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18 diciembre

Nadie ha contado el número de muertos fabricados por la industria cinematográfica norteamericana. Los extras caídos por exigencias del guión, los secundarios despachados en las primeras secuencias, los protagonistas condenados a perder la vida en la apoteósica coda de los dramas mediocres.

La factoría californiana no parece dispuesta a agotar este filón de ideas. Perfecciona el realismo sucio de la muerte con la tecnología de los efectos especiales y hace más convincente el mito sangriento de la nación americana.

Este narcisismo es misterioso.

Cuando rebrota la polémica – por una súbita matanza de escolares o de clientes en una hamburguesería- se promueven enmiendas contra la venta de armas en los supermercados. Sin embargo, los que reclaman restringir el libre acceso a rifles y pistolas no han comprendido el origen de la perturbada conmoción nacional.

Ignoran que la más sublime inspiración de la violencia americana procede de la religión americana. Hace ya tiempo que el pueblo y los padres fundadores eligieron al dios del Antiguo Testamento. Hubo otras opciones en la joven América pero la de Jehová fue la preferida. Por su magisterio el Estado proclama la pena de muerte, consagra la doctrina del gran dios americano y hace de la Ley del Talión la más radical manifestación de su tutela.

Desde el punto de vista divino, el criminal norteamericano sólo es el intérprete descarriado del edicto testamentario. El escolar ofendido por sus compañeros, el marido humillado por su mujer, el traficante engañado por sus compinches,  se han tomado muy en serio la ley que rige la vida de la nación. Les resulta dilatoria la jerga judicial y temen la astucia de los abogados. Encomendándose al dios de sus padres, se sienten autorizados a empuñar la metralleta.

La pena de muerte es la venganza sacramental de Jehová. El atributo del Estado que administra la violencia y, al mismo tiempo, la cualidad de los creyentes.  Los hombres de fe quieren mantener enchufada la silla eléctrica y los criminales, que hasta un día antes sólo eran ciudadanos libres de tomarse las cosas a su manera, desean abreviar el proceso entre falta y castigo. Nos parecerá disparatado su delirio justiciero, pero los asesinos son fieles a la doctrina de la nación elegida por el dios del Talión. Gente nerviosa e ingenua que cree en el talión de dios.

Lo dice el sheriff de Cormac McCarthy: “este es un país con una historia tremendamente sanguinaria”.

Y aún así, sabiendo lo que hay que saber, al policía le consterna la crueldad de los nuevos criminales. Ni de la guerra que vivió –con sus particulares remordimientos- recuerda semejante espectáculo de ensañamiento y brutalidad. Antes el sheriff perseguía cuatreros, ahora a traficantes de droga. No comprende la metamorfosis de su época y se siente anonadado. Lo que tiene ante si no son hombres fuera de la ley. Ve avanzar su sombra por la línea del horizonte a la hora del crepúsculo y siente un desagradable estremecimiento.

Los soliloquios del sheriff en No es país para viejos (Mondadori, 2006) son una pieza maestra de la introspección biográfica. Su melancolía es elegíaca pero su juicio no es insoportable. En lugar de arrepentirse y olvidar, el sheriff contempla el curso de la vida. Se han disipado las presunciones de la juventud y sólo le queda admirar la ternura de su esposa.

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18 de diciembre de 2006
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Comentario al comentario

El acontecimiento en la polis es un lugar común. Una molestia para el individuo enojado. Pues la mansedumbre es irritante. No importa de dónde provenga la ingenuidad de los creyentes, de los demasiados. Será una fuente indigna de nosotros, los únicos.

El acontecer y sus engaños, sin embargo, nos envuelven.

Mal estaría que interpretara yo lo dicho por mí, pero sea por una vez tan solo. En atención a los decepcionados: la señorita provoquen, pla, andante y pozo (no a Numa, por ahora).

La retórica del régimen anterior y el actual discurso político manejan categorías coloquiales de gran eficacia escénica, por falaz que nos parezca su presunción. Reiteradas hasta la extenuación disfrazan lo sorprendente: el empecinado culto a los muertos y su importancia sagrada en una sociedad aparentemente secularizada.

Lo ancestral palpita como el corazón de un ciervo acorralado.

Es sentimental y justicialista la memoria reivindicada –a mi juicio, imperiosa- pero el espanto y el escándalo de la derecha ofendida es el indicio verdadero.

Su reacción airada nos ayuda a comprender en qué país vivimos: qué ridículas y formidables fuerzas se trenzan en el lugar común de la política, cómo se impone la obcecación, cuánta hechicería ocupa el lugar de la razón, cómo se gobierna el instinto sacramental de los dóciles, cómo se excita su temor sacrílego.

Y hasta qué extremo lo padecen algunos librepensadores, por arrogante que sea su aspecto.

Es triste creer que lo Ilustrado no sucedió en España y que todo está por hacer.

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15 de diciembre de 2006
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LOS LIBROS DE BOLSILLO EN FRANCIA

El último suplemento literario del diario Le Figaro dedica una encuesta al porvenir del libro de bolsillo (el “paperback”) en Francia. El título «¿Hasta dónde llegará el libro de bolsillo?» expresa el deslumbramiento frente al éxito de un género que cuenta hoy con más de cuatrocientas colecciones. Existe ahora una fuerte tendencia: cada casa editorial crea sus propias colecciones de libros de bolsillo en lugar de vender los derechos a Le livre de Poche o Pocket, que fueron grandes colecciones utilizadas por todos.

Hoy, la fragmentación va creciendo en la oferta, pero las cinco grandes colecciones mantienen su dominio. Noventa por ciento de las ventas corresponden a Le Livre de poche, Pocket, Folio, J'ai lu y Points. Pero se notan dos desarrollos continuos que modifican el panorama, al crear nuevos espacios fuera del bolsillo clásico: la publicación directa de libros en colecciones de bolsillo, sin pasar por la etapa de la tapa dura, y la aparición del «demi-poche» (semi-bolsillo), que se parece al bolsillo por su precio y a la tapa dura por su calidad y el cuidado de su presentación.

Le Figaro entrevistó a los responsables de las cinco grandes colecciones y hace una síntesis de sus aportes a través de la respuesta a cinco preguntas:

1. ¿Cómo se explica el crecimiento continuo de las ventas?

El precio es la primera explicación, pero también un cambio de estatus: el libro de bolsillo se parece a un producto cultural común, es como un juego de video o un CD. Se compra sin pensarlo.

2. ¿Existe un retrato tipo del comprador de libro de bolsillo?

No, pero no se confunde con el comprador de libro de tapa dura. Es muy probable, si tiene menos de cincuenta años, que nunca haya comprado otra cosa que libros de bolsillo.

3. ¿Cuáles son las consecuencias de la publicación directa de un libro en colección de bolsillo?

Son dos: por una parte, crece la competencia entre los editores para conseguir manuscritos o traducciones; por otra, crece el riesgo económico, pues inicialmente se suponía que en las colecciones de bolsillo se publicaban textos ya amortizados.

4. ¿Amenaza el libro de bolsillo la supervivencia del libro de tapa dura?

Como laboratorio de producción de autores y prototipo de nuevos libros, queda la tapa dura. Tampoco se modifica, de manera global, el papel del libro de bolsillo: es una herramienta para ampliar el mercado al conseguir nuevos lectores.

5. ¿Cuáles son los cambios provocados por los libros de bolsillo en la actividad de los editores?

Por tratarse de grandes números en venta, los libros de bolsillo obligan a pensar de otra manera en la promoción y la distribución. Hay un crecimiento del gasto en publicidad (representa ya el 7% de la facturación de Folio) y la venta por Internet tiene que hacer parte de la estrategia para alcanzar el nivel de difusión necesario.

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15 de diciembre de 2006
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VIDAL EN LA HABANA

Gore Vidal está en La Habana, según la edición digital de Granma, y su presencia me parece un claro ejemplo de cortocircuito ideológico. El encuentro de dos oposisiones al poder de Washington que no tienen nada que ver. Por una parte, el poder castrista, en su postura antiimperialista de siempre. Por otra parte, el sublime polemista, novelista, estilista y conocedor de la historia de EE. UU. denunciando el golpe de Estado cometido en su país después del 11 de septiembre.

Como tantos artistas que pasaron por La Habana, Vidal es víctima de pequeñas estafas periodísticas. Granma finge tener una declaracion suya a favor de los cinco espías cubanos detenidos en EE. UU. En realidad, si uno lee bien, Vidal no dice nada a favor o en contra de los agentes: "No se puede opinar de lo que no se está informado", es su manera de tratar el problema.

"Todo es ilegal e inconstitucional en el gobierno de Estados Unidos", explicó Vidal en la Casa de las Américas, provocando el placer que podemos imaginar entre los escritores e intelectuales cubanos agrupados alrededor del ministro de cultura, Abel Prieto. La verdad: esta frase es de una ambigüedad total. Para los cubanos, todo es ilegal en Washington, pues nada justifica el comportamiento del imperio. Para Vidal, todo es ilegal pues nada justifica apartarse del más absoluto respeto a la Constitución creada por los padres de la federación de los Estados Unidos.

Gore Vidal describió muy bien, en varios ensayos, la doble maldición de Washington: los republicanos son conservadores (rechazan el cambio) y los demócratas son reaccionarios (quieren volver a los tiempos de Roosevelt). Sería bueno saber que su viaje al Caribe le ha servido para descubrir la tercera maldición: los revolucionarios son fósiles (para ellos, ya se terminó la Historia).

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15 de diciembre de 2006
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LA VELOCIDAD DEL FUTURO

Como nos ocurría con el misterio de los aviones que traspasaban la barrera del sonido, el futuro ha llegado hasta nosotros con una velocidad varias veces superior a cualquier pronóstico.

Me refiero a nosotros, los mayores. Aquellos a quienes asombró la supersónica velocidad del aeroplano y espantaba el estampido del espacio. Nuestra tercera edad se ha fundido obligadamente con la tercera ola de Alvin Toffler y sin la mínima opción de un surfing cuyo prodigio sin descifrar se iguala al enigma del match.

Pero no es preciso remontarse a la aeronáutica o la náutica.

Prácticamente las dos terceras partes de los juguetes más comunes que se anuncian para esta Navidad son artefactos que no sólo no manipularemos por dentro sino que jamás entenderemos por fuera.

¿La superficie? Nunca fue más compleja la superficialidad, ni más inteligente la piel de los objetos. El ciberespacio que reside tras estas líneas, el sostén orgánico que cunde bajo esta pantalla lo ignoramos nosotros desesperada y deliberadamente con el fin de protegernos. La vacilación del cursor, los signos que parpadean y desaparecen, la intangibilidad del párrafo, el desequilibrio de teclear sobre un cristal resbaladizo nos precipitarían, a poco que meditáramos, en la irremediable fosa de un sueño: la indolora mortalidad que la veloz llegada del futuro nos inculca.

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15 de diciembre de 2006
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De cómo los gays salvaron la Navidad

Un hombre con camisa abierta y bigotito a lo Valentino se recuesta sobre un auto. Aunque sólo vemos su torso, la imagen sugiere que fuera de foco hay alguien arrodillado frente a él. Mira a la cámara provocativamente. El espectador puede sentir su ardiente deseo. ¿Es la publicidad de una película para adultos? ¡No, es la campaña de Navidad!

Y es que en estas fechas proliferan los comerciales de artículos de regalo, principalmente relojes y perfumes. Este año, los perfumes para mujer son anunciados por estrellas como Sarah Jessica Parker y Nicole Kidman, que encarnan modelos de glamour femenino. Y los perfumes para hombre quedan en manos –y rostros y cuerpos- de la comunidad gay.

Porque ¿hay algo más gay que ese comercial de Lacoste en blanco y negro con un modelo que se levanta de la cama desnudo y muestra unos glúteos tallados en un gimnasio? ¿hay un ícono gay más identificable que el marinero musculoso que da forma a la botella del perfume Jean Paul Gaultier? ¿Y podría ese perfume tener un nombre más homosexual que Le Male?

El cliché no miente: la comunidad homosexual masculina tiene buen gusto. Su consumo de artículos culturales y productos de belleza es mucho más elevado que el de los heteros de cualquier género. De modo que, si se fijan bien, más de la mitad de las campañas de perfumería de este mes está orientada a ellos.

De hecho, lo mismo ocurre con la sacrosanta institución matrimonial. En Barcelona acaban de abrir una tienda de trajes de novio, Io. Se pueden encontrar desde los clásicos negros hasta los naranjas y dorados, la mayoría de ellos fosforescentes. Se pueden acompañar con corbatas de todos los colores y camisas ídem. Siguiendo la tendencia, Hermenegildo Zegna vende chalecos rosas o amarillos en su sección matrimonial.

El mercado se ha invertido. La mayoría de los heterosexuales consideran el matrimonio un trámite o, a lo sumo, una fiesta: se casan con trajes que puedan usar para otras ocasiones. En cambio, para los homosexuales, el matrimonio es un evento que les estaba vetado hasta hace muy poco. Lo valoran más, y por eso quieren lucir más vistosos en la ceremonia. Los trajes de novio ahora se hacen para ellos.

Al final, la comunidad gay va a salvar las fiestas católicas de la rutina y el descreimiento. Yo estoy esperando la campaña de Semana Santa. Ya la veo venir, decorada con excitantes flagelaciones, quizá con imágenes de san Sebastián atravesado por las flechas (otro aporte de lo gay a la difusión del catolicismo). Será mucho mejor que las aburridas películas de todos los años. De hecho, en retribución, la Iglesia podría nombrar santo a alguien abiertamente homosexual, de preferencia que haya sufrido martirio por sus creencias ¿Qué tal Rock Hudson?

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15 de diciembre de 2006
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La profesión más peligrosa

Esta historia es real.

Lunes 11 de diciembre, poco antes de la medianoche. Estoy viendo Witness, la película de Peter Weir protagonizada por Harrison Ford, en DVD, cuando la luz se corta. No tengo más remedio que irme a dormir. Sin energía eléctrica el sueño se torna esquivo, porque el calor es agobiante. Minutos después de que me acuesto, y envalentonados por la inmovilidad del ventilador de techo, los mosquitos empiezan a cebarse en mi carne. Por suerte conservo espirales. Duermo mal y poco.

A la mañana siguiente escribo el texto del blog y retomo el trabajo en el prólogo de un libro, que me están reclamando con premura. Poco después del almuerzo vuelve a cortarse la energía eléctrica. Lo primero que descubro es que no puedo trabajar, porque como no imaginé que volverían a cortar la luz no me tomé el trabajo de enviarme el work in progress por mail, lo que me hubiese facilitado seguir tecleando, por ejemplo, en un locutorio. Lo segundo que descubro es que este segundo apagón ha producido la quema del motor de la bomba de agua de mi edificio. En cuestión de minutos todas mis canillas se resecan. No puedo ni bañarme.

Llamo a la compañía eléctrica, Edesur. Una empleada de la sección emergencias recibe mi queja y me concede un número de reclamo. Dos horas más tarde la luz regresa. Me aboco al trabajo. A eso de las ocho de la noche la pantalla de mi ordenador produce un black out, llevándose mi texto consigo. Se trata de otro corte. El tercero en el mismo día. Vuelvo a llamar a Edesur. Me regalan otro número de reclamo. Ante la imposibilidad de siquiera lavar una hoja de lechuga, me baño en el gimnasio y llevo a mi mujer a comer afuera.

Regresamos a medianoche. Todavía no hay luz. Son siete pisos por la escalera, en medio de un calor infernal.

Doy una y mil vueltas en la cama, entre los vapores del espiral y el zumbido de los mosquitos. Por segunda noche consecutiva, duermo mal y poco.

La energía eléctrica regresa en algún momento de la madrugada.

Miércoles 13. Madrugo para escribir el blog, el texto sobre las sitcom que se colgó ayer. (Al revisar mis actos, me pregunto cómo habrá sido posible que conservase todavía algo parecido al sentido del humor.) A eso de las diez, poco después de enviado el texto, la luz se vuelve a cortar. Advierto que, en mi optimismo nato, sigo sin enviarme el work in progress a mis casillas de correo. ¿Quién podía imaginar que iban a dejarme sin electricidad por cuarta vez consecutiva en el lapso de tan pocas horas? Me maldigo a mí mismo, vuelvo a llamar a la compañía, me obsequian otro número de reclamo. Le digo a la empleada que ya tengo una colección completa de esos números, y que quizás me convendría jugarlos a la quiniela o en la lotería. Ella no se ríe. Yo tampoco.

Es mediodía. La luz no regresa. Cae la tarde y tampoco. Llega mi hija menor, que por motivos médicos no debería subir siete pisos por escalera. No tengo otra opción que regresarla a casa de su madre. El corte de energía no sólo me impide cumplir con mis responsabilidades, me deja sin agua y me mata de calor: también me impide estar con mi hija. La nube negra que llevo encima de la cabeza amenaza tormenta.

Por la noche decido comer afuera nuevamente. Paso a buscar a mi hija. Cuando regresamos, a eso de la una de la madrugada del jueves, mi calle sigue sin luz.

Dejo a mi hija en lo de su madre. Subo los siete pisos. Ya no llamo a Edesur. Mi mente está abarrotada de pensamientos sobre abogados, demandas, torturas elaboradas y muertes lentas y dolorosas para los responsables de la compañía.

Malduermo. Otra vez.

Es jueves por la mañana. La energía regresó otra vez durante la madrugada. Escribo este texto a toda velocidad, convencido de que en algún momento sobrevendrá otro black out. Curado de espanto, me he enviado el borrador del prólogo inconcluso a mis dos casillas de correo. En el peor de los casos iré a un locutorio o me llevaré el ordenador a algún punto privilegiado de la ciudad, de esos en los que existe la energía eléctrica, el agua potable y el servicio de Internet. Si es que existe todavía algún punto así. Cuando me cortan la luz quedo aislado del mundo, las noticias no me llegan: si la ciudad entera quedase sin energía no tendría manera de enterarme. Supongo que me daré cuenta cuando vea llegar a mi calle a hombres desesperados con sus ordenadores al hombro, que se han aventurado hasta aquí en la esperanza de que algún rincón de la ciudad tuviese el privilegio de la luz. Se verán barbados y sucios, como yo lo estoy. No puedo perder tiempo para afeitarme, ¡debo mandar este texto antes de que me dejen otra vez a oscuras, debo terminar el prólogo!

Bienvenidos a la moderna y cosmopolita Buenos Aires. Por lo menos en la Saigón de Apocalypse Now el teniente Willard podía rumiar su desesperación debajo del ventilador de techo. Mi ventilador de techo ya ha muerto varias veces y sigue corriendo peligro.

Buenos Aires. Shit.

Y después dicen que la profesión del escritor no es peligrosa.

The horror. The horror.

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15 de diciembre de 2006
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15 diciembre

Imitando a Felipe II, Francisco Franco levantó cerca de El Escorial el monumento fúnebre del Valle de los Caídos. Una ostentación de la genealogía igualitaria de los Novios de la Muerte, los legionarios que comandó en África.

Compartiendo la admiración de los dictadores por los arquitectos del viejo Egipto quiso levantar las fundaciones que el paso del tiempo no pudiera cancelar ni someter. Lo consiguió. Sus competidores no llegaron a tanto. Hitler y Mussolini fueron derrotados dos veces: por los ejércitos enemigos y por el ensañamiento que aún merecen. (Stalin, sin embargo, no cayó en desgracia).

Los caídos por Dios y por la Patria bajo la descomunal cruz del monumento fúnebre del Valle eran los de su bando. Al ser glorificados y ensalzados durante treinta y ocho años por las oraciones que los escolares recitaron en la escuela -bajo el pequeño crucifijo de madera colgado junto a la pizarra-, después de ser agasajados de año en año por la fanfarria de las bandas municipales y ensalzados por los desfiles castrenses en la reiterada marcha de la Victoria, los muertos y asesinados del bando vencedor han visto honrada su memoria. 

Los muertos y asesinados del bando derrotado, muchos de ellos sepultados de noche en tierra de nadie, abandonados en la fosa común, esperan la misma retribución simbólica y recibir el homenaje de un funeral no vergonzante.

No hay gesto más ecuánime para liquidar la infame deuda de una guerra civil.

Sin embargo, el bando vencedor de aquella guerra considera esta reclamación una ofensa, una provocación contra el espíritu de la transición.

La indignación del Partido Popular nos ha permitido comprender, al fin, el espíritu de la transición.

Después de haber gozado la gloria de su victoria sobre las huestes enemigas y haber envejecido con el mando único de la nación en sus manos, los vencedores  consintieron: aprobad si queréis la ley del divorcio, la del aborto, montad la España autonómica, lo que queráis. También podéis coger el gobierno. Por qué no.


Ahora bien, eso ni se os ocurra. El culto a los muertos es privilegio del vencedor. No es algo que vosotros podáis hacer. Ni ahora ni nunca.

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15 de diciembre de 2006
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ESCRIBIR

Los novelistas tratan, a menudo, de presentarse como salvavidas de la humanidad. Otras veces, incluso, como redentores de sí mismos. Y, a continuación, redentores profesionales de la especie humana.

Me ha alegrado leer que el último premio nobel Orhan Pamuk ha situado, sin embargo, la significación de ser escritor en el intento de descubrir la persona secreta que se alberga. Sin otras misiones solemnes.

Una pesquisa de este calado ocupa la vida entera. Y, como he visto, en algunos casos célebres viene a ser el modo de fabricar buena literatura. La más sabrosa y auténtica.

Ahora he terminado la lectura de El compromiso de Elia Kazan cuyo filme llegué a ver media docena de veces hace medio siglo. Se trata, aunque con otro título, de la misma novela que he leído más de diez veces, La conciencia de Zeno de Italo Svevo y del algo pesado pero importante libro de Giuseppe Berto que me recomendó Juan José Millás al confesarle mi obsesión por Svevo. Todas estas páginas procedentes de manos distintas se suman en el mismo intento de penetrar la propia vida.

La inspiración no es el secreto de un escritor, dijo Pamuk, sino el afán de querer expresar lo que sabemos de nosotros pero no lo sabemos todavía sin la turbulencia de escribirlo. No hay asunto más justo y sincero en el oficio de escribir. En apariencia de tan menudo interés pero en verdad sólo al alcance de los más extraordinarios.

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14 de diciembre de 2006
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Un género necesitado de remiendos

Estaba leyendo una entrevista a Amy Sherman-Palladino, la creadora de la serie Gilmore Girls. (Una de mis series favoritas, Gilmore Girls. Es esa de la mujer joven, Lorelai, y de su hija adolescente, Rory, de quien Lorelai quedó embarazada cuando ella misma era adolescente, hecho que produjo consternación en sus padres, muy ricos ellos, y que transcurre en un pueblo llamado Stars Hollow lleno de gente más loca que uno. Todos ellos, pero Lorelai en especial, tienen la costumbre de hablar sin parar casi como si no necesitasen respirar mientras lo hacen, a veces parecen marcianos, podría ser una excelente explicación para todo lo ocurrido en estos años: Lorelai es de otro planeta y Stars Hollow es una colonia alienígena, Gilmore Girls es en realidad la continuación de The X Files. The G Files! Lo cual me recuerda que sería hora de terminar esta digresión, porque este párrafo ya se está pareciendo a una escena de Gilmore Girls.)

Sherman-Palladino, que se alejó de la serie después de varias, exitosas temporadas (lo cual equivale a dar a tu hijo en adopción a los 33 años), decía que le aprobaron la realización de una nueva serie, y que esta vez va a hacer un sitcom. ¿Están familiarizados con el concepto de sitcom? Comedia de 30 minutos, realizada en estudio, grabada de manera simultánea por varias cámaras –como si fuese a ser emitida en vivo- y en presencia de un público que atiende desde una suerte de platea y produce esas risas que se escuchan de fondo en la banda sonora. (Banda que a menudo está mezclada con risas pregrabadas, como nos reveló Woody Allen en una de sus películas de la época en que valían la pena.) La idea de Sherman-Palladino haciendo un sitcom es atractiva, aunque tiene sus riesgos. Los personajes de Amy tienden a hablar sin parar, como ya dije, y en los sitcoms los personajes deben hacer puntos y aparte todo el tiempo para dar espacio a las risas de la gente. De cualquier forma, Sherman-Palladino ya parece haber pensado en el asunto. Durante la entrevista decía, bromeando, que en lugar de los habituales carteles con los que se insta al público a reír en el lugar esperado va a enseñar otros que digan Shush!

La cuestión es que me quedé pensando hace cuánto que no veo un sitcom (debería decir más bien  “una” sitcom, porque la palabra apocopa la expresión situation comedy, o sea comedia de situaciones) que valga la pena. He husmeado The New Adventures of Old Christine, porque está Julia Louis-Dreyfuss y tenía la esperanza de revivir aunque más no fuese de manera vicaria la gloria de lo que fue Seinfeld: no está mal, pero tampoco es particularmente memorable. He husmeado la nueva de Brad Garrett, pero me pareció estar viendo un capítulo flojo de Everybody Loves Raymond. He husmeado The Class porque la vendían como “la nueva producción de los creadores de Friends”, pero me quedo con su vieja producción. Debe ser difícil darle aire nuevo a un género tan hecho y a la vez tan rígido en sus condiciones de producción, pero a fin de cuentas se trata tan sólo de comportarse de manera irreverente con alguna de esas condiciones, como lo han hecho en los últimos años Sex & the City, My name is Earl, Entourage o Curb Your Enthusiasm. Todas estas se olvidan del estudio y del público y de las risas pregrabadas y sacan la cámara a las calles, permitiendo que la vida misma enriquezca el formato. Pero de todas maneras me gustaría encontrar una sitcom a la vieja usanza que valiese la pena.

Aquí en la Argentina se le dice sitcom a cualquier cosa. Y desde que compraron los derechos de sitcoms ya hechos, como The Nanny y Married with Children, para reproducirlos a la criolla, mucho peor. La niñera era una traducción aguachenta del original, cuyo énfasis estaba puesto en “argentinizar” los chistes en lugar de pulir su idioma para que conservasen el ritmo de látigo de los originales. (Hacer una buena sitcom en español sería difícil por cuestiones idiomáticas, el género requiere intercambio de chistes como ametralladora y en español lo decimos todo de manera más larga y más imprecisa. Pero como verán, se trata de una dificultad que se resolvería tan sólo con buenos guionistas, a los que además habría que eximir de la obligación de producir cinco capítulos semanales –las sitcoms se producen con equipos de guionistas, que sólo entregan un capítulo semanal.) Casados con hijos también comenzó como traducción, pero al poco tiempo se olvidaron de los guiones originales y dejaron improvisar a los actores Guillermo Francella y Florencia Peña. ¿El resultado? Típica comedia costumbrista argentina, elemental y guaranga pero eso sí: con envase importado.

Habrá que esperar a que Amy Sherman-Palladino haga de las suyas. Todas mis fichas están puestas en ella, la gran esperanza blanca del género.

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14 de diciembre de 2006
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El Boomeran(g)
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