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Identidad, Tradición y Soberanía

Salvo una reducida porción de sinvergüenzas, la mayoría de los militantes cree a pies juntillas en la causa que defiende. Los revolucionarios partidarios de la Dictadura del Proletariado creían luchar por la liberación de la Humanidad y no se les ocurría sospechar que hubiera alguna contradicción en los términos de su programa. Con los falangistas españoles y los fascistas italianos ocurría simultáneamente algo muy parecido. Su rudeza era el único recurso que imaginaban para librar a la nación de sus tormentosos males y dolores.

Si queremos comprender el impetuoso sacrificio de los creyentes no nos servirá de mucho estudiar su doctrina pues los partidarios de arreglar las cosas de una vez se lanzan a pugnas y batallas empujados por un espontáneo instinto de generosidad heroica. Si más tarde tienen la suerte de disfrutar el privilegio de una larga vida podrán lamentar las consecuencias de sus actos y arrepentirse, si bien no todos llegan a tener la lucidez que exige semejante impugnación.

Debe ser terrible admitir que se inmolaron en balde los mejores años de la mocedad y que sin saberlo se sometieron a una fuerza que pretendía lo contrario de lo que proclamaba. A veces no hace falta llegar a viejo para desmentir las ficciones ideológicas que embaucan a los más osados, aunque está por ver cuántos son capaces de liberarse a tiempo de las ataduras de su irreflexivo entusiasmo.

Escribo todo esto mientras intento adivinar los confusos sentimientos que bullen estos días en el corazón de los fervorosos militantes nacionalistas que en España creen pertenecer a la corriente histórica de la izquierda. Esos que sacralizan el derecho a la ruptura soberanista en los pueblos cuya identidad brota de la tradición deberán meditar qué significa ese nuevo bloque de la extrema derecha creado en el Parlamento Europeo y bautizado como Identidad, Tradición y Soberanía.

El estreno de este grupo parlamentario ha sido posible gracias a las aportaciones de los partidos de extrema derecha procedentes de Austria, Bélgica, Bulgaria, Francia, Italia, Rumania y Reino Unido. Para empezar tienen veinte diputados y entre ellos destaca no sólo el Frente Nacional de Jean Marie Le Pen, sino el Vlaams Belang, partido nacionalista y xenófobo partidario, como no, de la autodeterminación de la nación flamenca. Los rumanos del Partidul Romania Mare quieren expulsar de su país a la minoría búlgara, son homófobos y antisemitas. El resto no añade novedades sustanciales a este nauseabundo repertorio de sandeces.

En su primer discurso en la eurocámara, el líder parlamentario de Identidad, Tradición y Soberanía, un tal Bruno Gollnisch, exhorta a sus partidarios a defender los valores cristianos, la familia tradicional y la civilización europea. Dando a entender que los conservadores mansos también tienen cabida en su club.

Podrá decirse que usurpar títulos tan honrosos como "identidad", "tradición" o "soberanía" es una fechoría maliciosa pero la extrema derecha europea está en condiciones de demostrar que fueron los primeros en acudir al registro de propiedad intelectual. Esta patente es la que hoy les permite crecer y multiplicarse.

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26 de enero de 2007
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DOS CHICAS DE BARRIO

Podrían haber estado en las pandillas de su barrio, peleando con alguna banda, colgadas a los sms, en el botellón y pasando mucho del instituto o como se llame ahora. Son dos chicas de barrio, fueron, ahora son otra cosa y están más crecidas. Son amigas y residentes donde les apetece. Les van bien las cosas. Al menos las cosas profesionales, las que vemos, las que nos enseñan. Tienen muchos más parecidos en sus vidas paralelas aunque tengan dimensiones de popularidad y dinero muy diferentes. Las dos son de barrios madrileños, las dos podrían haber sido peluqueras o cualquier otro de los personajes de chica de barrio que han sabido interpretar. Son otra cosa muy diferente. Son dos chicas listas, guapas y con suerte. Y dos currantas. Mucho han trabajado, mucho siguen trabajando para estar en ese lado del mundo. A los dos las conocí de pequeñas, cuando salían de la adolescencia y no se sabía a dónde podrían llegar. Estoy hablando de Penélope Cruz y de Maribel Verdú. Nuestras dos chicas de Hollywood.

Hay otras, por ejemplo Ariadna Gil, que también es de barrio madrileño por la vía de su consorte, David Trueba, pero ahora quería hablar de estas dos chicas de barrio madrileño. Penélope -me cuenta un muy cercano amigo suyo y de Maribel, un personaje que es real aunque algunos piensen que es una ficción de Vila-Matas, Luis Alegre- está viviendo estos días como en una nube. No ganará el Oscar, tiene la más feroz competencia de los últimos años, pero esa chica de Alcobendas ya está instalada en lo más alto de la carrera en Hollywood. Me alegro que no haya sido por ningún director americano, por ningún famoso de esos que han sido sus amigos o sus novios, me alegra que haya sido Pedro Almodóvar, el castigado de el tramo final de los Oscar, no importa. Ahí está la demostración de lo que se puede hacer con una actriz, con una chica de barrio si la mirada y la dirección son de Almodóvar. Me apuesto una cena que también Pedro Almodóvar lo hará con el otro español rey de Hollywood, con Antonio Banderas. Algún día llegará a los Oscar por la vía Almodóvar. Yo creo que ya va teniendo las canas y las arrugas que Almodóvar deseaba.

Y la otra chica de barrio, “la Verdú”. Una institución que comenzó dando alegría visual a nuestra vista y nuestro oído. Sabe contar algunos de los mejores chistes verdes que haya podido oír. Gran actriz desde adolescente. Supo estar al lado de Victoria Abril -otra de barrio- y aguantar el tipo. Luego creció con muchos directores, Trueba, Franco y ahora Del Toro. Tiene Maribel frescura y verdad, tiene ese olfato de la chica que muy pronto quiso salir de su barrio, que muy pronto supo que había que dejar atrás muchas cosas y no olvidar casi ninguna. Dos madrileñas en Hollywood, no está mal la cosecha para una ciudad que cada día parece estar más peleada con los cines. Los cines se cierran y ellas se van a Hollywood. ¿Qué hacer? Pues nada, ver la gala de los Goya, después ver la de los Oscar y no estar jugando a las comparaciones. Está muy feo señalar.

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25 de enero de 2007
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RYSZARD KAPUSCINSKI

Encontré por última vez a Ryszard Kapuscinski en Berlín en septiembre del año pasado, con motivo de la entrega de los premios Ulises que se conceden cada año a los libros de mejor periodismo narrativo en el mundo. Venía él a pie después de cenar con Frank Berberich y Esther Gallodoro, los anfitriones del certamen, y mi mujer y yo conversábamos en el café de la terraza del hotel Kempinski. Tenía una manera de saludar primero con los ojos, que se iluminaban de alegría, antes de los abrazos, y antes de dejar oír su voz instruida en tantos tonos y acentos del mundo.

Había llegado él como invitado de honor a la ceremonia, subió a la tribuna a entregar el premio mayor a Linda Grant por su libro sobre la vida cotidiana de Israel, Gente en las calles,  y no habló. Le sobraban los discursos. Conversamos, de Centroamérica, cuando no, de Nicaragua, metido en los meandros de la realidad latinoamericana que no lo abandonaba, tan conocedor de ella como para haber vivido la guerra del fútbol en Honduras, un hecho insólito que quedó en uno de sus libros, insólito también que se hallara en Tegucigalpa con pasaporte polaco, porque venir entonces desde detrás de la cortina de hierro a los países bananeros que se decía, era como llegar del infierno temido por los coroneles golpistas y demás especímenes del trópico.

Nunca leí una prosa periodística mejor que la suya. Ébano, su memoria de reportero en África,  que tiene la oscura majestad de los libros de Conrad, y El Imperio, la crónica de regreso al inmenso escenario de lo que un día había sido la Unión Soviética, ahora sólo bambalinas apolilladas y jirones de viejos decorados, serán siempre libros míos de cabecera para recordar cómo debe escribirse sobre la verdad con ojo inspirado, es decir, ojo, pulso y cerebro de literato.

Ahora nos despedimos mientras tanto en la terraza del Kempinski, y él  se aleja de espaldas por la Fasanenstrasse, hasta perderse en la noche.

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25 de enero de 2007
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EL GOZO DE HABLAR

Contra la sinceridad llamó Juan Cruz a un libro que le encargaron sobre la cuestión de la mentira o la verdad en la relación social.

Frente a la idea inculcada por los maristas a favor de la pura verdad, la sinceridad actúa socialmente como un corrosivo que convierte lo compacto en arenizo, el nudo en un lazo flojo, la amistad en friabilidad.

Hay cuestiones que no pueden decirse en público y otras que incluso son hasta venenosas en privado y es preciso reservarlas siempre y absolutamente para sí. Gracias a esta reserva de secretos la conciencia adquiere una identidad más fuerte incluso que la recibida de cualquier amor.

El secreto encapsulado, incomunicable y hasta insoportable determina un núcleo duro que tortura tanto como crea una dignidad sin corromper. Una caja de oro macizo o una inmortalidad representada en la continuidad de un conocimiento que perteneciéndonos en exclusiva y acompañándonos hasta la muerte seguirá intacto después de nuestra descomposición.

Este reducto nos sobrevive y, en consecuencia, sin dar parte a nadie se transfigura en el símbolo de la suprema verdad. Aquella clase de gran verdad que corresponde a Dios, el único que ha sabido administrar con celo trascendente los misterios de la fe y se ha reservado todavía el esclarecimiento de varios temas favoritos, desde el sortilegio de la Eucaristía a la fórmula de la Santísima Trinidad.

Pero sólo Dios y quienes alcanzan la santidad simbólica se encuentran en condiciones de mantener el contenedor cerrado a cal y canto. El común de los mortales tiende a irse de la lengua porque la tentación de soltar lo que se sabe suele ser tan fuerte como el instinto sexual que es, en su orgasmo, su metáfora más vistosa.

Que Zapatero o don Ramón Calderón sufrieran dos importunas grabaciones de sus lapsus o sus pensamientos secretos es apenas una muestra de lo que viene sucediendo con las grabaciones de personajes públicos y especuladores privados a granel. Ahora no hay prácticamente confidencia, tráfico de estupefacientes o cita adulterina que no se vea y oiga en la grabación.

La excepcionalidad, la intimidad o el secreto ha ido convirtiéndose en la materia prima de máximo interés en los medios sea respecto a los políticos, los curas o los consejos de administración. No es extraño que videocámaras y micrófonos, magnetófonos y cookies, intervenciones de teléfonos y correos electrónicos, compongan una constelación de dispositivos ávidos de succionar este elemento que destilan los ayuntamientos, los parlamentos y las presidencias sin importar de qué ámbito son. Lo decisivo es la captación de esta sustancia que, como un valioso estupefaciente, recibe el cuerpo de la información. La sensación del informador.

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25 de enero de 2007
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Un hombre responsable

La película Breaking and Entering, de Anthony Minghella, que aquí en la Argentina se estrenó bajo el prosaico título de Violación de domicilio, encendió mi alma con sus mejores luces. Es una película bella, simple en apariencia pero compleja en trama y en resonancias, que está entre lo mejor que Minghella haya hecho. (Yo que soy fan de The English Patient, me atrevería a pensar que está casi a su altura y sin necesidad de recurrir a los grandes gestos propios del romanticismo que constituían la marca, y para muchos la condena, de aquella película.)

Breaking and Entering cuenta la historia de un hombre bueno. Pero no de un bueno parecido al héroe habitual de las películas, enfrentado a algún riesgo a pesar de su inocencia o por el hecho de haber cometido un desliz del cual debe redimirse. Este Will Francis (Jude Law) es un hombre bueno de verdad, quiero decir alguien falible y lleno de defectos de los que es consciente pero que no se escuda en ellos para dejar de formularse a diario la célebre pregunta del Evangelista: “¿Qué debo hacer?”  Frente a cada hecho de mi vida, frente a cada elección que el destino me pone delante, ¿qué debo hacer para producir el mayor bien posible y no perder mi alma en el proceso? Hasta el nombre elegido por Minghella para su personaje sugiere esta actitud que le es tan propia y esencial: con el simple agregado de unos puntos suspensivos y de un signo de interrogación, Will Francis se convierte en Will Francis…?, lo que en inglés significa ¿Lo hará Francis, será Francis…? Este personaje se plantea el dilema moral a diario, porque sabe que a cada paso lo acecha la posibilidad de errar, de fallar, de hacer y de hacerse daño.

Francis es un arquitecto londinense, que vive desde hace diez años con una mujer, Liv (la siempre fascinante Robin Wright Penn), que es madre de una hija con problemas en la órbita del autismo. Sus vidas son demandantes, porque la niña no duerme de noche y está siempre en zona de riesgo. Will siente la presión pero no se queja, lo que lo desvela a él es en todo caso el hecho de que las necesidades de la niña fuerzan a su madre a vincularse con ella en un círculo excluyente, en el que no sólo Will no logra entrar sino que además consume toda la afectividad de su mujer. En medio de esa crisis, Will descubre que un adolescente es el responsable de los sucesivos robos que ha padecido su estudio, y al seguirlo entiende que se trata de un inmigrante de Sarajevo, hijo de una mujer, Amira (Juliette Binoche, veterana como Law de los films de Minghella), que trata de mantenerlo trabajando en doble turno como costurera y como camarera en un bingo. En vez de denunciar al chico, Francis hace a un lado la existencia del robo y desarrolla una obsesión con su madre, con la que inicia una relación amorosa a escondidas.

En simultáneo, Minghella hila en torno de Francis una serie de historias o viñetas que conciernen a los personajes secundarios: el socio de Will, la chica de la limpieza, la prostituta que ronda el estudio por las noches (una criatura formidable en manos de la actriz Vera Farmiga), pero no lo hace a la manera de Iñárritu en Babel, donde hechos que los personajes no pueden controlar terminan influyendo sobre destinos ajenos. Yo creo que el esquema de Babel es fatalista, porque nos cuenta que no hay nada que podamos hacer para cambiar las cosas: el japonés no puede controlar lo que se hará con el rifle de caza del que se ha desprendido, los estadounidenses no pueden controlar lo que ocurre con sus hijos, todos estamos a merced de este efecto mariposa ante el que no nos queda otra que resignarnos. En cambio en Breaking & Entering los destinos se entrecruzan pero no existe fatalismo: todo lo que hacemos con nuestro prójimo y todo lo que nuestro prójimo hace con nosotros es el resultado de una elección por la cual, siendo adultos, deberíamos estar en condiciones de responder aun cuando nos hayamos equivocado.

Esa conciencia, un músculo entrenado por la pregunta diaria sobre lo que debemos hacer, hace que Will no pierda de vista el juego de espejos en el que se ha embarcado: se aparta momentáneamente de una mujer con una hija en problemas para involucrarse con una mujer con un hijo en problemas, lo que está buscando no es tanto una instancia superadora sino la posibilidad de sentir que puede relacionarse con Amira a pesar del lazo-círculo que existe entre ella y su hijo –y de descubrir, finalmente, que puede hacer algo positivo por ellos. Y al comprenderlo invierte su nombre para que deje de ser una pregunta, Francis will, Francis lo hace, asume sus problemas y sus errores, da la cara y se expone para tratar de hacer el bien.

A diferencia de la mayoría de los films que nos llegan hablados en inglés, Breaking and Entering está protagonizado no por un adulto que en realidad es un adolescente disfrazado sino por un adulto con todas las letras, la clase de ser que lamentablemente escasea no sólo en el cine, sino también en la vida: un hombre responsable.

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25 de enero de 2007
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La perpetua decepción

Paul Theroux nos contó la historia de su amistad con Naipaul y mediante un magistral artilugio narrativo nos obligó a catar la amargura de su dolorosa decepción.

La extensión de La sombra de Naipaul (436 páginas) expresa elocuentemente el alcance de su frustración pero nada en el libro nos permite atribuir su empeño a un desagradable resentimiento. Al contrario, liberándose de la habitual mala saña con que algunos cultivan su rencorosa animadversión, Theroux confiesa al lector sus ambiciones filiales y recorre de nuevo el camino que le llevó a someterse al juicio de un solo hombre.

La biografía de una amistad -pues así se subtitula el libro- nos advierte contra los peligros de la admiración. Como embelesamiento, viene a decir Theroux, puede acabar muy mal. Como vínculo sacramental lleva necesariamente al infierno de una violenta desilusión.

Supongo que permanecerá arraigada en el hombre durante mucho tiempo la natural inclinación a la idolatría. Parece que no tiene remedio. La hemos visto florecer en sociedades patriarcales y en épocas sometidas al poderío de los grandes hombres. Subsiste ahora bajo múltiples aspectos. Las más inocentes sumisiones se resuelven consumiendo los productos comerciales que facilitan el contacto virtual con el mito (la música, el cine). También en su aspecto más banal se resiste a desaparecer: es el entusiasmo popular por los líderes políticos.

Podía entenderse en tiempos más opacos que los nuestros, cuando a la prensa le avergonzaba descubrir sus vicios. Sin embargo, a pesar del implacable relato de los hechos que difunde el buen periodismo no se lesiona la tendencia innata de la población a ver héroes donde sólo hay individuos encumbrados.

Quizá sea inútil fomentar la indiferencia de los escépticos, pero no veo como podrá evitarse el amargo sabor de la decepción. Con un poco más de astucia por nuestra parte, nos ahorraríamos muchos disgustos.

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25 de enero de 2007
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PUENTE AÉREO

Llevo años despotricando contra eso que se llama puente aéreo. Una forma de transportarnos que no consigue unir Madrid con Barcelona, ni a los madrileños con los barceloneses. Y no será porque no lo intentamos. Un lleno que se repite a casi cualquier hora del día. No porque sea barato, ni cómodo, ni puntual, ni amable… es porque es el único. ¡Ya hablaremos cuando llegue el tren! Me pienso reír del puente, de Iberia y de los aéreos. Pero ahora lo que toca es tragar y tragar. En fin, paciencia y rezos por el AVE.

De trenes acabo de recibir los cuentos y poemas premiados por la Fundación de Ferrocarriles Españoles. Aviso para escritores despistados: son de los mejor dotados de esa selva de muchos premios. Hay unos premios de relato corto y otro de poemas.

Antonio Machado se llama el de poesía y Camilo José de Cela el de cuentos. Y en dinero se llaman así: 15 mil euros a los primeros y 5 mil a los segundos. El premio ya tiene un curioso historial, un buen nivel. Este año los premiados en prosa han sido Fernando León de Aranoa, que ha vencido al veterano Abilio Estévez. Y en poesía el joven Antonio Lucas se impone a Ana Merino. Pero yo no quería hablar de esto, se me han cruzado los trenes en mi historia del puente aéreo, aunque me gustan algunos de los cuentos y los poemas que editan los ferrocarriles este año.

Yo pretendía hablar de la última, corta y eficaz novela de Enrique Murillo. Especialmente pensada para  los usuarios del puente aéreo y para los amantes de las pequeñas intrigas cotidianas. La historia, que está basada en un relato que escuché, escuchamos, hace años en un bar madrileño que me era muy cercano, en compañía de Murillo y Dulce Chacón a la periodista Rosana Torres. Aquella era la historia de unas cenizas de un muerto muy querido por quien las transportaba, las cenizas del mismo padre de Rosana Torres, y de cómo a veces la muerte, los muertos, se nos pegan a las uñas. No les contaré mucho, así se llama el relato que en la resucitada Bruguera publica Murillo: La muerte pegada a las uñas.

Todo el relato transcurre en un trayecto del puente aéreo. Un accidentado viaje de Barcelona a Madrid una mañana cualquiera de un día laborable. Al protagonista le sucede algo horrible, inusual, excéntrico y llamativo, el pasajero que ocupa el asiento de su lado no para de hablar en todo el viaje -retrasos incluidos- al tranquilo ejecutivo que pensaba hacer lo que siempre hacemos, viajar sin mirarnos, sin hablarnos, sin sentirnos. Viajar como viajamos esa fauna de pasajeros de esa cosa llamada puente aéreo. Yo me bajo en la próxima.

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24 de enero de 2007
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Marihuana S.A.

-¿Saben lo que ustedes necesitan, chicos? Ustedes necesitan un vaporizador de marihuana. Va a cambiar su vida.

-Ya, pero es muy caro. Quizá debamos conformarnos con una pipa de agua.

-Piénsenlo: con un vaporizador, necesitarán menos hierba, porque las dosis se pueden reutilizar entre 3 y 6 veces. A la larga, se ahorra dinero.

Los dos clientes se miran, indecisos, y fuman un poco más, paladeando los resultados. Uno de ellos lleva el pelo como una alfombra enrollada. El otro tiene unas profundas ojeras y acné. Pero mientras consideran juntos su decisión, parecen un matrimonio joven ante el funcionario que tramita la hipoteca. Examinan el producto que humea frente a ellos y hacen cuentas para calcular si se lo pueden permitir. Los vaporizadores cuestan 410 euros, pero hay uno digital por 180. La chica del mostrador, sobriamente vestida, les explica los planes de financiamiento y pagos a plazos. Parece que los va a convencer.

La feria Highlife Barcelona de comerciantes y productores de marihuana se ha puesto corbata. Este año, los folletos comerciales son sobrios y elegantes, la mayoría impresos en papel couché, y el público tiene más nivel adquisitivo. La descripción de cada variedad de hierba parece la etiqueta de un vino: Martha my dear disfruta de un vigor híbrido sorprendente... sativa temprana de tonalidad verde oscuro brillante y tonos rojizos con un bouquet dulce. Igual que el año pasado, puedes pasar a dar una calada gratis por la tienda de De Verdamper BV,  pero ahora está en una esquina, detrás de un cartel. Lejos del look rasta, un hombre autodenominado The king of cannabis luce en la foto como un Patrick Swayze maduro y galanesco, con una sonrisa impecable y un traje de vendedor de aspiradoras, promocionando su segundo curso para cultivadores en DVD. La feria quiere resultar seria y natural, normalizar el producto para apartarlo de los estereotipos.

Debe tener éxito, porque el número de tiendas y la gama se han ampliado: más productos para fumar –desmenuzadores, papel de liar transparente, pipas- y más moda con tela de cáñamo y motivos alusivos. Sobre todo, más oferta tecnológica de lámparas fluorescentes, temporizadores, medidores de humedad y fotómetros para controlar el cultivo en interiores. La tajada más sustanciosa de este negocio es la que se dedica a esconderlo. Por 300 euros, te llevas un ingenioso armario para cultivos con capacidad para cincuenta macetas: su fachada tiene apariencia de un mueble de madera, para que tu mamá nunca sospeche lo que lleva dentro.

La feria se sostiene en un extraño retruécano legal: no está permitido vender marihuana, pero sí regalarla. En el interior del recinto de La Farga –a media hora en metro del centro de la ciudad- se fuma, se cultiva y se intercambia. Pero si alguien te encuentra vendiéndola, te puede denunciar a la policía. Eso tampoco sería tan grave, la verdad. En la calle hay agentes de la guardia urbana, pero se limitan a aclararles a algunos despistados que sólo se puede consumir en el interior del local.

Highlife Barcelona es el mejor ejemplo de que todos los tabúes tienen precio. Si quieres una revolución, haz que se ponga de moda. Uno no se pregunta “¿Esto es bueno o malo?” sino “¿Dónde está el cupón de descuento?” Lo único que nos disgusta es lo que no podemos comprar. Si entra en el mercado, cualquier producto o actividad se abrirá paso en una sociedad, porque generará grupos de aficionados con algo que compartir, lugares de reunión y pequeños o grandes negocios. Hay ferias de marihuana y festivales porno, como hay mercados de armas, fruterías, tiendas de artículos nazis y jugueterías, y en cada uno de esos lugares se encuentra y se conoce gente con intereses comunes.

Por mi parte, estoy tratando de organizar un festival anual que convoque a toda la gente que toma cerveza frente al televisor. He diseñado ya dos productos para los stands: el control remoto con posavasos y el cojín para hemorroides con reposapiés incorporado. Piensen en todo el público potencial a mi disposición. Me voy a hacer rico.

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24 de enero de 2007
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LA SOGA EN EL CUELLO

            No puedo dejar de comentar este pequeño drama del que tal vez leyeron ustedes para el tiempo en que estuvo de moda en las noticias la ejecución en la horca del dictador Saddam Hussein. Un niño hijo de inmigrantes pobres guatemaltecos que viven en el condado de Webster en Houston, Texas, vio por la tele las escenas de la ejecución. Todo eso de la subida al patíbulo, el momento en el que el verdugo  encapuchado coloca en el cuello del reo de muerte la gruesa soga con que va a ser ahorcado.

            El niño se llamaba Sergio Pelico, y tenía apenas diez años. Como las escenas pasaban una y otra vez por la pantalla, algo en aquel rito que merecía tantas repeticiones lo indujo a ensayar él mismo lo que seguramente creyó un juego, porque si se ponen ustedes en la mente de un niño sentado el santo día frente a la pantalla de la tele, la frontera entre juego, ficción, realidad e historia viva resulta borrada. Y no sólo para un niño, también para no pocos adultos. Colgarse de una cuerda le pareció al niño una diversión, o una manera de distraer su tedio. Una manera de entrar con su vida, y con su muerte, dentro de la pantalla.

            Hussein fue ahorcado un sábado, el día primero de la fiesta musulmana del sacrificio. A Sergio Pelico lo encontró colgado su madre la mañana del domingo 31 de diciembre del 2006, víspera del año nuevo.

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24 de enero de 2007
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LA NOTICIA BOMBA: LA BOMBA DE LA NOTICIA

Una constante de algunas noticias vedette en nuestra actualidad es su desaforada absorción informativa.

Como en todos los ámbitos, los elementos compiten por la supremacía de la atención y concretamente, en los periódicos, los sucesos combaten entre sí primero en las secciones del diario y más tarde en las reuniones vespertinas para resolver la primera página.

Esta pugna conforma el quehacer habitual de los medios y la tarea distintiva del director. Lo novedoso radica ahora no tanto en la clase de disputa o en su probable desenlace como en la condición que muestran  ciertas  noticias para saturarse desaforadamente de tinta y ahogar casi todo lo demás.

Tales criaturas mediáticas no perviven mucho ni en las pantallas o en el papel pero en tanto permanecen fagocitan los textos de  los redactores,  de los columnistas, los editorialistas y las cartas de los lectores.

Ahora tenemos el caso de las reyertas juveniles en Alcorcón. Durante días y días el periódico, la radio o la televisión se entregarán al suceso con todas las fuerzas y, especialmente, con el máximo de temperatura emocional, porque lo distintivo de esta absorción consiste en calentar el medio y a su clientela. Del calentamiento se obtienen caldos y sopas, efluvios y atmósferas para ganar el gusto del público y componer una parroquiana asociación que se alimenta de sí y consigue evocar la vecindad de las comunidades menudas.

Con todo ello la interdependencia alumbra un suceso adicional  representado en el clamor o especie de fenómeno natural nacido de la saturación artificial del hecho y de su abusiva secreción. Una secreción que ofusca la nitidez del hecho y que nacida como de una patología no posee más destino que ser el síntoma de la disfunción. Comentarios, análisis, entrevistas, indagaciones, declaraciones, réplicas, se amontonan  sobre la noticia estrella sin conseguir llegar a su porqué pero agigantando su presencia hasta el límite del hastío. Sólo llegando a esta cota la noticia estrella inicia una extinción veloz.

Pero un instante sólo se vivirá sin luz. De inmediato otra luminaria de cualquier color surgirá de la  nada y repetirá el guión, la  biología del suceso que se clona en supersuceso, noticia bomba o masa crítica del suceso siempre coincidente con el punto en que el máximo grado de información posible coincide con el ínfimo nivel de comprensión.

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24 de enero de 2007
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El Boomeran(g)
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