Vicente Verdú
Sólo en algunos periódicos de provincias continúa la costumbre de publicar noticias aparatosamente falsas el Día de los Inocentes.
El resto de los periódicos ha perdido el sentido del humor a la vez que en sus lectores ha desaparecido la candidez de antaño.
El mundo es generalmente escéptico, incrédulo, receloso. Pero también un conjunto curado de espanto.
Las noticias falsas y disparatadas no se publican ya, según los directores, por una cuestión de deontología pero, en realidad, porque no encuentran la oportunidad para espantar gracias a ellas.
Como consecuencia, podría decirse, todo cuanto en la actualidad se publica es cierto, contrastado y exacto. Pero no. Nunca se han conocido mayores escándalos de montajes periodísticos que en el último lustro y ni The New York Times o Los Angeles Times se han librado de ello.
Lo falso se conmuta con lo auténtico de la misma manera que las prendas originales de Louis Vuiton son indistinguibles de las réplicas. El mundo se dobla en un largo bisel de cuyo fulgor parte un fogonazo falaz que funde el ojo y el juicio. O también, mezcla la exigencia con la lasitud, la profundidad con la superficie, la eternidad con el instante, el supremo vacío con la máxima saciedad.