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El día más triste del teatro peruano

En uno de los países centroamericanos de mi gira –no revelaré cuál- una pequeña compañía teatral me invita a presenciar el montaje de una comedia que escribí hace unos diez años. Al llegar a la sala, incluso me emociono. La obra se representa en el teatro de una universidad, y eso me transporta a mis años en la facultad de letras. El hecho de que sólo estén ocupadas veinte de las cuatrocientas butacas del teatro no me amilana. Al contrario, pienso que estos chicos le hacen frente a la adversidad, y me siento orgulloso de formar parte de eso.

Hasta que comienza la función.

En los primeros diálogos, me parece notar cierta falta de ritmo. Sólo más adelante comprendo que el problema no es el ritmo, sino todo. Absolutamente todo. Los actores creen que actuar es gritar las líneas y llorar en cada escena, algo sorprendente tratándose de una comedia. Además, no contento con las discusiones entre los personajes, el director ha añadido peleas, golpes, risotadas y toda una caterva de recursos visuales para que el espectador tenga claro cómo debe reaccionar en cada momento. Lo único que no ha tomado en cuenta son los giros graciosos y los gags, que sólo producen risas por razones ajenas a su voluntad. 

Considero la posibilidad de levantarme y abandonar el teatro. Pero me parece un gesto antipático y pedante. Es un grupo joven, y necesitan estímulo. Por lo menos hacen teatro en vez de drogarse bajo un puente o asaltar ancianas. Además, me alivia pensar que la obra es corta, y no tendré que aguantarla demasiado tiempo.

Sin embargo, tampoco se me concede esa merced. Los excesos trágicos que pueblan el montaje son interminables. Si la versión original duraba hora y cuarto, ésta se extiende a lo largo de dos horas y media, y ni siquiera se le ha añadido texto. Cuando escucho las últimas líneas de diálogo, respiro hondo. Al fin todo ha terminado.

O eso creo. Porque el grupo regresa al escenario a recibir los magros aplausos, la mayoría de ellos provenientes de los padres de los actores presentes en la sala. Aprovecho la ocasión para tratar de escabullirme de puntillas, pero cuando casi alcanzo la puerta, el director anuncia:

-¡Nos sentimos muy orgullosos de presentar al autor de la obra!

La gente voltea a mirarme –creo que con odio- y una escuálida ovación me acoge. Hago una reverencia. Ruego que la tierra se abra bajo mis pies y me trague. Visiblemente emocionado, el director continúa:

-Por favor, maestro –me dice-, suba al escenario a recibir sus aplausos.

Y me veo obligado a subir, quizá para que los poseedores de huevos y tomates puedan apuntar con más facilidad. Me siento como si caminase hacia el cadalso, pero la guillotina aún está por caer. El director completa su intervención:

-¡Ahora, por favor, maestro, dedíquenos unas palabras!

Balbuceo algunos monosílabos frente a los flashes de las cámaras de los parientes de los actores. Les digo lo contento que me siento con esta obra y lo emocionante que es constatar que ha atravesado fronteras. A mi lado, una de las actrices se echa a llorar de la emoción. El director me abraza y me dice con una sonrisa cómplice:

-Espero que haya aprobado usted mis aportes creativos. Tuve que corregir algunos pasajes de tu texto que eran un poco torpes en su ejecución.

Sólo atino a devolverle una sonrisa que debe haber quedado más bien un poco mueca. Pero no le digo nada. Trato de salir del paso rápidamente y, aprovechando la confusión de las felicitaciones de  padres y tíos, huyo del teatro universitario. Pero antes de doblar la esquina, escucho la voz del director a mis espaldas gritando:

-¡Maestro, regrese, que ya va a empezar la segunda parte!

Sé que esa frase me acompañará por siempre mis peores pesadillas.

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4 de abril de 2007
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EL GRAN COPULADOR

Es posible que Casanova fuera aún más grande, pero no lo creemos. Vivió menos, tuvo más apuros económicos y la sociedad, el tiempo, la familia y los maridos no le favorecían. En cualquier caso fueron dos grandes de la cópula. El primero -mientras no se demuestre lo contrario- es el muy querido, respetado, elegante y enorme escritor llamado Adolfo Bioy Casares. Yo hace muchos años, después de leer La invención de Morel, lo tengo en el más elevado de mis altares, a la derecha del “padre”, su amigo el dios terrenal de la escritura en castellano, Jorge Luis Borges. Quizá uno de los escritores con menos cópulas en la historia de la literatura.

Hace unos meses hablamos aquí de ese libro de correspondencia entre los dos amigos. Un libro que todos los amantes de la literatura, del gran chisme cultural y de la malignidad intelectual deben tener a mano y a primera vista.

Otro gran libro -¿por qué uno tarda tanto en sumergirse en libros que llevan años en las estanterías de nuestra biblioteca?- que me esperaba desde hace años es ese “note book” llamado Descanso de caminantes, una suerte de diario con anotaciones, reflexiones, pensamientos, realidades y sueños del gran  copulador, del gran escritor de esta ciudad de grandes donde me refugio esta Semana Santa. Intenten encontrarlo, hagan inmersión y serán capaces de pasar divertida y reflexivamente hasta las doce horas de un vuelo regular entre Madrid y Buenos Aires. Recuerda Bioy que alguien dijo que “los viajes nos deparan la revelación de que la vida es mientras tanto”.

Este viaje me está deparando unas cuantas cosas, el reencuentro con libreros y librerías que me gustan, los paseos por ese barrio que siempre cambia, Palermo -el que ahora está más cerca de Borges, de Cortázar-, la vitalidad en la calle, no importa que se pueda estar a quince minutos del caos. Y también la visita a unos concretos fanatismos, esa adoración sin fisuras a un juguete roto llamado Maradona. Y la esperada visita a ese monumento del kitsch que estoy seguro será ese parque temático dedicado a Tierra Santa, allá por la Costa Nera… aquel lugar que cantamos cuando fuimos más cursi/sentimentales con Leonardo Favio. De tantas cosas hace más de veinte años, que no son nada. Otro día les cuento, o quizá simplemente les regale una rosa. Hoy me despido con una meditación de restaurante de Bioy, habrá más, esta es aperitivo: “Sobrellevemos nuestros errores con la dignidad y la resignación de esos caballeros que ahora entraron detrás de sus horribles mujeres”.

Post data. Hablando de errores, al leer a mi querido y admirado contertuliano Antonio Larrosa, caí en la cuenta de que el pueblo de Híjar es del que yo quise hablar, no de Íscar, perdón a los unos y a los otros. El ruido de los tambores, la noche de mi inmersión en el ruido poco místico pero extrañamente adictivo fue en ese pueblo de al lado de Calanda. La fiesta, o lo que fuera aquello, la había preparado mi admirado Agustín Sánchez Vidal. Los invitados, Basilio Martín Patino, Bigas Luna, José Luis García Sánchez entre los que quiero recordar. En Buenos Aires, iré a ese lugar que me recomienda la cariñosa y culta amiga porteña.

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3 de abril de 2007
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V. EL DUENDE QUE CAMINA

El misterio de la doble identidad es una de las clave de mi devoción por los héroes de historietas. Es algo, eso de las identidades dobles o múltiples, que viene desde el Conde de Montecristo, inolvidable novela que ningún escritor que empieza debe dejar de leer, pues en ella encontrará todas las clave del arte de la narración. Y entre esos personajes misteriosos de las revistas, mi preferido fue siempre el Fantasma, el duende que camina, al lado del Capitán Marvel.

El Fantasma, creado en 1936 por Lee Falk, es para muchos el primero de todos los superhéroes en llegar a las historietas. Hoy no es que haya muerto, pero ya no tiene fama, salvo la muy mala que le dio la película de Simon Wincer  de 1996, en la que es interpretado sin gracia alguna por Billy Zane, al lado de una Diana demasiado acartonada como lo es Catherine Z. Jones.

Parte de una estirpe siempre actual que se inicia siglos atrás con el primer Fantasma en guerra a muerte contra  la hermandad pirata de los Sengh, el Fantasma presente, el número 21 en la línea de sucesión, reina desde el trono de la Calavera en lo profundo de la selva, a sus pies siempre su perro Diablo. El trono se halla al fondo de una cueva iluminada por hachones, a la que sólo se llega atravesando desfiladeros, la jungla cerrada, y por último un torrente que cubre a manera de cortina la boca misma de la cueva…

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3 de abril de 2007
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SOBREPESO

Puesto que todo el mundo sufre, de cara al verano, la dura tarea de sacarse de encima esos dos o tres malditos kilos de más, no debería considerarse insensato revisar la medida del canon.

Con dos kilos de más sobre la generalidad de los habitantes el panorama corporal cobraría plena legitimidad y del mismo modo que las tallas han sido corregidas oficialmente para ajustarlas a la realidad, la realidad sería aquí también más dulce y consoladora.

El peso real se correspondería con el peso ideal en un instante. Las monedas, las deudas externas, los salarios mínimos o la carga fiscal se convalidan de vez en cuando aproximando el valor nominal a la circunstancia benéfica, acercando la quimera a algo mejor en lo real.

La utopía, en definitiva, se ha revelado tan fastidiosa como ingenua. En la sociedad madura y viciosa toda tentación utópica –siempre localizada en el más allá- se sustituye por la coyuntura actual enclavada en el ahora y aquí. ¿Dos, tres kilos de más? El carnoso fardo que opera como un depósito culpable y depresor será pronto eliminado y no por Nature House y casas de este estilo, sino por un acuerdo de felicidad doméstica nacido del sentido común.

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3 de abril de 2007
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El regreso de Indiana Jones

Esta vez va en serio. La cuarta película de Indiana Jones, aún sin título conocido, comenzará a filmarse este junio en Los Angeles, con la intención de estrenarla en mayo del año 2008. Además del inevitable Harrison Ford (que dicho sea de paso, hace décadas que no protagoniza una película como la gente), actuarán también Cate Blanchett y Ray Winstone, lo cual permite mantener vivas las esperanzas en la calidad de la película: después de tanta amansadora (Indiana Jones y la última cruzada se estrenó en 1989, ¡hace 18 años!), más les vale volver al ruedo con algo que se luzca.

Me parece bien que Spielberg dirija nuevamente, dado que fue el responsable de las tres películas originales. Y espero que el guión de David Koepp esté a la altura de las circunstancias, lo cual no es poco pedir: no sólo debe hacerse cargo de la ansiedad acumulada durante años, sino también aproximarse a un digno cierre del ciclo, dado que Harrison Ford no podrá seguir a los saltos durante mucho tiempo más. Las palabras de Indy en Los cazadores del arca perdida regresan para asolarlo: a esta altura ya no se trata tanto de los años como del kilometraje acumulado. Y la idea de reemplazarlo por otro actor más joven, al estilo de lo que se ha hecho con James Bond, suena tan ridícula como la de encontrarle reemplazo a Bogart en una remake de Casablanca.

El bueno de Indy ha sido siempre uno de mis personajes favoritos. Comparto el amor de Spielberg y de George Lucas por las fuentes en que se inspiraron (cualquiera que haya visto Gunga Din y leido Terry y los piratas sabe de lo que hablo), y celebro que ese amor haya fructificado en un personaje original: más allá del homenaje a los viejos seriales, Indiana se ha convertido por derecho propio en sinónimo de la Aventura. (Sí, con mayúsculas.) Desde aquel entonces ha habido infinidad de intentos de refritar la receta –paisajes exóticos, tesoros escondidos, mitos que cobran vida y persecuciones adrenalínicas-, pero nadie logró dar con las proporciones adecuadas; es de desear que los chefs originales no hayan perdido la mano, al aproximarse a la edad casi provecta que Indiana tendrá ahora, de acuerdo a los 64 años que Harrison Ford no disimula. ¿Cuántos de nosotros silbamos todavía la melodía característica de John Williams, cada vez que nos disponemos a hacer algo intrépido? (Yo he llegado a hacerlo incluso antes de entrar al dormitorio en que mi mujer aguarda; es que hay aventuras y aventuras…)

Mayo, 2008. Un motivo más para esperar el futuro con alegría.

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3 de abril de 2007
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SEMANA SANTA

Cuando yo crecía hacia mi escepticismo religioso la Semana Santa era negra. La vida, que ya tenía sus oscuridades, se volvía más siniestra. Estaba llena de prohibiciones, de gentes que se tapaban para sufrir, que arrastraban cadenas, hacían penitencia y rezaban en fila detrás de las representaciones de muerte y llanto. Después descubrí que había otras maneras. Las maneras barrocas del sur. Con todo ese ritual, pero en colores, con una tragedia que me daba la impresión de que también estaba llena de juerga más o menos oculta. Thanatos acompañando a Eros. Pues tampoco me gustó tanta pasión por las calles, tanto recogimiento ficticio -tampoco el real-, tanto atasco detrás de los ídolos. Sencillamente me fugué, no participaba, eran fechas para otras cosas, otras escapadas, otros paganismos. Aunque algún día hablaré del sentido que cada uno tiene del paganismo. Para los judíos, también los cristianos son paganos.

Tuvieron que pasar décadas para volver a mirar con curiosidad esos rituales que perviven entre los españoles como en ningún lugar del mundo. No me refiero a esos puntuales rituales salvajes de Filipinas y otros lugares donde dejamos lo peor de nuestra cultura. Ahora veo con interés las sobrias procesiones castellanas. Las cargadas del sur o las ruidosas de los buñuelescos pueblos aragoneses. Una vez, en compañía de otros con no demasiada fe, fui cofrade en Íscar, un pueblo vecino a Calanda y, la verdad, el ritual del ruido de los miles de tambores es una sensación extraña. Tanto ruido tiene algo de recogimiento, de silencio.

Estaba en Sevilla, la Semana Santa estaba a punto de estallar, rodeado de los amigos de Tomares -ese pueblo rico y progresista del Aljarafe- que se brindaban a soportar conmigo los rituales de la juerga mística. Estuve tentado, pero no, preferí escaparme de ese espíritu que ciega a tantos, que a tantos hace representar lo que no son, en lo que no creen. No me gusta ese barroquismo festivo y religioso. Es parecido a la entrega ruidosa del fútbol por un lado, y por otro no llega a la belleza de la música callada del toreo. Me escapé de Sevilla, me escapé de España. Lejos, muy lejos, de las celebraciones de Semana Santa. Acabo de llegar a Buenos Aires, el tiempo acompaña poco. Espero no encontrarme procesiones. Aunque también me puedo tropezar con fanáticos del fútbol. Está claro que mientras no cambien los dioses, nada habrá cambiado.

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2 de abril de 2007
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Reggetón

Tras la presentación de mi libro en Panamá, un camarero llamado Charly sirve copas al público. Es un moreno alto con la cabeza rapada, muy simpático. Mientras firmo libros, se ocupa de que nunca me falte algo de beber y me trae canapés. Me cuenta chistes. Al terminar, me dice:

-Mira, bienvenido a mi país ¿Oíste?

-Muchas gracias, muy amable.

-¿Qué vas a visitar acá?

-Poco, porque tengo mucho trabajo. Pero mañana me gustaría salir un rato por la noche.

-No te preocupes, hermano, yo te consigo a las mujeres.

Creo haber escuchado mal.

-¿Las qué, perdón?

Me sonríe con picardía y me pasa el brazo por el hombro.

-Las mejores babies de Panamá, mi hermano. Tú déjame a mí.

Decido responder con una broma. Es lo que se usa en estos casos.

-Ojalá me recibieran así en todas partes.

Nos reímos, pero no soy conciente del error que acabo de cometer.

Al día siguiente, suena mi teléfono a las siete de la mañana. Contesto medio dormido. Es Charly.

-Prepárate para remojar el payaso –me dice a manera de saludo-. Paso por ti a las nueve.

No me da tiempo de responder y cuelga.

Esa noche, agotado tras doce horas de trabajo, me lleno la bañera para darme un baño caliente, tomarme una copa y escuchar música. Pero me llaman de la recepción. El conserje dice que me buscan. Me visto y bajo. Charly está en la puerta, en un descapotable de los años setenta. Tiene puesto un pantalón que le cae hasta la mitad del trasero y un disco de reggetón a todo volumen. En el asiento de atrás hay tres mulatas imponentes en minifalda que me mandan besos volados. Dos de ellas llevan el pelo teñido de rubio.

-¿Estás ready? –me dice Charly.

Yo lo llevo aparte y le susurro:

-Verás, Charly. Te lo agradezco pero estoy un poco cansado.

-Claro –me ríe-. Yo me ocupo del relax.

-Ya. Es que no has entendido…

-Mi hermano, has salido en el periódico. Tienes a las chicas bien hot.

-Sí, bueno… Deja que te explique. Me he casado hace un mes. Es un mal momento para… ¿Me entiendes?

-Tranquilo, brother. Yo no voy a contar nada.

Comprendo que argumentar no tiene sentido. No se me ocurre nada mejor y salgo corriendo. Me paso dos horas dando vueltas por el malecón. Cuando regreso, Charly se ha ido. Quizá piense que soy homosexual. Ojalá piense eso.

Pero no. Al día siguiente, me llama a las seis y media de la mañana.

-Muy bueno lo de irte, hermano. No me sabía esa, pero funciona. Hay que hacerlas esperar. Estoy abajo. Nos vamos a la playa. Hoy vas a revolver el cemento, street fighter.

Cuelgo el teléfono y lo dejó así.

Una hora después, bajo para irme a conocer el canal. Charly está en la vereda de enfrente con su coche, su reggetón y sus mujeres. Vuelvo a subir. Tras unos minutos, suena el teléfono. Descuelgo y cuelgo. Luego de un rato, me dejan un sobre bajo la puerta. Es un aviso de llamada de Charly. A lo largo de la mañana, recibo cinco sobres más. Cuando me asomo a la ventana, Charly me saluda desde la calle. Por la noche, a la hora en que sale mi vuelo a Cartagena, yo lloro en el baño, abrazado al water.

Escribo esto para ver si alguien puede ayudarme. Llevo aquí tres días, y Charly no se va. Bajo mi puerta se han acumulado 32 sobres, y en el descapotable de la entrada hay seis chicas nuevas. Para equilibrar la población se han sumado tres caballeros con los pantalones a medio trasero que bailan reggetón. Para abastecer a la creciente población se ha instalado un puesto callejero de venta de salchichas. Progresivamente, algunos curiosos se van uniendo al grupo. 

Quiero volver a casa.

Quiero ver a mi mamá.

Socorro…
       

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2 de abril de 2007
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IV. LA MUERTE DEL SUPERHÉROE

De la estirpe del Capitán Marvel, con su doble identidad, el traje ajustado al cuerpo, el emblema en el pecho y la capa revoloteando a las espaldas, fueron también el Capitán América y Supermán, este último el de mayor fortuna, pues superó a los demás en fama y longevidad,  pasó al cine, y se convirtió en el prototipo de los superhéroes invencibles. Del Capitán Marvel dejé de oír hace mucho tiempo, y quedó enterrado en mi infancia, y del capitán América, que nunca me sedujo tanto, escuché de nuevo hace poco.

Uno de los atributos más fascinantes de los superhéroes es que no envejecen nunca, y viven en la historia presente. No hay pasado para ellos, se encuentran siempre dentro del hoy. Y es el peso de los acontecimientos contemporáneos lo que ha llevado al Capitán América a su fin en el último. La noticia es que, tras resistirse a acatar una ley antiterrorista que obliga a los superhéroes a revelar su identidad e inscribirse como agentes federales, un  francotirador lo asesinó en las escalinatas de la Corte Federal de Nueva York cuando venía de prestar declaración. Un hecho notable. Alguien que como él se alistó 66 años atrás para defender los valores tradicionales de los Estados Unidos, muere como un rebelde en contra de las violaciones a los derechos y libertades civiles implantadas después del 11 de noviembre. Un héroe que hace honor a la ética que es propia de su oficio, al fin y al cabo.

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2 de abril de 2007
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SADISMO EN LA DGT

Si se tiene en cuenta el habla, la  gesticulación y el atavío del director general de tráfico no debe sorprender demasiado el carácter de las campañas publicitarias que patrocina su departamento. La desgarrada bronca que lanzan ahora con motivo de los viajes en Semana Santa interrogándonos incluso sobre si queremos matarnos (y matar) culmina una secuencia de brutalidades con las que han tratado de convertir al conductor en seudocriminal y cuyo castigo ya se adelanta declarándolo siempre  culpable. De este modo la Dirección General de Tráfico (DGT) no sólo se lava las manos y se sacude la responsabilidad sino que procura extender el miedo como forma de abordar la vacación, el fin de semana o cualquier puente.

¿No habrá nadie que le llame la atención a este departamento más  parecido al aullante mundo de los calabozos durante cualquier dictadura que a la oficina de un país democrático? ¿No habrá nadie que tranquilice a este señor director y neutralice su pasión por la truculencia? ¿Su autoridad ama nuestras vidas su autoridad o se halla enviscada con  la muerte? ¿Trata de protegernos o se complace ante todo en torturarnos? El nivel de sadismo alcanzado actualmente con los spots destinados a la  Semana Santa debería servir de sólida prueba para que por el bien psíquico y social este caballero barbudo ingresara sin demora en un convento.

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2 de abril de 2007
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Un lugar cercano al Paraíso

El otro día vi Nine Lives, la película de Rodrigo García. En esencia se parece a su filme anterior, que aquí en la Argentina se conoció como Con sólo mirarte y que en inglés se llama Things You Can Tell Just By Looking at Her: historias de mujeres, destinos paralelos cuyas líneas a veces se rozan sin cortarse nunca. En el caso de Nine Lives, cada historia es un plano secuencia, es decir una secuencia definida por un plano único, una cámara que flota alrededor de sus personajes tratando de contar quiénes son, y qué les ocurre, observando tan sólo un momento clave de sus existencias. El asunto podría quedar en un simple ejercicio de estilo –Nine Lives corre el riesgo de parecer una sumatoria de cortometrajes-, de no ser por dos elementos salvadores. El primero son sus maravillosas actrices: Robin Wright Penn, Glenn Close, Dakota Fanning, Holly Hunter, Amy Brenneman, Elpidia Carrillo, Lisa Gay Hamilton. Verlas florecer en cámara, delante de ese ojo inclemente que no otorga la posibilidad de un corte de montaje (en este sentido cada historia funciona como una puesta teatral, se hunde o flota de acuerdo a lo que sucede cuando se grita acción), es un verdadero placer.

Pero lo que más me gusta es la mirada de García, el hilo que engarza las historias aun cuando no existan excusas argumentales para unirlas. Lo que me gratifica de Con sólo mirarte y de Nine Lives es que García filma como si cada una de esas vidas, por pueriles que parezcan a simple vista, fuese algo precioso y único. Esta mirada me conmueve, digo, porque me recuerda una cuestión que tendemos a olvidar en el ajetreo cotidiano, y mucho más cuando vemos (¡o filmamos!) cine: que cada existencia es delicada e irrepetible, y por ende digna de consideración, de ternura y de cuidado. No somos los únicos que merecemos ser tratados con guantes de seda: se lo merecen todos los seres humanos, más allá de sus circunstancias y de sus méritos, por el simple hecho de serlo.

Si nos tratásemos con la misma delicadeza que García dedica a sus personajes, este mundo sería un lugar más cercano al Paraíso.

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2 de abril de 2007
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El Boomeran(g)
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