíbulo famoso en Tallin. Por otra, un católico, ex pastor y vendedor de armas de guerra y municiones que pertenece al Foreign Office, aunque su trabajo de verdad es el de espía.  Volviendo de Estonia, Greene concibe, para el guión de una película que nunca se hizo, el personaje de un vendedor de máquinas de coser marca Singer, que trabaja como espía para los servicios británicos.

Años después, pasando de un lado del Atlántico al otro, y cambiando de máquina electrodoméstica, tendremos a la figura famosa de Wormold, «nuestro hombre en la Habana», vendedor de aspiradores que finge llevar una red de espionaje y cobra de Londres un ingreso que no merece. Claro que pertenezco a la raza de los que no se equivocan dos veces. He leído mucho a Greene, y conozco a Cuba y nunca sospeché que la figura central de una novela habanera era una importación desde un país báltico. Al contrario: Wormold me parecía muy habanero. Bastaba mirar a la gente en la calle para saber de dónde mi GG sacaba su inspiración…

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10 de marzo de 2006
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En defensa de una causa perdida

Terminé de leer El primo Basilio, de Eca de Queirós, y me resultó inevitable pensar que el adulterio es uno de los temas más perdurables de la literatura. (La novela cuenta la traición de la joven y encantadora Luisa, que engaña a su marido con el primo del título, con las consecuencias funestas que son de imaginar.) Ya David es adúltero en el arranque del Antiguo Testamento, como lo es Helena en La Ilíada; desde los albores del relato escrito hasta la pasión homosexual de Brokeback Mountain, el arco del adulterio como tema es tan constante en la narrativa como inconstantes son los hombres. Lo cual remite al tema del matrimonio, que lo antecede en la experiencia: para que exista el adulterio, hombres y mujeres deben haberse prometido fidelidad, un amor exclusivo. Al menos a mí, esta promesa me parece más sorprendente -¡y más misteriosa!- que el adulterio.

W. Somerset Maugham dice que el amor es una broma pesada que se nos juega para asegurar la preservación de la especie. Si así fuese, debería sernos natural la reproducción con cuantos socios se nos presenten cada vez que sucumbimos al celo, como ocurre con la mayoría de los animales. Y sin embargo, casi desde el origen de la especie, el hombre tendió a organizarse de manera monogámica. Me pregunto cuáles serán las razones. No creo que tengan que ver con la instauración de los tabúes, puesto que más allá de madres y hermanas y padres y hermanos, hay un universo de posibilidades amatorias que no conducen necesariamente a las estrecheces del matrimonio. Y en el caso de que coincidiésemos con Ambrose Bierce y dijésemos que el amor es una locura pasajera que se cura con el matrimonio: ¿qué representaría el adulterio? ¿Una recaída?

Dándole vueltas al asunto me encontré con algunas frases memorables, aun cuando muchas veces no coincida con lo que expresan. Las disfruté locamente, así que las comparto:

Cuando queremos leer sobre las cosas que se hacen por amor, ¿a qué recurrimos? A la sección policial de los diarios”. (George Bernard Shaw)

Matrimonio: el estado o condición de una comunidad formada por un amo, una amante y dos esclavos, lo cual al sumar resulta, en total, dos”. (Ambrose Bierce)

La cadena del matrimonio es tan pesada que hacen falta dos para arrastrarla –y a veces tres”. (Alejandro Dumas)

El matrimonio es una amistad reconocida por la policía”. (Robert Louis Stevenson)

El matrimonio es la única aventura permitida a los cobardes”. (Voltaire)

El amor es una cosa ideal, el matrimonio es una cosa real; la confusión de lo real con lo ideal nunca se salva de recibir castigo”. (Goethe)

Soy consciente de lo inadecuada que parece hoy la institución matrimonial, o cuanto menos la pareja monogámica, dadas las veleidosas características de la especie. Pero contra todo argumento racional, elijo seguir apostando a la relación exclusiva entre dos, por lo menos mientras exista el mutuo consentimiento. Ya sé que se trata de un salto de fe, y que existen montañas de evidencia en mi contra. Pero después de todo, yo soy de los que creen en la posibilidad de la justicia social y de la paz entre los hombres. ¡Yo soy de los que creen en la novela! De allí a creer en el amor perdurable entre dos hay tan sólo un paso. Lo mío, está claro, son las causas perdidas.

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10 de marzo de 2006
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LOS ESTRAGOS DEL TIBURÓN

La primera novela que leí fue “Tiburón” de Peter Benchley. Yo tenía nueve años, y mi papá –que era un pesado- me insistía para que leyese libros sin dibujitos. Un día fuimos a una librería, y en la portada de uno de los libros figuraba un escualo gigante persiguiendo a una calata. Yo dije: “quiero ése”, y papá no tuvo más remedio que comprarlo.

Cumpliendo mis expectativas, en la primera escena del libro, una pareja se besaba de noche en la playa. Como parte del calentón, la chica decidía darse un baño desnuda. Benchley describía su cuerpecito chapoteando entre la espuma, inocente pero pecaminosa. A mitad de su baño, súbitamente, algo empezaba a seguirla. Era nuestro protagonista, que tras un breve acecho, la devoraba con profusión de sangre y vísceras. Era lo mejor que había leído en mi vida.

El resto de la novela era más aburrida. Pasaba algo con la esposa del sheriff. Creo que estaba insatisfecha con su matrimonio, o algo de eso, que por entonces me daba igual. Lo que me molestaba era que la mayoría de los cadáveres aparecían ya destazados, sin descripciones de su combate contra la muerte. La verdad, no me interesó mucho el libro, hasta que encontré algo que no había visto en mi vida: una metáfora. Era bastante boba, la verdad, pero me llamó la atención: ocurría cuando la esposa del sheriff se sentaba en el water durante un día de verano. El autor escribía, si mal no recuerdo, que la señora orinaba “como si le hubiesen vaciado una bolsa de hielo en los riñones”.

Nunca se me había ocurrido que alguien pudiese orinar como si le hubiesen vaciado una bolsa de hielo en los riñones, pero traté de imaginarlo, y pensé en un incontenible chorro de agua vaciándose en el water, como si la mujer se derritiera por dentro. Esa descripción me pareció casi tan fabulosa como la escena del tiburón persiguiendo a la calata.

A partir de ese libro, continué leyendo. Devoraba todo lo que encontraba en la biblioteca de mis papás. Comencé con novelas policiales de Agatha Christie, continué con los autores del boom latinoamericano, leí hasta a Marx. Por supuesto, no entendía ni la mitad de lo que leía, pero era voraz, y siempre encontraba cosas que me llamaban la atención. Había descubierto la capacidad de viajar a otros mundos hechos de palabras, y la capacidad de las palabras para convertir cualquier mundo en una aventura.

Hace un par de semanas supe por el periódico de la muerte de Peter Benchley, y la lamenté. Él no revolucionó la literatura universal, ni el lenguaje literario. Pero me cambió a mí.

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10 de marzo de 2006
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¿Quién es más progre?

Puede parecer que todos los telediarios del mundo son iguales e igualmente patibularios, pero no es así. Hay considerables diferencias entre los informativos de la BBC inglesa, de las TF francesas o de las cadenas-basura de Berlusconi.

En una apresurada comparación, lo que más me ha chocado de los telediarios ingleses y franceses es el escasísimo tiempo que dedican a los deportes. Habituado al modelo español, estos telediarios europeos parecen dirigidos a los doctores de filosofía.

Las cadenas francesas son las más exageradas. Apenas uno o dos minutos dedican al deporte. Los entes españoles, en cambio, suelen darle casi la mitad del tiempo y algunas autonómicas, como la catalana, más de la mitad. Es muy frecuente que los telediarios españoles abran con noticias deportivas, como cuando dimitió aquel señor del Real Madrid, algo que jamás sucedería en Europa.

¿A que se debe la diferencia? ¿Al raquitismo espiritual del directivo español, o, muy al contrario, a la escasa inteligencia del ejecutivo francés? Porque cabe la posibilidad, frente a lo que pueda parecer a primera vista, de que los informativos que sólo se ocupan del deporte, como los españoles, sean los dirigidos por verdaderos filósofos, escépticos sobre la capacidad informativa de la TV, o sea, posmodernos, zizekianos, jamesonianos.

Aunque la tradición de izquierdas sostenga que el deporte es un instrumento de enajenación en manos de administraciones derechistas y ultraderechistas, cabe pensar que esto ya no es así, que eso es algo antiguo.

Si tenemos en cuenta que en España hay más izquierdistas que en el resto de Europa junta y que en Cataluña todo el mundo es de izquierdas, incluidos los abades de Montserrat, entonces el ingente espacio de los deportes en los informativos es un signo de progreso. Esto es científico.

En cuyo caso serían los franceses e ingleses quienes aún miran los telediarios con la ingenua pretensión de informarse sobre algo que les concierna. ¡Pobre gente! ¡Qué atraso!

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10 de marzo de 2006
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La censura de los niños

Me han censurado. Y lo peor de todo, me han censurado un cuento infantil.

Lo ha hecho una editorial de algún país que no mencionaré, porque soy un cobarde y sigo trabajando para ellos a veces y, en general, guardo un gran respeto por toda la gente que me da dinero. Pero quiero denunciar los hechos y elevar mi protesta.

El objeto de censura fue un león. Para ser precisos, un león gay. Bueno, no era gay. Es sólo que, como rimaba, puse que el león “llevaba falda roja y zapatos de tacón”. Era gracioso un león con tacones. Y rimaba. Pero los editores sugirieron que la dudosa identidad sexual de ese felino podía romper la armonía familiar. Ellos imaginaban la pregunta fatídica del niño lector:

-Papá ¿Por qué lleva falda el león?

El papá podía responder:

-Porque se ha equivocado.

O también:

-Porque es un cuento.

O, a fin de cuentas:

-Porque es homosexual.

Pero según los editores, el papá tendría una reacción como:

-Eh… bueno… verás… los pajaritos y las abejitas se reúnen… pero nunca las abejitas con los abejorros ni los pajaritos con las pájaras… o sea…

Y luego llamaría a la editorial a protestar, y luego los denunciaría por corrupción de menores. No quiero ni imaginar cómo se educarán los pobres hijos de esos editores.

Pero lo cierto es que esos editores no son los únicos. Muchos editores infantiles de EE.UU. se quejan de que deben traducir hasta las ilustraciones de sus libros, porque no pueden poner una botella ni un cigarrillo ni una falda demasiado alta. En los países de habla hispana suelen ser menos mojigatos, pero es obligatorio que el cuento esté lleno de mensajes positivos y ñoños con personajes que no levantan la voz y situaciones pacíficas que en ningún caso puedan inspirar al niño a hacer cosas tan graves como pensar.

Será que estoy viejo. Yo me eduqué con Caperucita Roja, donde un lobo se comía a una señora y luego le abrían el estómago a hachazos para sacarla. Y con Blanca Nieves, que dormía con siete enanos pervertidos. Y con miles de princesas que huían de sus padres, dragones especializados en acoso sexual y brujas que arrojaban a niños en calderos humeantes. Y no soy un psicópata. Al menos, no por eso.     

Pero me temo que los editores no son los únicos culpables: nuestra sociedad está equipada con una manada de psicólogos, educadores, jueces y profesionales dedicados a que los niños no vean nada del mundo real y crezcan en un mundo color de rosa en el que a los niños los trae de París una cigüeña heterosexual.

Lo curioso es que los niños son cada vez más despabilados, y a menudo saben todo lo que hay que saber de la vida y mucho mejor que los padres. Me pregunto si esos cuentos no son en realidad para ellos, para los padres, como un tranquilizante para que sientan que el mundo es color de rosa y que sus hijos no están expuestos a la realidad. Imagino que los padres se leen esos cuentos mutuamente en la cama, por las noches, mientras el niño asiste a las orgías del colegio. 

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9 de marzo de 2006
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Canciones que nos cuentan

No sé si echarle la culpa al Nick Hornby de High Fidelity, o a la reciente revisión de Manhattan, donde el personaje de Woody Allen compone una lista de aquellas cosas por las que vale la pena vivir. O si responsabilizar al cantante James Blunt, que en una entrevista concedida a la revista Rolling Stone eligió a Hallelujah, de Leonard Cohen en versión de Jeff Buckley, como su canción favorita. Lo cierto es que me encontré preguntándome cuál es la música por la que siento que esta vida vale la pena. Concuerdo con Blunt, el Aleluya cantado por Jeff Buckley figuraría en mi Top Ten de Canciones que me llevaría a una isla desierta. Debería haber algo de Los Beatles, inevitablemente. Algunas de las canciones de amor más simples, como Madera noruega o Tienes que esconder tu amor; pero imagino que, en el estado entre apocalíptico y nostálgico que me invadiría en la isla, lo más lógico sería quedarme con A Day in the Life, o Strawberry Fields Forever. Tampoco faltaría una canción de The Smiths, o de Morrissey como solista: digamos The Boy With the Thorn in His Side. Charly García también quedaría representado, quizás con Inconsciente colectivo, o tal vez Canción de Alicia en el país, de su época con Serú Girán. De U2 me llevaría All I Want Is You. (No tengo dudas, estos días de U2-manía en la Argentina me obligaron a revisar todas las canciones del repertorio de los irlandeses.) Not Dark Yet, de Bob Dylan. (Ante la imposibilidad de elegir una sola canción de Dylan de acuerdo a un criterio racional, se impone dejar libre al instinto.) Thunder Road, de Bruce Springsteen. ¿Cuántas van? Me quedan tres… Algo de Peter Gabriel, por supuesto: Red Rain, por ejemplo. O Here Comes the Flood, en la versión a solas con el piano. R.E.M. tiene que figurar, sí o sí. La elección es difícil, pero me quedo con Nightswimming. Lo cual me deja con tan sólo un puesto más…

Lo divertido de estas elecciones es cuán reveladoras son respecto del alma de uno: una perfecta radiografía. Cualquiera que lea mi listado comprenderá a simple vista que soy una criatura criada al calor del rock, y que privilegio los estados de ánimo que van de la melancolía y lo elegíaco hasta los himnos asertivos, casi religiosos que U2 y Springsteen ejecutan tan bien. También es evidente que prefiero el rock cantado en inglés; debería ser un tanto más correcto en lo político y elegir algo más en español, pero ¿a quién le importa ser políticamente correcto en una isla desierta?

Imagino que si hiciesen el mismo ejercicio se encontrarían con un espejo de sus propias personalidades, que en algunos casos hasta podría sorprenderlos. En muchos casos las músicas que elegimos tienen un valor extra, porque las vinculamos a momentos particulares de nuestra vida, y por ende las convertimos en parte de nuestra historia; dejan de ser canciones a secas, para convertirse en canciones que nos cuentan.

Se me ocurrió elegir algo de Sinatra para el puesto que me quedaba, pero esto de la historia modificó mi mano a último momento. Me llevaría Para la libertad, el poema de Miguel Hernández musicalizado por Serrat.

Y creo que con eso lo he dicho todo.

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9 de marzo de 2006
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Grandes animales domésticos

Las Torres, emblemas inevitables, no representan tanto la soberbia del poder cuanto la comprensible satisfacción del poderoso, diría yo. Por eso, con el tiempo, se convierten en pisapapeles.

Ayer por la noche la más bella de las torres, la de Eiffel, estaba envuelta en un sudario de niebla gris y amarilla. La cabeza no era visible, pero el haz de luz que emite día y noche atravesaba las nubes bajas y giraba con la chiflada inquietud de los focos antiaéreos.

Me pareció amenazante, aunque próxima. Más exactamente, un animal vivo al que se puede amar, pero con el que resulta difícil convivir. Un animal fruto de algún aspecto secundario del matrimonio y al que los cónyuges han olvidado.

Cuando la armaron, era el modelo universal de la proeza técnica, un apasionado canto de amor al hierro, ese material con el que se construyó la sociedad burguesa por fuera y por dentro.

Ayer llovía levemente, pero por un instante emergió la cabeza de la torre entre los celajes que se rasgaban a gran velocidad y el ojo luminoso que gira en forma de uve pareció descender hacia la tierra. Fue como si el animal me mirase con distraída curiosidad, quizás pidiendo que lo sacara de paseo.

Comprendí que King Kong se empinara a la cabeza del Chrysler Building. Es una metáfora simple y hermosa, digna de anidar en la cabeza de un mono tan noble. Ningún animal, sin embargo, podría encaramarse a la torre Eiffel porque ella misma ya es un animal y no ha producido crías.

Pasado el siglo de hierro, en la actualidad la torre es un personaje doméstico, un héroe o un dios tutelar, un pigmeo nacido en aquellos bosques de helechos gigantes que hoy llamamos petróleo. Sus tremendas patas ya no exigen respeto y admiración por el talento técnico de los humanos, ya no es la torre de Nemrod. Más bien inspira ternura y compasión, como un animal demasiado grande y demasiado viejo para tenerlo en casa.

A veces y por puro afecto, estos grandes animales se acercan al amo en busca de cariño, y lo aplastan sin deliberación ni malicia. Heidegger habla de esto.

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9 de marzo de 2006
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El Boomeran(g)
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