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El suicidio de la democracia

Por 5 de abril de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Cuando hablo de política, suelo repetir dos historias que me han impactado mucho. Una ocurrió durante las elecciones peruanas del 2000, unos comicios claramente fraudulentos. En esa época, yo estaba en zona de emergencia, uno de los núcleos del narcotráfico y el terrorismo durante los años 80. Le pregunté a un taxista por quién iba a votar. Me respondió, sin dudarlo:

-Por el Chino Fujimori.
-¿Pero no cree que Fujimori prepara un fraude en estas elecciones?
-Claro que sí.
-¿Y de todos modos va a votar por él? ¿Por qué?
-Porque hace diez años, cuando él llegó al poder, yo salía a la calle y me mataban. Y ya no.

Me pregunté qué podía decirle yo a ese hombre. Qué sentido tendría para él mi discursito de la democracia. Tuve el tino de quedarme callado.

Años después, entrevisté a un simpatizante del grupo terrorista Sendero Luminoso, y le pregunté si era consciente del fracaso del comunismo en todos los países en que se había instaurado. Él señaló a su alrededor y dijo:

-Mire este pueblo. No tenemos agua, ni luz, ni colegios, ni hospitales. No tenemos comida. Yo no he estado en Rusia ni en China. Hasta donde yo puedo ver, lo único que ha fracasado es la democracia.

Este análisis se repite en varios países andinos, que en los últimos años muestran una gran simpatía por opciones autoritarias como Chávez, Uribe u Ollanta Humala. El fenómeno alcanza también a las ex repúblicas soviéticas. El bielorruso Lukashenko, aún con un notorio fraude, mantiene elevadas cuotas de popularidad. En Ucrania, el prorruso Yanukovich ha ganado las elecciones parlamentarias. En Rusia, Putin sigue siendo “el hombre que pone orden” a pesar de sus flagrantes abusos contra los derechos humanos y la institucionalidad. Ni qué decir del Medio Oriente, donde las elecciones palestinas e iraníes han sido ampliamente ganadas por los activistas de la violencia.

Para durar, la democracia tiene que resolver problemas, no crearlos. Cuando todas las opciones democráticas fracasan en ese esfuerzo, se abre la puerta a un candidato “antisistema”. Y si él falla,  toma la posta un dictador o una guerrilla, dos extremos que además se alimentan mutuamente. En los países mencionados, la voluntad popular está eligiendo democráticamente regímenes autoritarios, porque los ciudadanos sienten que la democracia no resuelve sus problemas, más bien los agrava. En la medida en que cuenten con votos, todas esas opciones resultan representativas. Lo antidemocrático sería exigirle a las personas que vuelvan a votar por quienes no han satisfecho sus demandas. La democracia, paradójicamente, tiene incorporada la capacidad de autodestruirse. Si la clase política en su conjunto no es lo suficientemente responsable, capaz y representativa, no hace falta darle un golpe de estado. Ella misma se suicida.

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