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Los buenos no son tan malos

Por 26 de marzo de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Perdonen la insistencia, pero me parece insensato el maniqueísmo que infecta, cada vez más, la política española. El potente imán del odio atrae todas las diversidades posibles hacia una polaridad inevitable. Individualmente, los españoles parecemos capaces de tener ideas propias y diferenciarnos según nuestro criterio personal, pero la suma colectiva solo da para dos bandos excluyentes y agresivos.

Puede aducirse que lo mismo sucede en Francia con la escisión entre izquierdas y derechas, pero el sistema francés es presidencialista y a dos vueltas, de modo que la polarización es justo lo que se busca. Malraux añadía otro dato más significativo para nosotros: en sus memorias recuerda la cólera de De Gaulle cuando le cayó la responsabilidad de restaurar la democracia, al constatar la mezquindad de los jefes de partido. Los años pasados en Gran Bretaña le habían familiarizado con el sistema anglosajón en el que los políticos son servidores públicos y trabajan por el bienestar de todos los ciudadanos. De Gaulle ignoraba, dice Malraux, "que nuestra democracia es un combate entre partidos y que Francia solo juega un papel subordinado".

Algo así puede decirse de la situación española. La democracia ha ido resbalando hacia un mero choque entre partidos cada uno de los cuales lucha por su beneficio y menosprecia a los ciudadanos. Eso explica que puedan permitirse insensateces como la mentira sistemática sobre un atentado con cientos de muertos como hace el PP (no importa la verdad, sino la victoria del partido), pero también una negociación con terroristas sin antes obtener un acuerdo de Estado con la oposición (lo que la hace peligrosísima porque no parece buscar la pacificación, sino la reelección de Zapatero). En ambos casos los partidos no trabajan por el bienestar de la nación, sino por el suyo propio y el de su clientela.

El resultado es lamentable: quizá todos sean de izquierdas o de derechas, categorías metafísicas, pero se diría que ninguno es demó- crata porque el odio destruye el fundamento de la libertad, que es la razón.

Artículo publicado en: El Periódico, 24 de marzo de 2007

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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