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III. NO LLORARÍAMOS TANTO

            Me paso a las telenovelas aprovechando el puente de Disney. De esa lucha rotunda entre buenos y malos no se salvan ni los novelistas clásicos algunas veces, como no se salva Dickens, dígalo si no El almacén de antigüedades donde la protagonista, la pequeña Nell, es buena y sufrida hasta las lágrimas, y si no muere no lloraríamos tanto, mientras que su enemigo Quilp, “el enano más feo que pudiera verse en cualquier feria por un penique” es malvado hasta el asco. Y aunque no se trata de un autor de historietas a lo Disney, la telenovela está en deuda con Dickens. Hay que tomar en cuenta que sus novelas se publicaban por partes o capítulos en revistas y diarios en Inglaterra, e igual que cada capítulo de una telenovela hoy, las entregas eran seguidas por miles, al punto que la gente se arrebataba los ejemplares de los periódicos para enterarse de lo que había ocurrido con los personajes desde la vez anterior.

            El mecanismo de las telenovelas es el mismo: la lucha constante de los buenos contra los malos, los obstáculos que se oponen, también de manera constante, a la realización de un amor: la oposición de una madrastra malévola como la de Blancanieves, o el abismo entre las posiciones sociales de los enamorados, ella una empleada doméstica que se enamora del hijo del millonario en cuya casa sirve. Las mismas viejas historias, en odres nuevos.

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19 de marzo de 2007
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DEL RELOJ II

En el principio, fue el reloj de sol. Dios era el supremo relojero y, además de ello, quien nos marcaba la hora. El cosmos funcionaba como el corazón del reloj y el reloj encarnaba al corazón mecánico del cosmos.

Después las torres de la iglesia o del cabildo portaron el reloj de la comunidad. El vecindario se guiaba por los sones que ordenaban las campanas de instituciones públicas y sagradas.

El reloj fue así, a la vez, comunitario e institucional, signo de dominio y de gloria absoluta. Justamente, el paso al reloj de bolsillo coincide con el fin del antiguo régimen y la instauración individualista. Cada cual transporta su hora como un ajuar.

En punto o no. ¿Lleva usted hora? ¿Tiene usted hora? ¿Me da la hora? El tiempo se privatiza y se anuda al pulso humano, duplica la cadencia de la sangre como una segunda contabilidad de la existencia.

Un fluido propio y natural discurre bajo el discurrir de las manecillas adquiridas como objeto.

La hora está en nosotros, es de nuestra propiedad, a la vez que se observa en los aparatos municipales. El uno se afirma frente a la totalidad.

La autoridad marca las pautas que deben seguirse pero leemos su cronometría en nuestra esfera liberada de su reino.

Poseer un reloj fue hasta hace medio siglo equivalente a introducirse en la edad de la razón. Se hacía la primera comunión y se recibía el regalo de un reloj, la máquina más racional del mundo.

Aquella comunión religiosa se emparentaba con la comunión civil y sus razones, puesto que recibir el reloj simbolizaba ingresar en la regla y asumirla. La hora pegada al cuerpo. El tiempo pegado a la piel, la seña del sentido marcada en la muñeca.

¿Cómo los presidiarios? ¿Cómo en los campos de concentración? El reloj de pulsera nos ata y nos libera. Nos hace partícipes como ciudadanos de su tiempo y nos libera en cuanto amos inmediatos de una información que en el pasado regulaba exclusivamente Dios o el Tirano, la jerarquía y la misma fe, puesto que el reloj del pueblo suponía hacer creer en la hora que dictaba el ayuntamiento o la parroquia.

Con el reloj personal el tiempo se democratiza, finge relativizarse y perder carácter institucional: emigra desde la arquitectura gubernamental a la anatomía, desde la piedra a la carne, desde la devoción a la manipulación, desde el ámbito universal hasta el círculo de su íntima presencia.

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19 de marzo de 2007
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Mensaje para un asaltante

Me han asaltado en Costa Rica. Y es el mejor asalto que he tenido en mi vida.

Además, fue culpa mía. Por confiado. Costa Rica es un país civilizado. Mientras el resto de América Latina sufría dictaduras militares, aquí no había ni ejército. La democracia ha sido casi ininterrumpida en el siglo XX sin que ninguna guerrilla la amenace. El analfabetismo y la miseria son mucho menores que en el resto de América Latina, y el estado tiene tanta presencia que hasta es dueño de los servicios públicos. El presidente es un premio Nobel de la Paz. Hasta el paisaje es bonito. Yo creía que estaba en Suiza.

Así de seguro, salí de noche a dar una vuelta por el centro de San José. Al doblar una esquina, un hombre se me acercó y me pidió dinero.

-Lo siento, no tengo –dije, como dice uno siempre que sí tiene.

En respuesta, me mostró una foto de una niña:

-Es mi hija –explicó-. Tengo una boca que alimentar.

La niña era muy guapa, pero eso no bastaba para sacarme un centavo. Mi tacañería ha resistido embates peores y éste es un país próspero.

El caballero me explicó que llevaba dos días sin comer, que no tenía trabajo porque había estado preso. Preso por asalto y asesinato, especificó. Me pareció una historia muy triste, pero ni así le di nada. Como para certificar su sinceridad, sacó un cuchillo.

-Mire –me dijo amablemente-, me da mucha pena con usted, pero me va a tocar pedirle por las malas. Ahora, quítese el saco, por favor.

Como me había contado su vida y me había enseñado a su hija, me sentí en confianza. Respondí: 

-¿El saco? No, con todo respeto. Es que donde yo vivo hace más frío que acá. ¿Usted para qué lo quiere con el calor que hace en San José?

Él se quedó pensativo unos segundos. El arma era un cutter de esos que se usan para cortar tela. Tenía la hoja muy fina y brillante.

-Tá bien –acabó por responder- pero entonces déme el reloj.

-Usted me va a perdonar –dije, porque aunque él parecía buena gente, lo correcto era tratarlo de usted-. Pero este reloj es malísimo, no le van a dar nada. Y en cambio, a mí me va a dejar desatendido. Tengo que saber la hora para trabajar y para llamar a mi familia, que no vive acá. Mi mamá espera que la llame. ¿Usted me haría esto? ¿Le gustaría que se lo hiciesen a usted?

-OK, OK. Sáquese los zapatos.

-¿Los zapatos? No me quita el saco ni el reloj ¿Y me va a quitar los zapatos? Perdóneme, pero no tiene sentido.

-Es verdad. Déme la billetera y quedamos amigos.

-Si me permite decirle una cosa, yo me resistiría a…

-La billetera sí me la va a dar –dijo, y presionó un poco el cuchillo contra mi barriga.

Como se había portado muy bien, consideré justó obedecerle, y le di la billetera. Él la abrió, saco mis documentos y tres mil colones, y me los ofreció.

-Tome, para su taxi –me dijo. Y se quedó conmigo esperando, no me fuera yo a perder. Teníamos poco tema de conversación, pero hablamos del clima unos minutos, hasta que llegó un taxi certificado. El transporte es muy seguro en Costa Rica.

En fin, el caso es que el taxi me cobró sólo dos mil colones. Escribo este blog para decirle a mi asaltante que me han sobrado mil, y que me corresponde devolverle ese dinero. Por favor, póngase en contacto conmigo en esta página para coordinar la entrega. Muchas gracias por sus servicios. Atentamente,

Un cliente   

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19 de marzo de 2007
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El futuro del exilio, el exilio del futuro

La semana pasada estuve en Chile, participando de una de las actividades de la muestra itinerante Literaturas del exilio. Lo que me tocaba hacer, en concreto, era sumarme a una mesa redonda de la que también formarían parte Antonio Skármeta y Marta Arribas, codirectora del documental El tren de la memoria. La permanencia en Santiago me permitió apreciar otros aspectos de la muestra: por ejemplo la exposición central, dedicada al grupo de catalanes que llegó a Chile luego de la derrota republicana en la Guerra Civil, a bordo del buque Winnipeg. (De toda la exposición, lo que más me conmovió fue la visión de una pequeñísima maleta pintada de colores, que junto con los cromos –aquí les decimos figuritas- que la acompañaban en la misma vitrina, fueron el único equipaje que trajo consigo uno de los hijitos de los exiliados.) O ver el espectáculo Hasta mañana, interpretado por la compañía 10 & 10 Danza y dirigido por Mónica Runde: aun para aquellos que somos legos en la materia, la fuerza expresiva de esa puesta transmite de manera inequívoca la alienación del exiliado –y también la de aquellos a quienes ha dejado atrás. A comienzos de abril tendrá lugar también la muestra de cine, concebida por Eduardo Moyano Zamora, que revisitará experiencias tan variadas como las modalidades mismas del exilio con películas como Las huellas borradas, de Enrique Gabriel, Los niños de Rusia, de Jaime Camino, Un franco: catorce pesetas, de Carlos Iglesias, Balseros, de Carlos Bosch y Josep María Domenech y hasta Kamchatka, que a su manera habla del exilio interior al recrear la vida cotidiana de los militantes clandestinos.

Durante la mesa redonda, los testimonios sobre las marcas que produce el exilio (y que sigue produciendo, aun cuando se ha retornado a casa), abundaron en las anécdotas de Skármeta y de Marta Arribas. Skármeta vivió muchos años en Alemania, un país cuya cultura definió como “en las antípodas de la nuestra”. (Aunque eso no signifique que los alemanes sean fríos, yo todavía sigo alimentándome de la calidez que me prodigaron durante mi reciente viaje.) Lo que Skármeta sostenía con gran sensatez, es que toda elaboración del tema del exilio, aun cuando se la vista de épica, debe partir de la asunción de una derrota. Marta Arribas contaba historias de tantos españoles que emigraron por causas económicas durante los años 60, relatos que son la base de El tren de la memoria que dirigió junto a Ana Pérez. Recordaba, por ejemplo, la historia de uno de los hijos de esas familias emigrantes. Como sus padres sólo lo llevaban de regreso a España tan sólo para las vacaciones, el niño les preguntó una vez: “¿Y por qué no nos quedamos a vivir en España? ¡Si aquí no se trabaja!”

En nuestros países, que atraviesan desde hace algunas décadas períodos de cierta estabilidad institucional, el del exilio parece un tema casi del pasado. Pero como todos los grandes males que padecemos, siempre encuentra formas novedosas, o aunque más no sea disfraces, para regresar a asolarnos. Todavía existe una gran emigración latinoamericana por motivos económicos, que son hoy el rostro más palpable de la violencia del sistema. (De hecho existe una gran circulación de latinos de uno a otro país, que aun cuando se instalan en el seno de naciones “hermanas” descubren que la xenofobia y la marginación tienen otras mil caras, que hasta entonces desconocían.)

En el mundo que nos tocó en suerte, creo que se están desarrollando modalidades del exilio de las que todavía no somos del todo conscientes. Cuando por un lado nos machacan a diario con lo peligroso que se ha vuelto el planeta (tanto a la distancia, en caso de que queramos viajar, o en la proximidad de nuestro propio barrio, jaqueado por robos, secuestros y asesinatos), y por el otro nos llenan la cabeza con la conveniencia de quedarnos en casa (¿para qué existen el teléfono, los infinitos servicios de delivery, la comunicación vía Internet?), las condiciones esenciales para un exilio quedan planteadas: existe el hecho violento que nos sugiere la conveniencia de ausentarnos de nuestro lugar natural, y existe la decisión inevitable de protegernos –en este caso sin necesidad de salir de casa, pero reconvirtiéndola en una isla. En esta sociedad que nos prefiere aislados y que nos otorga variedades de sucedáneos de la experiencia real con la excusa de así “protegernos” del dolor, lo más probable es que en cuestión de tiempo todos nos descubramos exiliados en el interior de nuestras propias vidas.

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19 de marzo de 2007
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Lo nuevo es cada vez más antiguo

La coincidencia de elecciones en España y Francia durante el mes de mayo puede hacer invisible una de las imágenes más simpáticas de la política europea: el inesperado ascenso de François Bayrou, cada vez más apoyado por la gente según todos los sondeos. Los expertos subrayan que es la primera vez que se da semejante fenómeno.

En Francia nunca se había desafiado la bipolaridad derecha/izquierda en unas presidenciales. Sin embargo, el candidato Bayrou la ha roto y le pisa los talones a la aspirante socialista, la muy inteligente Ségolène Royal.

Da lo mismo que Bayrou "sea" de derechas o de izquierdas. Incluso la prensa orgánica de la izquierda, como el diario Liberation, admite que ese no es el punto a considerar. Lo en verdad notable es que Bayrou atrae justamente porque quiere romper una oferta reducida a derechas e izquierdas, ambas muy bien coordinadas en el reparto de beneficios. El discurso de Bayrou es el de un insumiso.

Ciertamente la derecha contiende contra la izquierda, dice Bayrou, pero eso no significa que las cosas vayan a cambiar, gane quien gane.

El triunfo de cualquiera de ambas industrias del voto dejará las cosas exactamente como están, después de repartirse por enésima vez los beneficios inherentes a la victoria: mayor cuota funcionarial para los clientes del partido, intervención en los grandes negocios de estado, beneficios inmensos en el reparto de apoyos empresariales y subvenciones a los poderosos, etcétera. La vida del ciudadano apenas variará, salvo en el detalle.

Ante esta situación, que, por cierto, es la misma en Portugal, en Italia, en Grecia o en España, el candidato Bayrou repite sin descanso una frase sensacional: "No os prometo nada". A la que hay que añadir: "Quiero cambiarlo todo".

¿Puede ganar? Imposible. Los patronos de la derecha y la izquierda, el aparatchik, la gran máquina de los medios, el sistema en pleno apoya a los conservadores de derechas e izquierdas. Nadie da un céntimo por aquellos que quieren "cambiarlo todo".

Aunque nunca se sabe...

Artículo publicado en: El Periódico, 17 de marzo de 2007

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19 de marzo de 2007
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FRENTE A CHÁVEZ

“Hugo Chávez, una prueba para la política norteamericana” es un informe que tiene un solo defecto: su idioma. Su autor, Michael Shifter, lo escribió para la ONG “Inter-American Dialogue” de Washington y lo hizo para convencer a la comunidad del poder político y diplomático en la capital federal de EE UU. No podía utilizar otro idioma al momento de proponer una política alternativa a los gringos en su relación con Hugo Chávez, presidente de la república bolivariana y socialista de Venezuela. Entonces, hay que leer inglés para descubrir una excelente síntesis sobre Chávez, apoyada con informaciones y valoraciones de un montón de expertos. Vale la pena leer este trabajo.

Shifter es vice-presidente de “Inter-American Dialogue”  y sabe muy bien de qué habla al entregar la explicación principal del impacto de Chávez sobre la opinión en su país y a lo largo de América Latina: “el profundo malestar de la población con relación al orden político y económico” en la parte del mundo con el nivel más alto de desigualdad. La revolución de Chávez es una repuesta a esta situación que abarca muchos aspectos, es “una mezcla de populismo, nacionalismo, militarismo, y socialismo” que se ubica en un terreno muy favorable para la recepción de su mensaje.

Shifter recuerda cómo la oposición venezolana fracasó con varios métodos frente a Chávez: manifestaciones masivas (2001 y 2002), golpe militar (2002), huelga masiva de la industria petrolera (2002/2003), referéndum (2004), boicot de elecciones generales (2005) y por fin unidad alrededor de un candidato único durante la elección presidencial (2006). Chávez siempre ganó y ahora el presidente venezolano es una figura atrincherada en un poder  blindado por los cambios institucionales y la fuerte presencia de militares tanto en el poder político como en el poder económico.

Después de los combates de la oposición en contra de Chávez, viene el combate de EE UU predice Shifter. Todavía no hemos visto nada. Hasta ahora, las relaciones pasaron por cuatro etapas:

1. Una retórica hostil de Chávez desde su llegada al poder.

2. Un distanciamiento fuerte después del 11 de septiembre. Al comparar el despliegue militar norteamericano en Afganistán con el atentado de Al Qaeda en Nueva York, Chávez desafió a George W Bush. En seguida, el reconocimiento por EE UU del poder de los golpistas que intentaron derrocar a Chávez en abril de 2002 actuó al revés: Chávez lo percibió como un desafío de Bush.

3. De manera creciente fue imposible mantener una cooperación entre los dos países en áreas clásicas como la lucha contra el narcotráfico. Desde el referéndum de 2004, declaraciones hostiles de ambas partes es la música ambiental de una relación en camino hacia lo peor.

De verdad, entramos en una etapa mucho más difícil: el cálculo del monto de la indemnización cada vez que Chávez va a romper un enlace económico con EE. UU. Por el momento, Venezuela entrega 14 % de las importaciones de petróleo a EE UU, pero las primeras nacionalizaciones de empresas que afectan de manera directa las relaciones entre ambos países ya empezaron. El poder revolucionario indemnizó de manera razonable a Verazon y AES en el sector de las telecomunicaciones. Queda por ver lo que va a pasar con Chevron y Exxon, el 1 de mayo de este año, cuando el estado venezolano tome el control del 60 % de las operaciones sobre el petróleo en el Orinoco donde ambas empresas norteamericanas tienen el papel principal.

A lo largo, se perfila un divorcio. Dentro de cinco años, Chávez quiere entregar la cuarta parte de su petróleo a las exportaciones hacia China. Es un intento de trueque: menos comercio con EE UU para tener más “socialismo del siglo XXI” y promoción de una agenda anti-Estados Unidos en América Latina y, posiblemente, en el resto del mundo.  Shifter recuerda la enorme actividad de Chávez: ofrecer el “ALBA” como alternativa al “FTAA” de EE UU; irse de la Comunidad Andina para apartarse de Perú y Colombia que formaron acuerdos de libre comercio con Washington; politizar al Mercosur; relacionarse con Irán; acercarse a Rusia y varias repúblicas de la ex unión soviética; conseguir un liderazgo en la Organización de los países exportadores de Petróleo. En ocho años de poder, Chávez ha viajado ya más de un año afuera de su país para construir su política anti-Washington. Por el momento tiene pocos éxitos. Ni siquiera alcanzó un sitio en el consejo de seguridad el año pasado, pero su dedicación supone para EE UU la invención de una política. Shifter propone una política en diez puntos y de cierta manera es una honda reflexión sobre el papel miserable del país de Bush en su relación son sus vecinos del Sur.

Lo que hay que hacer según Shifter:

1. Hablar y actuar con Chávez en serio: cada vez que EE UU pretende ignorar al líder venezolano, que tiene recursos e influencia, es un problema para toda América Latina.

2. Utilizar meramente recursos democráticos: el apoyo de Washington (con palabras) a los golpistas del 2002 fue un empuje para Chávez en su camino hacia el liderazgo del continente.

3. Renunciar al sueño loco de crear un “frente unido” de países en contra de Chávez: ya pasó la época de la Guerra Fría.

4. Denunciar las violaciones de normas democráticas en Venezuela a través de organizaciones internacionales: nada peor que un comunicado de la Casa Blanca.

5. Incrementar los recursos dedicados a una agenda positiva en América Latina: en lugar de hablar de acuerdos bilaterales, arreglar asuntos de migraciones o de inversiones en infraestructuras, privilegiando a países confiables como Brasil, Chile, Colombia o Perú.

6. Eludir las respuestas directas a declaraciones de Chávez: el líder venezolano se dañó al insultar a Bush en un discurso en Naciones Unidas; no habría sido así con una repuesta de Bush.

7. Apoyar meramente organizaciones civiles u ONG y mantenerse aparte de grupos con una voluntad política directa de intervenir en Venezuela.

8. Establecer un censo de los recursos disponibles (ayudas, cooperación, etc.) para tener la posibilidad de expresarse de manera discreta y eficiente frente a Caracas. Un buen ejemplo: la prohibición a gobiernos extranjeros de vender a Venezuela piezas de repuestas norteamericanas para equipamientos militares: poca publicidad, verdadera molestia para Chávez...

9. Prepararse para lo peor reduciendo la dependencia de EE UU a las importaciones de petróleo desde EE UU.

10. Crear canales de comunicación a nivel personal con responsables venezolanos para compensar a nivel humano lo que se pierde a nivel de instituciones.

¿Dicho, hecho? Con Bush, lo dudo…

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19 de marzo de 2007
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COLUMNISTAS

Estoy en Roma hablando de columnas y columnistas. Una suerte rara esta de decir cosas en los periódicos, en los blogs y que te lean, aunque sean pocos. Uno no sabe cómo llega a ser columnista cuando ha querido ser periodista. Estaba al lado de mi admirado periodista y escritor, Enric González -entre otras cosas corresponsal en Roma de El País y, para los que hayan viajado una, ninguna o muchas veces a Nueva York, autor de un libro breve y excepcional llamado Historias de Nueva York- y le comentaba en la sede del Instituto Cervantes y con público, que uno llega al “columnismo” degenerando. Cuando no has podido, o sabido, ser periodista, de esos que buscan, contrastan y cuentan los hechos. Cuando no eres corresponsal, ni eres capaz de someterte a la redacción, a la busca y captura de la noticia, puedes terminar de columnista. Nada que ver con lo que soñábamos cuando queríamos ser Tintín con incrustaciones de Haddock.

Un columnista se debe parecer, cuando es bueno, a los mejores capiteles. A esa parte esencial y comunicadora de la columna. Los capiteles son la cabeza y el corazón de la columna. Son la preponderancia de la imaginación sobre la razón, la libertad de acercarse a lo mágico sin tener que pensar en lo práctico. Decimos lo que queremos sin estar sometidos al control de la veracidad. Contamos sin tener que contar nada que esté contrastado, que sea un hecho. Es la libertad de la elucubración. Es la credibilidad de lo subjetivo. Es hacer que parezca interesante un punto de vista.

También hay otra cualidad en los mejores columnistas, en los que a mí me lo han parecido, que contradice aquel axioma tan ético del maestro Kapuscinsky, “los cínicos no valen para este oficio”. Pues sí, los cínicos se instalan cómodos en las columnas de los periódicos. Como no quiero dar nombres cercanos, me referiré a uno de los mejores escritores que ha tenido nuestro periodismo, Julio Camba. Para comprobarlo pueden acudir a su libro hermosamente reeditado hace unos meses, Haciendo de República.

Camba era un talento, un gran escritor, un maestro de columnistas y un cínico. En su juventud había sido anarquista, era de izquierdismo visceral y apasionado. Recibe con alegría y esperanzas la República. Pero sobre todo con esperanzas de vivir mejor, de que “los suyos” le den el cargo que se merece. No se acuerdan de él y así escribe, desde Nueva York y en junio del 1931: “Me ha sorprendido mucho no ver mi nombre en la lista de embajadores y ministros plenipotenciarios de la nueva República Española”. Y así se hace contra republicano este escritor que había dicho que uno de los problemas de los españoles era que seguíamos comiendo la sopa fría y el gazpacho templado, en monarquía o en tiempos republicanos.

Ya no es republicano, no le han favorecido los suyos. Ahora, estamos en 1938 y en Sevilla, al amparo de los franquistas más señoriítos y militarizados. Así escribe Camba para explicar como era el clima español que nos hizo llegar a una guerra civil: “pues pasó que los españoles estábamos de vacaciones y habíamos dejado la casa en manos de los criados…y los criados quisieron hacerse los amos. ¿Le parece a usted poco?”

Maestro de columnistas, maestro de cínicos. Y maestro de vividores. Terminó sus días en el hotel Aplace y sin pagar la cuenta. Un genio.   

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16 de marzo de 2007
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Uno de los buenos

La lectura de Los Informantes, de Juan Gabriel Vásquez, me resultó un placer por varios motivos. En primer lugar, porque me certificó que lo de su más reciente novela, Historia secreta de Costaguana, no era casualidad ni un capricho del destino: como Costaguana, Los Informantes es una historia digna de lectura, la obra de una artista que -estoy convencido- dará mucho que hablar de aquí en más. Lo segundo que entendí al leer Los Informantes, es que Juan Gabriel Vásquez es un hombre con un plan.

Al igual que Costaguana, Los Informantes es la historia de una llaga, un dolor del pasado cuya imposibilidad de cicatrizar -el olvido nunca cura, apenas anestesia- compromete el futuro de los protagonistas. En este caso se trata de un campo de concentración que existió en Colombia durante los años 40, donde se encerraba a los inmigrantes alemanes sospechados de simpatía o complicidad con el Reich. Hablamos aquí de privación ilegítima de la libertad, de confiscación de bienes, de delaciones, de listas negras; asuntos todos, nos consta, que están lejos de ser cuestiones confinadas al pasado. El narrador, un periodista llamado Gabriel Santoro, siente que es su deber sacar a luz aquella historia aciaga, y elige hacerlo escribiendo la biografía de una mujer a quien conoce bien: Sara Guterman, una vieja amiga de su padre. Santoro obra movido por el afecto que siente por Sara, y también porque su conciencia -o mejor: su instinto de supervivencia- le indica que nada bueno puede salir del seguir barriendo mugre debajo de la alfombra. Lo que no imagina es que apenas editado su libro, la crítica más cruel y demoledora provendrá de la pluma de su propio padre -que también se llama Gabriel Santoro. En Los Informantes, la duplicación de nombres sugiere duplicación de oportunidades. El error de Santoro padre, en todo caso, es suponer que Santoro hijo significa su condena, cuando en realidad entraña su única posibilidad de redención.

A partir de allí la novela, que se toma a sí misma por una non fiction story llamada, precisamente, Los Informantes, devela lentamente el secreto que Gabriel Santoro padre ocultó durante tantos años, pero también hace otra cosa, quizás más trascendente: confirma que lidiar con el pasado irresuelto no puede sino modificar el presente, y que ese sacudón no respetará ni siquiera la santidad de la propia casa. (Como dice el refrán inglés: no existe buena obra que no reciba su castigo.) Lo bueno es que Santoro hijo, al percibir que su iniciativa derrumba la historia oficial de su familia, no aparta la mirada; lo bueno es que Santoro hijo, al comprender que saber tiene su precio, se dispone a pagarlo aunque la mano le tiemble.

A Juan Gabriel Vásquez no le tiembla nunca la mano. Habla de lo que sabe, o mejor dicho: de lo que ha querido saber. Tanto Los Informantes como Costaguana encuentran su inspiración en hechos ciertos de la historia colombiana, pero nunca caen en el provincianismo ni se agotan en el color local porque Vásquez está seguro de que el drama que narran no es parcial ni sesgado, sino uno de resonancias universales. Pero además, aunque estén ancladas en el pasado, ambas novelas apuntan al futuro. Juan Gabriel Vásquez mira hacia adelante, hacia el mañana, escribe con hambre de gloria. Se ha ganado el más profundo de mis respetos, porque al contar que cuenta -y de la manera en que eligió hacerlo- me demostró que la gloria a que aspira no es la hueca de la consagración literaria, sino la de aquel que quiere saber hoy que es mejor hombre que ayer. Como los grandes de verdad, Vásquez se hace cargo de su tiempo y de su circunstancia y los transforma con su imaginación. Como los grandes de verdad, Vásquez cuenta historias que sabe destinadas a perdurar -porque son historias que le importan, que nos importan. Como los grandes de verdad, Vásquez lleva al lector a vivir una aventura de la que no saldrá igual, porque todo relato inolvidable nos cambia la vida.

Recuerden ese nombre. Juan Gabriel Vásquez es uno de los buenos.

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16 de marzo de 2007
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II. PREMIOS Y CASTIGOS

No veo, pues, que la reducción de argumentos y personajes en el mundo de Disney pueda ser de otra manera que lineal, tomando en cuenta el público al que sus películas e historietas están destinadas. El Capitán Garfio, por ejemplo, el enemigo de Peter Pan, que es el clásico villano, dibujado con cara y aire siniestros, o la madrastra de Blanca Nieves, angulosa y avinagrada, que no tiene el menor remordimiento a la hora de administrar la manzana envenenada. Y tampoco faltan los contrastes extremos que el público siempre disfruta, la bella y la bestia, la bella y el jorobado.

Y hay también un patrón del gusto público masivo que la gente de Disney no pretende contradecir, y conforme ese patrón los malos deben recibir su castigo, y los buenos deben ser premiados. Pero pasa también en Hollywood, fuera del mundo de Disney, donde una estupenda película resulta arruinada por las concesiones comerciales que el director debe hacer al final a los estudios. Como Diamantes de sangre, de Edward Zwick, por ejemplo, que termina de verdad cinco minutos antes de su final lleno de simplezas sentimentales y donde los malos no se quedan sin su merecido como quiere la vindicta pública, entre la que todos nos contamos. Y es lo mismo que ocurre en las telenovelas.

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16 de marzo de 2007
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DEL RELOJ

El reloj es la joya del hombre, dicen las revistas masculinas. Se trata, no obstante, de mucho más.

Toda la indumentaria, la pinta, la mente y el espíritu se ponen en cuestión mediante el reloj. Quien no tiene presente la formidable elocuencia de un reloj carece de sentidos, de vista y oído. Quien no atiende a representarse tácitamente con esta insignia se entrega a una mala interpretación segura. No importa que el otro contemple el reloj de pulsera sin código preestablecido, el ánimo se dispone de una u otra forma a partir de ese ojo que mira y se deja observar, que ocupa tan poco espacio como un pequeño foco y resulta tan profundo como una lente enfocada hacia el interior. Quien no cuida de los detalles sucumbe a su extremo poder. Lo mismo valdría decir de las corbatas o los zapatos, de los cinturones o de los calcetines. No se trata exclusivamente de saber vestir sino de saber ser y presentarse de forma acorde. Como el tipo de habla, los objetos poseen su  lenguaje esencial y su efecto, además. Se multiplican cuando aparecen incorporados al sujeto, sujetos a él y sujetos de él.

Todos los complementos y prendas, empezando por la ropa interior, parlotean descaradamente sobre su dueño. Su amo las lleva pero incluso puede decirse que las crea. Las elige o las admite y en ambos movimientos comprometen su identidad. Y su estima.

Todavía quedan muchos hombres que se dejan vestir por sus esposas. No hay más que decir. He aquí un ejemplo superior de lo indecible.

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16 de marzo de 2007
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