Javier Rioyo
Lo primero que dije al salir de la última película de David Lynch, Inland Empire, fue: ¡Que larga! Ya lo estaba pensado cuando habían pasado las primeras dos horas. Y sin embargo no me levanté, no me fui del cine, no me escapé a fumar… será porque ya no fumo. No, no me pude mover de la butaca porque desde hace ya más veinte años, desde que vi aquella película llamada Cabeza Borradora, el cine de David Lynch tiene sobre mí un poder hipnótico, atrapador, que me impide desdeñarlo. Algunas veces he tenido que volver a ver sus películas para introducirme en sus extraños universos narrativos. No en los estéticos que siempre me parecen cautivadores, extraños como un sueño del que quieres escapar pero que algo inquietante te lo impide.
Habían pasado años desde Mulholland Drive, que fue una de mis películas preferidas de hace unos años. Eso sí, después de verla tres o cuatro veces. Ahora, con Inland Empire me ha pasado algo más radical. Me parece una de las más hermosas películas de Lynch desde el lado estético, la belleza de sus planos, el clímax, la música, algunos de sus actores, la extraña Laura Dern a la cabeza, pero también me parece la más confusa de trama. Con esa mezcla de lo onírico y la realidad, de la ficción sobre la ficción, del misterio dentro de otro misterio. Y, lo peor, muy pronto sentí que era muy larga. Eso me pasa algunas, bastantes veces, al margen de la duración real de lo que ves o escuchas. Alguna vez he sido jurado de algún premio de relatos cortos o de cortos cinematográficos y también cinco minutos o quince páginas pueden resultar largas cuando no tienen interés.
Me leí con pasión devoradora En busca del tiempo perdido cuando era veinteañero y nunca pensé que fuera larga. Me gustan las óperas de Wagner y no me quejo de estar más de cuatro horas entre Valquirias o Nibelungos. También he terminado una excelente novela de Almudena Grandes con más de novecientas páginas que me han tenido atrapado. Una de las novelas españolas que más me han atrapado en los últimos años es de Ramiro Pinilla, una saga dividida en tres tomos que suman más de dos mil quinientas páginas, Verdes valles, colinas rojas. ¿Podía ser más corta La montaña mágica? ¿Necesitaba todas esas páginas El hombre sin atributos? ¿Se quedaba corto Monterroso? ¿Necesitamos más páginas de Juan Rulfo? ¿Es una pena que La metamorfosis no tenga más recorrido?
Lo corto, lo largo, en el arte es una condición subjetiva. Será largo o corto porque así nos lo parezca… A mí, lo siento, me pareció tan larga la película de David Lynch que no estoy seguro de darle otra oportunidad. Cada vez tengo menos tiempo.