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De magia (por arte)

Por 4 de diciembre de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Dos recientes películas sobre magos, The Illusionist y The Prestige, están basadas en materiales literarios: la primera sobre un relato de Steven Millhauser, y la última sobre una narración de Christopher Priest. No leí esos textos, así que no estoy en condiciones de juzgar sus méritos, pero vi ambas películas (corrí a ver The Prestige apenas se estrenó, tal como lo había anunciado semanas atrás), y no albergo duda alguna al respecto: The Prestige es infinitamente superior. Quizás porque, de ambas, es la que entiende mejor cuál es la pulsión que mueve a un ilusionista a llegar a los extremos que llega, y porque procede, en consecuencia, con la certeza de que su narración debe respetar las convenciones de ese arte: la magia de salón, y el cine, y la literatura, son ante todo artificios, un truco –porque nadie cree que lo que lee esté ocurriendo en ese mismo instante, así como tampoco cree que una película le esté enseñando la realidad en directo sino apenas una serie de sombras, luces y sonidos a las que otorga sentido en el interior de su cerebro-, un truco, digo, que nunca se aprecia más que cuando es ejecutado con gracia, elegancia y gusto; lo cual equivale a decir que el mejor de esos artificios es el fabricado por el ilusionista que sabe, y que disfruta, del poder de producir ilusiones.

The Prestige cuenta la historia de dos magos de salón, que compiten entre sí por la realización del mejor truco posible con la misma tenacidad lindante con la obsesión de los duelistas de Conrad. Alfred Borden (magnífico Christian Bale) y Robert Angier (Hugh Jackman) no pueden ser más diferentes entre sí –uno es un joven de clase baja, apenas educado, mientras que el otro es un noble tentado por las luces del show business-, pero la fiebre que los consume es la misma: el deseo de consagrarse como el mago más talentoso de su era. Tal como lo dirigió Christopher Nolan, The Prestige es un relato que procede a partir de los mismos entusiasmos de Borden y de Angier: todo es lícito con tal de asombrar al público –aun cuando eso implique, inevitablemente, la comisión de un engaño.

El guión que Nolan coescribió con su hermano Jonathan tiene una estructura compleja, casi de cajas chinas, que calza como un guante a su historia de fantasmagorías y decepciones. Si uno escarba demasiado es posible que no encuentre mucho por debajo de la superficie, pero a fin de cuentas, ¿qué acto de magia se destaca por su sustancia? Lo de los Nolan es ante todo una celebración de lo ilusorio, un himno al poder de la ficción, que nos encanta y nos eleva y nos transporta aun cuando sepamos, por lo menos la mayor parte del tiempo, que en buena medida estamos siendo embaucados –o, por ponerlo de un modo menos impiadoso, impulsados a creer en una realidad que es tan sólo producto de nuestra imaginación.

Así como en el fondo de cada truco exitoso existe una decepción, Nolan nos frustra cuando recurre a un elemento sobrenatural (que aunque disfrace de científico sigue siendo imposible ante nuestros ojos) para llevar la trama a su conclusión. Pero imagino que esta trampa debe ser aceptada del mismo modo en que aceptamos las otras, cuando acordamos suspender nuestra incredulidad para que el ilusionista de turno nos llevase a otro mundo por el precio de una entrada de cine. El mismo Angier pide disculpas a su manera sobre el final del film, cuando asume ante Borden el móvil común y confiesa que sería capaz de hacerlo todo, ¡todo!, con tal de escuchar las exclamaciones de asombro y ver los rostros asombrados, casi niños, del público que presencia su acto.

No existe narrador de verdad que no concuerde con Angier. Vivimos para encantar, aunque nos vaya la vida en el intento.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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