Félix de Azúa
Ya me lo habían advertido, los peores turistas son los chinos, pero no lo creí hasta comprobarlo en mis propias carnes. En el vagón del tren entran doce chinos. Gritan y escandalizan como adolescentes aunque han quemado ya la juventud e incluso los hay protoviejos. Son seis parejas quizás conyugales. Se empujan histéricamente, se propinan manotazos, se arrancan las mochilas los unos a los otros, se escupen, pelean por los cuencos para comer, actividad que llevan a cabo con mucho ruido y sin descanso.
Al principio pienso que quizás es un grupo de enfermos mentales en terapia, pero luego comprendo que es que son así de bestias.
Van dirigidos por una mujer de edad borrosa, rechoncha y con una enorme cara que recuerda a la de Mao, con dos botones negros en el lugar de los ojos. Es autoritaria, violenta y estúpida. Aunque no entiendo ni una sola palabra de lo que dice, me percato de que da órdenes contradictorias a este puñado de funcionarios enriquecidos, los cuales sin duda pertenecen a alguna mafia emergente del partido comunista. Aprovechándose de su complicidad con el aparato represor de ciudades lejanísimas, deben de haber ganado fortunas en ese océano de polvo que es la China continental.
La mujer no calla ni un instante. Chilla, ordena, brama, sermonea, reparte comida, es la típica comisaria paranoica y nos está volviendo locos a todos los pasajeros. Nos miramos horrorizados, pero no osamos intervenir. Al cabo de una hora querríamos arrojarlos a todos por la ventanilla, esa es la pura verdad.
Cuando ya estoy a punto de levantarme para agredir a la mujerona, la pareja de chinos más próxima a mi asiento, creyendo que les voy a dirigir la palabra, se levanta, se inclinan ante mi, sonríen con los ojos hundidos en sendas ranuras negras, y me ofrecen lo que están comiendo, una especie de pasta desintegrada sobre un pedazo de pan.
Desconcertado, lo acepto, devuelvo la sonrisa y la reverencia, busco refugio en mi butaca.
Me siento profundamente avergonzado. Estoy viajando en un tren repleto de racistas franceses y suizos. ¿Pero no ves con qué odio miran a estos pobres campesinos asiáticos? ¿Acaso se creen superiores? ¡Banda de fascistas! Duermo placidamente.