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Un instinto demasiado básico

Por 4 de abril de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

En la primera escena de esta película, Sharon Stone conduce un Spider a 160 km/h. A su lado, en el asiento del copiloto, un futbolista agoniza por sobredosis de tranquilizantes. A ella, eso le resulta tan excitante que usa su dedo para masturbarse. No deja de acelerar, claro, aunque no está claro cómo pisa el pedal si lleva las piernas separadas. En el preciso instante en que alcanza 200 km/h y llega al orgasmo, el coche se sale de la autopista y va a parar al río. Cuando llegan los créditos iniciales, tenemos la idea bastante clara: sexo, coches, violencia y Sharon Stone ¿Se le puede pedir más a una peli?

Según los productores de Instinto Básico 2, no. Con eso basta. No hace falta, por ejemplo, pedirles a los personajes que piensen. A lo largo de la película, todo bicho viviente que se acueste con la Stone es asesinado. Ella deja su encendedor en la escena de un crimen y es vista entrando a la escena del otro con la víctima. Su ADN está todo derramado entre las piernas de un tercero y ella misma está presente en el cuarto. Pero nadie considera que haya bases sólidas para acusarla. La razón, según explican, es que ella confunde a los investigadores con su brillantez. Pero a uno le da la impresión de que en realidad está rodeada de idiotas.

El más oligofrénico de todos es el psicólogo que coprotagoniza esta desafortunada secuela. Ya era difícil ocupar el lugar de Michael Douglas, pero es que además lo hace en inferioridad de condiciones. Su personaje, que aparentemente es un profesional ejemplar con una fulgurante carrera, está tan embobado con la Stone que se deja involucrar gustoso en todos los crímenes probados y en algunos que ni siquiera se cometen. El espectador sabe que está hundiendo su carrera y corriendo directamente hacia la prisión. El policía se lo advierte. Un periodista lo persigue. Pero ahí está, al pie de cada nuevo cadáver, dejando sus huellas y atrayendo a todo el mundo en su contra: ¿cómo hay que explicarle, por Dios, que bastaría con que no se moviese de su casa?   

Tanta bobaliconería se explica, claro, por el irresistible atractivo de la fría y cautivadora escritora encarnada por la Stone, que le hace perder la cabeza. Es verdad que a su casi medio siglo de edad tiene un cuerpo que parece hasta natural (aunque esos pechos, hace muchos años que ya no son suyos). Y lo más normal del mundo es que el psicólogo se entretenga mirándole un poco el trasero durante las sesiones. Pero cuando ella intercambia los papeles y se pone a psicoanalizarlo a él, y él no sabe qué responder, empezamos a darnos cuenta de que no es un obsesivo, es sólo un papanatas con déficit sexual. Porque más allá de lo que el bisturí ha hecho por ella, Sharon Stone ni siquiera resulta interesante en este papel. Es una caricatura de sí misma que va ataviada como si fuera a recoger un Oscar un miércoles a mediodía, susurra todo el tiempo como si estuviera mal de la garganta y dice cosas tan estereotipadas como “¿te imaginas corriéndote en mi boca?” o “¿en qué posición piensas cuando piensas en follarme?”. Y él babea profesionalmente. Y todo esto ocurre en un edificio con forma de pene.

De modo que, si quieren, vayan a ver Instinto Básico 2. Pero si les da pereza, también pueden aguantar despiertos en casa y poner el canal porno de la madrugada. Tiene menos pretensiones y más escenas calientes. Y es gratis.

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