Jean-François Fogel
Lo que hay que leer en estos días en Internet es el diario La Opinión. El periódico casi no se ve cuando uno viaja a la parte rica de Los Ángeles. Es normal: su audiencia se encuentra en la parte este de la metrópolis, donde viven chicanos que pasan al oeste para trabajar en zonas muy bien delimitadas: jardines, cocinas, habitaciones de niños, etc.
En su editorial del domingo, La Opinión hablaba del día anterior como de un “día histórico” para Los Ángeles. Medio millón de personas en las calles ya es algo. Cuando este medio millón de personas está compuesto en su gran mayoría por “ilegales” que no tienen ni el derecho de respirar el aire de EE.UU. estamos frente a un proceso nuevo. Un acontecimiento mayor que nos obliga a entender por qué ocurre ahora y no antes.
No hay que dudar de lo que explica la presencia de tantos inmigrantes ilegales: los gringos, que temen por su salud y se preocupan por la seguridad de sus hijos, aceptan sin problema que una persona que prepara su comida o cuida sus criaturas sea un trabajador clandestino, sin recursos ni acceso al sistema de salud y, por tanto, con una probabilidad más alta de caer enfermo. Pero el inmigrante cobra menos y se calla cuando alguien le manda a la calle. Su presencia, tolerada, se explica solo por razones económicas.
Lo que acaba de ocurrir es que el “clandestino” quizás no va a callarse más. Y la muchedumbre que salió a las calles de L.A. representaba un fenómeno tan masivo que podemos adivinar que habrá un antes y un después de aquella fenomenal manifestación duplicada a lo largo de muchas metrópolis. Pero nos equivocamos si pensamos que se trata meramente de la aparición de personas que antes se escondían. Es otra cosa: la comunidad de los latinos va cambiando. Sin romper con sus orígenes cobra una identidad norteamericana (hay que movilizarse, hay que presionar, hay que conquistar puestos políticos para cambiar algo) y se pone en marcha para conseguir lo que le corresponde.
Para decirlo de manera sencilla: los latinos actúan como gringos. Saben que ya constituyen la minoría más grande de un país que es la suma de minorías. A la mitad de este siglo van a representar la cuarta parte de la población de EE.UU. Piden no tanto porque tienen derecho a conseguir algo sino que piden porque saben cómo pedir. Existe un libro, escrito en inglés por Héctor Tobar, un periodista nacido en una familia guatemalteca de Los Ángeles y galardonado con un premio Pulitzer, que lo cuenta muy bien. Se titula Translation Nation. Fue publicado por Riverhead Books el año pasado y lo fascinante es que se trata de un auténtico relato de viaje por EE.UU., dentro de una comunidad que habla español pero que ya tiene una identidad norteamericana. Tobar llama “americanismo” a la aparición de una nueva cultura mixta incipiente entre los latinos.
Ya José Martí explicaba que vivir en EE.UU. era como vivir en las “entrañas del monstruo” y no hay nada soprendente en la ineludible asimilación de los inmigrantes. Pero, cuidado, los tiempos van cambiando, aquel auge de los “clandestinos” ocurre en un momento en que la distancia crece entre ambas Américas. Todavía se puede leer (en inglés), en el sitio del New York Times, un excelente artículo de Peter Hakim importado desde la revista Foreign Affairs. Su título es una pregunta: “Is Washington losing Latin America?” (¿Se le escapa América Latina a Washington?). La respuesta, positiva, se podía ver el sábado en las calles del centro de Los Ángeles. La pérdida del miedo a presentarse en público como ilegal indica una pérdida de influencia de EE.UU. Y no se trata de chavezismo o de la subida de una u otra izquierda en América del Sur. Es un síntoma de retirada, en casa.