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EJES DE CRECIMIENTO

Dos noticias hoy. Dos ejes de crecimiento para los autores.

Primera noticia: crecimiento en el tiempo.

En París, una decisión de la Cour de Cassation (el más alto tribunal francés en asuntos extra-constitucionales) trae una etapa decisiva en un maratón judicial. En dos palabras, según los jueces: se puede. Se puede escribir otro volumen para prolongar la historia de Los miserables de Víctor Hugo. Los herederos del escritor han perdido, por el momento, pero parece una derrota muy seria, una pelea contra la casa Plon que publicó dos novelas utilizando tanto a los personajes como al argumento imaginado por Víctor Hugo.

Cosette ou le temps des illusions (Cosette o el tiempo de las ilusiones) y Marius ou le fugitif (Marius o el fugitivo) provocaron la ira de Pierre Hugo, el tataranieto del genial poeta. Ver al policía Javert salvado de las aguas del Sena como un Moisés le parecía el colmo del ultraje a la obra de su antepasado. En el derecho francés después de la desaparición del «derecho de autor» se mantiene un «derecho moral» a la integridad de una obra. Los herederos no pueden cobrar dinero pero tienen derecho a impedir una modificación de la creación. O por lo menos tenían hasta la decisión que pone tanto una vieja obra como sus personajes disponibles para todos. Le Figaro reporta la decisión sin comentarla. El diario The Guardian, se moviliza más y recuerda la promesa de los herederos: si seguimos en este camino, pronto tendremos la décima sinfonía de Beethoven.

Para todos los autores, claro, es tremenda oportunidad. Por el momento se mueven entre el presente y el futuro. Deben ahora pensar en utilizar la marcha atrás. Unas posibilidades: después de Ulysses, las vacaciones de Leopold Bloom en los pubs de Torremolinos; más allá de la Odisea, Ulises en el Club Méditerranée; claro, una buena opción es el tercer volumen de la Biblia (Jesús Cristo vuelve a la Tierra al enterarse que olvido sus gafas).

Segunda noticia: crecimiento en el espacio (para castellanohablantes).

Hablo del espacio de difusión de los libros, claro, al leer que la Casa de América (en España) crea con el grupo Planeta un premio de novela con una dotación colosal: 200.000 dólares para un texto inédito en castellano.

Tengo dos reacciones frente a la noticia: una es que se trata del punto de llegada del boom literario empezado en los años 60. Otra es recordar el texto que publicó el escritor Enrique Vila-Matas el domingo pasado en el diario chileno El Mercurio. «El gran problema que tienen los escritores españoles de hoy, escribe Vila-Matas,  es su visibilidad internacional.» El titulo del texto habla de una «narrativa invisible». América Latina desconoce a los escritores españoles y además es más fácil entrar al mercado español siendo mexicano que catalán o madrileño, afirma Vila-Matas. La impresión que da un premio tan bien dotado por una casa editorial española es que ahora no toman riesgo, en España, en el momento de controlar al lugar donde todo se pone en marcha, América Latina.

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31 de enero de 2007
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Mujeres

Voy a meterme en problemas con este texto. Por una parte necesito ser breve (esta es una batalla que siempre pierdo), porque estoy a un rato nomás de subirme a un avión para volar rumbo a Holanda, donde se acaba de editar mi novela anterior, Kamchatka. Por la otra, siento la necesidad de hablar de una cuestión que surgió anoche, en la sobremesa de la cena de mi cumpleaños, que ocurrió en Madrid. A partir de una pregunta que ya he oído varias veces  (¿cómo es posible que no haya autoras mujeres en El Boomeran(g)?), se disparó el tema en su aspecto más grande y más trascendente: la cuestión sobre el lugar de la mujer en esta sociedad. En este país (todavía estoy en España, insisto) donde casi cada día se difunde la noticia sobre un marido, novio o ex que golpea o asesina a su pareja, no se trata de una cuestión menor. Y en la Argentina el machismo tampoco es débil, por supuesto. Allí todavía sigue considerándose que el hombre que engaña a su mujer con muchas otras es un tipo listo, y que la mujer que engaña es simplemente una mala mujer.

No voy a negar lo obvio; esto es, las dificultades que enfrentan a diario las mujeres en un universo laboral mayoritariamente (y ante todo: jerárquicamente) masculino. (Todos sabemos que deben trabajar el doble para ser consideradas iguales que sus colegas varones. Y todos sabemos, dice la broma, que esto no es nada difícil para ellas.) Y tampoco quiero entrar a demostrar que no soy machista, porque seguramente existe algún resabio en mí aunque más no sea por el hecho de haber respirado el aire que me tocó en suerte; por lo demás, nací de madre, amo a las mujeres y tengo hijas que son mi cielo y mi esperanza para el futuro mejor de esta tierra. Lo que me pregunto es, como ha dicho alguna vez Harold Bloom, si debo obligarme a leer determinadas autoras por el simple hecho de ser mujeres. Lejos de ponerme a defender la política editorial de este blog, que yo no establezco ni dirimo, hablo ante todo como lector: por cada Lorrie Moore hay centenares de Murakamis, Irvings, McEwans... ¿Por qué no existen más escritoras que me vuelen la cabeza? ¿Es porque la conspiración masculina les está vedando el acceso, como pretendió alguien en la mesa? A mí que me disculpen, pero los hombres estamos cada vez más de capa caída; y particularmente, creo que escribimos cada vez peor y con ambición decreciente -por no decir casi nula.

Por lo tanto, no creo que las escritoras mujeres lo estén teniendo mucho más difícil (dije MUCHO, insisto) que los hombres que están tratando de publicar y de hacerse un nombre. De hecho, existen nichos literarios que tienen prácticamente copados, y con las mejores artes. Los escritores hombres de hoy temen expresar sus sentimientos (qué hato de pusilánimes, aquí también han perdido el norte), cuando las mujeres saben que el asunto es tan natural como necesario, y además lo hacen todos los días. Y aquellas escritoras que pasan de los sentimientos son más cultas y mejores estilistas que el más dotado de sus colegas. Pero se me hace que si todavía no conocemos a una versión femenina de Shakespeare no es porque un editor varón le ha negado acceso, sino simplemente porque aún no existe; en estos tiempos democratizados por Internet, si existiese ya se habría hecho notar de alguna forma.

De lo que estoy seguro es de que esa Shakespeare mujer, esa Proust, esa Joyce, ¡esa Cervantes!, está en camino. Lo sé con certeza, tanto como sé que -seamos honestos- tampoco existen hoy escritores hombres a la altura de Shakespeare, ni perspectivas de que los haya en un tiempo cercano. Nuestro tiempo ha pasado, el tiempo de las mujeres es hoy, con cuota obligatoria o sin ella.

En fin, hasta aquí llego. El avión me espera. La seguimos mañana.

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31 de enero de 2007
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LA EXPLICACIÓN

Muy expresivo de lo que son los seres humanos es el motín de los aeropuertos en que la masa, ante el retraso de los vuelos, no se queja sólo del retraso sino, especialmente, de no recibir explicaciones.  La explicación sería como la primera pomada para calmar la irritación.

También, en los desacuerdos amorosos, en las disputas vecinales, en los mandatos de orden distinto, el público reclama las correspondientes explicaciones.

Sin la explicación el hecho se convierte en fatalidad y las víctimas en criaturas despreciadas. La explicación rescata la imposición del efecto opresor y le confiere un posible sentido que la ingresa en el ámbito de la humanidad.

Con las explicaciones puede llegarse a entender y en el entendimiento se amortiguan las quejas y los insultos sin cuento.

La gente necesita, por el contrario, cuentos, relatos racionales sobre el acontecimiento, racionalizaciones para soportar la adversidad, razones para hacer frente a la dureza de un suceso.

Gracias a cuentos y cuentos sucesivos se construye el relato general de la existencia y mediante cuyo recurso se hace más soportable el peor destino. En cada ocasión en que, tras un dolor sin cuento, resulta posible contarlo o contárnoslo, aparece el alivio.

El alivio es, a su vez, como un alibí.

El cuento proporciona un alibí o una coartada al mal  oscuro porque desde el momento en que podemos contarlo nos convertimos en  autores de la  narración y, por tanto, hemos logrado salir del suceso. Somos entonces testigos en vez de mártires.

La explicación nos saca de la dolorosa confusión y, simultáneamente de nosotros como materia doliente.

Im-plicarse es hallarse dentro de la plica, del enredo.

Ex-plicarse significa escapar de la plica, de la oscuridad, del tormento.   

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31 de enero de 2007
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Hola, la soledad al habla

He perdido a un amigo. Y lo he perdido en manos de la competencia más desleal: su teléfono.

La trampa la tendió Telefónica, que le regaló el aparato por su cambio de contrato. Desde que vi a mi amigo llegar con él en brazos, supe que todo cambiaría entre nosotros. Mi amigo siempre había sido un poco zarrapastroso: el tipo de chico que se baña apenas lo estrictamente necesario. No se afeitaba con regularidad y toda su ropa parecía heredada de su padre. En cambio, el teléfono era luminoso, vibrátil, moderno, y tenía Ipod, bluetooth y cámara de fotos. El teclado era fluorescente. Cuando alguien llamaba, su nombre se encendía en el auricular y transitaba de un lado a otro, como una banda sin fin hacia el futuro. Era tan hermoso que dolía.

Definitivamente, mi amigo no combinaba con su teléfono. Cuando lo sacaba del bolsillo, el contraste entre los dos lo dejaba muy mal parado. El aparato se veía reluciente, pero mi amigo parecía reducirse hasta el tamaño de una cucaracha. Una mugrecilla le nacía en el bigote, y la suela de sus zapatos se abría. Uno percibía que el aparato se avergonzaba de su dueño y trataba de disimularlo, o de cortar la llamada rápido para que no los viesen juntos. Y no me extraña. Cada vez que mi amigo empuñaba esa maquinita, más que su propietario parecía su limpiabotas.

Consciente de que se había establecido una pugna entre él y su teléfono, mi amigo cambió de guardarropa. Empezó a comprar trajes Hugo Boss y Armani, y a usar lociones después de afeitar. El cambio emparejó un poco las cosas, pero aún no era suficiente. Cuando otra gente le veía sacarlo del bolsillo, le preguntaba: “¿por qué llevas el teléfono de tu jefe?”. Y eso era aún más humillante, porque mi amigo era desempleado por vocación.

Para estar a la altura del nuevo enemigo, eran necesarios cambios más radicales. Mi amigo abandonó su cómoda situación y se vio obligado a conseguir un trabajo como gerente en una transnacional. Y como su Lada de los años 60 no tenía un lugar para conectarlo, adquirió un Mercedes del año. Pero los problemas sólo se agravaban: su casa no combinaba con el carro, así que se vio obligado a comprar un penthouse con piscina.

Al final, todas sus cosas armonizaban: su menú, su gimnasio, la vista desde su oficina. Pero su vida no combinaba con ellas. Cambió a su esposa por una rubia del gimnasio, y se compró una mamá en un barrio más próspero. Por sus hijos más una cuota mensual, le dieron un par de vástagos del colegio inglés. Finalmente, nos abandonó a sus amigos, que ya no calzábamos con el decorado de su existencia.

A veces, echamos de menos a nuestro antiguo amigo. Pero todos sabemos que la verdadera amistad no tiene precio. Por eso, hemos ido a Telefónica a cambiar nuestros teléfonos gratis. El mío tiene Internet.      

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31 de enero de 2007
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SANTOS INVISIBLES

Tuve una infancia feliz, y al mismo tiempo atormentada, en cuanto a los santos se refiere. Volvamos a ellos. Me aterraban los cristos lívidos y ensangrentados que pasaban en la penumbra de sus nichos de cristal en las naves de las iglesias, en espera de ser sacados en procesión el viernes santo, y gozaba, a la vez, de que existieran, por otro lado, los santos invisibles que hacían visitas a domicilio. Era el caso de San Caralampio, al que mi abuela Petrona recibía cuando le tocaba la devoción, según la estricta lista de anfitriones que llevaba la beata patrona del santo.

Cuando llegaba el turno, la casa se alistaba como se hace en espera de los huéspedes distinguidos, y cuando mi abuela veía venir por la calle, a la patrona, salía a la puerta a rendir a San Caralampio los honores de la bienvenida, llena de zalemas: “¿Cómo está usted, San Caralampio?” “Pase adelante, por favor, siéntese”. “¿Se siente cansado?” “¿No le apetece un refresco? ¿No tiene calor?”.

El santo invisible tomaba asiento, la patrona también, y tras unos minutos de plática cordial, la beata despedía, confiando a mi abuela el cuido y trato del huésped, al que pasaría trayendo al cabo de una semana, cuando lo conduciría a casa de otra devota. Y ese día, el de la despedida, yo estaba también allí, muy cerca de mi abuela, atento a los pasos del santo invisible que, agradecido y contento por la hospitalidad recibida, abandonaba la casa.

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31 de enero de 2007
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El hombre ridículo

Agachándose con dificultad la madre se arrodilla en el suelo del estudio y abraza las piernas de su hija adolescente. Su rostro empañado en lágrimas ocupa la pantalla. Balbucea una frase confusa entre sollozos pero se adivina lo que implora con desesperación. La muchacha lleva un piercing en el labio y mira a la madre con fastidio. Cuando la pobre mujer insiste, el público aplaude. Cuando la niña arruga el morrito con desdén, el público abuchea.

La semana anterior un pastor entró en el estudio con sus ovejas. Analfabeto y desdentado, el hombrecito afirma entender el balido de sus animales aunque no pueda traducir lo que dicen. “Es muy complicado”, dice. Divertida, la presentadora anima la conversación y celebra las ocurrentes respuestas del anciano. Con sus manos huesudas el pastor levanta una oveja y se la pone en las rodillas. Acerca su oreja al hocico y frunce el ceño con preocupación. Cuando la oveja suelta por el culo un racimo de excrementos, el público también suelta sonoras carcajadas.

El productor del programa recuerda sus comienzos profesionales y le maravilla el modo en que la gente ha ido perdiendo poco a poco el sentido del pudor. Al principio, cuando los espectadores sentían vergüenza ajena y protegían su vida privada de miradas extrañas, cualquier ocurrencia entretenía a un público celoso de su intimidad. Pero al desbocarse, el afán de notoriedad moviliza a gente dispuesta a todo con tal de darse a conocer.

Hace poco parecía sencillo dar con ellos y llevarlos al programa. Pero hoy, el hombre ridículo es insaciable y cada día es mayor su exigencia de escarnio. Tanto le da darlo como recibirlo.

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31 de enero de 2007
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“ME LLAMO VILA-MATAS, COMO TODO MUNDO”

Hace unos días en la Real Academia de la Lengua Enrique Vila-Matas recibía un premio de los académicos. Antes, el más veterano de nuestros escritores y académicos, Francisco Ayala, también era homenajeado por la histórica institución. Llegué tarde. Había intentado ser puntual, metí prisa al taxista y, la verdad, el hombre hizo lo que pudo, incluso a riesgo de ser multado. Cuando le dije que me llevara a la Academia, me preguntó cuál era la dirección, me pareció lógico que no la conociera, además era bastante joven. Me confesó que le hacía mucha ilusión conocer la Academia, que desde hace tiempo estaba deseando que alguien le llevara. Me extrañó. Le avisé que era con invitación. Aún así, me confesó que lo intentaría, que al menos quería mirar por fuera. Llegamos tarde. Me bajé deprisa. El taxista me dijo que dejaba el coche en doble fila un momento y pensaba colarse conmigo. Algo le extrañó de la puerta, del edificio. Me preguntó: “pero es esto la Academia de la tele, es la Academia de “Operación triunfo”. Sintiéndolo mucho, le saqué de su error, le tuve que confesar que era solamente la de la Lengua. Y que allí no cantaban, sino que leían, Francisco Ayala y Enrique Vila-Matas. Pues nada, no le interesaron. No le sonaban de nada. Y eso que todos nos llamamos Vila-Matas, hasta Erik Satie.

Yo tampoco pude ver la actuación. Por haber llegado unos minutos tarde no querían ni dejarnos pasar al hall a esperar el vino de celebración y saludar a los homenajeados. Me costó una dura pelea con varios guardias de seguridad y con una funcionaria encargada, o algo así, de la seguridad de la noble institución. Al final, apelando a la caridad y ante los dos grados bajo cero de la  calle nos dejaron pasar al hall central. Un detalle.

Se lo conté a Vila-Matas, me disculpé de la tardanza, sentí no haber escuchado su texto que tanto me alabaron. Me lo regaló. Después seguí charlando con algunos académicos, incluso con algunos que no lo eran. El muy simpático director de la Academia, Víctor García de la Concha, también se sumó a los piropos por el texto de  Vila-Matas, algo que extrañó a más de un escritor poco académico que a mi lado estaba.

La reunión era distendida, tanto que incluso saltándose las normas, algunos académicos se estaban fumando unos cigarros en el espacio de los percheros. Fumaba Francisco Rico y fumaba Ángel González. Siento chivarme, pero creo que les vendría bien dejarlo. No fumaba, ni bebía vino o whisky como nosotros, Claudio Guillén, que se acercó tan amable y distinguido como siempre para decirnos lo bueno de beber refrescos, de cuidarse. Lo decía como broma, de esa manera  relajada y amable que tenían sus formas. Sin duda Claudio Guillén seguía con su famoso excelente aspecto que estaba muy alejado de su edad real. Dos días después moría repentina y dulcemente frente al televisor de su casa viendo La reina de África. Me pareció de un realismo cruel. No supe a quién ni a qué compararlo. Sí recordé algo que recogía Vila-Matas en su texto, esas absurdas pretensiones que algunos escritores tienen. Ese escritor anónimo que una semana antes de la Segunda Guerra Mundial escribió una nota que decía: “Ya no hay nada que hacer. Pero si de verdad fuera escritor, debería poder impedir la guerra”. No podemos impedir la guerra. Ni siquiera podemos impedir la muerte. Ni aunque nos llamemos Vila-Matas, como todo el mundo.   

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31 de enero de 2007
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INFORME SOBRE PEDRO JUAN GUTIÉRREZ

Para reducir el cansancio de los compañeros de la seguridad cubana, cuya actividad frenética garantiza el éxito de la Revolución, tomé la decisión de redactar el informe sobre la comparecencia de Pedro Juan Gutiérrez frente al público del Hay Festival, en Cartagena, el 28 de enero de 2006. Favor transmitir una copia al ministro de cultura, Abel Prieto, siempre celoso del éxito de autores que tienen el talento que le falta a él, como a los responsables de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

Lugar: Salón Rey, Claustro Santo Domingo.

Duración: una hora y pico.

Atmósfera: faltan sillas para una audiencia de unas 300 personas. No hay intervenciones en contra de la Revolución pero es notable la falta de expresión pública a favor de una rápida recuperación del comandante en jefe.

Presentación: Pedro Juan Gutiérrez lleva un sombrero blanco. Camisa y pantalón de algodón. Ningún rasgo de comportamiento burgués, aunque el sombrero sobre su calvicie provoca varios comentarios en la sala como «con su cara dura y su sonrisa suave, el sombrero se parece más al cine americano que a La Habana».

Guión: la entrevistadora, la periodista Alma Guillermoprieto, lee un extracto de un libro de Pedro Juan Gutiérrez, donde el narrador dice «soy una mierda, mi valor es la de una mierda, etc.», eso antes de preguntarle de manera perversa si el narrador es él. Nuestro compatriota da la cara y consigue unas risas al utilizar la autodecisión como arma.

Planteamientos: el compañero Pedro Juan dice varias veces «somos mestizos», al insistir sobre la naturaleza especial de la mezcla de africanos y españoles en Cuba. Habla también de centro Habana como un territorio «muy violento», «muy agresivo», sin dar la culpa de esta situación a la Revolución o a la idiosincrasia cubana. Por fin, insiste de manera repetida en su voluntad de entender el papel de los años 60 en la historia de Cuba (no recuerda a la audiencia que aquella década es la del triunfo de la Revolución).

Rasgo personal: dice Pedro Juan Gutiérrez que su desánimo total en el año 1994 lo llevó a ser escritor tal como otros tomaron la decisión de salir en balsa hacia Florida. (Favor comprobar cuál era la actividad del compañero en las organizaciones de masa en este año).

Referencias a enemigos de la Revolución: habla de los escritores cubanos como de un grupo único dividido de manera artificial por el exilio. Al ser invitado a citar nombres de buenos escritores en el exilio, cita sólo cuatro que no son revolucionarios: Guillermo Cabrera Infante, Gastón Baquero, Reinaldo Arenas y Zoe Valdés.

Nota específica: al calentarse, Pedro Juan habla de una parte de la isla donde nacieron Batista y… (por milagro no llego a pronunciar el segundo apellido, el del comandante en jefe).

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30 de enero de 2007
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Ser o no ser (un clásico)

Hablando de Hamlet… Pocos días atrás vi por primera vez (lo cual no deja de ser sorprendente, dado que me tengo por shakespeare-ófilo irredento) la versión de Hamlet protagonizada y dirigida por Laurence Olivier, que si no me equivoco hasta obtuvo un Oscar en su momento. Había hecho bien en privarme de verla, porque me pareció un mamarracho. Ya me disgustó de entrada el acápite que Olivier agrega al texto: “Esta es la tragedia de un hombre que no podía decidirse”. Entiendo que sea una de las lecturas más populares del personaje, pero eso no quita que se trate de una de las más erróneas. (Dar el salto del ser o no ser a la indecisión es simple pereza intelectual.) Yo creo, más bien, que Hamlet es la historia de un hombre que lucha para no ser ganado, y en el proceso destruido, por el legado de la violencia humana. Nótese que el Fantasma no le reclama a Hamlet justicia –que sería lo más natural, dado que ha sido víctima de un crimen-, sino venganza: ojo por ojo, sangre a cambio de sangre. Conmovido por la revelación del crimen de su padre, que a su vez torna más intolerables los esponsales de su madre con el asesino revelado, Hamlet se compromete con el Fantasma. Pronto comprende que esta promesa lo ata a un cometido que lo repugna: Hamlet no quiere matar, entiende que hacerlo lo convertirá en aquello que no quiere ser –un ser brutal y violento como su propio padre, que también se llamaba Hamlet. Por eso dilata hasta lo imposible la venganza, y sólo se involucra en los aspectos del complot más próximos a su verdadera naturaleza: el fingimiento de la locura –esto es, la actuación- y la composición de unos versos y dirección de la compañía teatral que arriba a Elsinore. Hamlet es, más bien, la tragedia de un hombre llamado a ser artista al que la circunstancia convierte en asesino. La ironía final ocurre cuando Horacio pide para el príncipe honores militares, la misma clase de honores que recibió su padre. Pudiendo ser algo distinto, Hamlet terminó siendo un hombre más –aunque haya fracasado en el más espectacular de los estilos.

Por lo demás, el Hamlet de Olivier es todo lo que uno teme de estas adaptaciones: teatro filmado en vez de cine, actuaciones rígidas y envaradas, decorados de cartón piedra y vestuarios ridículos; las calzas del rey Claudio y las mangas abullonadas de Horacio son para estallar en carcajadas. Y en lo que hace a Olivier… No puedo evitarlo, la gente lo considera un grande pero a mí nunca me gustó. Con su pelo cortísimo y casi blanco, era casi como estar viendo a Sting haciendo del Príncipe de Dinamarca. En realidad no estoy muy seguro de que me guste alguna de las adaptaciones de Hamlet al cine. El Hamlet de Branagh no me disgustó, pero no vi la versión protagonizada por Mel Gibson ni vi todavía –aunque aspiro a hacerlo- la adaptación a tiempos contemporáneos que filmó Michael Almereyda. Si tuviese que confiar en mi memoria, diría que el Hamlet que más me gustó fue uno que vi hace añares en la Sala Lugones del Teatro San Martín de Buenos Aires. En realidad era una adaptación para TV, protagonizada por Derek Jacobi, a quien ya conocía como el Claudio de la excelente miniserie Yo, Claudio.

El cine, estoy convencido, sigue en deuda con Hamlet.

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30 de enero de 2007
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FISIOLOGIA DEL GUSTO

La industria de los medicamentos que adelgazan es de las más brillantes y multimillonarias de la edad moderna, y su éxito se debe a un viejo anhelo vicioso que duerme en el fondo del alma humana, fácil de despertar ante cualquier reclamo: a nulo esfuerzo, placer máximo. Seguir comiendo y adelgazar con sólo tragarse una pastilla mágica, anhelo hermano menor de otro de soberanía inmarcesible a través de los siglos: dejar de envejecer, para lo que existen también pastillas prodigiosas, inyecciones de placenta,  cirugías estéticas, otra industria de multimillones. Y no olvidemos el otro anhelo placentero: sexo externo, aún a la edad más provecta.

Pero la obesidad se vuelve cada vez más amenazadora, y la promesa de adelgazar sin dejar de comer pierde prestigio, por lo que los gordos extremos a lo Botero pueden ahora optar por remedios que sí imponen sacrificios, ofrecidos también por los gigantes farmacéuticos: lo primero, un pulverizador nasal capaz de bloquear el sentido del olfato y del gusto, las dos sensaciones que nos inducen a comer, pues no hay hambre sin sabor y sin olor. Es como si a alguien le recetaran un bloqueador del nervio óptico para evitar la visión de un cuerpo desnudo, y así librarse del pecado de la carne.

También saldrá al mercado un marcapasos para ser instalado en el estómago, que provocará una contracción de saciedad, cuya señal  recibirá de inmediato el cerebro. Otro artilugio en fabricación, mandará descargas eléctricas al mismo torturado estómago, para atemorizarlo, y paralizarlo. Horrores infernales serían todos estos para Brillat-Savarin, que escribió todo un tratado sobre el buen comer, y los placeres que de él se derivan, su Fisiología del gusto, que recomiendo a ustedes leer.

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30 de enero de 2007
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