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RESPUESTAS SOBRE LA GUERRA DE UN BLOGUERO MALO

Soy de los blogueros malos. Los buenos cuidan las reacciones a lo que escriben y dialogan con su audiencia. No lo hago. Me explico: he vivido muchos años en la prensa escrita donde las cartas al director u otras tribunas son un supuesto espacio de expresión de la audiencia. En realidad, a través de la selección de lo que se publica y la posibilidad de añadir unas líneas después de una contribución de un lector, la redacción siempre tiene la última palabra. El blog es el fin del monopolio de los periodistas y me gusta por esto, aunque…

Aunque hoy, ¡ay!, voy a responder a lo que dice Enea cuando anota que Francia tuvo un mayo del 68 en lugar de una guerra civil. De esto se trata cuando se hacen comentarios sobre la situación política en Francia. Puede ser, de verdad puede ser que ayer tres millones de personas hayan caminado por las calles. Pero interpretar este hecho es muy difícil. Es donde tocamos el mismo tema que cuando se habla de Sartre y de los intelectuales. Existe en Francia, desde las memorias del Cardenal de Retz en el siglo XVII, una postura consciente en el discurso político. Es un discurso que se expresa con la conciencia de realizar un acto para ubicarse en un campo político e histórico sin atender a la realidad. Con el “Club des Jacobins”, cuña del éxtasis en la utilización política de la guillotina durante la Revolución Francesa, aquel discurso llegó a ser la apuesta maximalista como mínimo. Se trataba siempre de ser más revolucionario, más absoluto que la competencia. Al final, se creó el teatro del poder donde todos los franceses participan (sin guillotina) dos siglos después y que es más teatro que mundo real.

De esta cultura política teatral existen dos interpretaciones. Si leemos al ensayista Jean Baudrillard, opinamos que el teatro ganó por completo: la realidad política no es más que un simulacro. No vamos tampoco a desesperarnos pues podemos gozar de la ironía de las masas que se burlan de los que pretenden gobernar. Pero si, otra opción, leemos al historiador François Furet, vemos la responsabilidad histórica de los intelectuales que mantienen en el discurso político contemporáneo el olvido del mundo real que inventó la Revolución Francesa de 1789. La Revolución, dice Furet, “inaugura un mundo donde las representaciones del poder son el centro de la acción y donde el circuito semiótico es el maestro absoluto de la política” (es una cita de Penser la Revolution Française).

Hay que recordar lo que explica el historiador Alexis de Tocqueville: al destrozar el papel político de la aristocracia sin formar otra clase directiva, la Revolución Francesa ha permitido a los escritores establecerse como sustitutos de aquella clase directiva. Claro, asumen meramente el discurso del poder sin atender a las consecuencias de su discurso.

Quizás esto explica mi recelo en el momento de entrar en un discurso extremista. El discurso revolucionario francés, que tanto inspiró al resto del mundo, fue una plaga para todos los que intentaron e intentan mejorar su país. “The word is mighter than the sword” dicen los ingleses, lo que significa que se daña mas con palabras que con espadas. Cuando Bruce (nombre magnífico que nos recuerda a Chatwin) nota que hablo de Argentina en mi blog pero que no he dicho nada, el 24 de marzo, sobre el treinta aniversario del golpe de estado militar, me encuentro, nos encontramos, frente a la pregunta clásica: ¿para qué sirven las palabras, para mejorar la realidad o sólo para asegurar el status del hablador? ¿Queremos tomar una postura al hablar en público y no cambiar nada a Argentina en este caso, o queremos cambiar de verdad un país cuyo sistema político, para dar un ejemplo, no se cura de la corrupción en la clase alta y de la pobreza en las clases populares? Condenar una junta militar es un discurso conformista y obvio para mí. Si entramos en las condenas, no hay que olvidar a nadie, pero después, ¿qué? Por ser francés, sé que no vale la pena entrar al “Club des Jacobins” tanto en Francia como en Argentina.

Cruzamos los Andes para buscar un ejemplo en otro golpe de estado. Nadie, absolutamente nadie, puede dudar ahora de lo que fue el general Pinochet como persona. Era un cobarde. Se aprovechó del golpe militar promovido por otros oficiales para enriquecerse en el poder y promover atentados en contra de los militares que discrepaban con su acción. Pinochet es una figura miserable, ya, frente a la historia. Y los cambios positivos en la economía que provocaron su régimen en Chile no van a modificar su pesada imagen. Pero no lo voy a denunciar ahora. Hacerlo supondría recordar también que Salvador Allende, en su primer discurso después de llegar a la presidencia, declaró que no sería el Presidente de todos los chilenos. Hay palabras que son prolegómenos de una guerra civil. A veces, uno pasa del teatro de la política a la realidad sin darse cuenta. Por supuesto Ricardo Lagos y Michelle Bachelet eludieron el error de Allende. Tanto él como ella prometieron en su primera intervención después de su elección ser Presidente y Presidenta de todos los chilenos. Sabiendo esto, no quiero hablar más del 24 de marzo en Argentina que del 11 de septiembre en Chile.

Sí, existe un teatro de la política en Francia, Enea, y como francés, Bruce, llevo la historia de una Revolución que me obliga a limitar el uso de las palabras de condena.

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5 de abril de 2006
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Filosofía a todo color

Creo del mayor interés advertir a mis amigos sobre la aparición de una nueva revista en Francia. Su título lo dice todo: Philosophie Magazine. Y según su director, Alexander Lacroix, pretende concilier philosophie et journalisme. Que ambas cosas sean conciliables es ya un manifiesto filosófico de notoria radicalidad. Sobre todo en Francia.

Sería fácil burlarse de la afectada intelectualidad francesa. Sin embargo, en España tenemos esa revista llamada Qué Leer, inconcebible en ningún otro lugar del mundo y que combina muy profesionalmente periodismo y literatura con gotas de revista del corazón.

La revista francesa recién aparecida también es un modelo de edición. Incluye una entrevista con Michel Onfray, artículos sobre Zizek, Deleuze, las utopías clásicas, una carpeta de artículos sobre Spinoza y un cuadernito con la traducción comentada de uno de sus textos. En fin, materia para ocupar una semana.

Burlarse de ella sería estúpido. Afirmar la imposibilidad de que la filosofía se concilie con el periodismo, una obviedad. Es más fructífero pensar en cómo ha sido posible semejante operación en un país que en los años setenta se había tomado muy en serio la filosofía. Es posible que la pérdida de seriedad, de morgue, no sea tan mala noticia para el pensamiento francés.

Porque quizás responda a que un reducido pero considerable grupo de personas (han de ser jóvenes, por el tono general de los artículos) prefiere leer revistas sobre Nietzsche y Spinoza que sobre Zidane, la última moda en piercing o los abortos de la princesa Carolina. De ser así, no está mal.

Aunque no me cabe ninguna duda de que si se produce la conciliación de filosofía y periodismo, ello supondrá la desaparición del periodismo.

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5 de abril de 2006
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El suicidio de la democracia

Cuando hablo de política, suelo repetir dos historias que me han impactado mucho. Una ocurrió durante las elecciones peruanas del 2000, unos comicios claramente fraudulentos. En esa época, yo estaba en zona de emergencia, uno de los núcleos del narcotráfico y el terrorismo durante los años 80. Le pregunté a un taxista por quién iba a votar. Me respondió, sin dudarlo:

-Por el Chino Fujimori.
-¿Pero no cree que Fujimori prepara un fraude en estas elecciones?
-Claro que sí.
-¿Y de todos modos va a votar por él? ¿Por qué?
-Porque hace diez años, cuando él llegó al poder, yo salía a la calle y me mataban. Y ya no.

Me pregunté qué podía decirle yo a ese hombre. Qué sentido tendría para él mi discursito de la democracia. Tuve el tino de quedarme callado.

Años después, entrevisté a un simpatizante del grupo terrorista Sendero Luminoso, y le pregunté si era consciente del fracaso del comunismo en todos los países en que se había instaurado. Él señaló a su alrededor y dijo:

-Mire este pueblo. No tenemos agua, ni luz, ni colegios, ni hospitales. No tenemos comida. Yo no he estado en Rusia ni en China. Hasta donde yo puedo ver, lo único que ha fracasado es la democracia.

Este análisis se repite en varios países andinos, que en los últimos años muestran una gran simpatía por opciones autoritarias como Chávez, Uribe u Ollanta Humala. El fenómeno alcanza también a las ex repúblicas soviéticas. El bielorruso Lukashenko, aún con un notorio fraude, mantiene elevadas cuotas de popularidad. En Ucrania, el prorruso Yanukovich ha ganado las elecciones parlamentarias. En Rusia, Putin sigue siendo “el hombre que pone orden” a pesar de sus flagrantes abusos contra los derechos humanos y la institucionalidad. Ni qué decir del Medio Oriente, donde las elecciones palestinas e iraníes han sido ampliamente ganadas por los activistas de la violencia.

Para durar, la democracia tiene que resolver problemas, no crearlos. Cuando todas las opciones democráticas fracasan en ese esfuerzo, se abre la puerta a un candidato “antisistema”. Y si él falla,  toma la posta un dictador o una guerrilla, dos extremos que además se alimentan mutuamente. En los países mencionados, la voluntad popular está eligiendo democráticamente regímenes autoritarios, porque los ciudadanos sienten que la democracia no resuelve sus problemas, más bien los agrava. En la medida en que cuenten con votos, todas esas opciones resultan representativas. Lo antidemocrático sería exigirle a las personas que vuelvan a votar por quienes no han satisfecho sus demandas. La democracia, paradójicamente, tiene incorporada la capacidad de autodestruirse. Si la clase política en su conjunto no es lo suficientemente responsable, capaz y representativa, no hace falta darle un golpe de estado. Ella misma se suicida.

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5 de abril de 2006
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Esta es una historia real

Bogotá, Colombia, en algún momento del año 2003. Un productor de cine (Matthias Ehrenberg), un director (Emilio Maille) y un guionista (Marcelo Figueras) llegan allí con la intención de montar una adaptación de la novela Rosario Tijeras. Los castings comienzan. A la segunda o tercera jornada, habida cuenta de que llevan ya varias noches ininterrumpidas de juerga, el productor y el guionista deciden hacer algo por su salud (ignoran, aún, hasta qué punto su salud está en juego) y deciden salir a correr. El director Maille queda a cargo del casting. Corte. Nueva escena.

Horas después, ya bañados y cambiados, el productor y el guionista llaman a las oficinas de la productora (dato físico importante: que quedan en el piso más alto de un restaurante) para ver cómo sigue el casting. La persona que atiende el llamado de Matthias le dice: "¡Cómo!, ¿no te enteraste? ¿no lo viste en la televisión?".

He aquí lo que ocurrió en nuestra ausencia. Emilio le estaba tomando la prueba a una actriz que aspiraba al rol de Rosario, cuando irrumpieron en la oficina dos encapuchados con pistolas. Hicieron que todo el mundo se echase al suelo, incluidos los empleados de la cocina. En la buhardilla estaban encerradas dos productoras colombianas, las dueñas del lugar, lamentando no poder llegar hasta el piso de abajo, donde estaba el mecanismo que activaba la alarma. Mientras tanto, creyendo que todo el asunto era una puesta en escena que era parte del proceso del casting, la chica que daba la prueba se asumió como la verdadera Rosario Tijeras y le hizo frente a los villanos. Uno de ellos no dudó un instante y le disparó en la cara.

Se llevaron a Emilio, el director, escaleras abajo. Lo metieron en una camioneta. Y en ese instante el enmascarado que se había sentado al volante se quitó el pasamontañas y con una sonrisa de dentífrico blanqueador le dijo: "Mi nombre es X, soy actor, y esta fue mi prueba".

Durante mucho tiempo Matthias, Emilio y yo seguimos haciendo cálculos de cuánta gente podría haber muerto por la inconsciencia de ese actor. Empezando por el cocinero del lugar, que sufría del corazón. Siguiendo por la actriz, a quien el tiro de fogueo le quemó la cara, pero que podía haberla pagado todavía más caro. (¿Se acuerdan de lo que le ocurrió al finado Brandon Lee mientras filmaba The Crow?). Y terminando con todos los demás: si las productoras hubiesen activado la alarma, los comandos antisecuestro habrían llegado a sangre y fuego.

Tuvieron que pasar estos años, durante los cuales conté la anécdota miles de veces, para que al narrársela días atrás al actor argentino Adrian Navarro me dijese lo obvio: "Boludo, ¡eso es una película!" Tenía razón. El fuego del actor desesperado, acercándose al polvorín del país en conflicto... Y después la gente nos pregunta cómo se nos ocurren las ideas. ¡A veces las tenemos delante y no las vemos aunque nos muerdan las narices!

No se extrañen cuando dentro de un año y pico llegue a las pantallas esta comedia sobre el actor desesperado que ante la imposibilidad de conseguir trabajo por las buenas, decide...

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5 de abril de 2006
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BISHOP Y BRASIL

La publicación de un libro de Elizabeth Bishop, Edgar Allan Poe & the juxe-box, provoca una intensa polémica en EE.UU. A la obra de la poeta, que publicó no más de noventa poemas en toda su vida, se añaden ahora ciento veinte textos (que no puedo describir pues no he leído el libro, aunque ya lo he pedido). Otra vez, la pregunta sin respuesta definitiva: ¿Se debe publicar después de su muerte lo que un autor no llevó a su editor durante su vida?

En una obra mayor como la de Bishop ningún texto puede ser menor para los lectores. Tarde o temprano, alguien abre sus cajones. No hay manera de detener el afán de leer. Soy un lector de Bishop o mejor dicho un relector del pequeño libro verde suyo que tiene como título The collected prose y una acuarela de su autora en la tapa. Representa una casa miserable, más bien una tienda donde se venden piedras para tumbas. En el primer plano, hay un gran flamboyante. Mi diccionario de lexicografía dice que se puede escribir también flambloyán o flamboyant, pero no importa; lo que quiero decir es que para mí, con el árbol grande y la casa miserable de la acuarela, este libro es Brasil, pues mi deuda con Bishop, aparte de sus poemas, es la revelación de un libro mágico Minha Vida de Menina.

Bishop vivió muchos años en Brasil con su gran amor Lota de Macedo Soares. Fue así como se enteró de la existencia de aquel extraño libro que cuenta en unos episodios discontinuos la historia de una chica brasileña en los últimos años del siglo XIX en la ciudad de Diamantina. No seré el loco que resuma un gran libro de la literatura de Brasil. Más bien voy a decir el placer que saco de la relectura renovada del texto que Bishop dedica al pequeño libro. Para mí solo hay una palabra para describir este texto: generosidad.

En la época en que Bishop vivía en Brasil, también estaba allá el escritor francés Georges Bernanos que igualmente, en su exilio, se interesó por el mismo libro. Tenemos testimonios sobre sus compras de ejemplares para regalar a sus amigos. Bernanos mandó una carta a la autora. Pero Bishop hizo mucho más. Se dedicó a viajar a Diamantina para entender el lugar donde se ubica el libro y consiguió encontrar a su autora, una mujer ya madura, la Senhora Augusto Mario Caldeira Brant, esposa del presidente del Banco de Brasil. No se puede resumir la humildad de Bishop en el momento de hablar con la autora casual que tuvo en su adolescencia la gracia de hablar a sí misma en el papel. Tampoco se puede describir el anhelo de Bishop por entender lo que es el milagro de la emoción auténtica en un libro.

Hay muchas maneras de ser generoso. Dar es la más obvia. Pero me parece que entender, a veces, es aún más difícil. Fue lo que hizo Bishop. Al final, fue la traductora de este libro. Se llama en inglés El Diario de Helena Morley. Lo descubrí en este idioma, tal como descubrí varios poetas brasileños gracias a la misma generosidad de Bishop, capaz de interesarse en la obra de los otros. Esto explica mi primera reacción al comprar en Internet aquel Edgar Allan Poe & the juxe-box. Ya podía adivinar la polémica pero no me importaba. Ahora espero al cartero, para saber si por casualidad, otra vez, Bishop me trae algo de Brasil.

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4 de abril de 2006
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Vini vidi vinci (II)

Alan Moore escribió V for Vendetta bajo la profunda impresión que le causaba la Inglaterra regida por Margaret Thatcher; de esa realidad al estado neofascista de Vendetta el salto no era tan grande. Yo leí la historieta original a comienzos de los 90, cuando la marca que me había dejado la dictadura todavía era una herida fresca; no es de extrañar que ese mundo concebido como campo de concentración me hablase al alma. (Las escenas en que una banda de encapuchados secuestra a los padres de Evey me sonaron a música conocida.) Y los hermanos Wachowski escribieron el guión del film a la luz de la experiencia que la administración Bush (h) les había deparado, y todavía nos depara.

¿Cómo evitar que ese personaje misterioso, esa suerte de Conde de Montecristo redivivo que es "V", ese salvador providencial de quien la Historia con mayúsculas tuvo el tino de privarnos, no apareciese ante nuestros ojos como la respuesta a toda plegaria? V for Vendetta no es realismo, es melodrama; la clase de obra concebida, leída y disfrutada por millones de personas que en el fondo siguen (¡seguimos!) siendo niños asustados, temerosos de que alguien derribe la puerta y nos arrastre hacia el infierno.

Vista desde mis ojos argentinos, V for Vendetta (la historieta, la película) da en el clavo de un par de cuestiones nada adolescentes. En un discurso que televisa a toda la nación, "V" les dice a los ingleses que si quieren encontrarse con el responsable de que un gobierno neofascista esté en el poder, "no tienen más que mirarse en el espejo". Aquí en la Argentina seguimos privilegiando la visión que le endilga el grueso de la responsabilidad a los militares del 70, cuando no fueron más que los verdugos. Hubo un gobierno hegemónico que los instruyó, los financió y les dio vía libre; hubo una clase social que les prestó sus estratos dirigenciales; y hubo una masa silenciosa que consintió sus actos. Por supuesto, dudo que muchos argentinos vayan a interpretar Vendetta de ese modo. Para que el pueblo argentino asuma su responsabilidad, vamos a necesitar bastante más que una película de la Warner.

Lo otro que Vendetta comprende bien es el uso del miedo como mecanismo de control. La gente teme perder sus vidas, su comodidad, su rutina, sus negocios, y por eso calla; por eso consiente. Alan Moore sostiene que es necesario trascender ese miedo para atreverse a decir la verdad, sí, y para oponerse a toda forma de injusticia, pero también (he ahí el quid de la cuestión) para lograr algo que no es menos importante. El corazón de V for Vendetta está en el texto de una carta que una prisionera del gobierno llamada Valerie escribe poco antes de morir. En esa carta, escrita con lápiz sobre papel higiénico, Valerie resume la historia de su vida y termina diciéndole a su lector, a quien no conoce, que lo ama. "No sé si eres hombre o mujer. Quizás nunca te vea. Nunca te abrazaré, ni lloraré contigo, ni me emborracharé en tu compañía. Pero te amo". Una vez superado el miedo, Valerie entiende que esa nueva libertad le permite amar a sus congéneres más allá de sus características personales y más allá de los convencionales lazos afectivos. Y una vez que uno entiende que puede amar al otro, sea blanco o negro o lesbiana o mormón o drogadicto o lo que fuere, ¿qué sentido tiene luchar en su contra? ¿Para qué agredir, reprimir o castigar a quien se ama? Uno suele creer que es necesario vencer el miedo para dar la cara, o para oponerse a algo. Pero ante todo hay que vencer el miedo para atreverse a amar. Amar en general, y en particular amar al distinto sobre quien solemos descargar nuestras fobias.

Alan Moore es un genio. Cualquiera que escriba un relato que mezcla El conde de Montecristo con 1984 y lo lleva a uno a pensar en cosas como estas, no puede ser sino brillante. Sirva esto como homenaje, dado que Moore es un cabrón difícil y se negó a que su nombre figurase en los créditos del film.

Él es el verdadero héroe de la película.

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4 de abril de 2006
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Especies protegidas

Yo no sé, no lo puedo asegurar, si aquel personaje de antaño que vivía en la poesía, dentro de la poesía y exclusivamente para la poesía, sigue existiendo o si ya sólo quedan ejemplares protegidos en parques naturales gracias a la subvención ministerial. Desde luego, yo he conocido una época en la que no diré que abundaran, pero sí que no corrían peligro de desaparición. Por lo general, les resultaba razonablemente sencillo encontrar pareja y reproducirse.

Lo he recordado al leer el muy conmovedor libro de recuerdos sobre Samuel Beckett que escribió hace un par de años Anne Atik. En España lo editó Circe con el título de ¿Cómo era? Pues era un escritor literario, o sea, poético, especie en extinción de peculiares costumbres.

Anne Atik estaba casada con Avigdor Arikha, pintor israelita que debe su importancia a haber sido el amigo íntimo de Beckett durante treinta años. Ella iba tomando nota de las conversaciones entre aquel par de artistas ebrios de alcohol y poesía. El documento es extraordinario. Describe a la perfección de qué se alimentaban los artistas antiguos, cuál era su comportamiento y cuáles sus rituales de apareamiento, lo que explica la calidad y fortaleza de sus crías.

Me emocionó muy especialmente aquella escena que se repite una y otra vez cuando, ya muy borrachos, Arikha y Becket recitan por centésima vez a voz en grito el poema Titanes de Hölderlin. En cada ocasión, de un modo inevitable, van calentándose a medida que el poema avanza hasta que llegan a la estrofa de los muertos y entonces ambos, lentamente, al ritmo del poema, van levantándose de su asiento hasta acabar aullando contra el cielo el último verso. Luego seguían en pie unos minutos, transidos, agotados, enajenados, hasta que uno de los dos podía volver a llenar los vasos.

La estrofa es esta:

Viele sind gestorben
Feldherrn in alter Zeit
Und Schöne Frauen und Dichter
Und in neuer
Der Männer viel
Ich aber bin allein

Y aunque no podría traducirlo, viene a decir lo siguiente: “Muchos han muerto. Generales, en el tiempo antiguo, hermosas damas y poetas. Recientemente, muchos hombres. Yo, sin embargo, estoy solo”.

Ambos en pie, amenazando con el puño en alto al firmamento, los ojos desorbitados, en éxtasis. Animales magníficos.

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4 de abril de 2006
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Un instinto demasiado básico

En la primera escena de esta película, Sharon Stone conduce un Spider a 160 km/h. A su lado, en el asiento del copiloto, un futbolista agoniza por sobredosis de tranquilizantes. A ella, eso le resulta tan excitante que usa su dedo para masturbarse. No deja de acelerar, claro, aunque no está claro cómo pisa el pedal si lleva las piernas separadas. En el preciso instante en que alcanza 200 km/h y llega al orgasmo, el coche se sale de la autopista y va a parar al río. Cuando llegan los créditos iniciales, tenemos la idea bastante clara: sexo, coches, violencia y Sharon Stone ¿Se le puede pedir más a una peli?

Según los productores de Instinto Básico 2, no. Con eso basta. No hace falta, por ejemplo, pedirles a los personajes que piensen. A lo largo de la película, todo bicho viviente que se acueste con la Stone es asesinado. Ella deja su encendedor en la escena de un crimen y es vista entrando a la escena del otro con la víctima. Su ADN está todo derramado entre las piernas de un tercero y ella misma está presente en el cuarto. Pero nadie considera que haya bases sólidas para acusarla. La razón, según explican, es que ella confunde a los investigadores con su brillantez. Pero a uno le da la impresión de que en realidad está rodeada de idiotas.

El más oligofrénico de todos es el psicólogo que coprotagoniza esta desafortunada secuela. Ya era difícil ocupar el lugar de Michael Douglas, pero es que además lo hace en inferioridad de condiciones. Su personaje, que aparentemente es un profesional ejemplar con una fulgurante carrera, está tan embobado con la Stone que se deja involucrar gustoso en todos los crímenes probados y en algunos que ni siquiera se cometen. El espectador sabe que está hundiendo su carrera y corriendo directamente hacia la prisión. El policía se lo advierte. Un periodista lo persigue. Pero ahí está, al pie de cada nuevo cadáver, dejando sus huellas y atrayendo a todo el mundo en su contra: ¿cómo hay que explicarle, por Dios, que bastaría con que no se moviese de su casa?   

Tanta bobaliconería se explica, claro, por el irresistible atractivo de la fría y cautivadora escritora encarnada por la Stone, que le hace perder la cabeza. Es verdad que a su casi medio siglo de edad tiene un cuerpo que parece hasta natural (aunque esos pechos, hace muchos años que ya no son suyos). Y lo más normal del mundo es que el psicólogo se entretenga mirándole un poco el trasero durante las sesiones. Pero cuando ella intercambia los papeles y se pone a psicoanalizarlo a él, y él no sabe qué responder, empezamos a darnos cuenta de que no es un obsesivo, es sólo un papanatas con déficit sexual. Porque más allá de lo que el bisturí ha hecho por ella, Sharon Stone ni siquiera resulta interesante en este papel. Es una caricatura de sí misma que va ataviada como si fuera a recoger un Oscar un miércoles a mediodía, susurra todo el tiempo como si estuviera mal de la garganta y dice cosas tan estereotipadas como “¿te imaginas corriéndote en mi boca?” o “¿en qué posición piensas cuando piensas en follarme?”. Y él babea profesionalmente. Y todo esto ocurre en un edificio con forma de pene.

De modo que, si quieren, vayan a ver Instinto Básico 2. Pero si les da pereza, también pueden aguantar despiertos en casa y poner el canal porno de la madrugada. Tiene menos pretensiones y más escenas calientes. Y es gratis.

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4 de abril de 2006
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MACHACANDO A SARTRE Y A BARTHES

Hoy me pongo pesado; es decir, francés, sumamente francés para hablar de un libro de casi ochocientas páginas: Exercices de lecture (Ejercicios de lectura) de Marc Fumaroli, publicado por Ediciones Gallimard. Se trata de la recopilación de diecinueve estudios sobre obras o autores de la literatura francesa cuyas vidas abarcan desde el siglo XVI hasta el siglo XIX. Ya conocía varios textos. Se nota un enfoque grande en los hermanos Goncourt y en el siglo XVII que es la gran especialidad de Fumaroli.

Hay que suponer que este libro enorme (también por su tamaño), nunca se va a traducir al inglés y tampoco al castellano. Fumaroli es, hoy en día, el gran crítico francés, miembro del Collège de France y de la Académie Française, editorialista en Le Monde. Ocupa una posición de poder insuperable. La merece pues cualquier persona que lee el francés encontrará en este libro un estudio sobre la tragedia Phèdre de Racine que da mucho para pensar que no hay otro lector de tanta calidad en Francia.

Pero lo que quiero comentar no es el contenido del libro sino la introducción donde Fumaroli justifica su título: el uso de los sustantivos “ejercicios” y “lectura”. Fumaroli resucita la palabra “acedia” que se utilizaba en la edad media para describir la locura triste amenazando a los monjes atrapados en la vida contemplativa de un monasterio. Necesita aquella palabra para recordar que todo lo que ocurre en Francia, y en muchos casos sale muy mal, viene de la catástrofe de la Primera Guerra Mundial (fin de Europa) y de 1940 (derrota francesa frente a las tropas alemanas y victoria final no de Francia sino de EE. UU.). Según Fumaroli, Bataille y Blanchot, dos críticos mayores, constituyen dos casos de “acedia”. Y basta decir esto para entender hacia dónde vamos. Se cita a Bataille y a Blanchot, no a Sartre o Barthes; ya viene la polémica.

Fumaroli habla de Sartre, sí, pero vale la pena traducir unas valoraciones de su obra en el campo de la crítica literaria: es “un comisario” en “un ministerio terrorista”, el “dictador filosófico de la Letras”, tiene el mérito de nunca haber disimulado su condición de “sepia emitiendo interminables y cegadoras nubes de tinta”, tenía la “autoridad de un usurpador del imperio literario” dedicado a la “movilización general y permanente en contra de los cabrones” (aquí tengo una duda, no sé si la palabra francesa “salaud” corresponde más a cabrón o a canalla, manera sartriana de pintar a la burguesía en la literatura). Barthes recibe mejor tratamiento: Fumaroli no lo nombra pero es claro que la persona que pone el concepto de “escritura” por encima de todo para satisfacer su odio hacia la literatura es el autor del Grado cero de la literatura.

Lo que me fascina de este ataque, que pertenece a una denuncia justificada del daño hecho a la literatura en Francia por los dos maestros, es que se puede publicar ahora, algo impensable hace diez años. Prueba de esto La diplomatie de l’esprit (La diplomacia del espíritu), otro libro de recopilación que publicó Fumaroli en 1995. Es un libro magnifico donde el autor nos ayuda a entender el momento, a final del siglo XVI y principio del XVII, en que la literatura francesa contribuye a la creación de un sentimiento nacional y, a la vez, empieza a dar mas importancia a la prosa que a los versos. En la introducción Claudel y Tocqueville son citados por Fumaroli, que concluye con una frase clásica: “nuestro destino está colgado a la inteligencia de nuestra prosa”. Era un manifiesto a favor del clasicismo pero que no se atrevía a denunciar a los bárbaros del existencialismo y del post-estructuralismo. Uno tiene la sensación de que por fin se cierra el paréntesis abierto por Barthes cuando se dedicó a denunciar los libros de Gustave Lanzón de fines del siglo XIX (Histoire de la littérature française – Hachette) que se utilizaba todavía en la Universidad francesa después de la Segunda Guerra Mundial. Vamos bien. Solo un siglo perdido.

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3 de abril de 2006
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Vini vidi vinci

Discúlpenme que vuelva sobre el asunto, pero no lo puedo evitar. Es que al fin vi V for Vendetta, y me salgo de la vaina!

Todavía no sé si es que la peli me gustó tanto, o si le agradezco que me haya forzado a releer la historieta original de Alan Moore. En todo caso le agradezco sinceramente que haya sido fiel a la visión original del autor, lo cual no es poco, dado que la suerte de otras adaptaciones de la obra de Moore fue funesta. (From Hell, por ejemplo: una obra maestra de la historieta reducida a vulgar peli hollywoodense; y que decir de The League of Extraordinary Gentlemen...) Lo cierto es que todavía estoy revolucionado por la visión de V for Vendetta, y en esta conmoción (amo las obras que lo reducen a uno a esta condición casi infantil, balbuceante y llena de ideas contradictorias, porque significa que han removido algo dentro mío que no puede sino alumbrar un pensamiento nuevo), solo me atrevo a volcar algunas impresiones muy tentativas. Ya casi puedo imaginarme los comentarios del Jevi-llano: "Jo, Figueras, esta película también es un tostón, pero aun así me caes bien". Tu también me caes bien, Jevi-llano; eres puro aliento fresco.

Lo primero que sentí fue deseos de salir a pelear contra aquellos que trataron a la película de manera condescendiente, sugiriendo que su ideología era pueril, o directamente adolescente; para ser preciso, sentí ganas de salpicar con el agua de la calle a la crítica del New York Times, Manohla Dargis, pero no me subí a un avión porque concluí que la chica ya debe tener bastante con eso de llamarse Manohla. Creo que por definición la ideología de cualquier relato de aventuras es adolescente, porque supone que es posible cambiar algo en este mundo mediante acciones que son en buena medida físicas. Yo tengo claro que ningún cambio es perdurable si no entraña una modificación interior (¿puedo decir espiritual?), pero convengamos que el mundo exterior sigue reclamando cambios visibles, y a los gritos. Descartar, pues, un relato de aventuras por su ideología adolescente es casi como decir que todo intento de cambio material es adolescente; lo cual supone una afirmación reaccionaria. En ese caso acepto que mi propia ideología es adolescente. Yo soy de los que creen que un cambio no solo es posible, sino que es necesario.

(Continuará)

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3 de abril de 2006
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El Boomeran(g)
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