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El viajero recuerda su patria

Por 3 de marzo de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Durante toda la mañana un viento racheado riza las aguas del Sena y mueve a cámara rápida jirones de nubes de poniente a levante. En los sauces tiemblan ya los primeros brotes, apenas una sombra verde. En los magnolios asoman las yemas del futuro candelabro rosado que alumbrará el concierto de primavera. El meteoro se acelera. La población se agita más agobiada que de costumbre.
En la biblioteca de mi barrio, la de Beaugrenelle, adonde acudo para recoger un volumen sobre los Goncourt, me engancho a un anciano que tararea artísticamente en la sección de música, mientras carga en sus brazos todo lo que encuentra sobre Liszt. Luego le veo bajar la rampa hacia el río en su bicicleta, dando tumbos como una barquilla en plena galerna, los gruesos volúmenes sujetos al chasis con una goma elástica. Sortea hábilmente a un barbudo que le amenaza con el puño. Da un frenazo para evitar morir arrollado por un autobús. Sale disparado hacia el puente de Mirabeau cantando como un mirlo.

Los parisinos están nerviosos. La primavera ha llegado con un mes de adelanto, algo inadmisible en este país de protocolos implacables. Las elecciones están al caer y cada día la guillotina se precipita sobre algún candidato. Hoy es un sospechoso piso de Sarkozy lo que salpica de sangre la mañana.
Sin embargo, la prensa francesa es muy profesional; toma partido, pero no es sectaria. En consecuencia, hoy los diarios abren con la crisis de la compañía Airbus. Cierran cuatro factorías. Despiden a 10.000 empleados. Es una catástrofe para la población pobre. Merece la primera plana.
¡Alto! ¡Sapristi! ¿No era ese el lugar adonde quería ir a trabajar Pasqual Maragall, según declaró al abandonar la Generalitat catalana? ¿A Airbus, nada menos? ¡Vaya ojo! El contraste con los sólidos, eficaces, aplomados profesionales franceses es tan poderoso que me sube una cálida ola de simpatía y afecto hacia los políticos españoles: son tan fantasiosos, tan mediterráneos, tan rematadamente ajenos a la realidad… Lo nuestro no es política, es poesía lírica.

Artículo publicado en: El Periódico, 3 de marzo de 2007

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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