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Un orgasmo por la paz

Bueno, basta de tonterías. La ONU ha fracasado en detener las guerras y los genocidios. El hambre en el mundo parece incontrolable. Las armas nucleares proliferan en Asia. Ha llegado el momento de tomar conciencia. Es hora de encarar los retos y aplicar soluciones drásticas a los problemas del mundo. En suma, es la hora del sexo.

Sí, porque el evento Global Orgasm propone reducir las malas vibras de este planeta de la manera más natural: a punta de polvos. Cito textualmente:

“La misión de Orgasmo Global es cambiar el campo de energía de la Tierra mediante una inyección de energía humana. En estos días, dos nuevas flotas norteamericanas se aproximan al golfo pérsico con armamento antisubmarinos que solo puede tener como destino Irán: el momento es AHORA!”.

La acción social propuesta es “concentrarse en la paz en los pensamientos durante y después del orgasmo. La intensidad de la energía orgásmica e intención mental sera más efectiva que las oraciones y meditaciones masivas. El objetivo es sumar energía positiva al mundo para reducir los niveles de agresividad y violencia en el mundo”.

El momento previsto es el solsticio de invierno, viernes 22 de diciembre. Ese día, hombres y mujeres de todo el mundo, desde la intimidad de sus hogares o en plazas públicas, deben tener orgasmos acompañados o incluso a solas. La masturbación, empleada con rigor y constancia, despliega tanta energía positiva como una buena encamada.

Según Global Orgasm, son especialmente necesarios los orgasmos en los países con armas de destrucción masiva, pero lo ideal es que recorran el mundo. Si sus dueños -de los orgasmos, no de las armas- se concentran en la paz mundial durante el acto en cuestión, se desencadenará un orgasmo global sincronizado que podrá hacer todo lo que no hicieron el impotente de Kofi Annan, ni el reprimido de Bush.

Quizá les parezca una convocatoria, digamos, un tanto supersticiosa. Pues los organizadores sostienen que la efectividad del sexo para resolver los problemas mundiales está científicamente comprobada. Como base, argumentan que un campo cuántico rodea e integra todos los hechos en el universo, y que gracias él, la conciencia humana puede tener un efecto mensurable en la materia. Aseguran haberlo probado durante fenómenos que han recibido atención a nivel mundial como el 11/S o el tsunami del Océano Índico. Incluso tienen un video con científicos de dibujos animados que explican cómo funciona todo eso. Si ustedes creen que todo esto es una broma pesada producto de mi fértil imaginación, échenle un vistazo al proyecto.

Así que ya saben. Preparen su sesión sexual del 22. Entrenen teniendo sexo frente al televisor a la hora de las noticias. Cuando empiecen a excitarse con la imagen de Kim Jong Il, es que están listos. El día del solsticio, procuren concentrarse en el momento preciso. Y si lo hacen en pareja, tengan los orgasmos al mismo tiempo, no vaya a ser que el mundo pierda valiosa energía sexual. Total, aunque parezca absurdo, la verdad es que las soluciones más racionales tampoco han servido de gran cosa. No se pierde nada con probar.

A lo mejor la técnica no consigue la paz mundial pero permite alcanzar metas menos ambiciosas. Si no es mucha molestia, les pediría a los que hagan el amor en Año Nuevo que piensen en que necesito una computadora nueva. Y los que lo hagan en el equinoccio, por favor, concéntrense en que la energía cuántica me reduzca un poco la barriga. Recuerden: el futuro del mundo –o al menos el mío- está en sus manos y en sus entrepiernas. Úsenlas con responsabilidad.

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29 de noviembre de 2006
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CRISTÓBAL SERRA, UN RARO

Será un clásico, pero es raro. La condición de raro literario nos tendría discutiendo mucho tiempo. Y no lo tengo. Al menos será raro Serra porque siendo uno de los más interesantes y originales escritores vivos de los nuestros, muy pocos conocen sus libros. Su mundo quimérico está transitado desde el principio por un viaje literario tan imaginativo y fantástico que cualquier camino que utilice el lector para llegar a su puerto será recompensado.

Una tremenda ironía me parece que estos días, por razones tan zafias, estemos hablando del Puerto de Andratx. Ese puerto, que ahora es zona de especuladores, es para los lectores de Serra el lugar desde donde inventa y crea sus peculiares mundos. Allí lo imaginamos, allí lo situaba Basilio Baltasar, “leyendo y escribiendo, como en la cubierta de aquel barco anclado en la bahía de Andratx, como aquel escéptico nombrado por Kant, a quien horroriza establecerse definitivamente en una tierra”.

No recuerdo cómo descubrí a Cristóbal Serra, seguramente por un azar, por algún olfato de buscador, cuando encontré ya en los años setenta aquella primera edición de un pequeño libro: Viaje a Cotiledonia. Un pequeño libro amarillo con un cotiledón dibujado en su portada. Después le seguí por otras rutas. También lo conocí en una mañana mallorquina. Una  mañana de radio en la que le convencimos de que nos dejara su leve ironía, su profundo humor en aquellos micrófonos en compañía de Concha García Campoy.

Fui, lo sigo siendo, muy cortaziano. Y durante un tiempo muy cronopio. Hasta hice pintadas con spray, nocturnas y clandestinas,  a favor de los cronopios en años en que casi todos mis amigos hacían pintadas antifranquistas. Yo lo era, pero de la sección cronopia. Fue entonces cuando descubrí que había un escritor en esa senda, y en otras muchas, que merecía no estar en el olvido. Hay mundos paralelos. Cortázar desde su isla parisina. Serra desde su puerto de Andratx. Como tengo mucha prisa y mucho viaje por delante, buscaré un texto de Cotiledonia para que mi blog de mañana sea una pequeña casa de citas para encontrarse con sus sátiras sobre nuestros mundos. O para ironizar sobre nosotros mismos. O para desear ser otros que no somos. Habré sido progre, sí, pero soñé mundos donde no estaban algunos que gritan mentiras y negocian dolores.

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28 de noviembre de 2006
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El último desaparecido

Comía con amigos en Madrid, el otro día, y uno de ellos me preguntó "qué había sido de ese señor" desaparecido sobre el que yo había escrito algunas veces aquí, meses atrás. Comprendí entonces que era posible que hubiese mucha gente fuera de la Argentina que no tuviese más noticias sobre el destino de Jorge Julio López que las que yo proveía al pasar, en el contexto del blog. Y sentí una responsabilidad tremenda. Leyendo por Internet los diarios de mi país había recibido una noticia inquietante. (La segunda noticia a la que aludía ayer.)

Cuando desapareció de su casa, hace ya más de dos meses, se decía que si López había salido de allí por sus propios medios, como muchos -su familia incluida- pretendían, lo extraño era que no había cumplido con uno de sus ritos diarios: cerrar con llave al salir, y arrojar el llavero al interior de la casa por una ventana. Las llaves no estaban. Finalmente aparecieron, más de dos meses después. Estaban en el jardín. Los peritos científicos las analizaron de inmediato, llegando a dos conclusiones que ponen la piel de gallina. En primer lugar, no hay una sola huella digital, ni siquiera sobre la tira de cuero del llavero, lo cual implica que el objeto fue limpiado concienzudamente. Y en segundo lugar, que el estado de llaves y llavero sugiere que no hace dos meses que estaba en el jardín, sino un tiempo menor, quizás no superior a los quince días. Lo cual sugiere que cuando alguien lo arrojó, López ya llevaba mes y medio desaparecido. Si esto no es un mensaje mafioso, no sé bien qué es.

Una de las cosas que más me revuelve las tripas desde que López desapareció es el efecto de su fantasma sobre mi alma. Se trata del insidioso poder de la figura de la "desaparición", al que de alguna manera, pasado ya tanto tiempo desde la dictadura y en plena consciencia de que aquellos desaparecidos de los años 70 están muertos, había olvidado. La perversión del método de la desaparición es siempre la misma: como en los demás existe la duda sobre su estado -la familia de López insistía en que podía haber sufrido un shock emocional, imaginábamos a López sintiéndose paranoico y escondiéndose en un hueco-, la intensidad de nuestro reclamo y de nuestra preocupación disminuye. Uno no sale a la calle y manifiesta con la misma intensidad, si en el fondo sospecha que es posible que López aparezca en cualquier momento, mostrándose confundido. Si hubiese habido alguna prueba de que había sido secuestrado el país entero habría salido a la calle, en cantidades infinitamente superiores que las que asistimos a las primeras marchas. Pero no había pruebas, tan sólo una desaparición y ninguna pista, ningún testigo. Al menos hasta ahora.

En este sentido, la aparición del llavero es providencial. Porque en su envanecimiento, en el éxito de su primer cometido, es posible que uno de los secuestradores haya incurrido en un error garrafal. No digo que la vida vaya a seguir los derroteros de CSI y que en breve lapso los investigadores logren dar con López; no, yo soy de los que prefieren pensar lo peor y construir desde allí. Pero el mensaje mafioso del llavero, esa forma de decir "lo tenemos, y lo tendremos", me importa porque derrumba buena parte del castillo de terror construido por los violentos de la Argentina. En las películas de horror, el monstruo asusta más cuando no lo vemos. Al mostrarse sobre el final, el disfraz y el efecto digital y el encuadre mismo lo achican, lo vuelven posible, el horror de un organismo físico siempre es menos impresionante que los horrores que construimos en el interior de nuestras mentes. Y ahora estos monstruos se han mostrado. Ya sabemos que son ellos, nuevamente. Todavía no conocemos sus nombres ni sus edades (¿son parte de la vieja guardia militar, o son gente de las nuevas camadas, aquellos jóvenes a quienes el ex dictador Reynaldo Bignone conminó a "terminar con lo que nosotros no pudimos"?), pero ya sabemos que son ellos, los mismos de siempre. Sabemos cómo piensan y qué buscan. Encontrarlos y hacer justicia es sólo cuestión de tiempo. Si hay algo que el accionar de los organismos de derechos humanos nos ha enseñado, es que si uno persiste con paciencia de hormiga la justicia al fin llega.

En mi cabeza, y en la de millones de otros, López ya es un desaparecido más, al igual que aquellos de los años 70. Nuestra lucha, ahora, será la de lograr que sea el último. El último desaparecido de la historia argentina. Como dijo Estela Carlotto, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo: si no dejamos de luchar por la verdad y la justicia en plena dictadura, mucho menos ahora.

No les tenemos miedo.

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28 de noviembre de 2006
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LA EDAD SIN MUERTE

La esperanza de vida en España se ha duplicado en un siglo: de 40 a 80 años.

Un cambio así no solo representa un aumento en los años de vida sino en la clase de vida. Muriendo a los cuarenta años puede acaso soportarse un matrimonio pero ¿cuarenta años más? El trabajo o las parejas no son para siempre porque todo dura poco en la sociedad de consumo pero, además, porque “siempre” ha aumentado exageradamente.

En cuarenta años de vida acaso solo había tiempo para una vida pero en ochenta años cabe alguna vida o algunas vidas más. No pocos jubilados o prejubilados confiesan que empiezan a vivir a su gusto cuando tienen en torno a los cincuenta o sesenta años. Nuevos amores, nuevas familias. Nuevas ocupaciones, nuevos proyectos.

Más que la edad, la vejez queda determinada por la falta de proyectos de vida. Se envejece casi a cualquier edad: justo cuando no se tiene o se ha perdido la ilusión.

La frontera de los sesenta años que hace menos de medio siglo marcaba la vejez ha ascendido hasta los ochenta y el desmoronamiento del esqueleto más el surtido de achaques correspondiente a esa edad se han trasladado, en general, a dos décadas más tarde.

No hay ilusión ni proyecto posible sin salud pero en las encuestas un 90% de las gentes entre 60 y 85 años declaran sentirse bien. Cada vez se sentirán probablemente mejor gracias a la asunción de mejores hábitos de vida y a la ayuda de la medicina.

Con cada año que se cumple actualmente se ganan casi tres meses de aumento en la esperanza de vida, sobre todo para las mujeres. Un 5% de las mujeres que actualmente tengan entre cuarenta y cuarenta y cinco años llegará a los 100.

¿Cómo no pronosticar que su vida se compondrá de diferentes episodios de vida? ¿Cómo no deducir que el conocimiento del mundo y de uno mismo, las relaciones con los demás y hasta con la muerte se alteran sustantivamente si se es o no centenario?

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28 de noviembre de 2006
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SOLZHENITSYN

Hay días así, todo lo que tiene que enchufarse se enchufa de manera perfecta. Cada noticia es el eslabón de una misma cadena. El primer eslabón lo tengo desde la semana pasada; viene de Londres. La muerte, por ingestión de un producto radioactivo, del ex espía soviético Litvinenko. Como muchos, estoy pendiente de lo que publica el sitio de la BBC. Ayer lunes anunciaba una fase judicial. Pero ya tuvimos lo mejor, la carta de ultratumba del ex espía Litvinenko al ex espía Putin, que ahora manda en Rusia; palabras de una víctima a su verdugo antes de la muerte: tarde o temprano, será tu turno...

No hay que despreciar estos episodios. Conocemos la obra de Graham Greene, hemos dedicado horas a Le Carre. Sabemos que el alma del espía, como la del terrorista, es un mundo divido en pequeñas habitaciones. Se parece a un prostíbulo. Única diferencia: se vende miedo y mentira en lugar de sexo y falso amor. De repente, el domingo, otra noticia: la larga reseña de la última novela de Pynchon en el suplemento de libros del New York Times; otra vez aparece el tema (en el folio cuatro sobre todo). Buenas referencias al “agente secreto” de Conrad.

Hay que entender: los rusos son los maestros en el trueque de una vida miserable por la promesa de un futuro feliz. Allá, joder la vida de varias generaciones con una revolución es una contribución a la felicidad del género humano. Lo que se consigue, claro, no es un futuro feliz sino el final mediocre de una revolución que acaba con la toma del poder por parte de hombres del KGB. Todo lo que leemos hoy con Litvinenko está muy por debajo de la realidad. Escribo desde Francia donde un diputado ruso, Suleyman Abusaidovich Kerimov, acaba de quemarse en el incendio del Ferrari que conducía en la ciudad de Niza. Tenía a su lado una presentadora de televisión, dice una agencia rusa. Es la otra cara del caso Litvinenko, la otra cara de la revolución soviética en su final vergonzoso.

Todo se enchufa de manera perfecta pues, al final de mi recorrido por las noticias, leo en el sitio de Clarín una entrevista con Alexander Solzhhenitsyn. «Me preocupa el futuro de Rusia» dice el premio nobel. Cita textual del escritor: «Los hechos en Rusia desde la década de 1990 han tomado un rumbo aún peor. Antes de que se produjera la recuperación nacional, tanto moral como económicamente, las fuerzas de las tinieblas rápidamente ganaron ventaja: los ladrones más inescrupulosos se enriquecieron saqueando libremente la propiedad del país, ahondando el cinismo de la sociedad y el daño moral ya perpetrado. Eso fue una catástrofe para toda Rusia”.

Como siempre, Solzhenitsyn se dedica a establecer una diferencia entre lo que fue la revolución soviética y Rusia. No sé si lo consigue con las noticias que vienen ahora del este. No podemos considerar las almas oscuras de la obra de Dostoievski como meros accidentes de la historia. Son productos de una civilización. Conspiraciones, violencias, terrorismo, sociedades secretas, etc. El veneno radioactivo, el Ferrari que se quema con un diputado riquísimo y una estrella de la televisión, son la versión moderna de aquellos hombres que soñaban con matar al zar. Rusia es una civilización fenomenal pero con la desaparición de la revolución vemos su cara mucho mejor. Y no hay duda: tiene un lado oscuro.

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28 de noviembre de 2006
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Artistas invitados

Abate Marchena
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Albert Pla
Aleppo
Alto Standing
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El Pozo y el Numa
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No lo pinchas de gas el mechero
Nosoyruso, señor
Okupaplazas
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Timonel de fortuna
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Tomas
Toni soprano
Una gallega en Mexico
Velarde
VernonS
Vic
(Viz) condesa
Ximena
Zenon de Elea

Y tantos otros que ahora mismo no recuerdo, ya me perdonarán, a todos: el abrazo de los conjurados.

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28 de noviembre de 2006
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¿Todavía podemos salvarnos del cielo?

Ese sabio roncador, coleccionista de muñecos de luchadores mexicanos, amante de los gatos y uno de los más clásicos modernos de México -ayer le vimos en esa foto en Guadalajara rodeado de los más destacados escritores de la izquierda hispana, con el añadido de la Gordimer-, ese escéptico de la "gauche" inteligente y menos "divine" que uno imaginarse pueda, Carlos Monsiváis, es uno de los mejores rescatando frases, máximas, epigramas, mínimas y pensamientos despeinados que otros escribieron y que a uno le hubiera gustado pensar. Qué buenos libros se podrían publicar robando bien, plagiando con estilo lo que otros trabajaron con sudor o talento.

Muchas frases dejan los libros y artículos de Monsiváis. No entiendo por qué el más interesante de los pensadores livianos -los otros, muchas veces, son muy pesados- no tiene el éxito que se merece entre nosotros. Tampoco lo entiende su editor español Jorge Herralde. Hace poco presencié su rara genialidad en Roma, en unos encuentros en Villa Medicis hablando de mística y cultura contemporánea. Un  genio, un periodista tan grande como grande es el cuentista Saki. De esos raros hablaba con Diana Zaforteza, rescatadora de raros, de ejemplares escritores contra corriente desde su pequeña y excelente editorial, Alpha Decay. Otro raro del que hablaré otro día, atendiendo a una petición de los blogueros, es de Cristóbal Serra.

Pero hoy tocaba Monsiváis. El mismo que me hizo recordar esa frase de Virgilio Piñera: “Todavía puede esta gente salvarse del cielo”. Una frase que me ronda desde que he visto/leído las informaciones sobre la lamentable manifestación que por las calles de Madrid hicieron algunos familiares víctimas del terrorismo en compañía de demasiada “mala gente que camina”. Si ellos van a algún cielo, espero estar todavía en disposición de salvarme del cielo. Lo complicado es llegar a ser tan malo como muchos de ellos. Para ser así hay que ser muy tonto. Uno hace lo que puede, pero nunca llego a esos niveles de miseria moral y mentira de andar por las calles de Madrid. No los soporto. Me voy a Jalisco unos días. Y no me pienso rajar. Espero que esa tropa se vaya calmando mientras los miraré con la distancia de algún tequila. Yo también  estoy empezando a cuidarme.

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27 de noviembre de 2006
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La ciudad de plástico

La vez anterior que vine a Miami, desde mi hotel se veían los islotes que llaman cayos. La mayoría de ellos están sembrados de edificios modernos color pastel y unidos por larguísimos puentes formando un paisaje de ciencia ficción tropical, como si se hubiesen derretido los polos y el agua hubiese invadido la ciudad.

Algunos de los cayos, como Key Biscayne, en vez de edificios tienen mansiones gigantescas con yates en la puerta. Existe un tour en bote por las casas de los famosos: Shakira, Alejandro Sanz, Julio Iglesias, Shaquille O’Neal. La gente contrata el tour no para ver a sus personajes favoritos, sino para saber cómo viven. 
   
Esa vez, el año pasado, tuvimos una noche decadente con mi amigo el escritor Daniel Alarcón. Primero fuimos a una fiesta en una casa decorada con armaduras medievales y cuadros abstractos. La casa llegaba hasta el mar, pero además tenía una piscina, en medio de la cual flotaba un caimán sobre una colchoneta. Nunca supimos si estaba vivo o disecado. Nadie se ofreció para averiguarlo. En algún momento, pasó a mi costado la guionista de Sex and the city completamente borracha. El comentario general era:

-Ahí está otra vez la guionista de Sex and the city completamente borracha, como siempre.

A las doce de la noche en punto, todos los invitados cogieron sus cosas y se fueron. Daniel y yo nos fuimos al hotel Delano con un joven escritor americano de esos que tiene 21 años y ya ha ganado diez millones de dólares. Tras atravesar un lobby lleno de mesas de billar y gente bien vestida, dudamos si sentarnos en los divanes que bordeaban la piscina o dentro de ella, en las mesas de hierro forjado. Al final, de todos modos, no nos quedamos mucho. Una cerveza costaba como veinte dólares. El escritor americano decía:

-Odio a los periodistas que se han leído mi novela. Siempre tienen opiniones. Prefiero que no la hayan leído. Así, yo les digo lo que tienen que escribir.

Fue instructivo.

Este año, desde mi ventana se aprecia un nuevo boom inmobiliario del centro. Los edificios de bancos, hoteles y multinacionales brotan como hongos del follaje. Pero en el suelo, nadie camina. Más allá, en Coral Gables, ni siquiera hay veredas. En el Downtown sí las hay, pero son simbólicas. Esta es una especie de ciudad fantasma por la que nadie va a pie. A lo sumo, circulan entre los edificios unos vagones aéreos de transporte público, con los rieles iluminados de colores, como en una película del futuro. Ayer vi una manifestación de protesta: eran como veinte personas desfilando por una avenida vacía. Parecían una excursión escolar.

Cuando pregunto en el lobby por dónde puedo pasear, el recepcionista me mira como si le estuviese pidiendo una bolsa de cocaína. Simplemente, nadie se lo ha preguntado nunca. Me ofrece un taxi.
      
El taxi me lleva hacia South Beach por una enredadera de autovías flotantes, y puedo ver el perfil de la ciudad: los edificios costeros recortados contra el cielo, y el nuevo local de la ópera, que tiene un aire al Epcot Center. Todo iluminado de azul, violeta o amarrillo.

Finalmente, me bajo en Lincoln Road y entro en un restaurante de diseño. Se llama Sushi Samba, y ofrece una mezcla de cocina peruana, japonesa y brasileña. El lugar es color naranja, y del techo cuelgan lámparas como sombreros chinos invertidos. Un equipo de cocineros japoneses corta pescado en el centro del local. Hay un DJ al lado. La comida que me dan también es de diseño.

En Miami, todo parece nuevo. Por eso, mucha gente cree que esta ciudad no tiene alma, que es de plástico. Sin embargo, a mí me gusta: yo creo que en eso precisamente radica su alma, un alma auténtica y particular, distinta a cualquier otra ciudad del mundo. Un alma sintética quizá, pero fresca, como un ron con Coca Cola.

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27 de noviembre de 2006
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La pesadilla de Jack Bauer

Ahora estoy en Madrid, pero las noticias me obligan a regresar a la Argentina de manera inevitable. La primera noticia que me reclama es para descostillarse de risa: ya deben haberla oído, las hijas de George W. Bush están en Buenos Aires y a pesar de todo el despliegue agentesecretil (que aunque discreto, porque las chicas querían pasar desapercibidas, no puede haber sido menos que férreo) fueron víctimas en San Telmo de uno de los personajes más temerarios y con más recursos de nuestro país, el "punga", o ladrón de poca monta. Me pregunto qué habrá hecho el pobre hombre cuando sacó las tarjetas de crédito que decían Barbara Bush. Lo más probable es que ni siquiera haya sumado dos más dos, los pungas no suelen ser lo que se dice bien informados en materia de política internacional. Pero imagino que más temprano que tarde habrá visto la noticia en la TV -porque la noticia estaba en todas partes, y casi siempre utilizada para producir humor- y entonces habrá empezado a sudar, imaginando que el agente Jack Bauer (Kiefer Sutherland en la serie 24) aparecería en cualquier momento con sus comandos para torturarlo, preguntándole si el robo formaba parte de una conspiración y si trabaja a sueldo de Al Qaeda.

Lo más gracioso es que las desventuras de las Bush (Barbara y Jenna) no acabaron allí. Un par de noches después fueron a cenar a Palermo con sus amigas argentinas, y mientras comían en una mesa dispuesta en la calle (ya sin ninguna discreción, porque ahora el gobierno de Kirchner, finalmente enterado -que antes no lo estaba- de la presencia de estas chicas, no quiso correr más riesgos y las rodeó de agentes de la Policía Federal), el sonido de una sirena les puso los pelos de punta. Hubo una pequeña escena de pánico, vaya a saber qué pensaron entonces -¿se habrán creído que Bin Laden les clavaría un avión en plena calle?-, hasta que entendieron que se trataba de los bomberos, que acudían a apagar un incendio denunciado a media cuadra del lugar. Las malas lenguas dicen que en su momentánea fuga una de las Bush perdió un zapato, convirtiéndose durante algunos minutos en una suerte de anti-Cenicienta.

Lo dicho: la Argentina es un sitio tan complicado e idiosincrático, que allí hasta Jack Bauer fracasaría.

De la segunda noticia hablaré mañana. Esta roza lo trágico, y prefiero empezar la semana con la ilusión de una sonrisa.

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27 de noviembre de 2006
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ESTETIZACIÓN TOTAL

La “estética relacional” es el nombre que se concede a una nueva estética. O el renombre, mejor dicho, de la estética de toda la vida.

¿Crear para sí mismo o para los otros?

En rigor, nunca pudieron separarse los dos impulsos pero se ha pasado por épocas en que la dificultad de compresión de la obra incrementaba institucionalmente (críticamente) su posible valor.

El arte selecto o para elegidos se correspondía con el artista/dios. Un ser divino cuasidivino que no trabajaba como los demás trabajadores sino que “creaba”, un artífice que mientras el resto de productores hablaba de ideas él se refería a su “inspiración”.

Pero, efectivamente, ¿cómo hacer hoy algo visible, perdurable, tangible, sin un factor de beneficio en relación al receptor? Y, por otra parte, ¿cómo no reconocer que cualquier artista, en cualquier tiempo, ha deseado el reconocimiento o el agradecimiento del consumidor?

Menos cuatro o cinco, la totalidad de los artistas han llegado a serlo, bien que mal, debido a alguna enfermedad. Hasta Matisse empezó a pintar en la convalecencia y no se diga ya de los innumerables escritores que se hicieron novelistas o poetas a propósito de algún mal pulmonar.

Matisse fue tan consciente de que la pintura le aliviaba de sus dolencias que incluso fue pasando sus cuadros para alivio de ciertos amigos enfermos.

¿Debería el arte meditar sobre la naturaleza de sus patologías ordinarias y, como especialista en ellas, destinarse a la curación? Lo está haciendo ya.

De hecho, la estetización general del mundo, desde el diseño de los autobuses al diseño de las camisetas, se orienta a propiciar una u otra clase de complacencia o bienestar. Y de experiencias adicionales para vivir más vidas.

El arte –ahora se constata con claridad- interviene astutamente sobre las sensaciones y fomenta, con su diferente contribución, la oportunidad de enriquecer la vida o multiplicarla por dos.

No hace falta referirse seriamente al contenido de las galerías o de los museos. Bastaría referirse a los museos como simples espacios turísticos que dan que hablar o completar la excursión.

La pintura, la escultura, el cine, el net-art, el videojuego, la arquitectura, componen una constelación de ofertas de incansable vitalidad.

La obra no inteligible, impenetrable incluso, también podría dar ocasión a algún incidente pero se trata sobre todo, ahora, de buscar más deliberadamente que nunca la acción, “el accidente narrativo” sonoro o visual. O lo que es lo mismo, la estimulación sensible y recíproca entre el arte y la vida, entre la estética general omnipresente y el reino de la comunicación personal.

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27 de noviembre de 2006
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El Boomeran(g)
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