Marcelo Figueras
Bogotá, Colombia, en algún momento del año 2003. Un productor de cine (Matthias Ehrenberg), un director (Emilio Maille) y un guionista (Marcelo Figueras) llegan allí con la intención de montar una adaptación de la novela Rosario Tijeras. Los castings comienzan. A la segunda o tercera jornada, habida cuenta de que llevan ya varias noches ininterrumpidas de juerga, el productor y el guionista deciden hacer algo por su salud (ignoran, aún, hasta qué punto su salud está en juego) y deciden salir a correr. El director Maille queda a cargo del casting. Corte. Nueva escena.
Horas después, ya bañados y cambiados, el productor y el guionista llaman a las oficinas de la productora (dato físico importante: que quedan en el piso más alto de un restaurante) para ver cómo sigue el casting. La persona que atiende el llamado de Matthias le dice: "¡Cómo!, ¿no te enteraste? ¿no lo viste en la televisión?".
He aquí lo que ocurrió en nuestra ausencia. Emilio le estaba tomando la prueba a una actriz que aspiraba al rol de Rosario, cuando irrumpieron en la oficina dos encapuchados con pistolas. Hicieron que todo el mundo se echase al suelo, incluidos los empleados de la cocina. En la buhardilla estaban encerradas dos productoras colombianas, las dueñas del lugar, lamentando no poder llegar hasta el piso de abajo, donde estaba el mecanismo que activaba la alarma. Mientras tanto, creyendo que todo el asunto era una puesta en escena que era parte del proceso del casting, la chica que daba la prueba se asumió como la verdadera Rosario Tijeras y le hizo frente a los villanos. Uno de ellos no dudó un instante y le disparó en la cara.
Se llevaron a Emilio, el director, escaleras abajo. Lo metieron en una camioneta. Y en ese instante el enmascarado que se había sentado al volante se quitó el pasamontañas y con una sonrisa de dentífrico blanqueador le dijo: "Mi nombre es X, soy actor, y esta fue mi prueba".
Durante mucho tiempo Matthias, Emilio y yo seguimos haciendo cálculos de cuánta gente podría haber muerto por la inconsciencia de ese actor. Empezando por el cocinero del lugar, que sufría del corazón. Siguiendo por la actriz, a quien el tiro de fogueo le quemó la cara, pero que podía haberla pagado todavía más caro. (¿Se acuerdan de lo que le ocurrió al finado Brandon Lee mientras filmaba The Crow?). Y terminando con todos los demás: si las productoras hubiesen activado la alarma, los comandos antisecuestro habrían llegado a sangre y fuego.
Tuvieron que pasar estos años, durante los cuales conté la anécdota miles de veces, para que al narrársela días atrás al actor argentino Adrian Navarro me dijese lo obvio: "Boludo, ¡eso es una película!" Tenía razón. El fuego del actor desesperado, acercándose al polvorín del país en conflicto… Y después la gente nos pregunta cómo se nos ocurren las ideas. ¡A veces las tenemos delante y no las vemos aunque nos muerdan las narices!
No se extrañen cuando dentro de un año y pico llegue a las pantallas esta comedia sobre el actor desesperado que ante la imposibilidad de conseguir trabajo por las buenas, decide…