Basilio Baltasar
Supongo que habrá ocasión de comentar más a menudo la colección de cartas escritas por Hannah Arendt y Mary McCarthy. Una correspondencia abundante, fiel y metódica (Lumen, 2006): dos mujeres que hablan del mundo con descarada y vigorosa sencillez.
En su largo intercambio epistolar vemos la marca que un cuarto de siglo (1949-1975) va dejando en la amistad de las mujeres. Es cierto que comparten con desoladora franqueza algunos asuntos íntimos, pero algo entre ellas sobrevive a la erosión. Viéndose obligadas a desbrozar el estropicio del tiempo no parecen tentadas a ser indulgentes. Su severidad, sin embargo, siempre es el fruto alegre de una envidiable complicidad.
Los asuntos domésticos y familiares son el preámbulo o el epílogo que les permite merodear antes o después de abordar con incisiva lucidez los acontecimientos de su tiempo. Tratan el asesinato de Kennedy o el Watergate de Nixon con el escepticismo inteligente que hoy querríamos ver en los analistas de la actualidad. Sus juicios morales y políticos se enuncian desde una fortaleza exenta de ansiedad, algo que da más holgura a la pasión.
La controversia levantada por la publicación del libro de Hannah Arendt Eichmann en Jerusalén ayuda a la autora a comprender mejor la sociedad para la que piensa y escribe, el origen de los ataques que recibe, "esa clase de puñaladas por la espalda”.
En la crítica de Norman Mailer reconoce de inmediato la “prodigiosa cantidad de odio y agresividad” que hoy seguimos acostumbrados a soportar en algún crítico.
“La recensión de Mailer –dice Arendt- está tan llena de invectivas personales y estúpidas que no entiendo cómo la publicaron ni por qué”.