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I. CORONAS Y LAUROS

            Gracias sean dadas a los lectores que han entrado en el tema de los ganadores y los perdedores, y me parece que la madeja da todavía para muchos agregados y reflexiones. Me encanta que Lorena haya traído a cuento la palabra gloria, que es el súmmum de la retórica en cuanto a las conquistas en la vida. Es lo que en la prosa decimonónica se llamaba laureles, o lauros, recordando las coronas que se colocaban en las sienes de los vencedores militares, coronas que luego pasaron a las sienes de los poetas, increíble distancia recorrida. ¡Clarines, laureles! Declama Rubén Darío desde las estrofas marciales de la Marcha Triunfal.

            En cuanto a los literatos y poetas, esto de la gloria inmarcesible puede venir a ser patético. Cuentan que en tiempos en que en España coronar a los poetas con laureles de utilería era una epidemia, preguntaron al ya anciano don Gaspar Núñez de Arce si era cierto que se iba a dejar coronar, pues en Sevilla se preparaba ya la ceremonia preñada de discursos donde se consumaría su consagración láurea. “¡Pero si yo no me dejo, pero me coronan!” respondió don Gaspar, impotente y desconsolado, como si lo llevaran al matadero, pero a lo mejor, quién que es no sufre los embates de la vanidad, hasta secretamente deseoso de sentir en su cabeza provecta la caricia de las hojas de laurel fabricadas de cartón y forradas en papel maché dorado…

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27 de febrero de 2007
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SINIESTROS FANTASMAS

Los últimos gestos de “guerra fría” a cargo de Putin y el escudo antimisiles rebrotando desde Canadá a Hungría por parte de Bush, desdicen la más reciente y reluciente dirección del mundo. No llegarán, por tanto, muy lejos con sus preferencias.

Desde la caída del Muro de Berlín, en 1989, las nuevas invenciones tecnológicas y el estilo general de todos los cambios se han producido en una conquista horizontal. La Humanidad ha intentado mejorar ampliando la base de las comunicaciones reticulares y dilatando las ciencias destinadas a  la vida. En lugar de continuar el modelo mortal y vertical, jerárquico y destructor, que introdujo el formidable trauma de las dos guerras mundiales, en la última década del siglo XX y lo que va del XXI ha crecido la existencia en forma de red y el avance general de la biología.

Lo extenso ha ganado a lo intenso, lo superficial a lo profundo, lo vitalista a lo trágico, el hedonismo al deber del sacrificio. La relevancia de estas categorías ha ido contribuyendo a experimentar la Humanidad como una amplia planicie y el mundo como un espacio para vivir una existencia más prolongada y rica.

La muerte sigue una metáfora vertical, hacia arriba o hacia abajo, según la fe o el nihilismo, pero la vida halla su gloria en la máxima ocupación de la superficie.

Tras la Segunda Guerra Mundial los asombros tecnológicos tuvieron relación con la exploración de otros planetas o con las armas galácticas para matar a los otros. En estos últimos años, sin embargo, las innovaciones se han plasmado en múltiples aparatos para la comunicación horizontal e interpersonal o en incontables soluciones celulares para salvar o reproducir vidas. Esta corriente basal mana y da carácter a la época. De modo que, tal y como se desprende de su pinta, Putin y Bush son ya zombis o siniestros fantasmas de otra época.

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27 de febrero de 2007
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De procesos interrumpidos y de nuevos comienzos

Cada vez que un proceso natural es interrumpido de manera violenta, la Historia desanda su marcha y las deudas por pagar se apilan, de manera implacable. La América Latina de fines de los 60 y comienzos de los 70, por ejemplo, pretendía avanzar en la construcción de sociedades menos sectarias e injustas. En ese contexto, no debería extrañar a nadie que por aquel entonces haya surgido lo que todavía hoy se conoce como el boom: escritores de infinita diversidad como Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa trataban de explicarse a sí mismos y en el proceso explicar, o por lo menos arriesgar sus propias intuiciones, respecto del sitio y el tiempo que les había tocado en suerte. Las dictaduras que surgieron para apagar las flamas surgidas al sur del río Grande no opacaron el brillo de semejantes autores, pero entre sus muchas consecuencias –la mayor parte de ellas terribles, y en buena medida abiertas todavía como heridas que no logran cicatrizar- hay una que quizás parezca menor, pero no lo es tanto. Así como en la Argentina la dictadura arrasó con buena parte de lo más brillante de una generación, también logró interrumpir un proceso de creación del que los escritores del boom eran fogoneros. Aquí desaparecieron Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Haroldo Conti. Otros muchos escritores debieron emigrar, y sus libros se torcieron de allí en más para tratar de descifrar el descentramiento producido por el exilio forzoso. En consecuencia –e insisto, hablo básicamente a partir de la experiencia argentina-, los escritores dejaron de contarnos. La dinámica de la vida hubiese hecho esperable que una nueva generación se rebelase contra los nombres del boom, proponiendo nuevas formas de contarnos a nosotros mismos, pero la violencia interrumpió ese proceso.

Hay un hueco enorme, un vacío insondable, entre aquellos maestros y nosotros. Sobre fines de los 80 surgió aquí una nueva generación de narradores. Pero los que comenzamos a editar por aquel entonces no podíamos rebelarnos contra la generación que nos precedía, simplemente porque no estaba: los habían borrado de la faz de la Tierra. Y tampoco tenía demasiado sentido embestir contra García Márquez & Co., porque parecían estar hablando de una Latinoamérica que nunca habíamos llegado a conocer, un sitio fantástico del que nos separaban pocos años pero que se nos antojaba tan distante y remoto como la América del Popol Vuh. Nos guste o no, aquí había calado fuerte la impronta de la dictadura. Por lo pronto, habían logrado convencernos de que hablar de gente tangible y emocional, de historias concretas y de escenarios latinoamericanos era algo indigno de nuestras plumas. Lo mejor que podíamos hacer era concebir relatos de alienación, discursos interiores; lo que estaba de moda era consagrar al estilo como único Dios, defender al lenguaje como la única realidad digna de nuestra atención.

Siento, hoy, que tal como suele suceder de acuerdo a la dinámica de los procesos orgánicos, no nos queda otra que retomar el camino en el preciso punto en que fue interrumpido. Esto, que ya está ocurriendo de manera ostensible en el mundo político latinoamericano, todavía está pendiente en buena parte de nuestra literatura. Necesitamos encontrar la forma de contarnos desde este presente, necesitamos encontrar nuestra forma, que seguramente ya no pasa por Macondo ni por McOndo; la gente del boom lo hizo de maravillas en su momento, ahora es nuestro turno de afrontar el desafío. ¡Ojalá surja gente que esté en el nivel de aquella, y que sepa deslumbrarnos con sus visiones!   

Digo todo esto a raíz de una iniciativa del Hay Festival llamada Bogotá 39, cuya intención es encontrar a los 39 mejores escritores latinoamericanos menores de 39 para reunirlos en Colombia durante agosto. (Este 2007 Bogotá es Capital Mundial del Libro.) La gente puede proponer nombres, ya se enterarán mediante el blog. Yo estuve buscando escritores argentinos, pero todos los nombres que se me ocurrieron ya atravesaron el límite de edad, tienen 40 o más. Estoy seguro de que deben existir autores jóvenes de enorme talento, pero lamentablemente no he oído de ellos todavía; como diría una periodista a la que le gusta pensar mal de mí por todos los motivos equivocados, se ve que hace tiempo que no circulo por el barrio. Pero como respeto mucho la delantera que los narradores colombianos nos llevan en esto de contarse a sí mismos y en el proceso de contarnos, no me averguenza proponer a un colombiano que a mi juicio no puede faltar entre los 39: Juan Gabriel Vásquez, de quien leí Historia secreta de Costaguana y estoy leyendo Los informantes. Vásquez tiene todo lo que hay que tener: arte, visión, estilo y el coraje para llevarlos adelante, sin reparar en el coro de voces necias que nos piden que moderemos nuestras ambiciones y vayamos a menos.

Seguramente se me ocurrirán más nombres. Después les digo.

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27 de febrero de 2007
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Fiebre y temblor

Hay que pedir disculpas al habitual lector de este bloc y darle la explicación que justifica nuestra ausencia. No en balde nos debemos a lo que prometemos y, aunque no haya por en medio deudas mayores, cumplir sigue siendo un gesto de cortesía.

Como está en juego el motivo principal de estas notas sueltas –dar noticia de lo que se va leyendo y observando- convendrá contarle cómo nos hemos visto envueltos en un tedioso episodio de febril convalecencia, apartados y recluidos, fuera del trasiego que, al fin y al cabo, de motu propio hemos elegido.

Al parecer, un virulento virus de la gripe cogido en las calles de Manhattan cuando empezaban a soplar los fuertes y helados vientos del norte fue debilitando nuestro organismo hasta hacernos declinar y desfallecer. Apenas sin fuerzas para nada, abandonamos nuestro bloc. Estrangulada por la fiebre la percepción sutil de nuestros sentidos, no supimos cómo ordenar el caos de los hechos. Y poco podíamos hacer salvo resignarnos a contemplar entre temblores y delirios la absurda y ridícula decadencia del mundo.

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26 de febrero de 2007
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ALGUNOS DE LOS NUESTROS

Casi toda la noche transcurrió como estaba previsto en el guión de las sospechas. Si acaso una sorpresa, un infiltrado, un premio de más para uno de los nuestros. Si la película ganadora hubiera sido la pequeña, genial y vitriólica, Pequeña miss Sunshine, la gala, la noche, los premios hubieran sido casi perfectos. Cuando digo perfectos me refiero que hubieran sido casi como los había deseado. No hay galas perfectas, ni premios perfectos solamente los hay que se acercan o no a nuestros gustos. Es verdad que Scorsese se merece hace ya unas décadas un oscar. Vale pues le damos un “Oscar” como director, pero otro como mejor película, para una de sus más endebles películas, para una menos arriesgada e inteligente que “miss Sunshine”, eso es ya ser equivocadamente generosos. En fin yo recolocaría esos premios.

También hubiera dado el Oscar, por las mismas razones que se lo han dado al Scorsese director, al enorme actor Peter O’toole. Porque es grande, porque lo es hace todavía más décadas, porque se morirá en una borrachera, sí, pero sin dejar de interpretar y porque lo merece tanto o más que un buen actor por muy negro o afro americano que sea. Forrest Whitaker, que está muy bien como dictador ugandés, tiene todavía muchos años y muchas películas por delante para sumar estatuillas. Y seguramente era la última oportunidad de un papel protagonista para O´toole. Y nos hemos perdido un momento elegante al no poder ver al gran actor inglés agradecer un premio que no fuera de consolación. En fin, no hay noches perfectas.

Y muy bien repartidos lo premio de la noche “hispana”, alguno más le podrían haber dado a esa rareza excelente que es El laberinto del fauno. Yo no me alegro por la derrota de Babel porque creo que han sido justos, después de haber sido excesivos con la cantidad de nominaciones. Una película que, según mi opinión, está valorada por encima de sus méritos.

En fin una noche que mereció la pena no dormirla. Se pasearon unos cuantos mitos por nuestra pantalla. Y unas cuántas hermosas. Y otro año más, uno de los rostros, cuellos y espaldas mejores de la ceremonia tiene procedencia española, esa hermosa, rápida y simpática presentadora que se llama Cristina Tera. Un placer esos minutos previos con tantos famosos repitiendo lugares comunes en esa famosa alfombra roja. Todo queda muy bien, demasiado bien, pensando que el lugar de la ceremonia está en el interior de un gran centro comercial. Así está el espectáculo. En un lugar de los centros comerciales. 

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26 de febrero de 2007
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MESAS

“La zona de combate para los editores es la mesa de novedades en la librería del Corte inglés” me dijo una vez un novelista español. Siguiendo la misma lógica, la zona de combate en EE UU es la mesa de Barnes and Nobles que monopoliza el negocio en el mundo real sin sobrepasar a Amazon en el mundo virtual. O, mejor dicho, las mesas en un país con un comercio sin límites. Aprovechando una visita rapidísima a Nueva York, fue a la zona del máximo combate: el Barnes and Noble de Union Square, en el norte de la plaza.

Cuatro plantas, un edificio enorme de ladrillos y vidrios grandes. No hay B and N más amplio. Por supuesto, no hay una mesa sino mesas, como barricadas frente al cliente. Su contenido dice mucho sobre el estado del negocio de los libros al nivel mundial. Los agentes, los grandes contratos están en EE UU. Y en EE UU no entra otra literatura que la anglo-sajona según la muestra. Aquí van mis notas:

Mesa uno. Más bien una pequeña isla con ochos lados. “Nueva no-ficción”; 42 libros. Hay de todo incluyendo un relato sobre la vida después de la muerte. Presencia de fuera: una historia del idioma francés (escrita por un norte-americano); Ghosts of Spain (Fantasmas de España) el libro-investigación,-historia de Giles Tremlett, corresponsal de The Guardian en Madrid, y El telón de Milan Kundera, un libro sobre la literatura escrito en francés por el novelista exiliado desde Praga.

Mesa dos. “Nueva ficción”; 68 libros. Mezcla de grandes, como Colm Tóibín, y de populares, como Michael Crichton. Varios libros de Alice Munro. Un latino: Daniel Alarcón, uno de los editores de la revista peruana Etiqueta negra. Pero su Lost City Radio fue escrito directamente en inglés. En la contratapa, Tóibín dice que es una obra genial. Compro el libro genial (es el peligro de una encuesta como ésta: se gasta plata).

Mesa tres. “Biografías”; 69 libros. Se parece a una fiesta que admite a todos. Aquí se cuenta la vida de Houdini, el mago, al lado de la de Foujita, el pintor o de Ingrid Bergman. Fuerte presencia de escritores: Goethe, Robert Stone, Gore Vidal, Beatrix Potter, John Osborne y el matrimonio Plath-Hughes. Única presencia del mundo iberoamericano: Toussaint Louverture (y no sé si Haití pertenece al mundo iberoamericano).

Mesa cuatro. “Quién lo sabe”; 74 libros. Pasamos al mundo de los libros de bolsillo. Muy pocas tapas duras para decir todo sobre la aspirina, el tango, la ciudad o la fiebre amarilla. Se ve muy bien el libro sobre la sal de Mark Kurlanski, autor de una obra sobre el bacalao y otra sobre una historia vasca del mundo.

Mesa cinco. “Favoritos de los lectores en tapa dura”; 68 libros. Philip Roth, Margaret Atwood, Richard Ford y Munro otra vez: no sé de dónde salen estos favoritos ¿de Internet? Presencia sumamente tímida de escritores de fuera: un libro de cuentos de Haruki Murakami, para Japón, la última novela de Irène Nimérovsky para Francia y Ensayo sobre la ceguera de José Saramago para Portugal. Se añaden dos casos insólitos: La bella figura de Beppe Severgnini, que mantiene su título italiano al traducir al inglés su ensayo sobre la mente italiana, y un libro de Ngugi Wa Thiong’o, que viene de Kenia, da cursos en la Universidad de Irvine en California y no renunció al idioma guikuyu al momento de escribir, aunque se traduce a sí mismo al inglés.

La mesa seis es “la cocina”, la mesa siete es dedicada a la “inversión financiera personal” y la mesa ocho a “rejuvenecer”. En la nueve llegamos al “mes de la historia africana-americana” con Malcom X, Martin Luther King, y la derrota del Ku-Klux-Klan, claro. Es una derrota comercial (no hay nadie) consumida desde la mesa cinco, pues los clientes ya subieron a las otras plantas o se fueron a la área de música. El partido, disputado alrededor de 321 libros, da un resultado definitivo: seis traducciones y una presencia muy remota del resto del mundo. La capital de la edición es un baluarte sin vía de acceso para los europeos y los latinos.

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26 de febrero de 2007
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Una caja de chocolates con sorpresa

Aquello que Forrest Gump recibió de la sabiduría de su madre se demuestra verdadero año tras año, durante la ceremonia de entrega de los premios Oscar: se parecen siempre a una caja de bombones de chocolate, porque uno nunca sabe qué le va a tocar en suerte.

Escribo de madrugada, al cabo de la maratón anual que en Latinoamérica transmitió la señal TNT. Y como casi siempre, con algunas satisfacciones y algunas –la mayor parte, debería decir- claras y dolorosas decepciones. En mi condición de fan de la primera hora (nunca hubo mejor Morgana que la que interpretó en Excalibur), me alegró sobremanera el Oscar entregado a Helen Mirren, la más grande entre las grandes. También me pareció merecido el Oscar de Alan Arkin, en la categoría de actor secundario por Little Miss Sunshine. Y el premio honorífico a Ennio Morricone fue una reparación histórica: se trata de uno de los músicos más talentosos de la historia del cine, a quien el Oscar nunca premió como hubiese sido justo. Pero a partir de allí, casi todo se me antojó indecoroso.

En primer lugar, que se le negasen a Guillermo del Toro los premios principales para los que estaba nominado: El laberinto del fauno ganó algunas categorías, pero perdió como mejor guión original y como mejor película extranjera. Sabrán disculpar mis amigos alemanes, pero a pesar de que La vida de los otros me pareció una buena película, creo que El laberinto es superior. Después del filme que introducía el premio de la categoría, que incluyó imágenes de anteriores galardonadas como La Strada, 8 y 1/2, Rashomon y Amarcord, quedó más claro que nunca que el único filme de los nominados que ambiciona caminar en las huellas de aquellos clásicos es el de Guillermo del Toro.

También me dio pena que Peter O’Toole no ganase el Oscar al mejor actor, aunque estoy seguro de que Venus no debe ser su mejor película. The Departed está lejos de ser la mejor película de Martin Scorsese, y sin embargo se aplicó la lógica de premiarlo por todas aquellas veces que la Academia lo ignoró. ¿No se merece un Oscar el actor de Lawrence de Arabia? El mismo Bill Monaghan, ganador por mejor guión adaptado, confesó en escena que había decidido dedicarse al cine cuando vio el viejo filme de David Lean. (Creo que habría que fundar un club con toda la gente que tomó decisiones semejantes ante la misma visión.) Y sin embargo la Academia premió a Forrest Whitaker, quien sin duda alguna debe estar bien en The Last King of Scotland –que todavía no he visto-, pero que ante todo debe haber sido visto por los votantes como uno de los suyos. Y cuando digo uno de los suyos, me refiero a un norteamericano. El discurso inaugural de la anfitriona Ellen DeGeneres terminó volviéndose profético: comenzó subrayando la increíble diversidad de las candidaturas, llenas de latinoamericanos, españoles, japoneses e ingleses, pero lo hizo en un tono casi de temor ante algo percibido como una invasión, para dar paso luego a una ceremonia en que la industria de Hollywood se reveló más conservadora que nunca –y más endogámica.

En términos generales, la divisoria de aguas parece enviar un mensaje claro: frenar a los mexicanos. Del Toro se quedó sin los premios mayores, Babel ganó sólo el premio a la mejor música y Cuarón no fue galardonado por Children of Men en ninguna de las categorías en que figuraba, ya de por sí secundarias: ni siquiera le dieron el premio a la mejor adaptación, laureando a cambio a Monaghan, que respetó íntegra la estructura de Infernal Affairs, película en la que The Departed se basa hasta en las zonas más inverosímiles de su guión. Cuando vi The Departed en el cine, al llegar a la escena culminante en el ascensor la gente se reía ante tanta balacera y tanto muerto cruzado. Pero eso no ocurría con la original, porque Infernal Affairs no pretendía ser otra cosa que un policial cool con argumento ingenioso. En cambio The Departed es pretenciosa. Que la Academia haya retaceado premios a los mexicanos –y hasta a Little Miss Sunshine, que puesto a elegir me parece mejor película que la de Scorsese- para consagrar a gente como Jennifer Hudson y películas como The Departed, me suena a bombón relleno de licor amargo. Cuando dentro de algunos años veamos que el Oscar al mejor filme se lo entregaron en el 2006 a Crash y en el 2007 a The Departed, recordaremos esta época como un tiempo oscuro para Hollywood. Está claro que nadie espera demasiado de los Oscar, pero la lista de películas memorables que fueron premiadas a lo largo de la historia le da uno derecho a reclamar, cuanto menos, que se esfuercen por mantener el nivel.

Y en lo que hace a los mexicanos, está claro que el Oscar lo administran sus dueños. Pero así como nosotros nos esmeramos para no perder la elegancia en casa ajena, lo menos que esperamos de los anfitriones es que también la conserven.

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26 de febrero de 2007
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Propietarios

He tenido mi primera reunión de propietarios. Mi estudio es tan pequeño que apenas me corresponde un 3% de las decisiones y los presupuestos del edificio, pero igual asistí, orgulloso de formar parte del selecto club de los terratenientes urbanos, con ganas de conocer a mis colegas, discutir temas inmobiliarios y defender nuestros intereses de clase.

Yo era el menor de los seis propietarios ahí reunidos, y con solo entrar supe que algún día sería como ellos: gordo, calvo y de sesenta años. Estreché sus manos, me senté con cara de seguridad y me dispuse a participar de nuestras cruciales decisiones. Solemnemente, uno de ellos abordó el primer punto del orden del día:

-El torpedo de la puerta peta -anunció.
-¿Peta? –preguntó otro.
-Ya lo he visto yo –dijo un tercero-. Y se va al de al lado.

Y todos empezaron a comentar apasionadamente el torpedo que peta y se va al de al lado. Realmente parecían saber de qué hablaban. En algún momento, me miraron en espera de algún comentario al respecto. Y yo dije:

-Es que si peta... mala cosa.

Todos se dieron por satisfechos con mi intervención y pasaron al siguiente punto, que el mismo propietario de la vez anterior proclamó.

-El predio está catalogado.
-¿Qué va a estar catalogado? –dijo uno que comía pipas en un rincón.
-Está –defendió el primero-. Pasa por patrimonio.

Y se desencadenó una nueva discusión de la que, una vez más, no entendí absolutamente nada. Durante un momento sospeché que quizá estaban hablando catalán medieval, pero luego, por los pronombres y los artículos, reconocí que era español. Sólo que para mí era como si estuvieran hablando chino.

A lo largo de la hora siguiente fueron sucediéndose los temas. Alguna vez, creía entender. Por ejemplo, cuando uno mencionó la necesidad de pagar una multa por los balcones que no estaban restaurados. Entonces yo, feliz de haber comprendido una oración entera, dije:

-Yo no tengo balcón, así que esa multa no me corresponde.

Y otro dijo:

-Le corresponde a usted también. Los balcones son propiedad de la comunidad.

Y aunque representaba una afrenta para el sentido común suponer que el balcón de un apartamento es propiedad de todos sus vecinos, descubrí que no tenía cómo defender mi posición: no sabía a qué reglamento recurrir ni en qué basarme. Para mi desgracia, no entendía de toda la reunión ni siquiera las partes que sí entendía.

Pero lo peor fue el último punto de la agenda: la elección del nuevo presidente de la comunidad de vecinos. Los propietarios discutieron acaloradamente, y decidieron que el hombre más indicado era... yo. Por mi parte, estaba tan abatido que no tenía fuerzas para resistirme.

Desde ese día, cada vez que llego al edificio, me cruzo con algún vecino que me informa de que “el boroidor de la tubería está plasma” o “la butrefa del cuelifactor no condensa”. Yo finjo comprender para ser un presidente digno y voy a sus casas a arreglarlo. Según me parezca, saco una llave de tuercas o un destornillador y doy algunas vueltas en alguna caja de la pared. Ya he recibido tres descargas eléctricas y sufrí una caída desde el segundo piso. Pero puedo garantizar que, desde que yo soy el presidente de esa comunidad de vecinos, el colarómetro de la fonticia funciona estupendamente.

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26 de febrero de 2007
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V. …DEL CRISTAL CON QUE SE MIRA

            Perdedores.  William Faulkner, alcohólico, una y otra vez despedido por los estudios de Hollywood donde se ganaba la vida como guionista. Cuando recibió el Premio Nobel de Literatura ninguna de sus novelas había vuelto a ser impresa, y faltaban por tanto en los estantes de las librerías de Estados Unidos. Cuenta Faulkner, si mal no recuerdo en la legendaria entrevista que concedió a la revista Paris Review en 1956, que sentado una tarde en la banca de un parque de Jackson, Mississipi, se dedicaba a escribir, cuando pasó una señora respetable de la comunidad, y le preguntó qué hacía. “Escribir una novela”, respondió Faulkner. “¡Qué horror!” exclamó la dama, y se alejó, escandalizada.

            John Kennedy Toole, nacido en Nueva Orleáns y bautizado con un nombre, como se ve, equivocado, nunca encontró una editorial que quisiera aceptar el manuscrito de su novela La conjura de los necios, y se suicidó de decepción literaria en 1969, a los 32 años de edad. La necia insistencia de su madre hizo que un profesor de la Universidad de Tulane, Walker Percy, leyera el manuscrito y el libro se publicó por fin en 1980, ya ven, 11años después del suicidio. Hasta entonces fue reconocido en toda su genialidad, al punto que recibió de manera póstuma el Premio Pulitzer. Cómo no sería Toole un perdedor, que lo premiaron ya muerto.

            La humanidad no sería nada sin los perdedores. En fin, podemos seguir, si quieren, y hacer más larga esta lista con ayuda de ustedes, que sabrán de otros nombres que poner en ella.

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26 de febrero de 2007
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Mira que os lo tengo dicho

Uno de los pocos directores de orquesta que nuestra cantera ha dado al mundo es Josep Pons, actual batuta de la Orquesta Nacional de España. Antes de conquistar ese podio fundó una de las formaciones musicales más notables de la música actual: la Orquesta del Teatre Lliure. Por desgracia tuvieron un gran impacto en Europa, se interesaron por ellos músicos serios de países civilizados, grabaron discos elogiados por la crítica internacional, ganaron premios… y eso supuso su inmediata destrucción por parte de las autoridades catalanas.

En una interesante entrevista concedida el miércoles pasado al diario de la burguesía barcelonesa, decía Pons:

“Barcelona está cada vez más cerrada en sí misma en lo cultural; sólo se conoce e importa lo que pasa aquí. Se presta poca atención a lo que ocurre fuera, sobre todo en el resto de España, y, al tiempo, lo que sucede aquí tiene cada vez menos trascendencia, menos repercusión exterior. Barcelona ha perdido irradiación cultural”.

Os lo vengo diciendo desde hace muchos años. El amor a lo regional no debería eliminar el interés por lo universal. A menos de que no sea amor, sino lucha de las cabezas de ganado por un rincón en el abrevadero. ¡Es tan pequeñito! Y cada vez será más pequeñito, porque cada vez son más las cabezas que se rompen la crisma por un trago. En vista de lo cual, las mejores cabezas se largan en busca de abrevaderos más cómodos. Y a fe que los encuentran al instante, porque sólo los audaces, los menos sumisos y mediocres, renuncian a la limosna, la pereza y el enchufe.

Hace unos días se anunciaba el paso de Ferran Mascarell a la empresa privada. Hasta sus peores enemigos han reconocido que con él se va la única persona que tenía alguna idea del significado de la palabra “cultura” en el poder catalán, o sea en el PSC-ER-IC. Una testuz muy necesitada le dio tamaño cabezazo que lo dejó a la intemperie. Sin duda, Mascarell encontrará de inmediato un lugar más adecuado para su talento que ese abrevadero en el que han convertido la cultura de nuestro país. Y las testuces, tan contentas.

Artículo publicado en: El Periódico, 24 de febrero de 2007

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26 de febrero de 2007
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