Vicente Verdú
A menudo se oye a quien se anuncia a sí mismo como “al que no le gustan los problemas”.
Hay. sin embargo, otros, muy pocos, a quienes les divierte sobremanera que aparezcan problemas y arremangarse para encontrar su solución.
Este género de personas son de lo más simpático y tonificante que cabe imaginar. Ayudan radicalmente a entender la vida.
O a entender la vida radicalmente. porque quien trate de imaginar este mundo sin conflicto continuo, procure eludirlo o busque ocultarlo haría bien en dejar de vivir. Oponerse al conflicto o considerarlo una importuna adversidad define a un tipo de humano inmaduro, infantil, propenso a la pataleta, al llanto o al refugio en el regazo de mamá. La vida es conflicto crónico, desde su biología a su biografía, desde su más a menos y de su menos a más.
Somos aventureros sin haber elegido el riesgo, exploradores sin vocación de conocer, fugitivos sin cometer ningún delito, víctimas sin culpa, verdugos sin intención de matar. ¿Cómo esperar, por tanto, que lanzados bajo la intensidad de estos personajes no se registren choques, desperfectos o problemas como efecto mismo del salvífico accidente de vivir?