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La fiebre amarilla

Por 27 de marzo de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Ya me lo habían advertido, los peores turistas son los chinos, pero no lo creí hasta comprobarlo en mis propias carnes. En el vagón del tren entran doce chinos. Gritan y escandalizan como adolescentes aunque han quemado ya la juventud e incluso los hay protoviejos. Son seis parejas quizás conyugales. Se empujan histéricamente, se propinan manotazos, se arrancan las mochilas los unos a los otros, se escupen, pelean por los cuencos para comer, actividad que llevan a cabo con mucho ruido y sin descanso.

Al principio pienso que quizás es un grupo de enfermos mentales en terapia, pero luego comprendo que es que son así de bestias.

Van dirigidos por una mujer de edad borrosa, rechoncha y con una enorme cara que recuerda a la de Mao, con dos botones negros en el lugar de los ojos. Es autoritaria, violenta y estúpida. Aunque no entiendo ni una sola palabra de lo que dice, me percato de que da órdenes contradictorias a este puñado de funcionarios enriquecidos, los cuales sin duda pertenecen a alguna mafia emergente del partido comunista. Aprovechándose de su complicidad con el aparato represor de ciudades lejanísimas, deben de haber ganado fortunas en ese océano de polvo que es la China continental.

La mujer no calla ni un instante. Chilla, ordena, brama, sermonea, reparte comida, es la típica comisaria paranoica y nos está volviendo locos a todos los pasajeros. Nos miramos horrorizados, pero no osamos intervenir. Al cabo de una hora querríamos arrojarlos a todos por la ventanilla, esa es la pura verdad.

Cuando ya estoy a punto de levantarme para agredir a la mujerona, la pareja de chinos más próxima a mi asiento, creyendo que les voy a dirigir la palabra, se levanta, se inclinan ante mi, sonríen con los ojos hundidos en sendas ranuras negras, y me ofrecen lo que están comiendo, una especie de pasta desintegrada sobre un pedazo de pan.

Desconcertado, lo acepto, devuelvo la sonrisa y la reverencia, busco refugio en mi butaca.

Me siento profundamente avergonzado. Estoy viajando en un tren repleto de racistas franceses y suizos. ¿Pero no ves con qué odio miran a estos pobres campesinos asiáticos? ¿Acaso se creen superiores? ¡Banda de fascistas! Duermo placidamente.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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