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De cómo los gays salvaron la Navidad

Un hombre con camisa abierta y bigotito a lo Valentino se recuesta sobre un auto. Aunque sólo vemos su torso, la imagen sugiere que fuera de foco hay alguien arrodillado frente a él. Mira a la cámara provocativamente. El espectador puede sentir su ardiente deseo. ¿Es la publicidad de una película para adultos? ¡No, es la campaña de Navidad!

Y es que en estas fechas proliferan los comerciales de artículos de regalo, principalmente relojes y perfumes. Este año, los perfumes para mujer son anunciados por estrellas como Sarah Jessica Parker y Nicole Kidman, que encarnan modelos de glamour femenino. Y los perfumes para hombre quedan en manos –y rostros y cuerpos- de la comunidad gay.

Porque ¿hay algo más gay que ese comercial de Lacoste en blanco y negro con un modelo que se levanta de la cama desnudo y muestra unos glúteos tallados en un gimnasio? ¿hay un ícono gay más identificable que el marinero musculoso que da forma a la botella del perfume Jean Paul Gaultier? ¿Y podría ese perfume tener un nombre más homosexual que Le Male?

El cliché no miente: la comunidad homosexual masculina tiene buen gusto. Su consumo de artículos culturales y productos de belleza es mucho más elevado que el de los heteros de cualquier género. De modo que, si se fijan bien, más de la mitad de las campañas de perfumería de este mes está orientada a ellos.

De hecho, lo mismo ocurre con la sacrosanta institución matrimonial. En Barcelona acaban de abrir una tienda de trajes de novio, Io. Se pueden encontrar desde los clásicos negros hasta los naranjas y dorados, la mayoría de ellos fosforescentes. Se pueden acompañar con corbatas de todos los colores y camisas ídem. Siguiendo la tendencia, Hermenegildo Zegna vende chalecos rosas o amarillos en su sección matrimonial.

El mercado se ha invertido. La mayoría de los heterosexuales consideran el matrimonio un trámite o, a lo sumo, una fiesta: se casan con trajes que puedan usar para otras ocasiones. En cambio, para los homosexuales, el matrimonio es un evento que les estaba vetado hasta hace muy poco. Lo valoran más, y por eso quieren lucir más vistosos en la ceremonia. Los trajes de novio ahora se hacen para ellos.

Al final, la comunidad gay va a salvar las fiestas católicas de la rutina y el descreimiento. Yo estoy esperando la campaña de Semana Santa. Ya la veo venir, decorada con excitantes flagelaciones, quizá con imágenes de san Sebastián atravesado por las flechas (otro aporte de lo gay a la difusión del catolicismo). Será mucho mejor que las aburridas películas de todos los años. De hecho, en retribución, la Iglesia podría nombrar santo a alguien abiertamente homosexual, de preferencia que haya sufrido martirio por sus creencias ¿Qué tal Rock Hudson?

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15 de diciembre de 2006
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La profesión más peligrosa

Esta historia es real.

Lunes 11 de diciembre, poco antes de la medianoche. Estoy viendo Witness, la película de Peter Weir protagonizada por Harrison Ford, en DVD, cuando la luz se corta. No tengo más remedio que irme a dormir. Sin energía eléctrica el sueño se torna esquivo, porque el calor es agobiante. Minutos después de que me acuesto, y envalentonados por la inmovilidad del ventilador de techo, los mosquitos empiezan a cebarse en mi carne. Por suerte conservo espirales. Duermo mal y poco.

A la mañana siguiente escribo el texto del blog y retomo el trabajo en el prólogo de un libro, que me están reclamando con premura. Poco después del almuerzo vuelve a cortarse la energía eléctrica. Lo primero que descubro es que no puedo trabajar, porque como no imaginé que volverían a cortar la luz no me tomé el trabajo de enviarme el work in progress por mail, lo que me hubiese facilitado seguir tecleando, por ejemplo, en un locutorio. Lo segundo que descubro es que este segundo apagón ha producido la quema del motor de la bomba de agua de mi edificio. En cuestión de minutos todas mis canillas se resecan. No puedo ni bañarme.

Llamo a la compañía eléctrica, Edesur. Una empleada de la sección emergencias recibe mi queja y me concede un número de reclamo. Dos horas más tarde la luz regresa. Me aboco al trabajo. A eso de las ocho de la noche la pantalla de mi ordenador produce un black out, llevándose mi texto consigo. Se trata de otro corte. El tercero en el mismo día. Vuelvo a llamar a Edesur. Me regalan otro número de reclamo. Ante la imposibilidad de siquiera lavar una hoja de lechuga, me baño en el gimnasio y llevo a mi mujer a comer afuera.

Regresamos a medianoche. Todavía no hay luz. Son siete pisos por la escalera, en medio de un calor infernal.

Doy una y mil vueltas en la cama, entre los vapores del espiral y el zumbido de los mosquitos. Por segunda noche consecutiva, duermo mal y poco.

La energía eléctrica regresa en algún momento de la madrugada.

Miércoles 13. Madrugo para escribir el blog, el texto sobre las sitcom que se colgó ayer. (Al revisar mis actos, me pregunto cómo habrá sido posible que conservase todavía algo parecido al sentido del humor.) A eso de las diez, poco después de enviado el texto, la luz se vuelve a cortar. Advierto que, en mi optimismo nato, sigo sin enviarme el work in progress a mis casillas de correo. ¿Quién podía imaginar que iban a dejarme sin electricidad por cuarta vez consecutiva en el lapso de tan pocas horas? Me maldigo a mí mismo, vuelvo a llamar a la compañía, me obsequian otro número de reclamo. Le digo a la empleada que ya tengo una colección completa de esos números, y que quizás me convendría jugarlos a la quiniela o en la lotería. Ella no se ríe. Yo tampoco.

Es mediodía. La luz no regresa. Cae la tarde y tampoco. Llega mi hija menor, que por motivos médicos no debería subir siete pisos por escalera. No tengo otra opción que regresarla a casa de su madre. El corte de energía no sólo me impide cumplir con mis responsabilidades, me deja sin agua y me mata de calor: también me impide estar con mi hija. La nube negra que llevo encima de la cabeza amenaza tormenta.

Por la noche decido comer afuera nuevamente. Paso a buscar a mi hija. Cuando regresamos, a eso de la una de la madrugada del jueves, mi calle sigue sin luz.

Dejo a mi hija en lo de su madre. Subo los siete pisos. Ya no llamo a Edesur. Mi mente está abarrotada de pensamientos sobre abogados, demandas, torturas elaboradas y muertes lentas y dolorosas para los responsables de la compañía.

Malduermo. Otra vez.

Es jueves por la mañana. La energía regresó otra vez durante la madrugada. Escribo este texto a toda velocidad, convencido de que en algún momento sobrevendrá otro black out. Curado de espanto, me he enviado el borrador del prólogo inconcluso a mis dos casillas de correo. En el peor de los casos iré a un locutorio o me llevaré el ordenador a algún punto privilegiado de la ciudad, de esos en los que existe la energía eléctrica, el agua potable y el servicio de Internet. Si es que existe todavía algún punto así. Cuando me cortan la luz quedo aislado del mundo, las noticias no me llegan: si la ciudad entera quedase sin energía no tendría manera de enterarme. Supongo que me daré cuenta cuando vea llegar a mi calle a hombres desesperados con sus ordenadores al hombro, que se han aventurado hasta aquí en la esperanza de que algún rincón de la ciudad tuviese el privilegio de la luz. Se verán barbados y sucios, como yo lo estoy. No puedo perder tiempo para afeitarme, ¡debo mandar este texto antes de que me dejen otra vez a oscuras, debo terminar el prólogo!

Bienvenidos a la moderna y cosmopolita Buenos Aires. Por lo menos en la Saigón de Apocalypse Now el teniente Willard podía rumiar su desesperación debajo del ventilador de techo. Mi ventilador de techo ya ha muerto varias veces y sigue corriendo peligro.

Buenos Aires. Shit.

Y después dicen que la profesión del escritor no es peligrosa.

The horror. The horror.

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15 de diciembre de 2006
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15 diciembre

Imitando a Felipe II, Francisco Franco levantó cerca de El Escorial el monumento fúnebre del Valle de los Caídos. Una ostentación de la genealogía igualitaria de los Novios de la Muerte, los legionarios que comandó en África.

Compartiendo la admiración de los dictadores por los arquitectos del viejo Egipto quiso levantar las fundaciones que el paso del tiempo no pudiera cancelar ni someter. Lo consiguió. Sus competidores no llegaron a tanto. Hitler y Mussolini fueron derrotados dos veces: por los ejércitos enemigos y por el ensañamiento que aún merecen. (Stalin, sin embargo, no cayó en desgracia).

Los caídos por Dios y por la Patria bajo la descomunal cruz del monumento fúnebre del Valle eran los de su bando. Al ser glorificados y ensalzados durante treinta y ocho años por las oraciones que los escolares recitaron en la escuela -bajo el pequeño crucifijo de madera colgado junto a la pizarra-, después de ser agasajados de año en año por la fanfarria de las bandas municipales y ensalzados por los desfiles castrenses en la reiterada marcha de la Victoria, los muertos y asesinados del bando vencedor han visto honrada su memoria. 

Los muertos y asesinados del bando derrotado, muchos de ellos sepultados de noche en tierra de nadie, abandonados en la fosa común, esperan la misma retribución simbólica y recibir el homenaje de un funeral no vergonzante.

No hay gesto más ecuánime para liquidar la infame deuda de una guerra civil.

Sin embargo, el bando vencedor de aquella guerra considera esta reclamación una ofensa, una provocación contra el espíritu de la transición.

La indignación del Partido Popular nos ha permitido comprender, al fin, el espíritu de la transición.

Después de haber gozado la gloria de su victoria sobre las huestes enemigas y haber envejecido con el mando único de la nación en sus manos, los vencedores  consintieron: aprobad si queréis la ley del divorcio, la del aborto, montad la España autonómica, lo que queráis. También podéis coger el gobierno. Por qué no.


Ahora bien, eso ni se os ocurra. El culto a los muertos es privilegio del vencedor. No es algo que vosotros podáis hacer. Ni ahora ni nunca.

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15 de diciembre de 2006
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ESCRIBIR

Los novelistas tratan, a menudo, de presentarse como salvavidas de la humanidad. Otras veces, incluso, como redentores de sí mismos. Y, a continuación, redentores profesionales de la especie humana.

Me ha alegrado leer que el último premio nobel Orhan Pamuk ha situado, sin embargo, la significación de ser escritor en el intento de descubrir la persona secreta que se alberga. Sin otras misiones solemnes.

Una pesquisa de este calado ocupa la vida entera. Y, como he visto, en algunos casos célebres viene a ser el modo de fabricar buena literatura. La más sabrosa y auténtica.

Ahora he terminado la lectura de El compromiso de Elia Kazan cuyo filme llegué a ver media docena de veces hace medio siglo. Se trata, aunque con otro título, de la misma novela que he leído más de diez veces, La conciencia de Zeno de Italo Svevo y del algo pesado pero importante libro de Giuseppe Berto que me recomendó Juan José Millás al confesarle mi obsesión por Svevo. Todas estas páginas procedentes de manos distintas se suman en el mismo intento de penetrar la propia vida.

La inspiración no es el secreto de un escritor, dijo Pamuk, sino el afán de querer expresar lo que sabemos de nosotros pero no lo sabemos todavía sin la turbulencia de escribirlo. No hay asunto más justo y sincero en el oficio de escribir. En apariencia de tan menudo interés pero en verdad sólo al alcance de los más extraordinarios.

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14 de diciembre de 2006
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Un género necesitado de remiendos

Estaba leyendo una entrevista a Amy Sherman-Palladino, la creadora de la serie Gilmore Girls. (Una de mis series favoritas, Gilmore Girls. Es esa de la mujer joven, Lorelai, y de su hija adolescente, Rory, de quien Lorelai quedó embarazada cuando ella misma era adolescente, hecho que produjo consternación en sus padres, muy ricos ellos, y que transcurre en un pueblo llamado Stars Hollow lleno de gente más loca que uno. Todos ellos, pero Lorelai en especial, tienen la costumbre de hablar sin parar casi como si no necesitasen respirar mientras lo hacen, a veces parecen marcianos, podría ser una excelente explicación para todo lo ocurrido en estos años: Lorelai es de otro planeta y Stars Hollow es una colonia alienígena, Gilmore Girls es en realidad la continuación de The X Files. The G Files! Lo cual me recuerda que sería hora de terminar esta digresión, porque este párrafo ya se está pareciendo a una escena de Gilmore Girls.)

Sherman-Palladino, que se alejó de la serie después de varias, exitosas temporadas (lo cual equivale a dar a tu hijo en adopción a los 33 años), decía que le aprobaron la realización de una nueva serie, y que esta vez va a hacer un sitcom. ¿Están familiarizados con el concepto de sitcom? Comedia de 30 minutos, realizada en estudio, grabada de manera simultánea por varias cámaras –como si fuese a ser emitida en vivo- y en presencia de un público que atiende desde una suerte de platea y produce esas risas que se escuchan de fondo en la banda sonora. (Banda que a menudo está mezclada con risas pregrabadas, como nos reveló Woody Allen en una de sus películas de la época en que valían la pena.) La idea de Sherman-Palladino haciendo un sitcom es atractiva, aunque tiene sus riesgos. Los personajes de Amy tienden a hablar sin parar, como ya dije, y en los sitcoms los personajes deben hacer puntos y aparte todo el tiempo para dar espacio a las risas de la gente. De cualquier forma, Sherman-Palladino ya parece haber pensado en el asunto. Durante la entrevista decía, bromeando, que en lugar de los habituales carteles con los que se insta al público a reír en el lugar esperado va a enseñar otros que digan Shush!

La cuestión es que me quedé pensando hace cuánto que no veo un sitcom (debería decir más bien  “una” sitcom, porque la palabra apocopa la expresión situation comedy, o sea comedia de situaciones) que valga la pena. He husmeado The New Adventures of Old Christine, porque está Julia Louis-Dreyfuss y tenía la esperanza de revivir aunque más no fuese de manera vicaria la gloria de lo que fue Seinfeld: no está mal, pero tampoco es particularmente memorable. He husmeado la nueva de Brad Garrett, pero me pareció estar viendo un capítulo flojo de Everybody Loves Raymond. He husmeado The Class porque la vendían como “la nueva producción de los creadores de Friends”, pero me quedo con su vieja producción. Debe ser difícil darle aire nuevo a un género tan hecho y a la vez tan rígido en sus condiciones de producción, pero a fin de cuentas se trata tan sólo de comportarse de manera irreverente con alguna de esas condiciones, como lo han hecho en los últimos años Sex & the City, My name is Earl, Entourage o Curb Your Enthusiasm. Todas estas se olvidan del estudio y del público y de las risas pregrabadas y sacan la cámara a las calles, permitiendo que la vida misma enriquezca el formato. Pero de todas maneras me gustaría encontrar una sitcom a la vieja usanza que valiese la pena.

Aquí en la Argentina se le dice sitcom a cualquier cosa. Y desde que compraron los derechos de sitcoms ya hechos, como The Nanny y Married with Children, para reproducirlos a la criolla, mucho peor. La niñera era una traducción aguachenta del original, cuyo énfasis estaba puesto en “argentinizar” los chistes en lugar de pulir su idioma para que conservasen el ritmo de látigo de los originales. (Hacer una buena sitcom en español sería difícil por cuestiones idiomáticas, el género requiere intercambio de chistes como ametralladora y en español lo decimos todo de manera más larga y más imprecisa. Pero como verán, se trata de una dificultad que se resolvería tan sólo con buenos guionistas, a los que además habría que eximir de la obligación de producir cinco capítulos semanales –las sitcoms se producen con equipos de guionistas, que sólo entregan un capítulo semanal.) Casados con hijos también comenzó como traducción, pero al poco tiempo se olvidaron de los guiones originales y dejaron improvisar a los actores Guillermo Francella y Florencia Peña. ¿El resultado? Típica comedia costumbrista argentina, elemental y guaranga pero eso sí: con envase importado.

Habrá que esperar a que Amy Sherman-Palladino haga de las suyas. Todas mis fichas están puestas en ella, la gran esperanza blanca del género.

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14 de diciembre de 2006
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LO MEJOR DE CADA DICTADURA

La semana pasada escribí sobre lo que llamaba «Lo viejo y lo nuevo», al hablar de lo que era todavía la doble enfermedad de los dictadores Fidel Castro Ruz y Augusto Pinochet Ugarte y la evolución económica del continente y su lento progreso social. Me encanta encontrar la misma idea bajo la pluma de Michael Shifter en una tribuna publicada por The Washington Post.

Claro que sería mucho mejor tener la versión de un novelista. Algo que no sería la famosa novela del caudillo (presidente, patriarca, supremo, etc.) que tan importante es para la literatura de América Latina sino la novela de los dos dictadores cuyo héroe, por razones de amor, haría vaivén entre Chile y Cuba en los años setenta, y por razones de amor se sentiría igual de feliz en ambos países. Una especie de héroe romántico sin el más mínimo rasgo de ideología en su mente.

¿Es posible? Michael Shifter, gran conocedor del continente (es vicepresidente del Inter-American Dialogue) opina que sí. Afirma que lo que piden los latinos es «lo mejor de ambos dictadores». Su explicación es sencilla y obvia. Castro -dice- se dedicó, al menos en la visión transmitida a través de sus intervenciones públicas, a atender la injusticia social y la desigualdad. Las últimas elecciones en Bolivia, Brasil, Costa Rica, Ecuador, México, Nicaragua y Perú son prueba de esto, con vencedores haciendo una clara referencia a la agenda social.

Pero los gobiernos que salieron de las urnas en estos países no son seguidores de Castro. En muchos aspectos implementan políticas económicas conformes a las opciones impuestas en Chile por la junta militar de Pinochet. El mejor ejemplo: los gobiernos de la «concertación» en Chile. Su balance es sencillo: 17 años en el poder con una gestión de gran ortodoxia financiera; un crecimiento fuerte; y una tasa de pobreza que pasó del 40% en 1990 a 18% en 2005.

En América Latina, opina Shifter, lo que se pide es un crecimiento promovido por la potencia del mercado y un enfoque de la política que busque mayor igualdad. Y todo esto se debe entregar sin el terror y el mando autocrático que fueron la marca de Castro y de Pinochet. Prueba de esto, la mala imagen de Castro, el único de los dos que se mantuvo en el poder y sale con la peor nota en el último sondeo de latinobarómetro en 18 países de América Latina, una nota que le ubica al mismo nivel que George W. Bush.

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14 de diciembre de 2006
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14 de diciembre

Dave Eggers ha escrito la historia de un perro contada por sí mismo: Después de que me lanzaran al río y antes de ahogarme (en Guardianes de la intimidad, Mondadori, 2005).

Su relato es el sencillo fruto de una sagaz comprensión. El pensamiento del perro discurre como la vida del perro. Como si el chucho conociera la máxima wittgensteiana: los límites de mi mundo son los límites del mundo.

Las sensaciones de placer –correr con otros perros por el bosque, dejarse manosear por las niñas de la casa, saciarse de pienso en el jardín- hilvanan su evanescente sentido del tiempo. Y aunque no le agradan los perros violentos ni los humanos despiadados –como el que le tira al río siendo un cachorro- su percepción está exenta de horror trágico. Cuando uno de los suyos aplasta en su mandíbula a una ardilla no siente escalofríos. Le asombra ser rescatado de las aguas y su asombro es el mismo cuando al final se ahoga frente a los perros que juegan en la orilla.

Ahora que el Ayuntamiento de Barcelona se pregunta cómo desalojar a los okupas (sin saber dónde podría instalarse a vivir una tribu urbana de estas proporciones) me acuerdo de su perro.
El perro del okupa no ladra a los transeúntes y mientras el joven malabarista hace en la acera sus números de circo, el perro se acurruca junto a la mochila y dormita. Mide a cada ciudadano con el mismo rasero. Tanto le da que dejes caer una limosna como que pases de largo. Luego, cuando regresan al refugio, una vieja fábrica abandonada por sus dueños, el perro, sin collar ni cadena, espera la hora de la comida.

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14 de diciembre de 2006
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13 diciembre 2006

Thomas Pynchon sale en defensa de Ian McEwan. Lo peor de las acusaciones es que estás obligado a defenderte. Lo mejor, cuando tienes suerte, es que alguien sale en tu defensa. No es frecuente. Por lo general uno acaba hablando como un torero: dejadme solo.


Han identificado en algunos párrafos de Expiación la huella de una enfermera destinada a cuidar soldados heridos durante la II Guerra Mundial. Parece que Ian McEwan se inspiró en la experiencia de esta mujer y algunas escenas de Expiación suenan como si se las hubiera contado –lo cierto es que las escribió en No time for romance, por lo visto una “novela romántica de hospital”.

Dice Pynchon, en defensa de McEwan, que si no hemos estado en el lugar dónde sucedieron los hechos que deseamos narrar estamos obligados a contar con el testimonio de los protagonistas.

No veo qué más podría decirse. Pero si uno lee los fragmentos que han dado origen a la controversia -nimias alusiones a los gestos de la enfermera- resulta difícil entender que un autor como McEwan haya plagiado algo tan insustancial. Sus admirables recursos narrativos hacen incomprensible esta desabrida pereza.

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13 de diciembre de 2006
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EL AURA DEL POLVORÓN

Quizás la mayor razón para abominar de las Navidades provenga de lo demasiado festivas que son.

En el pasado, las fiestas se magnificaban mucho siguiendo siempre los legados del pensamiento sagrado pero hoy, en coherencia con una idea de laica vida, la fiesta mayor se alza, a menudo, como un estorbo.

No siempre es así ni para todos, pero la gran festividad resulta crecientemente molesta si tapona las oportunidades de eludir su presencia. Y esto es precisamente lo peculiar de la Navidad.

Sus jugos y soniquetes penetran por todas las rendijas y su solo anunciamiento desencadena un estado irregular equivalente a la patología de ciertas plagas y a la eficiencia de sus feroces virus.

La Navidad es ahora viral. No ocurre ya en un espacio acotado ni tampoco en su corral cronológico. sino que tiende a desbordarse y deshacer los contornos en todas las direcciones a su alcance.

Quienes aman la Navidad contemplan arrobados está mágica y excepcional influencia pero quienes pertenecen al grupo contrario observan su desmesura como angustiosa o nauseabunda.

La Navidad ha adquirido, en todo caso, unas proporciones portentosas y su sombra dorada trasciende en semanas a la señalización del almanaque. Más que unas fechas la Navidad aspira a convertirse en una Temporada y de esta soberbia se deduce la magnitud del rechazo. La vaharada.

¿Cuánto no se echa de menos ahora, en las espesas vísperas festivas, la fiesta ideal, sin ornamentos? El día de asueto que se obtiene libre de cargas y coincidencias con onomástica alguna y cuya figura exenta se dispone netamente para ser empleada en esto o aquello, sin determinación ni socialización.

Esta clase de día individual se corresponde con el sujeto individualizado: solitario en medio del caudal del calendario, entero para sí.

La fiesta es colectiva, asunto público y de precepto mientras el día libre se une a los derechos privados, sin pertenencia al rito de la comunidad y su carga de cultura. Día primitivo, pues, y presto para la manipulación inaugural. Opuesto a la fecha muy señalada y definida previamente para un fin. Fecha fausta y precocinada para ser consumida de acuerdo a un repertorio de instrucciones que van desde la caridad a la familia cristiana y desde la lenidad doméstica al aura del polvorón.

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13 de diciembre de 2006
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Chicas malas

Bebe dedica una letra a la liberación de las mujeres y otra a hablar de lo miserables que son los hombres. Rakel Winchester le canta al matrimonio “mi marido se lo gasta todo en los burdeles”. Vanexxa triunfa en el escenario con su look dominatrix. Y La Mala Rodríguez... la mala es muy mala. En los últimos dos años, las nuevas divas del rock & pop español tienen algo en común: son peores que los hombres.

Y es que cantarle al amor ya no es lo que era. Ya no hay Mari Trinis ni Janets ni Marisoles. A la muerte de las Rocíos, ha surgido para echar tierra en sus tumbas una generación de jóvenes agresivas y rudas que le cantan a todas las partes del cuerpo con un vocabulario que haría sonrojar al líder de una pandilla de sicarios.

Seguro que Bebe es la que mejor encaja en el mainstream con ese punto trovador e idealista de mujer rompiendo las cadenas (“Hoy vas a descubrir que el mundo es sólo para ti... hoy te vas a querer como nadie te ha sabido querer”). Pero mi favorita es siempre la Winchester, que es la más graciosilla. En su repertorio se cuentan finuras como “chorrearon mis bragas cuando le agarré el trasero/ él era muy hombre y también era muy macho/ a su edad no había operao el frenillo de su cacho”.

Ahora, sin duda, las que meten más miedo son las otras dos. Las canciones de La Mala son una amenaza directa contra tu integridad física: “Ella quería vender drogas como su papá... Usaba pistola para no andar sola”. Vanexxa no te abriría la tapa de los sesos, pero es el tipo de mujer sexualmente agresiva que te puede producir un ataque de impotencia galopante cuando susurra delicadamente “¿Nos fumamos un peta y nos vamos a follar?”.

Recientemente, Vanexxa declaró en una entrevista que un chico había elogiado sus canciones.

-Te lo digo de corazón- enfatizó él.
Y ella, con un mohín de coquetería, respondió:
-Sí, y de la polla ¿No te jode?

Aparentemente, los hombres somos irrecuperables. Cansadas de cantarnos cosas como “vuelve” o “no puedo vivir sin ti”, las nuevas divas han optado por abandonar su papel femenino tradicional y convertirse en nosotros. Me las imagino perfectamente escupiendo por la calle mientras le dicen guarradas a algún tímido seminarista que pasa por ahí. O mirando el fútbol y eructando con sus amigotes mientras sus pobres novios lavan la ropa y les llevan a la mesa las papitas y los nachos. Son las estrellas de un mundo que ya no cree en el cielo.

Vivimos en tiempos de desorientación sexual. Las sociedades que reprimen cualquier conducta alternativa son simples: ofrecen la seguridad de que ciertos comportamientos tendrán una recompensa y otros un castigo. Pero en la total libertad, los modelos de género se intercambian, se extienden y se contagian sin control.

Tiene su morbo eso. Sospecho que, si yo saliese con alguna de las nuevas divas, a los cinco minutos le parecería una virgencita despreciable. Pero quizá la cosa prosperase. Siempre he querido decirle a alguien “dime porquerías”. Supongo que después de todo, escogería a Vanexxa. Ella tiene un látigo.

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13 de diciembre de 2006
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El Boomeran(g)
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