Sergio Ramírez
En un tiempo la marca de bananos Chiquita perteneció a la United Fruit Company, la misma Mamita Yunai dueña de infinitas plantaciones bananeras en las tierras calientes de Centroamérica y Colombia. La misma de las novelas de la “trilogía del banano” de Miguel Ángeles Asturias, y la misma de las vecindades de Macondo. El enclave frutero, con su propia moneda y policía, sus tiendas de raya, sus puertos y ferrocarriles, y su propia soberanía de alquiler.
La Yunai tenía poder sobre los gobiernos y los ejércitos para reprimir a balazos las huelgas, para poner y quitar presidentes, y para comprar diputados que aprobaran las leyes que a ella le convenían. Y cuando le convenía, provocaba guerras armando a las dos partes, como fue el caso de la guerra entre Honduras y Guatemala. Y en 1954 derrocó al gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala, que intentaba una modesta reforma agraria tomando las tierras ociosas de la Yunai.
Sam Zemurray, el emigrante de Besarabia que fue su fundador, empezó comprando bananos de desecho en los muelles de Nueva Orleáns para fabricar vinagre antes de hacer surgir su imperio. Y solía decir que en Honduras un diputado era más barato que una mula. Tantas décadas después, siempre tenemos noticias de la Chiquita…