Vicente Verdú
Aunque parezca una boutade de la perfumería, la cosmética fue anterior al cosmos.
Cosmética no es una palabra más. Con ella se invoca la disciplina que configura el mundo (kosmos, le llamó Pitágoras), el orden deducido de la contemplación del firmamento, donde los astros desde tiempo inmemorial describen órbitas indubitables en un concierto perfecto que retorna eternamente.
La política sería así una rama de la cosmética en su propósito de organizar el mundo del mejor modo posible o, metafóricamente, a imagen y semejanza de la ordenación astral. Efectivamente no dan una a derechas que pueda tenerse por su razonable emulación.
La cosmética, antes de todo, en vida de Pitágoras, significaba solamente la ornamentación y el maquillaje de las mujeres. Las mujeres preparaban su rostro, rectificaban sus cejas, diseñaban sus labios y la luz de sus ojos, para alcanzar una apariencia susceptible de mover el deseo de los hombres. Hombres o patrones.
El patrón de la belleza femenina se confundía con el modelo que entusiasmaba al patrón. Acomodaban artificialmente su realidad al deseo natural de aquellos a quienes debían agradar cerrando así un bucle tan paradójico como conmovedor, tan elocuente como retroactivo.
Lo femenino debía conquistar su naturalidad mediante un postizo que actuaba como catalizador de lo auténtico. La autenticidad y la falsedad no solo se conmutaban de la manera común de los top-mantas sino que el manto de lo falsificado se hacía indispensable para alcanzar lo auténtico. Lo real nacía gracias a la ficción y la ficción se volvía inmanentemente real en el proceso. El trampantojos procuraba de este modo la máxima visión y a su alrededor, detrás, flotando o soportando el objeto, no quedaba, al fin, más espacio que el de la representación, la verdad del espectáculo. (Véase: Vicente Verdú: El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción).