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Auster mira para adentro

Por 27 de diciembre de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Un viejo está sentado en el borde de una estrecha cama, en lo que parece una prisión o un hospital. La ventana de su cuarto no se puede abrir y, quizá, la puerta tampoco. Cada segundo lo fotografía una cámara oculta en el techo. No sabemos quién es el viejo ni cómo llegó ahí. Él tampoco. Lo único que puede ver a su alrededor son las etiquetas que nombran cada objeto de la habitación: sobre la lámpara, hay una etiqueta que dice LÁMPARA. Sobre el escritorio, una dice ESCRITORIO, y así.

Ése es el comienzo de la última novela de Paul Auster, Travels in the Scriptorium. Y ése es el final, porque el personaje no sale de esa habitación en toda la historia (que de todos modos es bastante breve). A lo largo de las 130 páginas del libro, los demás personajes son pedazos de su memoria inconexos, erráticos, borrosos, que visitan el cuarto mientras el protagonista –que ni siquiera tiene nombre- trata de reconstruir el rompecabezas de su vida.

En la última entrevista que concedió a un medio español, para anunciar el lanzamiento en nuestro idioma de Brooklyn Follies, un Auster envejecido admitía haber estado muy enfermo, anunciaba que ya había dejado atrás sus libros más importantes y adelantaba que estaba escribiendo un texto muy extraño en el que reaparecerían personajes de sus novelas anteriores. Los escritores no suelen ser expertos en marketing, pero pocas veces alguien se da por muerto tan flagrantemente. En la entrevista, Travels in the Scriptorium quedaba anunciada como el canto del cisne de su autor.      

Lo más extraño es que su apogeo aún estaba caliente. Oracle Night y The book of illusions aparecieron muy cerca una de otra y conformaban una suerte de Greatest hits de Paul Auster. Tenían todos los elementos que podían haberte interesado de su obra: el azar, el personaje que lleva su vida al límite, las desapariciones, el arte, las historias organizadas en cajas chinas. Hasta cierto punto, ambas novelas representaban la culminación de un lenguaje cerrado y terminado, con poco por hacer en adelante.

Quizá eso explique la extraña forma de Travels…, una historia sin historia sobre un hombre sin historia que debe terminar una historia sin final rodeado de personajes de otras historias. Extraña, autoreferencial, metaliteraria, solipsista, sólo para conocedores, son algunas de las posibles calificaciones de este libro. Un reflejo de la introspección que precede a un punto de giro en la carrera de su creador.

Pero si ya te has hecho a la idea de que no estás ante un best seller, esta novela es una apasionante alegoría sobre la literatura, quizá lo más similar a un arte poética que Auster haya escrito. La verdadera protagonista de la historia es la soledad de un hombre encerrado en sus propias fantasías que viaja sin salir de su mesa y recibe la condena –y la comprensión- de los personajes a los que ha dado vida ¿Existe una mejor definición de un narrador?

Hace unas semanas, en una conferencia ante la Academia Sueca, el escritor turco Orhan Pamuk se refirió a la literatura diciendo que esa palabra evoca en él “a una persona que en la soledad de su habitación emprende la tarea de reconstruir su mundo interior con palabras, y que pretende hacerlo visible para los demás”. No existe una descripción más directa y precisa para la última obra de Paul Auster.

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