Vicente Verdú
La “estética relacional” es el nombre que se concede a una nueva estética. O el renombre, mejor dicho, de la estética de toda la vida.
¿Crear para sí mismo o para los otros?
En rigor, nunca pudieron separarse los dos impulsos pero se ha pasado por épocas en que la dificultad de compresión de la obra incrementaba institucionalmente (críticamente) su posible valor.
El arte selecto o para elegidos se correspondía con el artista/dios. Un ser divino cuasidivino que no trabajaba como los demás trabajadores sino que “creaba”, un artífice que mientras el resto de productores hablaba de ideas él se refería a su “inspiración”.
Pero, efectivamente, ¿cómo hacer hoy algo visible, perdurable, tangible, sin un factor de beneficio en relación al receptor? Y, por otra parte, ¿cómo no reconocer que cualquier artista, en cualquier tiempo, ha deseado el reconocimiento o el agradecimiento del consumidor?
Menos cuatro o cinco, la totalidad de los artistas han llegado a serlo, bien que mal, debido a alguna enfermedad. Hasta Matisse empezó a pintar en la convalecencia y no se diga ya de los innumerables escritores que se hicieron novelistas o poetas a propósito de algún mal pulmonar.
Matisse fue tan consciente de que la pintura le aliviaba de sus dolencias que incluso fue pasando sus cuadros para alivio de ciertos amigos enfermos.
¿Debería el arte meditar sobre la naturaleza de sus patologías ordinarias y, como especialista en ellas, destinarse a la curación? Lo está haciendo ya.
De hecho, la estetización general del mundo, desde el diseño de los autobuses al diseño de las camisetas, se orienta a propiciar una u otra clase de complacencia o bienestar. Y de experiencias adicionales para vivir más vidas.
El arte –ahora se constata con claridad- interviene astutamente sobre las sensaciones y fomenta, con su diferente contribución, la oportunidad de enriquecer la vida o multiplicarla por dos.
No hace falta referirse seriamente al contenido de las galerías o de los museos. Bastaría referirse a los museos como simples espacios turísticos que dan que hablar o completar la excursión.
La pintura, la escultura, el cine, el net-art, el videojuego, la arquitectura, componen una constelación de ofertas de incansable vitalidad.
La obra no inteligible, impenetrable incluso, también podría dar ocasión a algún incidente pero se trata sobre todo, ahora, de buscar más deliberadamente que nunca la acción, “el accidente narrativo” sonoro o visual. O lo que es lo mismo, la estimulación sensible y recíproca entre el arte y la vida, entre la estética general omnipresente y el reino de la comunicación personal.