Javier Rioyo
He superado la Feria del Libro de Guadalajara. He regresado casi entero y me han vuelto a crecer los libros. Muchos eran esos modernos clásicos mexicanos con los que siempre cargo: López Velarde, Owen, Gorostiza, Novo, Villaurrutia y el, para mí, incorporado Carlos Pellicer. Y otros, esos maduros que nunca defraudan, Monsiváis o José Emilio Pacheco, cada uno a lo suyo. Y ya casi cerrada la feria, dos hermosos libros de un poeta del que apenas conocía el nombre, Alí Chumacero. Creo que todavía vivo, autor de pocos libros porque ha preferido publicar a otros- “ser pastor de la palabra ajena”- y excelente lector. Algo que no es tan fácil como parece. Me han gustado los poemas y los pensamientos sueltos de este poeta que ya es de los míos. Dice Chumacero de sí mismo: “Más que un escritor soy un lector, de manera que he leído muchos libros y he escrito muy pocos. Esto se agradece. Cuántos lectores quisieran que unos escritores hubieran escrito menos y hubieran leído más libros”.
Encontré muchos más, pero no creo que se tengan que compartir todos los encuentros. Sí, algunos reencuentros. Esos que se producen en las librerías de viejo, en los rastros, en los lugares donde habitan libros que han sido desechados por otros y deseados por muchos. Buscar al azar en una librería de viejo es un placer que se tiene o no se tiene. Se comparte o no. Es un vicio que tiene mucho de privado aunque seamos muchos los que lo practicamos. En uno de esos lugares me volvía a encontrar con Juan José Arreola, ese viejo confabulario que tantos placeres me supo dar. Y el azar me llevó a encontrarme con el mundo de Arreola, su despacho, sus objetos, cuadros y libros puestos en venta. Algo que pasa con mucha frecuencia. El mundo de un escritor, sus objetos o libros guardados en vida, no sirve para los herederos. Quizá no tienen por qué. A cada uno su propia vida, sus manías, sus lecturas, sus objetos… No es fácil heredar las pasiones ajenas, aunque sean de familia.
Arreola en venta. Y yo pongo en saldo otra de sus fabulaciones, una muy corta llamada “Armisticio: Con fecha de hoy retiro de tu vida mis tropas de ocupación. Me desentiendo de todos los invasores en cuerpo y alma. Nos veremos las caras en la tierra de nadie. Allí donde un ángel señala desde lejos invitándonos a entrar: Se alquila paraíso en ruinas”.
No lo alquilan. Lo saldan. Se terminó el armisticio.