Marcelo Figueras
La película Breaking and Entering, de Anthony Minghella, que aquí en la Argentina se estrenó bajo el prosaico título de Violación de domicilio, encendió mi alma con sus mejores luces. Es una película bella, simple en apariencia pero compleja en trama y en resonancias, que está entre lo mejor que Minghella haya hecho. (Yo que soy fan de The English Patient, me atrevería a pensar que está casi a su altura y sin necesidad de recurrir a los grandes gestos propios del romanticismo que constituían la marca, y para muchos la condena, de aquella película.)
Breaking and Entering cuenta la historia de un hombre bueno. Pero no de un bueno parecido al héroe habitual de las películas, enfrentado a algún riesgo a pesar de su inocencia o por el hecho de haber cometido un desliz del cual debe redimirse. Este Will Francis (Jude Law) es un hombre bueno de verdad, quiero decir alguien falible y lleno de defectos de los que es consciente pero que no se escuda en ellos para dejar de formularse a diario la célebre pregunta del Evangelista: “¿Qué debo hacer?” Frente a cada hecho de mi vida, frente a cada elección que el destino me pone delante, ¿qué debo hacer para producir el mayor bien posible y no perder mi alma en el proceso? Hasta el nombre elegido por Minghella para su personaje sugiere esta actitud que le es tan propia y esencial: con el simple agregado de unos puntos suspensivos y de un signo de interrogación, Will Francis se convierte en Will Francis…?, lo que en inglés significa ¿Lo hará Francis, será Francis…? Este personaje se plantea el dilema moral a diario, porque sabe que a cada paso lo acecha la posibilidad de errar, de fallar, de hacer y de hacerse daño.
Francis es un arquitecto londinense, que vive desde hace diez años con una mujer, Liv (la siempre fascinante Robin Wright Penn), que es madre de una hija con problemas en la órbita del autismo. Sus vidas son demandantes, porque la niña no duerme de noche y está siempre en zona de riesgo. Will siente la presión pero no se queja, lo que lo desvela a él es en todo caso el hecho de que las necesidades de la niña fuerzan a su madre a vincularse con ella en un círculo excluyente, en el que no sólo Will no logra entrar sino que además consume toda la afectividad de su mujer. En medio de esa crisis, Will descubre que un adolescente es el responsable de los sucesivos robos que ha padecido su estudio, y al seguirlo entiende que se trata de un inmigrante de Sarajevo, hijo de una mujer, Amira (Juliette Binoche, veterana como Law de los films de Minghella), que trata de mantenerlo trabajando en doble turno como costurera y como camarera en un bingo. En vez de denunciar al chico, Francis hace a un lado la existencia del robo y desarrolla una obsesión con su madre, con la que inicia una relación amorosa a escondidas.
En simultáneo, Minghella hila en torno de Francis una serie de historias o viñetas que conciernen a los personajes secundarios: el socio de Will, la chica de la limpieza, la prostituta que ronda el estudio por las noches (una criatura formidable en manos de la actriz Vera Farmiga), pero no lo hace a la manera de Iñárritu en Babel, donde hechos que los personajes no pueden controlar terminan influyendo sobre destinos ajenos. Yo creo que el esquema de Babel es fatalista, porque nos cuenta que no hay nada que podamos hacer para cambiar las cosas: el japonés no puede controlar lo que se hará con el rifle de caza del que se ha desprendido, los estadounidenses no pueden controlar lo que ocurre con sus hijos, todos estamos a merced de este efecto mariposa ante el que no nos queda otra que resignarnos. En cambio en Breaking & Entering los destinos se entrecruzan pero no existe fatalismo: todo lo que hacemos con nuestro prójimo y todo lo que nuestro prójimo hace con nosotros es el resultado de una elección por la cual, siendo adultos, deberíamos estar en condiciones de responder aun cuando nos hayamos equivocado.
Esa conciencia, un músculo entrenado por la pregunta diaria sobre lo que debemos hacer, hace que Will no pierda de vista el juego de espejos en el que se ha embarcado: se aparta momentáneamente de una mujer con una hija en problemas para involucrarse con una mujer con un hijo en problemas, lo que está buscando no es tanto una instancia superadora sino la posibilidad de sentir que puede relacionarse con Amira a pesar del lazo-círculo que existe entre ella y su hijo –y de descubrir, finalmente, que puede hacer algo positivo por ellos. Y al comprenderlo invierte su nombre para que deje de ser una pregunta, Francis will, Francis lo hace, asume sus problemas y sus errores, da la cara y se expone para tratar de hacer el bien.
A diferencia de la mayoría de los films que nos llegan hablados en inglés, Breaking and Entering está protagonizado no por un adulto que en realidad es un adolescente disfrazado sino por un adulto con todas las letras, la clase de ser que lamentablemente escasea no sólo en el cine, sino también en la vida: un hombre responsable.