Vicente Verdú
Durante los últimos diez años ha predominado la plaga del “adultescente”. El adulto que con más de treinta años no abandona el lugar de sus padres y se comporta, de hecho, como si se tratara de un adolescente.
En Italia, en Francia, en España (Eduardo Verdú, Los Adultescentes ) no ha dejado de hablarse de ello. La cohorte general de esa época, sin embargo, va estableciéndose, obtienen empleos más o menos permanentes y algunos han comenzado a tener hijos dentro de matrimonios registrados legalmente. La generación que viene detrás, la que actualmente se encuentra en los 16 a 20 años no piensa de la misma manera ni encuentra a los padres tan encantadores como para seguir indefinidamente en casa.
De su experiencia se deduce que los padres son relativamente felices bajo el mismo techo y el techo mismo se les cae encima. Empiezan a proyectar una emancipación a la americana que empieza antes de terminar la universidad (en Estados Unidos al ingresar en ella) y que gracias a empleos temporales y viviendas compartidas propicia, como poco, una relativa independencia antes de haber cumplido los 20 años.
Esta generación desfamiliarizada, instruida en las composiciones mecano y más propensa a distanciarse de la paternidad, inaugura en el sur de Europa una tendencia individualista que prende la mecha de una inédita organización meridional del consumo, la sociedad, la política y la cultura. Pronto se sentirá su influencia.