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Arte tras las rejas

Recordaré toda mi vida la vez que entré en una cárcel con el padre Hubert Lanssiers. Nos dirigíamos a un pabellón de máxima seguridad, y no llevábamos escolta, así que yo estaba convencido de que nos iban a matar o a secuestrar. Pero todo los presos fueron impecablemente respetuosos. Entre ellos –como entre los policías- el padre Lanssiers imponía una extraña autoridad que no emanaba de la fuerza, sino del reconocimiento de la dignidad de las personas. Podía hablarle a un asesino, a un narco o a un violador. Él sólo reconocía seres humanos.

Y ellos lo reconocían a él. Eso lo convirtió en una persona muy querida precisamente entre la gente que a menudo consideramos incapaz de querer. A su muerte, el ataúd de Hubert Lanssiers fue llevado a velar en cuatro cárceles antes de ser enterrado. Todos querían despedirse de él. 

En homenaje a esta persona tan especial, la galería del Instituto Cultural Peruano Norteamericano en Lima alberga la exposición Arte y esperanza, donde los internos de cuatro establecimientos penitenciarios muestran sus trabajos de pintura, escultura y cerámica. Algunos de los trabajos tienen una gran calidad artística y tratan temas humanos, frecuentemente, el de la libertad. Otros trabajos son utilitarios: vajillas, collares y otros utensilios. Pero todos sin excepción cumplen una doble función: por un lado, retratan cómo se ve el mundo cuando no te dejan verlo. Por otro, grafican el esfuerzo de sus autores por regresar a ese mundo. 

Hasta cierto punto, una parte de todos los peruanos habla en ese trabajo. Lanssiers siempre comprendió que las cárceles guardan lo que una sociedad no quiere ver de sí misma, lo que prefiere mantener vigilado y encerrado entre muros altos. Las desigualdades van a parar a la cárcel, los esfuerzos frustrados de integración, los errores en la construcción de un estado justo, están todos ahí, agazapados tras el alambre de púas. Donde solemos ver culpa y vergüenza, Hubert Lanssiers veía una oportunidad para aprender a construir una sociedad mejor.

Algunos creen que para combatir la delincuencia, el terrorismo o el narcotráfico basta con endurecer las leyes. Quizá tengan razón. Pero las condenas muy largas –además de ser caras para el Estado- solo convierten a los centros penitenciarios en universidades del crimen con especialidades, doctorados y maestrías a voluntad, donde los presos se aíslan de la sociedad para luego volver a ella mejor entrenados. También existe la idea de que los presos han hecho daño y solo merecen maltrato. Es razonable, pero odiarlos solo sirve para cortar los pocos puentes que aún los unen a la sociedad. Si no por razones morales, estas opiniones en sí mismas son contraproducentes por razones tácticas.

El padre Lanssiers creía que las cárceles pueden ser los mejores centros para combatir la delincuencia, en vez de multiplicarla. Y su método –de muy bajo costo, por cierto- se basaba en el reconocimiento de la humanidad de los internos. Para poder hacer daño, un delincuente debe reducir o negar la dignidad de su víctima. El trabajo más útil que se puede hacer con él es devolverle esa noción, no profundizar su olvido. 

El arte puede ser de gran ayuda en ese trabajo. Por un lado, los artistas de las cárceles desarrollan la capacidad que da el arte de reencontrarse con su sensibilidad y su interioridad en un entorno hostil. Por otro, esta exposición nos permite reconocer esa sensibilidad y prestar un oído a quienes tienen algo importante que decir. Al final, lo que ilustran los presos, como cualquier artista, son las luces y las sombras de la sociedad que los ha creado.

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4 de diciembre de 2006
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De magia (por arte)

Dos recientes películas sobre magos, The Illusionist y The Prestige, están basadas en materiales literarios: la primera sobre un relato de Steven Millhauser, y la última sobre una narración de Christopher Priest. No leí esos textos, así que no estoy en condiciones de juzgar sus méritos, pero vi ambas películas (corrí a ver The Prestige apenas se estrenó, tal como lo había anunciado semanas atrás), y no albergo duda alguna al respecto: The Prestige es infinitamente superior. Quizás porque, de ambas, es la que entiende mejor cuál es la pulsión que mueve a un ilusionista a llegar a los extremos que llega, y porque procede, en consecuencia, con la certeza de que su narración debe respetar las convenciones de ese arte: la magia de salón, y el cine, y la literatura, son ante todo artificios, un truco –porque nadie cree que lo que lee esté ocurriendo en ese mismo instante, así como tampoco cree que una película le esté enseñando la realidad en directo sino apenas una serie de sombras, luces y sonidos a las que otorga sentido en el interior de su cerebro-, un truco, digo, que nunca se aprecia más que cuando es ejecutado con gracia, elegancia y gusto; lo cual equivale a decir que el mejor de esos artificios es el fabricado por el ilusionista que sabe, y que disfruta, del poder de producir ilusiones.

The Prestige cuenta la historia de dos magos de salón, que compiten entre sí por la realización del mejor truco posible con la misma tenacidad lindante con la obsesión de los duelistas de Conrad. Alfred Borden (magnífico Christian Bale) y Robert Angier (Hugh Jackman) no pueden ser más diferentes entre sí –uno es un joven de clase baja, apenas educado, mientras que el otro es un noble tentado por las luces del show business-, pero la fiebre que los consume es la misma: el deseo de consagrarse como el mago más talentoso de su era. Tal como lo dirigió Christopher Nolan, The Prestige es un relato que procede a partir de los mismos entusiasmos de Borden y de Angier: todo es lícito con tal de asombrar al público –aun cuando eso implique, inevitablemente, la comisión de un engaño.

El guión que Nolan coescribió con su hermano Jonathan tiene una estructura compleja, casi de cajas chinas, que calza como un guante a su historia de fantasmagorías y decepciones. Si uno escarba demasiado es posible que no encuentre mucho por debajo de la superficie, pero a fin de cuentas, ¿qué acto de magia se destaca por su sustancia? Lo de los Nolan es ante todo una celebración de lo ilusorio, un himno al poder de la ficción, que nos encanta y nos eleva y nos transporta aun cuando sepamos, por lo menos la mayor parte del tiempo, que en buena medida estamos siendo embaucados –o, por ponerlo de un modo menos impiadoso, impulsados a creer en una realidad que es tan sólo producto de nuestra imaginación.

Así como en el fondo de cada truco exitoso existe una decepción, Nolan nos frustra cuando recurre a un elemento sobrenatural (que aunque disfrace de científico sigue siendo imposible ante nuestros ojos) para llevar la trama a su conclusión. Pero imagino que esta trampa debe ser aceptada del mismo modo en que aceptamos las otras, cuando acordamos suspender nuestra incredulidad para que el ilusionista de turno nos llevase a otro mundo por el precio de una entrada de cine. El mismo Angier pide disculpas a su manera sobre el final del film, cuando asume ante Borden el móvil común y confiesa que sería capaz de hacerlo todo, ¡todo!, con tal de escuchar las exclamaciones de asombro y ver los rostros asombrados, casi niños, del público que presencia su acto.

No existe narrador de verdad que no concuerde con Angier. Vivimos para encantar, aunque nos vaya la vida en el intento.

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4 de diciembre de 2006
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LOW COST

Mientras, de un lado, el Estado de Bienestar desaparece, de otro se abre la sociedad del low cost. Viajes a Nueva York por 50 euros, asesoramiento jurídico anual por 80 euros, relojes a 5 euros, jamones a 72 euros.

Un extraño -¿satánico?- capitalismo del bajo coste se desliza como un narcótico contra la subversión de la antigua clase obrera y de la clase media.

¿Clase media? ¿Clases sociales? ¿Quién piensa en ello? Ahora se trata tan solo de clases de vida. La batalla contra la explotación capitalista ha tomado la forma general de la lucha por la vida.

No se entabla la lucha contra el Capital sino contra el Destino. No existe una superexplotación de la juventud, la mujer o el Tercer Mundo, sino una búsqueda fatídica de la productividad en el altar universal del máximo beneficio.

¿Objeciones? La protesta será una secreción de la debilidad, una máscara de la impotencia.

El sistema se legitima no sólo por su universalidad sino por su caridad.

Los más ricos de los multimillonarios son los primeros benefactores de la Humanidad y la mayor de sus empresas, Wal Mart, es la encarnación del low cost a toda costa. ¿Todavía se cree en la existencia de un nuevo mundo  por alcanzar?

¿No será que la utopía se halla aquí y solo la ceguera de los obcecados revolucionarios se resiste a verla?

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4 de diciembre de 2006
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NOSTALGIAS DE NICO

Estoy en Guadalajara, en la tierra del tequila. Rodeado de libros y de bebidas reposadas. Es lo único reposado del viaje a esta feria de libros y otras músicas. Otro día, de regreso, hablaré más de la feria. Y de sus raros tan necesarios. Carlos Monsiváis a la cabeza de los vivos. Y de entre los muertos casi todos los “contemporáneos”, esos modernos mexicanos del pasado siglo y que cada vez me proporcionan nuevas y mejores sorpresas. Después de Salvador Novo -y también gracias a Monsiváis- me llegan los poemas y otros escritos de Carlos Pellicer. Otro que formará parte de mis lecturas, de mis viajes. Está en compañía de Owen, Gorostiza, Villaurrutia. Ya sé que para los mexicanos son muy familiares, sus clásicos contemporáneos, pero para los españoles de Cotiledonia no lo son tanto. Prometo un poco más de divulgación, para que esos ilustres que no querían serlo no caigan en olvidos tan injustos. Cuando a Pellicer le preguntaron si le gustaría terminar en el pabellón de  hombres ilustres, contestó: “A mí me gustaría, compañero, que mis restos acabasen en el Canal del Desagüe”. Me gusta este dramático poeta que no es lo que parece. No lo conocía y no olvidaré su nombre… Todo será posible menos llamarse Carlos.

Las ferias merecen la pena para encontrarte, para descubrir estos mediterráneos. Los míos han sido estos compañeros de un viaje que no pude hacer y que ahora estoy emprendiendo.

Pero de eso escribiré otros días. Ahora solo quiero pedir disculpas por mis desapariciones. Prometo repetirlo de vez en cuando. Tardé pero conseguí leer a los blogueros, a los ya muy conocidos/as y a otros nuevos que vienen del mundo de Azúa. Yo también lo echaré de menos… Pero mi nostalgia está unida a una cantante, otra rara a la que han recordado. Soy mitómano, pero por timidez no he pedido en mi vida muchos autógrafos. Sí muchos libros dedicados, pero eso es otra historia. Perdí un autógrafo de Buñuel. Y conservo un disco dedicado por Nico. La perseguí desde adolescente, cuando era la más hermosa de las cantantes, en los tiempos gloriosos de la Velvet, cuando llegó a España por primera vez para hacer un famoso anuncio de coñac; en aquellos días actúo para muy pocos en un local que pasó a la historia hace unos treinta años.

Veinte años después la seguí en sus últimos conciertos en Barcelona. Me dedicó su último disco… y me dio unas caladas de un canuto. También un beso. Todavía hoy siento un pellizco cuando la recuerdo. Después murió estúpidamente cerca del mundo de Cristóbal Serra. Murió en la isla de Ibiza de una caída de bicicleta. En Guadalajara, en una cantina, esta misma noche brindaré por ella.

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1 de diciembre de 2006
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MIDNIGHT EXPRESS

Estoy en México. Presencia casual en un momento de ruptura. Ruptura del protocolo, ruptura en el flujo de la historia, ruptura dentro del país. Quizás no va más allá del símbolo, pero es muy preocupante. Dolía ver la cara avergonzada de los mexicanos mirando la televisión a mi lado este viernes por la mañana: lo siento, parecían decir, pero es mi país.

1. Protocolo
A las doce de la noche y un minuto, Fox, el ya ex presidente, entregó el poder a Calderón, el nuevo presidente. Una ceremonia apresurada, en un salón del palacio presidencial, que no corresponde al protocolo clásico. «Calderón cambia reglas» titula El Universal. En realidad era mucho más que eso, era algo como decir "Calderón cambia el papel del nuevo presidente". Un encuentro en la medianoche para entregar una bandera de manera rápida recuerda un titular: Midnight Express. La ceremonia, difundida por televisión, se parecía, a pesar de los abrazos, al final de un negocio sucio: «aquí está el paquete, espero que nadie nos vea …».

2 . Historia
México es el único país que se dedicó, en la misma semana, a atacar a la vez su pasado, su presente y su futuro. No recuerdo otro caso similar. Me explico. Pasado: una demanda judicial en contra del ex presidente Luis Echevarría, por su papel en la represión de las manifestaciones estudiantiles del 68. Presente: negación del ex presidente Fox, cuya salida del poder fue tapada por los propios miembros de su colectividad, para suavizar el enfrentamiento entre los partidos. Futuro: el presidente Calderón asume su cargo como si fuera un acto vergonzoso, lo que resulta insoportable a muchos mexicanos, según la BBC.

3. País
Es claro que un mandato que empieza con puñetazos de congresistas que durmieron en la Cámara, orinando en botellas, no da una imagen muy atractiva de México. «No ignoro la complejidad del momento político ni de nuestras diferencias, dijo el nuevo presidente, pero estoy convencido de que mañana debemos poner punto final a nuestros desencuentros e iniciar una nueva etapa». ¿Cuándo es mañana? México es un país dividido en dos: el norte, rico y dinámico, que votó por Calderón; y el sur, pobre y marginado, que optó por López Obrador, quien después de proclamarse «presidente legítimo» hace unos días anda como Calderón, con una bandera que va de su hombro derecho a su cadera izquierda. Claro que no es posible equivocarse entre un presidente elegido y un payaso disfrazado pero conocemos el poder de los símbolos: un país dividido en dos figuras muy parecidas en los periódicos. Pobre México, tan lejos de la democracia y tan cerca de una ruptura.

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1 de diciembre de 2006
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Muñecas vudú

-Quiero matar a alguien ¿Usted puede ayudarme?

Frank se pone serio. Mira a todos lados para verificar que nadie escuche nuestra conversación. Manda a su hijo a jugar por ahí. Baja la voz y me dice.

-Eso son palabras mayores.

-Haré lo que haga falta. Pero necesito matar a esa persona.

Me escudriña con la mirada, como para medir si soy fiable.

-¿Macho o hembra? –pregunta.

-Una mujer.

-Puedo darle lo que necesita y decirle cómo se hace. Pero lo hace usted.

-OK.

Estamos en el mercado modelo de Santo Domingo, en República Dominicana, uno de los  más coloridos que he visto en mi vida. Aquí se venden aceites de tortuga, de tiburón y de iguana. Hay botellas llenas de ramas de madera llamadas mamajuanas, que contienen licores macerados en canela y otras especies. Pero yo he venido directamente a la tienda de Frank.

Frank vende deseos. Sabe cómo conseguir que alguien se enamore de ti, y también cómo quitártela de encima. Si tienes problemas en los negocios, puede arreglarlo. Si quieres hacer daño, él se ocupa. Pero también te libra del daño que te hacen los demás. Para eso tiene centenas de talismanes. Tiene agua mata-bruja y espanta-diablo, para librarte de los maleficios. Y si eso no basta, tiene velas en forma de calavera: cuando te han hecho mal de ojo, enciendes una, y si revienta, con ella se va tu hechizo. Tiene cuernos de chivo y sangre de gallina. Tiene flores de Jericó para llamar al dinero. Tiene piedras de rayo para protegerte de los malos espíritus. Esas piedras crecen bajo la tierra cada siete años en los lugares donde ha dado un relámpago.

Y por supuesto, Frank tiene muñecas vudú. Las hay rosadas y rojas para llamar al amor. Y blancas para el matrimonio. Pero también las hay negras, como la que me ofrece en este momento, junto a un pequeño féretro de juguete.

-Tiene que meter la muñeca en esta caja y añadirle lo que le voy a decir –me explica, mientras le clava a la muñeca siete alfileres en los ojos, la boca, los pechos, la barriga y el sexo. Luego, toma unas cápsulas. Parecen de las que se compran en cualquier farmacia, pero él me saca de mi error:

-Es polvo de muelto -aclara.

-Polvo de muerto.

-Sí. Después de meter a la muñeca en la caja, abres las cápsulas y lo espolvoreas sobre la muñeca. Añades sal negra, y tres tipos de pimienta molida. Luego le rocías esencia de muelte.

La esencia de muerte viene en un frasco de Tylenol y huele a rosas, pero aparentemente es muy potente y peligrosa. Después de echarla sobre la muñeca, hay que cerrar el ataúd y arrojarlo al mar de espaldas o enterrarlo. Al final, se le enciende una vela negra a una estampa de San Deshacedor -al que Frank llama en confianza San Deshacedol- y se reza una oración contra los enemigos. La víctima debe caer de inmediato gravemente enferma o tener un accidente. Si nadie deshace el mal de ojo, la muerte sobreviene en poco tiempo. El kit de homicidio completo cuesta unos $50 e incluye garantía: Frank te deja su teléfono para que lo llames si algo sale mal.

Ahora sólo me falta decidir a qué mujer quiero matar.

Así que, chicas, pórtense bien conmigo.

Estoy armado.

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1 de diciembre de 2006
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TRAVESTISMO SIN TREGUA

Así como el sexo, según el nuevo feminismo, ha dejado de considerarse una determinación biológica para tratarse como un género cambiante y de libre elección vital, la edad puede estar ingresando en el mismo modelo de cultura.

Hablamos de cultura más que de naturaleza a secas pero ¿existe una naturaleza fértil que sea plenamente de secano? El riego con el que se humedece culturalmente la idea de edad permite hoy que cada cual pueda elegir su tramo generacional preferido.

El caso de los llamados “adultescentes” puede ilustrarlo. La media de edad de los hijos que permanecen todavía en casa de sus padres asciende en España a los 32 años. Cronológicamente, según el modelo tradicional, serían adultos pero ahora copian papeles de menores de edad.

Del mismo modo hay sujetos en la misma infancia que asesinan como gánsteres y algunos personajes en la senectud incluso visten ropas de Tommy Hilfiger. Las edades, en general, van liberándose de su rostro biológico para caracterizarse culturalmente.

La cosmética, el disfraz, los nicknames, el travestismo y el jugueteo con los roles, ha dejado de ser un simple episodio festivo finalizado con la noche de gala o la partida.

Todos los movimientos en torno al cambio de aspecto, de identidad, de comportamiento, se encuentran en el centro de nuestra época. Cualquier otro momento histórico ha reclamado para sí un nombre unívoco, nuestro tiempo no se conformará con la designación que no mencione como punto central de su nominación la alusión al excentricismo.

Ser significa cambiar, vivir intensamente es sinónimo de un tutti-frutti vital. Del mismo modo, creerse a la última significa no haber entendido el anacronismo del fin y la finalidad.

La característica de un hombre o una mujer, si son modernos, consiste en ser una parte hombre y otra parte mujer, siendo las proporciones del constructo un asunto creativo de cada cual. Actores, artistas, interactivos: lo sustantivo de nuestra época no es la simple relación entre emisor y receptor sino la dialéctica de la interacción, el travestismo sin tregua.

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1 de diciembre de 2006
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Sobre los defensores de lo indefendible

En ocasiones, el deseo de ser políticamente correctos hace que algunos se vayan al carajo. Carajo, por si no lo saben, era esa canastita en lo alto del mástil más alto donde pasaban el día los vigías, en los barcos de antaño: un lugar ideal para ver más lejos que ninguno, pero también para enloquecer de pura soledad.

Hace algún tiempo cobró notoriedad aquí en la Argentina el caso de una chica que, al término de un embarazo debido a una presunta violación, asesinó a su bebé recién nacido. Romina Tejerina (tal es su nombre) fue detenida y llevada a juicio, al cabo del cual se la consideró culpable y se la condenó a prisión. Su caso se convirtió en causa célebre, en tanto la condena a prisión simple ignoraba los atenuantes de la alegada violación, de la presión social, de la inexistencia de la posibilidad legal de hacerse un aborto y, finalmente, del estado de alteración mental de la acusada. Hace pocas semanas un organismo superior de la Justicia invalidó el fallo por un defecto técnico, que no de fondo, lo cual abrió la posibilidad de que Romina sea liberada por lo menos hasta que se le sustancie un juicio que no incurra en nuevos vicios de nulidad. Yo estoy convencido de que mujeres, viejos y niños son las grandes víctimas de nuestras sociedades, y creo que con la prudencia del caso debería legalizarse el aborto en la Argentina. Pero también creo que Romina dejó de ser víctima en el momento en que se convirtió en victimaria. Ese bebé recién nacido era inocente de toda culpa. Desde el momento en que mató, aun cuando hubiese sido presa de una emoción violenta, estimo que Romina demostró que no puede moverse libremente en sociedad, al menos por un lapso estimable. Quizás no merezca culpa criminal dada su circunstancia, sin embargo se me hace que sería bueno que permaneciese bajo un régimen de internación, o supervisión psiquiátrica estricta, para minimizar las posibilidades de que vuelva a dañar a alguien –o de que se dañe a sí misma.

En el fragor de la defensa de Romina, alguien llegó a dedicarle una canción que la llamaba santa. Puede que yo haya entendido mal las historias de santos que llegaron a mis oídos, pero hasta donde registré no existen santos que maten niños, y mucho menos a sus propios hijos. El acto de Romina, humanamente comprensible aunque nunca justificable, está en las antípodas de cualquier noción de santidad. Es verdad que Romina merece defensa justa, es verdad que su caso debe ser estudiado no sólo en lo particular, sino en la medida en que simboliza la cruz que padecen tantas otras mujeres indefensas, es verdad que expone llagas sociales que reclaman tratamiento político y legal urgente. ¿Pero santa?

Ahora apareció otra jovencita, Elizabeth Díaz, que mató a su bebé después de parirlo. Según parece el padre de la criatura violaba a la chica de 19 años desde que ella tenía diez, edad en la que empezó a trabajar como empleada en su casa. Elizabeth fue a juicio en su provincia natal, Córdoba (que se caracteriza por tener sistema de jurados, como en los Estados Unidos), y fue absuelta del crimen por el dictamen de sus pares. Como yo no quiero cometer el mismo error del vigía solitario, no voy a sacar conclusiones apresuradas ni a repartir culpas a lo bobo. Lo único que haré será preguntarme en voz alta algo que por supuesto no hallará respuesta inequívoca: si Elizabeth hubiese hecho lo que hizo de no haber existido la glorificación de Romina Tejerina, y también si el jurado hubiese fallado como lo hizo dada la misma circunstancia, devolviendo a su casa como si nada a una chica que transpasó un límite del alma del que no se vuelve así nomás, a no ser que medie mucho tiempo y una atención profesional constante.

La vida está llena de grises, y nos conmina a caminar con el cuidado de los equilibristas para no caer en abismos maniqueos.

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1 de diciembre de 2006
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CIUDADES DE COLORES

El siglo XXI será femenino o no será, se repetía a finales de la centuria anterior. En varios aspectos la sentencia se ha hecho realidad y, en otros, se cumple, extrañamente, demasiado despacio.

La arquitectura es un ejemplo de esta morosidad. Cada año se licencian ya más chicas que chicos pero, en la inmensidad de los casos, el ejercicio profesional de las mujeres se remansa en estudios que gobiernan hombres o forman dúos con sus parejas.

Una arquitecta, sin embargo, Teresa Sapey (Turín, 1962) está armando gran jaleo con su manera de hacer o vestir la ciudad. Si la ciudad es un espacio donde se desarrolla en gran medida la vida ¿por qué no hacerla más amena, divertida, colorista y optimista?

La ciudad, el burgo, es una construcción burguesa y del oscuro color de sus ropas, de su severidad, su seriedad y su rutina se inspira todavía el tono de las fachadas, los pasos de cebra, el color del asfalto, la pintura de las farolas, el diseño de las aceras o el aspecto de los semáforos. ¿Por qué no decorar la ciudad a la manera acogedora que desearíamos para nuestros hogares?

Un aparcamiento de Madrid en la plaza Vázquez de Mella fue una de las obras llamativas que hicieron preguntar por el nombre de su autora, la italiano-española Teresa Sapey. Las paredes son allí de un rojo bermellón, se han instalado tubos de neón como en las ferias de barrio y la pared se ilustra con fotografías que, junto a citas de la Divina Comedia, mejoran el estado de ánimo.

Pocos parajes urbanos han llegado a ser más depresivos como los túneles urbanos o los aparcamientos subterráneos. Que Teresa Sapey haya empezado por ahí es indicio de su sensibilidad para detectar los puntos más graves. Pero ella misma enumera un surtido de otros proyectos para poblar a la urbe de nuevas sorpresas y algunas buenas emociones. ¿No es precisamente la demanda de experiencias vitales la máxima demanda en nuestra sociedad personista?

Los hombres, los arquitectos incluidos, ven estas cosas pero pasan frecuentemente de largo. Los hombres se ponen serios hablando del ser humano o de la especie humana pero se cansan demasiado pronto en las chácharas sobre personas. Las mujeres en cambio valoran tanto lo personal que lo más influyente en su decisión de comprar un objeto proviene de la clase de trato que reciban.

La ciudad cuanto mayor es más nos maltrata. ¿Cómo no hacer frente a esa sevicia con la astucia del artista? Los aburridos barrios de los ensanches del siglo XIX no han encontrado todavía su antídoto alegre en las desorganizadas barriadas de torres y espacios vacíos, pero existe en la rehabilitación de los centros históricos y en la edificación de manzanas nuevas encastradas en el urbanismo preexistente, muchas oportunidades para recrear el carácter de la ciudad y entonar con ilusión los importantes lugares de la experiencia.

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30 de noviembre de 2006
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La rebelión de los fumadores

Desde que rige la prohibición de fumar en los sitios públicos de Buenos Aires, Marcelo Piñeyro se convirtió en una suerte de party planner, o bien dinner planner, tan efectivo como un profesional: apenas se aproxima la ocasión o la hora, salta al ruedo lleno de sugerencias sobre el lugar tal o cual, cuyo menú puede describir al detalle. Sin ir más lejos hace un par de semanas, después de la presentación de mi novela, fuimos casi veinte los que terminamos en un restaurant llamado Bond (juro que por entonces Piñeyro nada sabía de mi fanatismo infantil por 007), tan sólo por aceptar una entre sus muchas sugerencias de lugar. A esta altura ni mis amigos ni mi familia plantean otras opciones, porque saben que Piñeyro el dinner planner obra así por necesidad: todos los restaurants que sugiere poseen indefectiblemente salón para fumadores. Apenas entró en vigencia la ley, Piñeyro se tomó el trabajo de investigar dónde podría cenar de allí en más, al calor del tizón de su cigarrillo light. Desde entonces dice en broma –aunque debería pensarlo en serio- que va a editar una guía de restaurants para fumadores y que se va a llenar de dinero.

Ahora que anduvimos juntos por Barcelona y por Madrid, comprobamos que las medidas antitabaco son allí mucho más tolerantes que en Buenos Aires. (Aquí siempre tenemos tendencia al jacobinismo. Será porque nos cayó del cielo un intendente que se precia de ser afrancesado.) La investigación que Piñeyro planeaba hacer in situ se cortó de cuajo, cuando descubrimos que la mayor parte de los restaurants tenían un reservado para fumadores. Por cierto existen sitios con carteles que anuncian su pureza total, pero no es necesario que los pobres fumadores peregrinen kilómetros para dar con un sitio donde cobijar sus pobres huesos, siempre aparece alguno en esta cuadra o en la próxima: en Madrid y en Barcelona, cuanto menos, los fumadores no se sienten del todo parias.

Pocos días atrás, la viñeta del genial Miguel Rep en la contratapa de Página 12 decía: “Primero fue en los aviones. Después en las reparticiones públicas. Luego en los bares y restorantes me mandaron a fumar afuera. Finalmente, sabía que esto iba a llegar”. El dibujo muestra al planeta Tierra y al fumador malhumorado que, cigarrillo en mano, flota en el espacio donde nadie lo persigue –al menos por ahora.

Yo creo que fumar hace daño (mi madre, fumadora empedernida, murió de un cáncer de pulmón galopante) y también creo que los no fumadores tienen derecho a protegerse. Pero no puedo evitar sentir que toda esta campaña, tanto debate y tanta legislación son un poco too much. Una cosa es cuidar a los que no fuman, y otra muy distinta marginar a los que eligen hacerlo. Tengo la extraña sensación de que por el embudo que lleva a la persecución de este vicio se cuelan, además de la correcta, algunas intenciones que se meten en el baile sin haber sido invitadas: intereses políticos, moda, deseo de sacar carné de bienpensantes y patente de corso para discriminar a otros –hay gente para la cual discriminar es un deporte full contact- y quedar como duques en el intento. ¿No les parece a ustedes un tanto exagerada la historia? ¿No les parece un tanto histérica la conversión de tantos al evangelio de la buena salud? ¿No les parece que es demasiada energía dedicada a una causa que solo reclamaría un módico de prudencia?

A veces pienso que si nos opusiésemos a la violencia con el mismo fervor que se dedica a perseguir fumadores, el mundo daría un salto cualitativo hacia el (buen) futuro. Al paso que vamos, las bombas nucleares, el hambre y el polonio 210 no nos dejarán margen para pudrir nuestros pulmones como Dios y Marlboro mandan.

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30 de noviembre de 2006
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