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El retorno de Custer

La buena noticia es que HBO compró los derechos de Preacher y que está preparando una versión para la TV, con el formato de serie de una hora que tan bien le sentó a Los Soprano y a Six Feet Under. La mala noticia es que el guionista sería Mark Steven Johnson, entre cuyos créditos figura la blanda e inofensiva adaptación al cine de la historieta Daredevil, y que el director sería Howard Deutch, director de películas ñoñas como Grumpier Old Men –que Johnson, dicho sea de paso, también escribió. Si bien es verdad que HBO suele producir material riesgoso sin banalizarlo, entregarle Preacher a esta gente es como pedirle a Walt Disney que adapte las novelas de Henry Miller.

  Escrita por Garth Ennis y dibujada por Steve Dillon, Preacher cuenta la historia de un predicador llamado Jesse Custer que, en pleno proceso de pérdida de su fe, se encuentra con una entidad mitad angélica y mitad demónica llamada Génesis. De ese topetazo Custer sale fortalecido con extraños poderes, y con una convicción: la de atravesar los Estados Unidos en busca de Dios, que a todas luces ha desertado de sus deberes, y acusarlo de negligencia criminal. Custer no está solo en el camino: lo acompañan dos singulares personajes: por un lado Tulip, su ex amante, tan diestra en la cama como con un arma en la mano y, por el otro, Cassidy, un irlandés borracho y drogadicto que, dicho sea de paso, también es un vampiro. El trío marcha detrás del rastro del Dios desaparecido, y es perseguido a su vez por un policía ignorante y sanguinario y por un cowboy espectral que mata a todos a su paso. Preacher es violentísima e iconoclasta, y no deja títere con cabeza en materia religiosa, mientras retrata a los Estados Unidos como una sociedad devastada por los prejuicios y por la injusticia. (¡Y eso que fue escrita a mediados de los 90!) La historieta recurre además de manera constante a un humor negrísimo; resulta difícil creer que un material como Preacher pueda ser adaptado de manera fiel por señores cuya especialidad son las películas con Walter Matthau haciendo de viejito calentón.

Lamento que Kevin Smith no haya logrado llevarla al cine, tal como estaba planeado. Smith siempre fue fan de Preacher, y además demostró en Dogma que podía manejar perfectamente la insólita mezcla de elementos sobrenaturales, violencia y humor negro. Pero en fin, habrá que confiar en HBO. Aun cuando coincidamos con Jesse Custer en que Dios abandonó su puesto y merece ser juzgado, hay que otorgarle el beneficio de la duda; el sujeto siempre se ha comportado de forma extraña, y sus caminos siguen siendo insondables.

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4 de enero de 2007
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CUARENTA AÑOS DESPUÉS

En 1967 tenía veinte años y no sabía nada de la existencia de un autor argentino llamado Ricardo Piglia. Hoy, el mismo Piglia, que me encantó con su ensayo El último lector, reedita su primer libro, publicado en 1967, La invasión. Leer una obra publicada hace cuarenta años no me plantea ningún problema. Lo que me perturba es la buena fe de su autor en el momento de entregar la supuesta “reedición” de su obra. Contaba con diez cuentos, ahora son quince y los de la edición original pasaron por “modificaciones y algunos ajustes”. Pero Piglia publica el libro como si no hubiera pasado nada, no cambia su título y pretende que sea la misma obra, hasta niega la posibilidad de un progreso en su prólogo. Para él, La invasión es La invasión.

“No me parece, dice, que un escritor escriba mejor a medida que avanza o que mejore con los años (a menudo es más bien al revés). A la larga pensamos que escribimos distinto y siempre escribimos del mismo modo, con los mismos errores y los mismos –escasos y siempre sorpresivos- aciertos”.

Es una visión de la creación ubicada en la eternidad, aún más, de un autor estancado fuera del tiempo, que no se compagina con la sensibilidad política y social de Piglia. Varios cuentos se ubican en momentos históricos precisos: un bombardeo, un náufrago, el asesinato de un caudillo, ciertas acciones en contra de Perón. El lector siente una presencia de la historia y adivina que estos episodios no se miran ahora como hace cuarenta años. Es difícil creer que este cambio no modifica al autor. Cuarenta años es mucho.

“Escribía muy bien en aquel tiempo, mucho mejor que ahora” llegó a decir Piglia en una entrevista apasionante para la revista Ñ. No lo creo. No creo que el libro publicado (¿reeditado?) por la editorial Anagrama, con una fotografía hermética de Cartier-Bresson en la portada, se pueda confundir con la obra original. Al descubrir que “escribía mucho mejor” antes, un autor no se dedicaría a reescribir una vieja obra, más bien, la respeta y la reedita tal cual. Creo, tal como lo dice el título de su entrevista, que Piglia vive en “La ilusión de la escritura perpetua”. Una obra cerrada le parece insoportable. En el fondo es un escritor puro: desafía al tiempo tanto en el fondo como en la forma.

Al comienzo de su mejor novela, Respiración artificial, un narrador llamado Renzi cuenta que acaba de publicar su primer libro. Y, claro, unas páginas después viene la crítica de la obra. Pero el problema no es mejorar esta obra. Es resolver la relación entre una obra y el contexto histórico de su lectura y analizar la permanencia de aquella relación a lo largo del tiempo. Al final del libro, un personaje (Tardewski) dice: “… si uno tuviera que nombrar al autor que más se acercó a tener con nuestra época la relación que con la suya tuvieron Homero, Dante o Shakespeare, Kafka es el primero en quien se debe pensar”. ¿Tiene Piglia con su época la relación que tenía hace cuarenta años? Adivino que es la pregunta, cuya respuesta desconozco, que le autoriza para pretender que La invasión 1967 es La invasión 2007.

PS: En La invasión, Renzi, el mismo Emilio Renzi de Respiración artificial, es protagonista de varios cuentos. Esto quiere decir que el autor no se encuentra solo para desafiar al tiempo. Con relación a la calidad del libro, me parece prematuro decir ya que es una obra excelente. Sería mas prudente esperar la próxima edición, la del 2047, para pronunciarme.

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4 de enero de 2007
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UN PURGATORIO COMO BURGOS

¿A dónde el Purgatorio, tú que has estado? Eso se me ocurriría preguntarle a Dante. Pero él ya lo contó, ya lo escribió. Muchos piensan que el Purgatorio, a no ser por la obra de Dante, ya habría desaparecido. Que ya no tiene crédito ni entre los fieles, ni entre los infieles. Ni siquiera entre los burócratas del Vaticano. Casi nadie tiene fe en el Purgatorio. Pero su espacio, su lugar entre bueno y malo, entre el horror y la esperanza, se mantiene vivo gracias a la literatura. Gracias a Dante. Yo de vez en cuando viajo a ese lugar del Dante. Lo hago con mi tomo de la Divina Comedia, en esa edición que ilustró Miquel Barceló, traducida y anotada por Ángel Crespo. Una edición como para regalarse, es del año pasado, o del anterior, pero cualquier rey más o menos mago merece la pena. Abro el Purgatorio, y no puedo evitar una suerte de desazón, de agobio de difícil definición: “La barca de mi ingenio, por mejores/ aguas surcar, sus velas iza ahora/ y deja tras de sí mar de dolores; / y cantaré a la tierra purgadora/ del alma humana, que hacia el cielo es vía/ de la que se hace de él merecedora…”

Ay!, el Purgatorio. Ahora he vuelto a otro purgatorio. Uno que se parece a la ciudad de Burgos en los primeros momentos de la Guerra Civil. El camino al Purgatorio ya estaba anunciado en la primera novela de esta trilogía de Oscar Esquivias. Ya hablé de él, de esa novela en que el paraíso es Burgos en los días veraniegos y tranquilos inmediatamente anteriores al 18 de Julio de 1936. Ya se sabía, leyendo aquella novela, que unos cuantos civiles, militares, aventureros y fugados se disponían a viajar al Purgatorio. Unos por escaparse de la guerra, otros por encontrar al fallecido General Sanjurjo y otros por amor a la aventura. El purgatorio ha llegado con su segundo tomo, La ciudad del Gran Rey, un viaje realmente dantesco, también disparatado, a ese lugar del Purgatorio donde todo se parece demasiado a un Burgos que ha dejado de ser un lugar tranquilo para pasar el verano… Lean a Esquivias aunque hayan leído a Dante. Su purgatorio es otra cosa, pero también reconocemos ese lugar al que no quisiéramos ir… Menos mal que es una mentira literaria. Qué inquietante el Purgatorio.

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4 de enero de 2007
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Los ancianos

En un denodado esfuerzo por evitar su noviazgo con el comisario Jruschof, Norman Mailer envió a Fidel Castro una fraternal, severa y muy profética amonestación.

En la carta publicada en Village Voice en 1961 Mailer considera insalvable el trato arisco que sus compatriotas dan al revolucionario cubano. Los insultantes rumores sobre la salud de Fidel divulgados por la prensa sensacionalista no fueron más que el tímido ensayo de la hostilidad declarada poco después. Pero por pedante y miope que fuera la prepotencia norteamericana no debía servir de excusa a la alianza de Cuba con el siniestro aparato policial soviético.

Para demostrar a Castro la sinceridad de su agorero presagio el escritor glosa los episodios heroicos del comandante y afirma haberlo visto avanzar por la Historia “como si el fantasma de Hernán Cortés montara a lomos del caballo blanco de Zapata”.

La imagen no ha tenido el éxito que merece pero expresa con una brillantez casi paródica la mitología que rigió las ilusiones de los años 60. La sensación de estar asistiendo a la eclosión de un avatar redentor subyugó el ánimo de una generación sacudida desde su más tierna infancia por la benefactora y decepcionante ingenuidad.

Los órganos oficiales de la Revolución siguen negando que Fidel Castro esté enfermo. Pero viéndole arrastrar los pies por el pasillo del hospital, mientras sus celadores particulares se apartan del foco de la cámara, uno descubre en su rostro balbuceante el mismo anhelo de todos los ancianos.

Las fuerzas vitales se apagan y la mirada intenta comprender lo que antes parecía tan fácil de poseer. El inesperado estupor del anciano es para nosotros un enigma.

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4 de enero de 2007
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Aviso a los amigos y parientes

Las dotes persuasivas de Basilio Baltasar y la permanencia de asiduos en el blog me inclinan a cometer un acto de obscena vanidad. Para celebrar este 2007 que no ha podido comenzar peor, los de la casa vamos a ir colgando los artículos y demás parafernalia que publique por aquí y por allá, de modo que el bar permanezca abierto para los más jaraneros.

Veréis que en ocasiones son cosillas muy locales y en otras, quizás, material de derribo universitario. Uno nunca sabe si esta noche compartirá su copa con un drag queen o con una directiva de Agbar. Esa es la magia de los bares para trasnochadores, sin duda.

Vuestras críticas han sido un bálsamo del que no puedo prescindir.

¡Esplendor o muerte!

 

ENTREVISTA A FÉLIX DE AZÚA:

a) ¿Qué valor ha tenido la libertad en su experiencia como poeta y novelista? ¿Se ha sentido usted libre en todo momento de presiones externas o internas? ¿Qué ha buscado, insertarse en una tradición o intentar apartarse o ir más allá de ésta?

No creo que exista nadie en el mundo que esté libre de presiones externas o internas. Como escritor nunca he pretendido apartarme de una tradición, ya que no sabría cuál elegir, ni tampoco insertarme. Incluso bajo regímenes abyectos como el franquismo o el estalinismo se pueden escribir espléndidos libros. El último que he leído, por ejemplo, Vida y destino, de Grossman, es una obra maestra que tuvo que esperar a publicarse, pero se publicó. El dolor de Grossman por no ver su obra impresa es un asunto anecdótico, como que su autor no viera nunca editados los Cantos de Maldoror.

b) ¿En qué medida la, digamos, “poética” de sus anteriores obras, la coherencia de la totalidad de su obra creativa, le coarta en sus obras futuras aún por escribir o en proceso de escritura? En relación con sus primeras publicaciones, ¿es posible ser más libre que cuando uno aún no se ha publicado nada, cuando aún no se ha empezado a fijar el estilo y a crear unas expectativas (en el editor, en el público, en uno mismo)?

La cuestión de la “libertad” es irrelevante para la redacción de una obra literaria, como acabo de decir. Y las poéticas no pueden coartar a nadie, ya que son la expresión de ese “alguien”. En todo caso mostrarán una evolución, que es lo propio de todo organismo vivo.

c) Usted se ha significado en los últimos tiempos apoyando la creación de un partido político, que, por cierto, en las últimas elecciones al Parlamento de Cataluña, ha conseguido representación. Se ha hablado de este partido como el de los intelectuales, pues fueron escritores y profesores los que lo auspiciaron. ¿Ese apoyo forma parte de su responsabilidad como intelectual?¿Es producto de una vocación por lo político y los dilemas del poder? ¿Qué le sugiere el concepto de intelectual comprometido?

Se dijo que los fundadores éramos intelectuales, pero yo lo dudo mucho. Unos son periodistas, otros profesores, otros economistas, hay incluso alguno que no ha trabajado en su vida. El concepto de intelectual comprometido me parece paleolítico. Si nos reunimos para ese fin fue porque nos parecía que el ambiente político en Cataluña era irrespirable y más próximo al peronismo que a otra cosa. Una reacción normal en cualquier persona, pero que sólo llevan a cabo unos cuantos, seguramente los que tienen más tiempo libre.

d) ¿Cómo interpreta retrospectivamente su evolución política desde Bandera Roja hasta el apoyo a Ciutadans? Es inevitable mencionar a Sartre en este contexto y su concepto de intelectual comprometido. Sastre era un intelectual cuya máxima, y casi se diría que única, preocupación es acabar con la sociedad de clases y con la injusticia social. ¿Qué queda de este intelectual comprometido? ¿Debemos hablar ahora de intelectuales liberales? ¿Comprometidos con la defensa de las libertades individuales?

La figura de Sartre me es profundamente antipática. No creo que le preocupara en absoluto la sociedad de clases o la justicia social. Si hubiera que poner una etiqueta a lo que hicimos aquellos fundadores sería desde luego algo relacionado con las libertades individuales. Sin embargo, me molesta esa imagen romántica y conservadora de unos “intelectuales” salvando a la especie humana.

e) ¿Revive, por oposición, la noción de compromiso político el actual “relativismo posmoderno”? Según usted, ¿en nombre de qué convicciones fuertes cabe comprometerse hoy?

No sé yo si la palabra “compromiso” tiene ya algún sentido. Cada cual actúa, creo yo, buscando una cierta decencia. Excepto aquellos que hacen profesión de cinismo, claro. El relativismo me parece execrable, pero es tan sólo una corriente académica de algunas facultades americanas dedicadas a la literatura, a las cuales aburre la literatura.

f) Para los literatos esta cuestión puede ser aún más compleja. El mismo caso de Sartre lo es, pues defendía de una parte el compromiso de los escritores, mientras que la otra sostenía que su creación literaria debía ser de algún modo ambigua, no claramente propagandística. Por otra parte, en el libro que Vargas Llosa dedica a José María Arguedas, leemos que la obra de éste pierde en calidad literaria, según VL, a causa de su excesiva implicación política. ¿Cree que es cierto que existe una tensión entre estas dos actividades: la política y la literatura? ¿Puede la literatura hoy –en el pasado quizá los ejemplos sean numerosos- comprometerse con objetivos políticos sin dejar de ser literatura?

Esa función política de los escritores es un asunto circunscrito a la guerra fría. En la actualidad me parece que ya no tiene ningún sentido. Y desde luego, aquellos escritores que más trabajaron al servicio de los partidos políticos, como Bert Brecht, por ejemplo, son los que peor envejecen.

g) Usted ha colaborado en la prensa escrita con artículos de opinión y columnas periódicas, y de un tiempo a esta parte escribe también un blog. ¿Con qué grado de libertad ha ejercido estas tareas? ¿Qué responsabilidad cree que tiene ejerciéndolas? ¿En qué medida esta responsabilidad coarta su libertad a la hora de escribir?

Yo sería partidario de cambiar ese léxico. Lo que hacemos los escritores es trabajar, como cualquier otro ciudadano. Nuestra tarea no tiene mayor importancia que la de un carpintero o un maestro de Instituto. A mi entender, hay que ir vaciando de grandeza y solemnidad un lenguaje que otorgaba grandes responsabilidades (y también mucha vanidad) a unos vulgares trabajadores. Las novelas de Flaubert son corrosivas con la sociedad de su tiempo, pero dudo mucho de que él pensara en un “compromiso”. Las de Malraux son muy mediocres, pero él sí que pensaba en un “compromiso”. Y lo que es peor: Malraux hoy nos parece políticamente reaccionario, por muchas fotos que se hiciera en la guerra de España. En cambio, Flaubert sigue siendo vitriolo.

h) ¿Influyó su experiencia en la Universidad del País Vasco, con Savater, Gómez Pin y otros, en su actitud en relación con la política, de una parte, y con la institución académica, de la otra?

Claro que influyó, pero no más que lavar platos en Londres durante tres años o leer a Hegel durante dos. Sólo me añadió algo que no es fácil de obtener: conocí directamente a los esbirros de ETA de aquella época. Unos auténticos psicóticos. Así pude percatarme de que sólo acabaría el terrorismo cuando estuvieran hartos de matar. Si las actuales negociaciones fracasan será porque hay nuevos patriotas vascos con ganas de asesinar al vecino. Pero eso no puede ser entendido desde la política, sino desde el psicoanálisis.

i) Por lo que se refiere a su actividad docente en la universidad, ¿en qué términos entiende su responsabilidad? ¿Qué uso hace de su libertad de cátedra? ¿No piensa que las críticas que eventualmente pueda hacer al orden establecido, al Estado, por ejemplo, quedan desactivadas siendo usted en cierta medida un representante institucional de este mismo orden?

Pero, ¿hay alguien que critique algo tan abstracto como “el Estado”, o “el orden establecido”?  Me parece que es un lenguaje obsoleto. En mis clases nunca se me ha pasado por la cabeza que podía yo alarmar a nadie, por muchas barbaridades que dijera. A nadie le importa lo que digan los profesores. No es que haya tal cosa como “libertad de cátedra”, es que la universidad es un inmenso aparcamiento de parados, y a nadie le importa lo que se diga en un aparcamiento. Las autoridades universitarias catalanas apenas intervienen, como no sea para premiar a los patriotas. A los demás nos dejan en paz.

j) Hace unos años, usted fue nombrado director del Instituto Cervantes de París. ¿Pudo usted ejercer este cargo con independencia, libre de pleitesías políticas? ¿Cree que un intelectual puede mantener su independencia si acepta cargos oficiales, si trabaja para instituciones del Estado, si es un funcionario, en definitiva?

Sí, lo creo. Es más, la mayor parte de las voces radicales, pertenecen a funcionarios. Incluso podría decirse que ser funcionario conlleva convertirse en un peligroso propagandista de ideas radicales. En el Instituto Cervantes hice lo que pude teniendo en cuenta que trabajaba para la Administración. Lo de la independencia y otras zarandajas es perfectamente secundario cuando de lo que se trata es de establecer contratos de trabajo dignos, conseguir presupuesto para instalar electricidad en un edificio caótico, o lograr que se ponga al teléfono un imbécil gubernamental.

k) ¿Qué importancia le concede usted a la “fuerza” del argumento y de las buenas razones en el debate público en el que participa o puede participar el intelectual? ¿Piensa que, en ocasiones o tal vez siempre, la provocación o la ironía pueden ser más efectivas?

Depende de con quién se hable. Si el interlocutor es razonable, puede argumentarse. Si el interlocutor es un irracional o un sentimental, es inútil razonar, como sucede con los nacionalistas. La provocación y la ironía sólo están justificadas como fórmulas literarias, nunca en una conversación. Es de pésima educación burlarse de alguien que está tratando de hablar contigo.

l) ¿Cree usted que hay alguna diferencia entre la responsabilidad que cabe atribuir a los intelectuales y la que tienen (y deberían ejercer) los ciudadanos en general en las democracias, esto es, la responsabilidad de debatir públicamente sus opiniones y de colaborar a favor del bien común?

No hay ninguna diferencia, por eso el partido que ayudamos a fundar (y que hoy es absolutamente independiente) se llama así: Partido de los Ciudadanos. Por esta razón he insistido a lo largo de la entrevista que es un error idealista considerar que los escritores, artistas o intelectuales tienen mayores responsabilidades que los zapateros o los dueños de una agencia de turismo. Por fortuna, la gente lo va entendiendo y cada vez hace menos caso de los periodistas.

 

Entrevista realizada por Mario Campaña para la revista Guaraguao (nº 23).
Centro de Estudios y Cooperación para América Latina.

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3 de enero de 2007
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BUSCANDO PARAÍSOS (Y 3)

Ya les prometo terminar este paraíso a plazos. Después del paraíso les hablaré de un purgatorio. El purgatorio inventado entre Oscar Esquivias y un tal Dante. Mientras tanto sigamos en nuestro parcelado paraíso:

“Fuentes de información pública: libertad absoluta de prensa, pero los diarios y revistas aparecen con diez años de retraso, que es el tiempo mínimo que requiere un acontecimiento para resultar de verdad interesante.

Monumentos: Fuentes con figuras mitológicas, erigidas todas por un rey ilustrado del siglo XVIII.

Diversiones públicas: Cine una noche por semana -las películas no se proyectan hasta diez años después de filmadas y son preferentemente mudas-. Reuniones de bebedores los sábados. Carnaval y verbenas varias veces al año. Solemnes liturgias de Semana Santa para los niños”.

Estos son los espacios, los que he contado, copiado, durante estos tres días de vacaciones y lecturas en un lugar de Babia. Me gusta estar en esos sitios. Mucho más que esos paraísos e infiernos que nos acompañan desde niños en estas mitologías que estos días son tan celebradas. Otra cosa, no mejor, es el purgatorio. Pero de eso hablaré mañana. Ahora me voy al infierno, que hace mucho frío en estas Babias.

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3 de enero de 2007
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La guerra de las palabras

En una guerra no hay información: sólo hay propaganda. Cada cosa que se dice sobre el combate en realidad forma parte de él, de la guerra de las ideas que se libra en paralelo a las balas. Incluso las palabras que se escogen tienen una razón. Y esa razón nunca es decir la verdad.

La exposición Prensa y Guerra Civil Española, publicada en catálogo, es quizá la mejor prueba de ello. La muestra reúne las portadas de decenas de periódicos españoles y extranjeros del año 36 al 39 y se puede ver cómo, lejos de informar, los medios de prensa cumplían la función de agitar y aglutinar a sus respectivos bandos.

Particularmente significativo es el titular de El Diluvio en los primeros días de la guerra:

“¡¡España, antorcha de la libertad!! El fascismo criminal y reaccionario ha sido batido heroicamente por las fuerzas leales al gobierno que han llevado a cabo, con entusiasmo indescriptible y ardor sin igual, gestos sublimes de valor y sacrificio que sólo admiten parangón con las grandes epopeyas de la Humanidad”.

Toma.

¿A alguien le queda duda de qué parte está el editor?

Pues un par de semanas después, el Diario de Navarra le responde:

“Camino de la victoria. El general Franco toma el mando. Procedentes de Getafe, se incorporan a nuestro mando dos aparatos con tres aviadores”.

Por si no queda claro, Camino de la victoria es la noticia. Y nuestro mando se refiere a un mando distinto según el diario en que aparezca. De hecho, hasta los sustantivos definen la línea editorial del periódico: para los nacionalistas, el ejército republicano es una horda marxista. Para estos, los alzados en armas son llamados facciosos. A menudo, ambos lados están en el mismo diario, como el ABC, que durante una temporada editó dos versiones desde ambas trincheras.
 
Quizá estos ejemplos parecen extremos y propios de un conflicto sin cuartel. Pues no deberían. Basta echar un vistazo a dos periódicos de líneas editoriales opuestas para constatar que viven en dos países diferentes. Y eso es especialmente cierto en España. Este año, sin ir más lejos, el debate público sobre los atentados del 11-M no se centraba en la identidad de los autores, o en la situación de los musulmanes, o en la manera de evitar que se repitiesen esos atentados sino en… la Guerra Civil. Lo que discutía la prensa era ¿Conspiró la derecha para ocultar información sobre los atentados o conspiró la izquierda para tumbar a la derecha? Cada diario tenía su opción, sus titulares y sus informantes. 

Vemos el presente con los ojos que nos presta el pasado. Pero cada lectura que le damos a la actualidad también nos lleva a reconstruir su origen. Los grandes traumas históricos son los marcos en que encajamos nuestra percepción de la realidad, y se repiten cíclicamente. Durante tres décadas, los libros más exitosos de la Guerra Civil provenían de la izquierda. Pero en los últimos años, hay un gran público que demanda una lectura revisionista de la historia que deje mejor parada su versión de los hechos. En el fondo, los titulares de la Guerra Civil han seguido publicándose una y otra vez durante setenta años, en un país que no consigue construir una versión de la Historia que todos sus miembros puedan compartir.

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3 de enero de 2007
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LA FRESCURA DE LA NOVEDAD

Aun siendo una perogrullada, lo más valioso de los nuevos años radica en su novedad.

La vida se haría más difícil sin estos cortes de la temporalidad que se comportan como una auténtica depuración del pasado. En cada inauguración de año la vida encuentra otra ocasión de ser.

No se trata más que de una convención, un falso estreno, pero al vivirlo como real se disfrutan sus efectos como verdaderos.

Cualquier ser vivo necesita un intervalo, un hiato sin vida aparente para reaparecer. El fin de año cumple las veces de ese hiato en cuya depresión se logra el impulso para ensayar una experiencia mejor o acaso diferente.

La necesidad de degustar esas barreras traspasables, de cortar la cinta hacia otra cronología, ha crecido mucho con el talante de la cultura de consumo. A la cesura de los fines de año van sumándose otras decenas de cesuras menores que cada vez son más a través de nuevas festividades, conmemoraciones, días o semanas consagradas a esto o aquello, sea comercial o escolar, promocional, sagrado o clínico.

La partición sucesiva del mundo, como también la fragmentación de los alimentos, de los romances o de las tareas incrementa la sensación de durabilidad y, ciertamente, la esperanza de poder obtener en el paso siguiente la recompensa que quizás no se halló en el transcurso del tramo anterior.

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3 de enero de 2007
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Un antidepresivo harto eficaz

Algunas músicas tienen el poder de transportarnos al tiempo original en que nos encantaron: canciones como perfectas máquinas del tiempo. Otras, sin embargo, tienen la habilidad de acompañarnos en cada etapa de la vida, comentando las nuevas vicisitudes de la (también) nueva edad. La mayoría de los que crecimos adorando el canon beatlesco en su conjunto no tuvimos oportunidad de apreciarlo en su momento, pero con el correr de los años aprendimos a discriminar, y comprendimos que existían canciones beatles para cada edad y cada etapa de la vida. Hay canciones beatles infantiles, canciones beatles juveniles (las producidas entre el 62 y el 66, en su mayoría), canciones beatles que sugieren los tembladerales propios de la madurez inminente (en medio de la ebullición pop de Help! aparecen algunas de esas canciones, empezando por la del título del álbum), y canciones beatles adultas, que consecuentemente hablan de las cosas que nos competen a los adultos: el dolor de la pérdida, la dimensión política del mundo, las dificultades del amor –y por supuesto, el mundo infantil que nos gustaría recuperar.

Uno que siempre escribió canciones que se convertían al instante en banda sonora de mi vida fue Lloyd Cole, de quien ya hablé aquí alguna vez. Su nuevo disco, Antidepressant, no hace más que confirmarme su vigencia como compañero de ruta. Así como a los veintipico representaba la inconsciencia propia de aquella edad, durante la cual uno se especializaba en sucumbir a cada tentación sin oponer resistencia  (Jennifer She Said cuenta de un joven que se tatúa el nombre de una amada fugaz sobre la piel, para empezar a arrepentirse a los cinco minutos de las consecuencias permanentes de su gesto), a los cuarenta y pico Cole sigue hablando de aquellas cosas –y de aquellos dilemas- que se le presentan a diario a un hombre maduro, o al menos con la ilusión de estar en camino de serlo. Uno “ya no está enojado, ya no es joven, y ya no se distrae tan fácilmente –ni siquiera a causa de Scarlett Johansson”. La canción Woman in a Bar cuenta precisamente lo que ocurre a esta altura de la vida, cuando uno se cruza con una de esas mujeres que en algún momento lo hubiesen hecho levitar: ya sabemos que “algunas partes móviles necesitarían ser reemplazadas / y que aunque el motor todavía arranca / nunca lo hace antes del martes”.

Las canciones de Cole siguen funcionando a base de melodías delicadas, ritmos mid tempo y perfectos relatos breves, narraciones que operan como cuentos de punzante capacidad de observación e imprescindible sentido del humor –que por lo general funciona de manera autodeprecatoria. (El estribillo de la canción que da nombre al álbum repite, con deliciosa ironía: “Con mi medicación voy a estar bien”, mientras narra el comienzo de un romance entre dos víctimas de la depresión que se juntan para ver Six Feet Under y al fin, hablar, si todo va bien, de la condición que los aqueja.) Cuando se pone serio, Cole es capaz de escribir –ya lo ha hecho una y otra vez, mejorando con el tiempo como el buen vino- la canción más adecuada para un corazón roto. “Cuando te fuiste pensé que era libre. ¿Cuán equivocado puede estar uno?”, canta en How Wrong Can You Be? El tema que cierra el disco, Rolodex Incident, es conciso y brillante como una joya –y corta con la misma impiedad. El narrador tropieza con el Rolodex de su pareja, que abandonó el hogar poco tiempo atrás. Al revisarlo encuentra un manuscrito en el que ella había escrito En caso de pérdida, después de lo cual añadía su dirección. “Así que aquí estamos / Salvo que tú ya no vives aquí / Y creo que me voy a ir / Creo que estoy cerca de decidir irme / Y sin embargo / Recuerdo que todo lo que pedí / Fue tan sólo un poco de tranquilidad, por favor”.

Los corazones maduros no se rompen, se deshilachan. Y con los hilos resultantes tratamos de tejer algo que nos proteja en los inviernos por venir.

Me pregunto qué canciones escribirá Cole dentro de cinco, diez años. Me pregunto dónde estaré en cinco, diez años.

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3 de enero de 2007
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ATRASO DOS

Dentro de la larguísima lista de los errores que cometí en el año 2006 hay uno que no se puede perdonar: se me escapó el trigésimo aniversario de uno de los mejores libros de ciencia política en idioma español. Peor aún: se me fue el único libro cuya lectura era imprescindible durante la elección presidencial en Venezuela: Del buen salvaje al buen revolucionario, de Carlos Rangel.

Tengo una buena copia de la editorial Criteria de Caracas. Durante años utilicé una vergonzante fotocopia (mejor dicho: un robo) que salía de una biblioteca de Barcelona. La Barcelona de Cataluña, nada que ver con la de Venezuela. Lo digo para que nadie crea que se trata de un libro intra-venezolano. Carlos Rangel (1929-1988) era venezolano por su nacionalidad, pero su trabajo corresponde a un verdadero intento, a través del ensayo, de configurar una visión de la civilización latinoamericana.

La obra tiene una ambición descomunal al abarcar toda la historia del continente desde las sociedades precolombinas hasta la revolución castrista. No es un libro cómodo para los promotores de explicaciones baratas. El punto de salida no puede ser más estimulante; es la vieja pregunta: ¿Cómo se explica el éxito económico de EE. UU. frente a las dificultades crónicas de América Latina?

La respuesta tiene que ver con el psicoanálisis colectivo (es decir, el estudio de los paradigmas de la Historia). América Latina da por cierta una visión equivocada, mentirosa, engañosa de su pasado y su presente al ignorar dos verdades demostradas por Rangel:

1. El imperialismo americano, que ha existido y existe todavía, es una consecuencia y no una causa de la impotencia de América Latina para administrar su espacio político y económico.

2. Las revoluciones con sabor a caudillismo y autoritarismo no son organizaciones que buscan romper con el pasado sino que perpetúan los males de las sociedades precolombinas.

Transferir la culpa del atraso económico y social al mundo exterior (EE. UU. y/o empresas multinacionales) fue durante décadas el colmo del pensamiento en un continente que hablaba de “dependencia” o de “injustos términos del intercambio” como de una visita del diablo a una iglesia. Rangel no tiene dificultad para demostrar que la culpa de los fracasos es interna: el fallo de la unidad bolivariana (frente a la construcción del poder federal de EE. UU.) es un fracaso hecho en casa, entre latinos; tal como el auge continuo de nuevas oligarquías apoyadas en tantos países por poderes políticos corruptos.

Lo bueno de Rangel es su capacidad de desafiar tanto a la izquierda como a la derecha. Es imposible releer su libro sin pensar en la última elección en la república bolivariana de Venezuela. Cuando habla de la destrucción de la libertad de prensa, de las almas justicieras que se esconden en la ropa del caudillo, uno tiene la sensación de leer un libro de actualidad. ¡Uh Ah, Rangel, no se va!

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3 de enero de 2007
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El Boomeran(g)
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