Vicente Verdú
Si se tiene en cuenta el habla, la gesticulación y el atavío del director general de tráfico no debe sorprender demasiado el carácter de las campañas publicitarias que patrocina su departamento. La desgarrada bronca que lanzan ahora con motivo de los viajes en Semana Santa interrogándonos incluso sobre si queremos matarnos (y matar) culmina una secuencia de brutalidades con las que han tratado de convertir al conductor en seudocriminal y cuyo castigo ya se adelanta declarándolo siempre culpable. De este modo la Dirección General de Tráfico (DGT) no sólo se lava las manos y se sacude la responsabilidad sino que procura extender el miedo como forma de abordar la vacación, el fin de semana o cualquier puente.
¿No habrá nadie que le llame la atención a este departamento más parecido al aullante mundo de los calabozos durante cualquier dictadura que a la oficina de un país democrático? ¿No habrá nadie que tranquilice a este señor director y neutralice su pasión por la truculencia? ¿Su autoridad ama nuestras vidas su autoridad o se halla enviscada con la muerte? ¿Trata de protegernos o se complace ante todo en torturarnos? El nivel de sadismo alcanzado actualmente con los spots destinados a la Semana Santa debería servir de sólida prueba para que por el bien psíquico y social este caballero barbudo ingresara sin demora en un convento.