Basilio Baltasar
Más allá de la línea del horizonte, en alta mar, un fuerte temporal retrasa la salida de nuestro barco. Algunos pasajeros impacientes reclaman una explicación a los responsables de la naviera. Acostumbrados a prescindir de las inclemencias del tiempo, soportan con mal disimulado enojo los contratiempos.
Luego, una vez que el capitán ordena emprender la travesía, veremos levantarse grandes olas contra el casco del barco, bajo un cielo encapotado por nubarrones grises. Con los elementos en contra -el viento es huracanado y la corriente pretende retenernos en el puerto- el viaje durará más de lo previsto.
Mejor para mí. Leeré de un tirón el nuevo libro de Márquez Villanueva.
El erudito español de Harvard domina con una elegante soltura el relato discursivo y sabe ponerlo al servicio de sus hallazgos. Como en otras ocasiones, el discípulo y heredero de Américo Castro nos obliga a contemplar el embrollado laberinto español a la luz de unas investigaciones recluidas en el circuito de los profesores universitarios.
Pero al que tenga la costumbre de observar con curiosidad crítica su entorno cultural no le asombrará que las proposiciones de Márquez sigan condenadas a parecer una furtiva lectura del caso español.
Pues el drama de los conversos, considerado como el polémico nudo trágico de nuestra historia, es en este libro la única razón que da cuenta del padecimiento intelectual y moral de un país condenado a sufrirse de siglo en siglo bajo la férula de un pasado tercamente redivivo.
Perseguidos por la primera policía política de la edad moderna, acosados por el miedo a ser denunciados, acorralados por la inquina, sometidos a la sospecha del vulgo, cercados por la crueldad popular, los conversos son un fenómeno más amplio de lo previsto por los primeros historiadores. Y ahora no simbolizan tan solo la tragedia de los judaizantes sino el gran paradigma del trasiego español. El de una sociedad regida por la costumbre de la delación.
Durante más de cuatro siglos no existió en España súbdito que no pudiera ser víctima de una acusación irrefutable. Y no hubo plebeyo, clérigo o cortesano que no pudiera ser alguna vez en su vida reo de sospecha. Y no sólo por tener en su genealogía un antepasado judío, o haber practicado él mismo los ritos de aquella religión, sino por anticipar con su pensamiento autónomo el futuro de la inminente modernidad europea: un suave racionalismo escéptico bastaba para perder la vida y, desde luego, la hacienda.
¿Es erróneo concluir que esta tortura psicológica ha sido el crisol donde se ha moldeado un carácter colectivo? ¿No sería ésta poderosa influencia institucional, sancionada por el Estado y la Iglesia, la que mejor explica el hábito inquisitorial de una cultura empecinada todavía en perseguir y ofender al disidente?
Lejos de ser una reliquia de especialistas, el nudo trágico de los conversos merece la más severa indagación crítica que cabe concebir en una sociedad dispuesta a entender su pathos.
Cuenta Márquez que en la masiva persecución de los españoles contra sí mismos destacaron los frailes mendicantes. Con sus prédicas excitaban el odio de la población resentida, haciendo de su ferocidad la más formidable maquinaria de delación y acoso que conoció Europa hasta la era del régimen nazi (y estalinista).
Un fuerte golpe de mar hace tambalear el barco. Los libros caen al suelo del camarote. Parece que la nave aminora la marcha y cambia de rumbo. Subiré a cubierta a ver qué nos dicen.