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Dame MASH

Durante la melancolía inducida por la muerte de Robert Altman, no resistí la tentación de volver a ver MASH. Original de 1970, MASH fue su primer éxito. En aquel entonces Altman era un director en zona de riesgo, habiendo dirigido tan sólo un par de largometrajes que no obtuvieron mayor repercusión y algunos episodios de series televisivas, desde Alfred Hitchcock Presents hasta Maverick. A esa altura ya se había peleado con el mítico Jack Warner y corría el riesgo de permanecer para siempre en los márgenes, luchando contra la oscuridad que amenazaba devorarlo. Cuando le llegó el guión de MASH, fue porque muchos otros directores lo habían rechazado: el material era en verdad risqué, una comedia negra que transcurría durante la guerra de Corea y que mostraba a los médicos de un batallón especializado actuando con disparatada irresponsabilidad y perfecto desprecio por la guerra en general y por las convenciones militares en particular. Imagino que la reacción de Altman ante el guión habrá sido ambigua; debe haber percibido su potencial, y al mismo tiempo deber haber temido que se convirtiese en el último clavo en la tapa de su ataúd. Filmar MASH en su circunstancia equivalía a disponerse a matar o morir. Es obvio que actuó con coraje –o bien con la temeridad de sus mismos personajes.

Vista hoy, MASH sigue siendo una película revulsiva. Lo es en sus formas: por la carencia de un plot definido, por su elección de planos distanciados y edición mínima, que lejos de subrayar los puntos dramáticos obliga al espectador a efectuar sus propios cortes –a elegir su parte favorita de la acción- en el interior de su propia cabeza. (Supongo que se trata de una consecuencia del modus operandi de Altman: dado que impulsaba a sus actores a improvisar, no podía saber cuándo ocurriría algo estupendo –y por eso no podía registrarlo con un primer plano previsor.) También es revulsiva su mirada: aunque nunca dejan de cumplir con su obligación en el quirófano, una vez que salen de allí Hawkeye Pierce (Donald Sutherland) y Trapper John (Elliott Gould) se dedican a demoler cuanta institución se les cruza por delante. Se permiten reír en plena guerra, se mofan de la religión, se cagan en los escalafones y destruyen con brío cada uno de los pilares sobre los que se asienta la vida militar.

MASH sigue siendo un film interesante, que refuerza mi sensación de que los 70 fueron la última gran década del cine estadounidense. El tiempo construyó su propia ironía sobre aquel relato: hoy el cirujano beato y calenturiento que intepretaba Robert Duvall, que salía de la película en camisa de fuerza, podría ser presidente de los Estados Unidos, con Hot Lips O’Houlihan (Sally Kellerman) como Primera Dama. Hoy Donald Sutherland es ante todo el padre de Kiefer, la estrella de la serie 24, y Elliott Gould no es para las nuevas generaciones sino “el padre de Ross y Mónica” en la serie Friends.

Parafraseando el título de una película de Stanley Kramer: It’s a Mash, Mash, Mash, Mash world.

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29 de diciembre de 2006
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MÁS BOLAÑO

Cada día el bolañismo (el estudio de la obra del escritor chileno Roberto Bolaño, muerto en 2003 a los cincuenta años) se parece más a una investigación hecha por detectives para nada salvajes. Después de revisar su obra, unos veinte libros de prosa y poesía, se pasó a un rastreo minucioso de la expresión suya a lo largo de su vida. Su editor, Jorge Herralde, ya publicó una mezcla de recopilación de textos, entrevistas y testimonios que se vende en muchos países. Temo que la difusión de Bolaño por sí mismo. Entrevistas escogidas sea mucho más discreta, por ser un producto de Ediciones Universidad Diego Portales, una editorial que no ocupa un lugar central en las librerías hispanoamericanas.

Sería una lástima. El trabajo de edición, hecho por Andrés Braithwaite, es de primer orden. «No sé quién soy, pero sé lo que hago» dice Roberto Bolaño en una entrevista al diario electrónico El Mostrador. Es la primera entrevista del libro y es excelente. Su título establece a Bolaño como alternativa a Descartes («je pense donc je suis» pienso, luego soy), como entrevistado que entrega una luz transparente al periodista que lo escucha. Bolaño es un combatiente de primer orden. Tiene cultura, una mente independiente, ningún deseo de decir lo correcto -machaca a los políticos- y una manera fenomenal de privilegiar el uso del no en lugar del sí.

Pregunta de Playboy: «Por qué le gusta llevar siempre la contraria?»
Repuesta, en forma de paradigma, de Bolaño: «Yo nunca llevo la contraria».

Bolaño es un gran lector, es decir un lector de calidad. Se ubica en la literatura. Sabe que Joyce es poeta más que novelista, que Sterne y Rimbaud viajaron por mundos distintos y que «cada texto, cada argumento exige su forma». No viene de Chile, tampoco de México o de España. Pertenece a la tierra de los perdedores magníficos («Beautiful losers» como decía Leonard Cohen). «Yo soy, afirmaba en una entrevista al diario El Mercurio, de los que creen que el ser humano está condenado de antemano a la derrota sin apelaciones, pero hay que salir y dar la pelea y darla, además, de la mejor forma posible, de cara y limpiamente, sin pedir cuartel… ».

Un sitio propone muchas entrevistas de Bolaño y también la introducción de Bolaño por sí mismo. Es de Juan Villoro y me parece tan imprescindible como el montaje incluido en el libro: Balas pasadas. Se trata de una serie de párrafos extraídos de entrevistas publicadas por un sin fin de periódicos y revistas. Un puro trabajo de montaje que produce un efecto coherente, potente, alegre y deprimente, pues Bolaño no conoce la mentira: «el mundo está vivo y nada vivo tiene remedio».

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29 de diciembre de 2006
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BUSCANDO PARAÍSOS (1)

Como estoy de vacaciones pero tengo que seguir enganchado, y como sigo enganchado al libro de Gil de Biedma, pues sigo tirando de él para no caer en la funesta manía de pensar, al menos de no hacerlo mucho. Una de las propuestas que más me gustan es esa de intentar acotar un paraíso posible y en esta tierra, por supuesto. Según Jaime Gil de Biedma, y en colaboración con Auden, así se imagina los contornos del paraíso:

“Paisaje: Altiplanicie ligeramente ondulada: páramos y tierras de sembradura alternando con viñedos y pinares; dos o tres tesos rocosos y algunas encinas; ríos de escaso caudal, ringleras de álamos. Del lado de levante, cordillera a los lejos, cubierta de nieve en invierno. Del otro lado de la cordillera, estrecha franja mediterránea. Paisaje de los alrededores de Benicasim. (Ay! si ahora lo visitara). En algún otro sector, costa desolada, patagónica, a la que sólo se puede acceder por helicóptero: acantilados, rocas y luz plomiza. Pesca ballenera; por lo menos un naufragio al año. En esta parte no he estado nunca, pero las noticias que llegan de allí, intermitentemente, me apasionan.

Clima: Extremoso, en frío y en calor. Inviernos secos, veranos húmedos.

Origen étnico de los habitantes: Lumpen

Lengua: Argótica, pero muy elaborada, tanto en metáforas como en vocabulario y sintaxis. Algo como un estilo literario degradado.

Pesas y medidas: Las de distancia necesariamente vagas.

Religión: Revelada, pero muy confusa. Sincretismo. Culto a las fuerzas de la naturaleza en algunos puntos del país. Abundante mitología. Creencia en fantasmas.

Dimensiones de la capital: Cien mil habitantes. Cien mil más, diseminados por el resto del país.

Forma de gobierno: Parlamentaria. Una Cámara Baja, compuesta por hombres de más de sesenta años; un Senado, integrado por jóvenes de diecisiete a veinticinco. Los hombres entre los treinta y sesenta años se dedican al comercio y a las artes y profesiones liberales. No tienen voz ni voto en el gobierno, pero se les reconoce el derecho al matrimonio y a la propiedad privada. Son los únicos que pagan impuestos. Servicio industrial obligatorio. De los veinticinco a los treinta años, un tercio de ellos con destino a la costa patagónica.

Servicio sentimental obligatorio. Afecta solo a las chicas y chicos de reconocido atractivo físico, entre los diecisiete y los veinticinco años. Están obligados a tener por lo menos un asunto amoroso al año con alguien que no tenga éxito en ese género de empresas o que sufra de un exceso de soledad”.

Un momento, me llega el turno de mi asunto amoroso… Si quieren saber cómo sigue este paraíso busquen las fuentes originales. El libro de Jaime Gil. Yo tengo una edición del año ochenta, de la editorial Crítica. Estoy seguro de que habrá otras… En cualquier caso, el próximo año, el primer día que pueda, sigo con esta inmersión en un paraíso posible. Que soporten la Nochevieja, que al menos tiene más golfería que la otra, la llamada buena.

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29 de diciembre de 2006
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Que conste

Ningún mensaje cae en saco roto.

A veces sorprende la vivacidad del corresponsal. Otras nos confunde verlo saltar por encima de nuestra cabeza. Tan ágil.

Es imprevisible y sólo a veces disparatado. Su juicio es desconsiderado pues no siempre se le tiene en cuenta como es debido.

Algunos, a cambio, se sienten queridos. Y éstos colman la mesura, nos complacen.

Los hay que aborrecen ver a lo actual invadir su intimidad. ¡Nada de política!, dicen. Detestan la jerga del mundo. No les falta razón.

Quizá el blog sea un cierto modo de hablar. Un estilo, una postura del intelecto. No es académica, ni periodística, ni literaria en sentido estricto. (Yo, sin embargo, insistiré: la vida privada es un acto de inteligencia política cuando se hace visible).

La conversación universal que convoca el blog requiere ensayos fallidos. Al fin y al cabo es la primera vez que esto ocurre. Ahora bien, en ningún caso nos libraremos de manejar las leyes del lenguaje. El requisito, como siempre, es saber decir lo que uno quiera.

Lo contrario sería un abuso.

Daremos cuenta de todo ello.

@ Albert Pla. Sigue pendiente la disertación que le debo sobre Cristóbal Serra.

@ Dolag. Por las afinidades literarias que su fino olfato descubre. Y por la cita de Cernuda.

@ Enea. Por la incertidumbre que siembra su ironía.

@ Maleas. Por el limpiabotas con el que tan delicadamente conversa.

@ Chiqui. Por sus circunspectos consejos.

@ Amigo de Miguel Torga. Por sus reproches.

@Provoqueen. Por la seriedad con que se toma todo esto.

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29 de diciembre de 2006
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LOS INOCENTES

Sólo en algunos periódicos de provincias continúa la costumbre de publicar noticias aparatosamente falsas el Día de los Inocentes.

El resto de los periódicos ha perdido el sentido del humor a la vez que en sus lectores ha desaparecido la candidez de antaño.

El mundo es generalmente escéptico, incrédulo, receloso. Pero también un conjunto curado de espanto.

Las noticias falsas y disparatadas no se publican ya, según los directores, por una cuestión de deontología  pero, en realidad, porque no encuentran la oportunidad para espantar gracias a ellas.

Como consecuencia, podría decirse, todo cuanto en la actualidad se publica es cierto, contrastado y exacto. Pero no. Nunca se han conocido mayores escándalos de montajes periodísticos que en el último lustro y ni The New York Times o Los Angeles Times se han librado de ello.

Lo falso se conmuta con lo auténtico de la misma manera que las prendas originales de Louis Vuiton son indistinguibles de las réplicas. El mundo se dobla en un largo bisel de cuyo fulgor parte un fogonazo falaz que funde el ojo y el juicio. O también, mezcla la exigencia con la lasitud, la profundidad con la superficie, la eternidad con el instante, el supremo vacío con la máxima saciedad.

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28 de diciembre de 2006
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El rey de la novela

El otro placer que me deparó la lectura de Trying to Save Piggy Sneed, de John Irving (que en esencia es un libro de cuentos, enmarcados por dos breves ensayos), es su pieza final, The King of the Novel, un artículo dedicado –de la manera más laudatoria, como su título revela- a Charles Dickens. Me encantó no sólo porque comparto su juicio, sino por la convicción y elegancia con que despliega sus argumentos. La primera parte, de hecho, se titula Por qué me gusta Charles Dickens; y por qué a alguna gente no, lo cual significa empezar con el pie derecho, dado que las razones por las que muchos rechazan novelas como David Copperfield y Great Expectations también son elocuentes respecto de la excelencia del viejo escritor; a menudo aquello que despreciamos dice tanto sobre nosotros mismos como aquello que amamos con pasión.

Irving cuenta que Great Expectations fue la primera novela que le hizo pensar que le gustaría haberla escrito de su puño y letra, y que por ende encendió en su alma el deseo de convertirse en escritor. El efecto que le produjo dejó su marca sobre lo que se convertiría en su propia obra, porque lo que Irving sintió fue, “específicamente, el deseo de conmover a un lector de la misma forma que me habían conmovido”. Aquí Irving toma su primera decisión como narrador: está pensando en llegar a otro, a un lector potencial cuya existencia considera y pondera desde el primer momento, y además entiende que no quiere llegar a él para ninguna otra cosa que no sea conmoverlo. Para Irving, Great Expectations “no se desvía nunca de su intención de mover al lector a la risa y a las lágrimas”. Lo cual nos conduce de cabeza a aquello que muchos desprecian en el clásico narrador inglés: “La intención de una novela de Charles Dickens –asegura John Irving- es conmover de manera emocional, no intelectual”.

Vivimos en una época cruel, en la que ningún rasgo es más marcado que la distancia que ponemos –y que deberíamos poner, según insiste el discurso único- entre nuestra persona y todas las demás. En este contexto Dickens no puede más que parecer una rara avis, “porque si hay algo a lo que no le teme –dice Irving- es a los sentimientos”. Dickens no conoce la reserva, no tiene miedo de mostrarse tal cual es, no es nunca cuidadoso. “En los elogios actuales, posmodernistas, que se dedican al oficio de escribir –ensalzando lo sutil, lo exquisito- está la clave: es posible que nos hayamos refinado al punto de despojar al género novelístico de su corazón”, dice Irving. No puedo menos que coincidir. En líneas generales, la novelística actual se caracteriza por su fobia a todo tipo de emoción, lo cual redunda de manera inevitable en la chatura de sus personajes (¡a los que se les prohibe sentir!) y en la endeblez de sus tramas; los relatos de hoy parecen protagonizados por conceptos en lugar de por gente.

En lo que hace propiamente a su escritura, Irving dice que Dickens “no es nunca vano”, y agrega: “Nunca pensó que tenía tan poco que decir como para asumir que el objetivo de la escritura era el lenguaje bonito”. Irving sostiene que los grandes escritores –entre los que cuenta, además de Dickens, a Melville, Tolstoi y Hawthorne- nunca se preocuparon por producir un lenguaje especial, “porque su supuesto estilo es en realidad todos los estilos; ellos los usan todos”. “Para esos novelistas, la originalidad del lenguaje es pura moda; algo que pasará. Pero las cosas que los preocupan de verdad, sus obsesiones –esas durarán: la historia, los personajes, las risas y las lágrimas”, sostiene.

En lo que hace a la desmesura de sus personajes (“Los hombres grises de sus libros brillan más que los hombres brillantes de otros libros”, escribió Chesterton alguna vez), Irving coincide con el célebre crítico George Santayana: no sólo cree que existe gente como la que puebla sus páginas, sino que además “nosotros somos esa gente, en nuestros momentos más verdaderos”. Y en lo que hace a la supuesta inverosimilitud de sus tramas, Irving se limita a dar dos ejemplos de la vida real, más increíbles que la mejor ficción. El primero me toca de cerca, ya que atañe al esfuerzo de los militares argentinos en plena Guerra de las Malvinas, que sabiéndose perdidos se obsesionaban con destruir al buque de lujo Queen Elizabeth II, utilizado entonces para el transporte de tropas. Torpedear esa nave no hubiese alterado el resultado de la guerra, pero los milicos argentinos le tenían ganas por su valor simbólico; ya que no podían obtener una victoria bélica, buscaban algo parecido a una disparatada victoria moral. El segundo ejemplo es parte de la vida misma de Dickens. Cuando era niño, caminaba una vez con su padre y se detuvo a contemplar una mansión erigida sobre Gad’s Hill. Dickens padre le dijo que si trabajaba duro, podría vivir allí alguna vez. Dado que su padre estaba en bancarrota y hasta conocía la prisión por dentro, hubiese sido lógico que el pequeño Charles desconfiase de sus palabras. Pero con el correr de los tiempos terminó comprándose la mansión de Gad’s Hill: allí vivió los últimos doce años de su vida, allí escribió Great Expectations y allí murió. ¿No es esta historia digna de las ficciones de Dickens? 

Más allá de su maestría como narrador -esa capacidad suya para involucrar al lector en el destino de sus personajes es casi un arte perdido-, lo que termina de enamorarme en Dickens es el uso que hace de ese poder. Para ponerlo en palabras del ceceoso Mr. Sleary en Hard Times: “Haga lo codecto, y también lo amable, y apele a lo mejor de nozotros; ¡no a lo peor!” Lo que amo de Dickens, y presumo que Irving ama también, es precisamente que apela a lo mejor que hay en nosotros, y nunca a lo peor.

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28 de diciembre de 2006
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REGALOS

En Internet no hay nada mejor como regalos que buenos enlaces. Tengo dos, que pertenecen a mis favoritos. Son dos blogs preocupados por el sexo y la literatura, extraños y hasta misteriosos pues no sé quién o quiénes están detrás de esas páginas.

1. La Petite Claudine 3.0

El título son tres palabras francesas, pero el blog es bilingüe: tanto en inglés como en español. Es un blog establecido entre varias fronteras. Vive entre:

- arte y publicidad
- español, inglés y spanglish
- escritura y creación visual
- reseñas y enlaces
- frivolidad y profesionalismo

Lo que me gusta es la forma de tratar temas sin importancia de una manera muy seria, la gran dedicación para entender una cosa de pacotilla. El blog no pertenece a un país o a una cultura, es el blog de las metrópolis. Vida moderna: trabajo, deseo, diseño. Mucha apariencia. Existe una sola ley: el Digital Millenium Copyright Act (DMCA), la ley que hizo Clinton sobre la digitalización del mundo real. La Petite Claudine pertenece al mundo de Clinton; le interesa el reflejo de la luz sobre las caras de los poderes (artísticos, comerciales, sexuales, etc.).

Un testblog hostil titulado «Censurando a La Petite Claudine» intentó demostrar que se trata de un sitio muy preocupado por el sexo y el contenido para adultos. No es cierto; es más bien una revista dedicada a la vida en un área moderna, que ofrece una vía de escape del aburrimiento, pero no pretende definir lo que sería la «philosophie dans le boudoir».

La Petite Claudine tiene sucursales en otros sitios: un blog de enlaces, en blogspot, fotos en flickr, wishlist de libros en Amazon. Obviamente, unas personas actúan en él de manera continua. Pero el blog no dice quiénes son. No existe el famoso “about”. Solo hay un enlace «contacto» que lleva a una ventana con una enigmática dirección. 

2. HIKIKOMORI

En este caso tengo una sospecha. Supongo que el autor del blog es Alberto Olmos, un novelista que fue finalista del premier Herralde con A borde del naufragio. El autor firma Hikikomori, una palabra japonesa que significa: inhibición, reclusión, aislamiento. La palabra llegó a ser utilizada para hablar de los adolescentes solitarios que rehúsan abandonar la casa de sus padres, y aun más, los que no salen de su habitación durante semanas o meses.

El blog de Hikikomori es hospedado en el sitio de la coctelera. No ofrece dato suyo. Hikikomori no tiene amigos. Tampoco vive en un lugar sino en Tokyo-Bangkok-Londres-Madrid-Chamberí. Un enlace, «Sobre mí», viene por encima de una doble fotografía del autor: un joven con una gorra al lado de un espejo. No se sabe cuál es el personaje y cuál es el espejo donde vemos la fotografía. Si se cliquea el enlace «Sobre mí» hay un e-mail vacío. Hikikomori nos dice: soy la persona a la que usted sueña escribir.

Ya todos me han entendido: lo único que tiene el blog es una escritura fenomenal. Hikikomori es un gran escritor, de los que saben cómo crear tensión en un texto, aunque no diga nada. Tensión de la esperanza, tensión del vacío, tensión del quizás. Sus textos son pequeños relatos (falláramos, grupo salvaje, etc.) que nos hacen esperar. No hay muchos textos, son largos, no son cómodos, hay que imprimirlos para leer y comprobar lo que se adivina en la pantalla: es una delicia.

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28 de diciembre de 2006
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REVISTA DE BARES (2)

De nada sirve buscar lo que no se encuentra. Ya no buscaré los bares que han muerto o cambiado tanto hasta no ser reconocibles. Pasa con los bares y con tantas cosas que forman parte de nuestro pasado. Pero sigue siendo buena la reivindicación del bar de Jaime Gil de Biedma. Extraigo parte de su texto: “Quizá ningún elemento de la vida diaria había ganado tanto en confusión, durante los últimos años, como el bar… El bar es una estilización urbana de la taberna, nacida en el momento en que la vida de las ciudades se despoja definitivamente de todo vestigio de ruralismo… La taberna es la expresión de una sociedad cerrada, personalista, en donde todos se conocen y cada cual es hijo de vecino, padre de sus hijos y abuelo de sus nietos; el bar, el exponente de una sociedad abierta, hija del individualismo, en donde cada cual es hijo del momento y nadie y todos son forasteros, en donde la mujer ya no es la madre ni la hermana. La taberna es una asamblea; el bar, una congregación de solitarios en potencia…

Pero la finalidad con que acudimos a una y a otro es esencialmente la misma: a beber y a ver gente, a buscar compañía, aunque la taberna solo conoce la compañía de la conversación y del juego de naipes, en tanto que el bar, que no la excluye, ofrece además una forma refinada de acompañamiento: la de estar solo entre la gente”.

Estar solo entre la gente… Me suena. Además, permite beber sin transgredir la promesa de no beber en soledad. Esta soledad sonora es otra cosa. Otra copa.

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28 de diciembre de 2006
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28 diciembre

La tortura de animales como una de las bellas artes. En este caso, un prodigio de danza y esgrima en la arena.

Ensartado en el asta del toro, el cuerpo del torero ha perdido su gracia. El animal lo lanza al aire y cae como un monigote goyesco.

Para Federico García Lorca, después de la cogida, a las cinco de la tarde, todo es gangrena. El Oratorio del compositor Vicente Pradal evoca el auto sacramental del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, haciendo sinfónico el quejido ritual del sacrificio.

El traje de luces de los payasos de circo es holgado. El traje de luces de los toreros, ceñido. Más desde la pista bufa y desde la arena se suplica al mismo público.

Los dos, el payaso y el torero, ofician una ceremonia de genuflexión para engañar a la impaciente severidad.

En la pista del circo un bufón se somete al escarnio. En la arena de la plaza un bailarín tienta a la muerte. En los dos casos el público no debe tener piedad. Ha pagado su entrada y aguanta con mal genio la decepción. La pirueta cómica y la arriesgada suerte persiguen el mismo fin: dar consuelo a la crueldad espíritual.

La patética humillación del payaso parece inocua. La victoria del torero sobre el toro parece celebrarse con vítores y aplausos.

La crueldad, la impaciente crueldad, es la oración de un creyente resentido por una violenta premonición: la muerte ajena retarda la hora de nuestra muerte.

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28 de diciembre de 2006
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Auster mira para adentro

Un viejo está sentado en el borde de una estrecha cama, en lo que parece una prisión o un hospital. La ventana de su cuarto no se puede abrir y, quizá, la puerta tampoco. Cada segundo lo fotografía una cámara oculta en el techo. No sabemos quién es el viejo ni cómo llegó ahí. Él tampoco. Lo único que puede ver a su alrededor son las etiquetas que nombran cada objeto de la habitación: sobre la lámpara, hay una etiqueta que dice LÁMPARA. Sobre el escritorio, una dice ESCRITORIO, y así.

Ése es el comienzo de la última novela de Paul Auster, Travels in the Scriptorium. Y ése es el final, porque el personaje no sale de esa habitación en toda la historia (que de todos modos es bastante breve). A lo largo de las 130 páginas del libro, los demás personajes son pedazos de su memoria inconexos, erráticos, borrosos, que visitan el cuarto mientras el protagonista –que ni siquiera tiene nombre- trata de reconstruir el rompecabezas de su vida.

En la última entrevista que concedió a un medio español, para anunciar el lanzamiento en nuestro idioma de Brooklyn Follies, un Auster envejecido admitía haber estado muy enfermo, anunciaba que ya había dejado atrás sus libros más importantes y adelantaba que estaba escribiendo un texto muy extraño en el que reaparecerían personajes de sus novelas anteriores. Los escritores no suelen ser expertos en marketing, pero pocas veces alguien se da por muerto tan flagrantemente. En la entrevista, Travels in the Scriptorium quedaba anunciada como el canto del cisne de su autor.      

Lo más extraño es que su apogeo aún estaba caliente. Oracle Night y The book of illusions aparecieron muy cerca una de otra y conformaban una suerte de Greatest hits de Paul Auster. Tenían todos los elementos que podían haberte interesado de su obra: el azar, el personaje que lleva su vida al límite, las desapariciones, el arte, las historias organizadas en cajas chinas. Hasta cierto punto, ambas novelas representaban la culminación de un lenguaje cerrado y terminado, con poco por hacer en adelante.

Quizá eso explique la extraña forma de Travels..., una historia sin historia sobre un hombre sin historia que debe terminar una historia sin final rodeado de personajes de otras historias. Extraña, autoreferencial, metaliteraria, solipsista, sólo para conocedores, son algunas de las posibles calificaciones de este libro. Un reflejo de la introspección que precede a un punto de giro en la carrera de su creador.

Pero si ya te has hecho a la idea de que no estás ante un best seller, esta novela es una apasionante alegoría sobre la literatura, quizá lo más similar a un arte poética que Auster haya escrito. La verdadera protagonista de la historia es la soledad de un hombre encerrado en sus propias fantasías que viaja sin salir de su mesa y recibe la condena –y la comprensión- de los personajes a los que ha dado vida ¿Existe una mejor definición de un narrador?

Hace unas semanas, en una conferencia ante la Academia Sueca, el escritor turco Orhan Pamuk se refirió a la literatura diciendo que esa palabra evoca en él “a una persona que en la soledad de su habitación emprende la tarea de reconstruir su mundo interior con palabras, y que pretende hacerlo visible para los demás”. No existe una descripción más directa y precisa para la última obra de Paul Auster.

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27 de diciembre de 2006
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El Boomeran(g)
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