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EL PRINCIPIO DEL SIGLO

Encuentro en el blog de Arcadi Espada un enlace hacia un sitio extremeño. En este sitio hay un texto de Antonio Tinoco. ¿Quién es Antonio Tinoco? El autor de un testimonio sobre su lectura de la novela Cien años de soledad. Su testimonio se publicó hace una década en la revista Gazetilla de la Unión de bibliófilos extremeños y supongo que “muchos años después” fue recopilado para su publicación en el sitio. Claro que sin leer a Arcadi Espada es imposible descubrir el texto de Antonio Tinoco. Para mí, habría sido una lástima, su manera subjetiva de hablar de literatura es la única que vale.

En realidad no escribe sobre Cien años de soledad sino sobre la primera frase: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". Lo que fascina al autor del texto es la utilización del infinitivo de la palabra “conocer”. “Nunca había leído nada igual,  escribe Antonio Tinoco. Nunca se me podía haber ocurrido pensar que era posible escribir nada igual.”

La verdad es que me ocurrió lo mismo. Para mí aquella primera frase es uno de los monumentos mágicos de la literatura, como el “Longtemps, je me suis couché de bonne heure” de Proust o el “Call me Ishmael” de Melville. Pero no me parece deslumbrante el infinitivo “conocer”. Lo que me parece más bien fenomenal es la manera de despistar al lector en una sola frase. Basta leer esta frase para saber que uno está perdido en el tiempo.

Me explico. Hay tres referencias al tiempo:

1. “Muchos años después”: el relato empieza situándose después de un evento desconocido. Vamos hacia el presente.

2. “Recordar aquella tarde remota”: se trata de un momento en el pasado. Vamos hacia atrás.

3. “Frente al pelotón de fusilamiento”: la conciencia humana que cuenta el narrador es la de una persona ya muerta. Fue fusilada.

Había algo flojo, poéticamente flojo en la manera de no definir el momento en que ocurrieron los hechos contados. Muchos años después, leí las teorías sobre la meta-ficción y fue capaz de encontrar la frase clave de la novela; la dice Úrsula: “el tiempo no pasa, sino que da vueltas en redondo”. Pero me acuerdo, tal como Antonio Tinoco, del momento insuperable de confusión y de delicia: acababa de encontrar a un autor capaz de llevarme a conocer un relato fuera del tiempo.

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27 de marzo de 2007
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Lloyd Dobler para presidente

El sábado fui a ver Letra y música, esa comedia romántica con Hugh Grant y Drew Barrymore. Por favor, traten de comprender: las comedias románticas me pueden, y por otro lado no tengo nada contra la idea del cine como puro divertimento. Pero en fin, aunque iba con expectativa cero (los trailers ya habían insinuado que parte del asunto pasaba por la capacidad de Hugh Grant para hacer el ridículo, asunto en que se destaca desde que lo pescaron en la calle con una prostituta, en plena fellatio), el resultado llevó la medición al área de las cifras negativas. Letra y música es pésima. No hay un sóla idea original en todo su trayecto. La chica que interpreta al símil Britney Spears es tan inerte, que convierte a la original en alguien intenso como Bette Davis. Durante la proyección imaginaba que tanto Grant como Barrymore se despertaban por las mañanas, recordaban que debían acudir al set y se decían: “Oh, no. Otro día perdido en esta basura…”

La compensación llegó por la noche, cuando mi mujer, seguramente deseosa de revancha, hurgó en la pila de DVDs y se dejó llevar por el título ambicioso: Un gran amor…, así con puntos suspensivos. En realidad Un gran amor… es el título con se conoció en España a Say Anything, una de las primeras películas de Cameron Crowe, de merecida fama gracias a Jerry Maguire y aun más merecida infamia por la versión americana de Abre los ojos y el reciente despropósito llamado Elizabethtown. Digamos que hasta Casi famosos, Crowe era uno de los pocos cineastas de hoy que sabía cómo hacer una comedia romántica. Lástima que después se olvidó, como dirían Les Luthiers.

En todo caso su racha ganadora comenzó con Say anything, que data de 1989 y está protagonizada por un jovencísimo John Cusack. En muchos sentidos, Say anything es una comedia romántica típica: Lloyd Dobler (Cusack) es un joven que acaba de egresar de la secundaria y se enfrenta al vértigo del futuro. Todo lo que sabe es lo que no quiere hacer (lo explica en una secuencia memorable, en la cual expresa las infinitas maneras en las que no quiere vender ni procesar nada), y aunque diga por ahí que le gustaría probar suerte con el kickboxing, en el fondo entiende que las patadas no van a llevarlo muy lejos. Su único objetivo cierto es claro: invitar a salir a Diane Court (Ione Skye) antes de que se vaya de Seattle rumbo a la universidad. Pero claro, Diane Court está totalmente en otra liga: no porque sea una rubia pechugona, popular y con vocación de cheerleader, que no lo es, sino porque es seria y tímida y alumna aplicadísima allí donde Lloyd resulta demasiado adulto para sus años, y por ende un marginal; la clase de muchachos que ante todo tiene amigas mujeres, porque los chicos de su edad le parecen entre predecibles y lamentables.

Pronto lo que podría parecer otra simple vuelta de tuerca al tema de la pareja despareja se convierte en una historia sensible, en la que no hay arquetipos sino gente de carne y hueso. Diane vive con su padre, a quien eligió cuando un juez la obligó a elegir con quién irse en plena audiencia de divorcio. Su padre (el brillante y nunca del todo reconocido John Mahoney) es dueño de un asilo de ancianos y resiste una acusación de estafa por parte de la autoridad impositiva de su país. Lloyd, por su parte, vive con su hermana, a quien su marido abandonó, y con su pequeño sobrino. Lo conmovedor es que Lloyd Dobler logra su cometido tal como se debe, limitándose a ser un tipo decente que se interesa por el bienestar de la persona que ama. Aun en el momento del dolor (que lo hay, porque si no lo hubiese no se trataría de una comedia romántica), Lloyd se mantiene apegado a su decencia innata y apela a los mejores sentimientos de Diane. (Otra escena antológica: cuando se aproxima a su ventana y la obliga a oír la canción que los unió, esa joya de Peter Gabriel llamada In Your Eyes.)

Lo que termina de convertir a Lloyd Dobler en un paladín para todos los románticos es el hecho de que, en este mundo utilitarista, encuentre toda la definición de futuro en el hecho de hacer feliz a su chica. “Soy bueno haciéndolo,” confiesa en una escena al padre de Diane, con la esperanza de que comprenda cuán importante es lo que está diciéndole. ¿Cuántos tenemos el coraje de definirnos a nosotros mismos a partir de la felicidad que producimos a aquellos que amamos?

Cuando sea grande, yo quiero ser Lloyd Dobler.

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27 de marzo de 2007
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TELEVISACIÓN

Un fenómeno de tanto o mayor alcance que la alfabetización es el de la televisación. Qué digo mayor, mil veces más importante.

La capacidad de leer ofrecía una potencia de conocimiento, la atención al televisor entrega el conocimiento. Y sin necesidad de desciframientos, deducciones, reflexiones o aplazamientos. Gracias a la televisación cualquier ciudadano de no importa qué municipio perdido se encuentra participando en el ayuntamiento general. Perteneciendo a esa comunidad y a sus percances diarios.

Ahora no hay nada nuevo que contar cuando se viaja a las aldeas desde la capital, ni peripecia nacional de envergadura que no se haya introducido en cualquier vivienda. La proclama, la manifestación, el accidente, la corrupción, la competición deportiva, se desarrollan sobre una pantalla que contemplan sin reservas los más ilustrados y los no ilustrados, los ricos y los pobres, los peones y sus patronos. No hay ninguna necesidad de matriculación ni formularios para acceder a la información porque la tele actúa como la idealizada escuela de hace medio siglo: el aula sin muros, la enseñanza popular, gratuita, universal y fácil para todos.

Si la democracia se ha cumplido realmente en algún aspecto esa conquista  se corresponde con la omnipresencia del televisor.

Y todavía, sin embargo, hay quien la maldice. Pero ¿no resulta elocuente y  sospechoso que quienes declaran aún aborrecerla pertenezcan invariablemente a la vieja elite?

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27 de marzo de 2007
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II. CÓMO PELAR UN BANANO

            En los años cuarenta del siglo pasado se hizo famoso en Estados Unidos un jingle de musiquita pegajosa que enseñaba a la gente la manera en que maduraba un banano. "I'm Chiquita Banana and I've come to say/Bananas have to ripen in a certain way… lo que traducido en rima diría “Soy la Chiquita Banana y les he venido a enseñar/el modo en que los bananos deben madurar… También la Chiquita Banana patrocinaba concursos de belleza en Centroamérica, para elegir a Miss Chiquita Banana. Banano en español, banana en inglés, del masculino al femenino.

            Ahora la Chiquita Brands, fiel a la tradición de su abuela la United Fruit, está siendo acusada ante los tribunales de Estados Unidos de hacer pagos millonarios tanto a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), los paramilitares, como a las Fuerzas Revolucionarias Armadas de Colombia (FARC),  la guerrilla, pagos autorizados por sus ejecutivos y altos directivos desde Cincinnati, donde tiene su sede central. Según los fiscales, los libros contables de la compañía fueron alterados para ocultar la operación benéfica, que busca sin duda comprar protección para sus plantaciones en Colombia, y para que sus operaciones de corte y embarque a tiempo de la fruta no sean estorbadas. Paramilitares o guerrilla, a la Chiquita le da igual.

            Las bananas, o los bananos, tienen su modo de madurar, pero también su manera de ser pelados.

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27 de marzo de 2007
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En la ciudad fantasma

-¿Usted ocupa la habitación 312?

La mujer que me habla usa el pelo muy corto y tiene unos cuarenta años. Su traje sastre le otorga un aire ejecutivo pero está un poco pasado de moda, como si fuese de los años ochenta. Es la segunda vez que la encuentro en el desayuno del hotel. En Nicaragua me levanto muy temprano. A esa hora, ella es la única habitante del comedor.

-Sí –le digo-. ¿Cómo lo sabe?

-Desde su habitación se ve la casa de Nora.

-Ya. ¿Quién coño es Nora?

A esa hora de la mañana, siempre estoy de pésimo humor. Pero a pesar de mi antipatía, ella sonríe.

-Ya lo averiguará –me dice.

Luego pasan a recogerme y me olvido de ella.

Durante el día, recorro Managua de un diario a otro, de un canal de televisión a una radio, para la promoción de mi libro. La capital de Nicaragua parece una ciudad fantasma. Uno recorre autopistas rodeadas de campo, salpicadas aquí y allá de centros comerciales o pequeñas construcciones. No hay edificios grandes, y para ver las casas hay que internarse en la espesura por calles llenas de árboles. Incluso en el centro de la ciudad, los inmuebles son casi inexistentes. La mayoría se cayeron en el terremoto del 72, y desde entonces, no se ha reconstruido la ciudad.      

En un cerro, la silueta de un hombre con sombrero campesino se eleva sobre Managua. Reconozco a Augusto C. Sandino, el líder guerrillero de principios de siglo. Me explican que en las faldas de ese monte, Sandino compareció en 1934 para pactar un armisticio con el gobierno y fue asesinado in situ por el jefe de la Guardia Nacional Anatasio Somoza, quien luego se erigiría dictador. La silueta de Sandino en el monte es como un fantasma que domina la ciudad.

Por la noche, regreso al hotel tan agotado que ni siquiera consigo dormir. Doy vueltas en la cama, y termino por subir al solitario bar del último piso a tomar una copa. Una vez más, me encuentro con la mujer del desayuno. Tengo ganas de hablar con alguien.

-No me contó usted quién es Nora –le digo.

Ella se está tomando un té. Me responde sin mirarme.

-Nora era una agente encubierta del Frente Sandinista de Liberación Nacional. En los años de la revolución, conoció al jefe de la guardia nacional, al que llamaban El Perro. Él creía que todo era de su propiedad, incluso las mujeres. La acosaba insistentemente. Pero ella le tendió una trampa. Lo invitó a su casa una noche. Lo llevó a su cuarto y le quitó la ropa y las armas. Cuando se sentía seguro, tres guerrilleros saltaron del armario para secuestrarlo. El Perro se resistió, y los guerrilleros lo mataron. Desde la habitación 312 se ve el apartamento en que ocurrió todo eso.   

-Ya –le digo. Ella sigue tomando su té sin mirarme.

Me pido un whisky y voy al baño. Cuando regreso, ella no está. En la mesa no queda ni siquiera su taza.

Termino mi copa y regreso a mi habitación. Al acostarme, me parece ver la silueta de un hombre con sombrero proyectada sobre la ventana. No me levanto, porque sé que es sólo una pesadilla. 

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26 de marzo de 2007
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Ese escritor

Hace unos días me pidieron una lista de mis diez libros favoritos. La hice sin dudar demasiado, en estos casos las primeras cosas que vienen a la mente son las que valen. Había en la lista algunas cosas obvias (Shakesperare, Dickens, Melville, la Biblia), otras con vocación un tanto marginal (el Corto Maltés de Hugo Pratt, Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons) y algún clásico de esos que, a esta altura, parece que he leido sólo yo, como Le Morte d’Arthur, de Sir Thomas Malory. Cuando terminé me di cuenta que había anotado un único libro de autor argentino. Era Operación masacre, de Rodolfo Walsh. Me sorprendió mi propia elección, no porque no fuese consciente de cuánto me gusta ese libro, sino porque sin vacilar lo preferí a cualquier libro de Borges, de Cortázar, de Arlt. Si tuviese que entablar una discusión defendiendo esta primacía de Operación masacre por encima de Ficciones, Las armas secretas y Los siete locos me las vería negras, pero hay un aspecto en que mi elección se tornaría indiscutible: el libro de Walsh significa para mí algo distinto de los demás.

Ayer se cumplieron 30 años exactos del asesinato de Rodolfo Walsh. Para conmemorar la fecha, el suplemento cultural del diario Página 12, llamado Radar, le dedicó su edición completa. Allí se mezclaron los recuerdos (en el texto de su mujer Lilia Ferreyra, en las confesiones de Osvaldo Bayer, de Daniel Divinsky y Andrew Graham-Yooll) y las valoraciones de su obra y de su vida, en artículos de Guillermo Saccomanno, Rodrigo Fresán, Alan Pauls, María Moreno y muchos más. El suplemento entero vale la pena, es fácil consultarlo: www.pagina12.com.ar. Si tuviese que elegir las cosas que se me quedaron en la cabeza durante el domingo todo, procedería con la misma ligereza que empleé para elegir mis libros favoritos; de lo contrario, temo que escribiría un libro antes que un texto para este blog.

Me quedo con las palabras de Lilia, contando que Walsh se quedó con las ganas de plantar una doble hilera de álamos plateados a la entrada de su casa en San Vicente, porque cuando el viento mueve las hojas, “suenan como lluvia fina”. Sigo con Lilia, cuando recuerda que Walsh encontró su vocación de narrador contando cada noche un capítulo de Los miserables, de Victor Hugo, a sus compañeros del internado para niños. Me pregunto al igual que Fresán cómo novelizar a Walsh. (Ah, cómo me gustaría escribir ese libro…) Comparto la visión de Pauls según la cual Walsh, antes que denunciante o mártir, fue “alguien poseído por el mandato de decir, alguien para quien decir no es una elección, ni un oficio, ni un lujo, sino una necesidad compulsiva”. Hay un eco profético en esa decisión de Walsh de escribir Operación masacre, la historia de los fusilamientos de José León Suárez con que el gobierno militar quiso reprimir un alzamiento popular, después de que alguien le susurrase la frase: “Hay un fusilado que vive”. Esto es: alguien a quien se supone muerto por definición, un fusilado que a pesar de su condición de tal tiene todavía algo que decir desde el otro lado al que las balas lo mandaron –aunque no lo hayan mandado del todo.

Eso es lo que yo mismo siento respecto de Walsh: que a diferencia de muchos otros autores consagrados, todavía tiene algo que decirme desde el otro lado. Y que el sitio desde el que me lo dice son sus libros, sus cartas, sus traducciones, sus artículos, su diario personal. (Saccomanno tiene razón al reclamar una edición completa de los textos de Walsh.) Vuelvo a Lilia para mencionar las dos cosas que se había propuesto hacer el 24 de marzo de 1977, esto es el día de las vísperas de su muerte: terminar el cuento Juan que iba por el río y difundir –lo cual implicaba otra forma de poner punto final- su Carta abierta de un escritor a la Junta Militar. Se me hace que, más allá de las dudas que en vida le produjo el corsé del escritor, una categoría que temía burguesa y por lo tanto anquilosada, los hechos de sus últimas horas sugieren que había reivindicado su condición de tal (el título mismo de la carta abierta lo define), y que por eso dedicó el tiempo que le quedaba a poner a punto dos textos. Debe haber entendido que esas páginas lo representarían de allí en más mejor que mil interpretaciones. (Al menos sus enemigos lo entendieron así, porque se preocuparon de secuestrar todos los papeles que encontraron en su casa.) Y quizás haya vislumbrado también –deseo que así sea, porque significaría una esperanza abierta a todos los que venimos detrás- que la condición burguesa del escritor, aunque triste y verdadera y por ende escandalosa, no era la única. Esto es, que se podía ser escritor a la manera burguesa pero también de otra forma, de una manera que no pudo definir entonces con su precisión característica porque le faltaba el dato crucial, pero que nosotros podemos porque sí lo tenemos: decimos que se puede ser un escritor a la usanza corriente, o se puede ser un escritor a la manera de Walsh.

Me quedo, por último, con otra lista: un inventario de las cosas que Walsh quería según anotó en su diario en 1972, y que Lilia reprodujo ayer. La suscribo hasta en su ausencia de puntos y comas, signos que marcan separaciones que no deberían existir entre las cosas que uno ama: “Lilia   mis hijas   el trabajo oscuro que hago   los compañeros   el futuro   los que no obedecen   los que no se rinden   los que piensan y forjan y planean   los que actúan   el análisis claro   la revelación de lo escondido   el método cotidiano   la furia fría   los títulos brillantes de mañana   la alegría de todos   la alegría general que ha de venir un día   la gente abrazándose   la pareja en su amor   la esperanza insobornable   la sumersión en los otros”.

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26 de marzo de 2007
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DOLORES DE CABEZA

De jóvenes e incluso de niños los hermanos presumíamos de dolor de cabeza puesto que mi padre al que admirábamos sin condiciones los padecía con terrible aparatosidad. Después, con el tiempo, solamente mi hermana ha continuado con este honor  junto a un extenso ajuar de dichos, anécdotas, muebles y recuerdos que en los demás se han disuelto con los hijos, los matrimonios y las cosas de la profesión. Que le duela a uno de nosotros la cabeza, no tratándose de mi hermana, es ahora señal de adversidad y de general sospecha. No se comunicará este dolor si puede ocultarse de algún modo, porque su presencia indica que algo en la familia o en la economía marcha acaso mal.

La benéfica normalidad se asimila a no padecer jaqueca alguna y su valor ha desaparecido casi por completo y claramente desde que mi padre no la ejemplarizara y sus atenciones muy ritualizadas fueran pasando desde lo sagrado a la comicidad.

Con todo el dolor de cabeza mantiene su prestigio ancestral. La cabeza duele y podría esperarse que se tratara del mayor de los peligros, pero el caso es que aún sufriendo espantosamente el acoso se desvanece relativamente pronto y el cerebro con sus sesos afectados se reordenan enseguida como hemos aprendido que sucede en las averías del ordenador. Cabría suponer que la víctima de las jaquecas supremas, tal como mi padre, nunca podrían recuperar la totalidad de sus  facultades y menos cuando a un asalto seguía pronto otro y así durante toda la vida. Más curioso resultaba aún que demostrara siempre una alta lucidez a pesar de los embotamientos a que debía hacer frente.  Y también un invariable y agudo sentido del humor, aparte de su inteligencia como de níquel. ¿Bruñía  y perfeccionaba sus sentidos la acción del dolor? ¿Fueron las jaquecas como trepanaciones que sanearan su mente de impurezas? Algo de todo esto intervino en el orgullo de haber heredado, más o menos realmente, su propensión. La vulnerabilidad significaba no una debilidad sino confirmarse como objeto preferido de un martirio divino que no cesaba de presentarse para aumentar la perfección. El mundo de la religión nos conformaba desde la cuna a la sepultura y desde la sevicia a la redención. He aquí el pasado y compacto código del bien y el mal, la salud y el pecado mortal.

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26 de marzo de 2007
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I. MÁS BARATOS QUE UNA MULA

En un tiempo la marca de bananos Chiquita perteneció a la United Fruit Company, la misma Mamita Yunai dueña de infinitas plantaciones bananeras en las tierras calientes de Centroamérica y Colombia. La misma de las novelas de la “trilogía del banano” de Miguel Ángeles Asturias, y la misma de las vecindades de Macondo. El enclave frutero, con su propia moneda y policía, sus tiendas de raya, sus puertos y ferrocarriles, y su propia soberanía de alquiler.

  La Yunai tenía poder sobre los gobiernos y los ejércitos para reprimir a balazos las huelgas, para poner y quitar presidentes, y para comprar diputados que aprobaran las leyes que a ella le convenían. Y cuando le convenía, provocaba guerras armando a las dos partes, como fue el caso de la guerra entre Honduras y Guatemala. Y en 1954 derrocó al gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala, que intentaba una modesta reforma agraria tomando las tierras ociosas de la Yunai.

  Sam Zemurray, el emigrante de Besarabia que fue su fundador, empezó comprando bananos de desecho en los muelles de Nueva Orleáns para fabricar vinagre antes de hacer surgir su imperio. Y solía decir que en Honduras un diputado era más barato que una mula. Tantas décadas después, siempre tenemos noticias de la Chiquita…

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26 de marzo de 2007
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SONTAG

Hace unos días escribí sobre un ensayo magnífico de la escritora norteamericana Susan Sontag incluido en una recopilación de textos suyos, At the Same Time. Acabo de hojear el libro y tengo una certidumbre: hablé, por casualidad, del único texto de calidad. Hay de todo en este libro pero de manera global lo que uno encuentra no es de lo mejor. Supongo que el ruido de la publicación tiene mucho que ver con los esfuerzos de su agente: Andrew Wylie y su Wylie Agency que tiene un papel muy importante en los negocios de manuscritos.

Ya sabemos lo que será la etapa siguiente: la publicación de los diarios de Susan Sontag. Se publican extractos en varios medios del mundo (milagro de la Wylie Agency) para estimular la demanda. Y otra vez, como siempre con Sontag, encuentro algo excelente. Fecha: 12 de marzo del 1961. Escribe
Sontag:

El escritor debe ser cuatro personas:

1. El chiflado, el obseso
2. El imbécil
3. El estilista
4. El crítico

1. provee el material
2. le da salida
3. es gusto
4. es inteligencia

Un gran escritor tiene las cuatro cualidades  pero uno puede ser un buen escritor con sólo tener 1 y 2; son las más importantes. Sontag tiene toda la razón. Forster, en su ensayo Aspects of the novel, dice que para escribir una novela “no se necesita una inteligencia de nivel muy alto”. El éxito en el arte no es para el más inteligente. Al contrario, la voluntad de demostrar, de tener la última palabra, basta para destrozar una novela. Sontag, a pesar de sus esfuerzos, no fue gran novelista.

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26 de marzo de 2007
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Los buenos no son tan malos

Perdonen la insistencia, pero me parece insensato el maniqueísmo que infecta, cada vez más, la política española. El potente imán del odio atrae todas las diversidades posibles hacia una polaridad inevitable. Individualmente, los españoles parecemos capaces de tener ideas propias y diferenciarnos según nuestro criterio personal, pero la suma colectiva solo da para dos bandos excluyentes y agresivos.

Puede aducirse que lo mismo sucede en Francia con la escisión entre izquierdas y derechas, pero el sistema francés es presidencialista y a dos vueltas, de modo que la polarización es justo lo que se busca. Malraux añadía otro dato más significativo para nosotros: en sus memorias recuerda la cólera de De Gaulle cuando le cayó la responsabilidad de restaurar la democracia, al constatar la mezquindad de los jefes de partido. Los años pasados en Gran Bretaña le habían familiarizado con el sistema anglosajón en el que los políticos son servidores públicos y trabajan por el bienestar de todos los ciudadanos. De Gaulle ignoraba, dice Malraux, "que nuestra democracia es un combate entre partidos y que Francia solo juega un papel subordinado".

Algo así puede decirse de la situación española. La democracia ha ido resbalando hacia un mero choque entre partidos cada uno de los cuales lucha por su beneficio y menosprecia a los ciudadanos. Eso explica que puedan permitirse insensateces como la mentira sistemática sobre un atentado con cientos de muertos como hace el PP (no importa la verdad, sino la victoria del partido), pero también una negociación con terroristas sin antes obtener un acuerdo de Estado con la oposición (lo que la hace peligrosísima porque no parece buscar la pacificación, sino la reelección de Zapatero). En ambos casos los partidos no trabajan por el bienestar de la nación, sino por el suyo propio y el de su clientela.

El resultado es lamentable: quizá todos sean de izquierdas o de derechas, categorías metafísicas, pero se diría que ninguno es demó- crata porque el odio destruye el fundamento de la libertad, que es la razón.

Artículo publicado en: El Periódico, 24 de marzo de 2007

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26 de marzo de 2007
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