Basilio Baltasar
Paul Theroux nos contó la historia de su amistad con Naipaul y mediante un magistral artilugio narrativo nos obligó a catar la amargura de su dolorosa decepción.
La extensión de La sombra de Naipaul (436 páginas) expresa elocuentemente el alcance de su frustración pero nada en el libro nos permite atribuir su empeño a un desagradable resentimiento. Al contrario, liberándose de la habitual mala saña con que algunos cultivan su rencorosa animadversión, Theroux confiesa al lector sus ambiciones filiales y recorre de nuevo el camino que le llevó a someterse al juicio de un solo hombre.
La biografía de una amistad -pues así se subtitula el libro- nos advierte contra los peligros de la admiración. Como embelesamiento, viene a decir Theroux, puede acabar muy mal. Como vínculo sacramental lleva necesariamente al infierno de una violenta desilusión.
Supongo que permanecerá arraigada en el hombre durante mucho tiempo la natural inclinación a la idolatría. Parece que no tiene remedio. La hemos visto florecer en sociedades patriarcales y en épocas sometidas al poderío de los grandes hombres. Subsiste ahora bajo múltiples aspectos. Las más inocentes sumisiones se resuelven consumiendo los productos comerciales que facilitan el contacto virtual con el mito (la música, el cine). También en su aspecto más banal se resiste a desaparecer: es el entusiasmo popular por los líderes políticos.
Podía entenderse en tiempos más opacos que los nuestros, cuando a la prensa le avergonzaba descubrir sus vicios. Sin embargo, a pesar del implacable relato de los hechos que difunde el buen periodismo no se lesiona la tendencia innata de la población a ver héroes donde sólo hay individuos encumbrados.
Quizá sea inútil fomentar la indiferencia de los escépticos, pero no veo como podrá evitarse el amargo sabor de la decepción. Con un poco más de astucia por nuestra parte, nos ahorraríamos muchos disgustos.