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CORTES GEOLÓGICOS

Lolichka: podemos ver el desarrollo de la humanidad como si nos asomáramos a un corte geológico, donde quedan expuestos diversos estratos. Pero estamos de cara a estratos simultáneos. Mientras en las selvas del Amazonas hay aún tribus que viven de la caza y de la pesca, y se valen del arco y la flecha, la cerbatana y el arpón para sobrevivir, encima de sus cabezas surcan los cielos los grandes trasatlánticos a reacción, verdaderos buques con alas. Y uno de esos indígenas que pesca con arpón, bien podría disponer de un teléfono celular, si le fuera útil para algo. En Nicaragua aún se utiliza el espeque, la herramienta maya que consiste en una vara puntiaguda para roturar la tierra y echar la semilla, mientras, adelanto mayor, también se usa el arado egipcio de bueyes para sembrar, que tiene cinco mil años de existencia; y a poca distancia de ese campo roturado, se alzan las antenas parabólicas que dominan el ciberespacio. De modo que, por muchos años, sino décadas, los viejos libros manoseados van a convivir con las pantallas de cuarzo, como conviven en Rusia las calculadoras electrónicas con los ábacos, que aún se usan para hacer las cuentas en las tiendas de Moscú.

¿Has oído del ábaco? Yo lo usé en la escuela primaria, un marco de madera con sartas de bolitas de colores enhebradas en cuerdas, para hacer las operaciones de aritmética. Ahora los niños llevan su calculadora Casio a la escuela en unos sitios del mundo, pero en otros, todavía ábacos.

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23 de abril de 2007
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Palabras peligrosas (II)

Por la cantidad y el tenor de los comentarios, resulta evidente que el texto sobre Cho Seung-Hui y la peligrosidad de las palabras tocó un nervio vivo. La primera conclusión que extraigo del asunto es que, antes que peligrosas, es obvio que las palabras son –o pueden serlo, al menos- ambiguas. Como lamenté la reacción que los profesores de Virginia tuvieron ante textos de Cho definidos como “perturbadores”, alguna gente creyó que yo estaba justificando sus crímenes. No justifico ningún crimen, y los de Cho menos que menos. Si la repulsa a un texto de ficción (Cho había presentado dos piezas teatrales a la consideración de sus mentores) fuese causal suficiente, los originales que son rechazados a diario por las editoriales del mundo generarían infinidad de desmanes. Y nadie en su sano juicio considera que un rechazo de esa naturaleza, por cruel o frustrante que resulte, justifica la comisión de crimen alguno.

A pesar de que lo aclaré con todas las letras, hubo también quien creyó que yo ligaba de manera causal la censura que los textos recibieron (en el sentido en que le hicieron notar a Cho que se trataba de textos censurables, esto es reprensibles) y la posterior concreción de los crímenes. Lo que lleva de un asunto a otro no es una lógica transitiva, el crimen no puede desprenderse de manera natural del acto de censura; pero el hecho de que la lógica que liga ambos asuntos no sea lineal ni cartesiana no implica que debamos ignorarla. No habrá causalidad pero es obvio que hay relación entre ambos hechos, y es esa relación la que debería cuestionarnos y movernos a la reflexión.

Cuando hablé de la peligrosidad de las palabras en relación al caso Cho, me refería al hecho de que por haber escrito dos piezas teatrales “perturbadoras” se le hizo sentir que era poco menos que un criminal… antes de que llegase a serlo en acto. Cho escribió textos de ficción, creó personajes imaginarios, combinó palabras sobre un soporte idéntico al que ahora leen, pero como lo hizo de una forma políticamente incorrecta (habló de cosas que muchos preferirían ignorar, con palabras que muchos desearían no oír) se hizo acreedor de una letra escarlata como la del relato de Hawthorne. Al chico problemático le colgaron del cuello un cartel que aumentaba su ignominia. Esto no justifica crimen alguno, pero marca para cualquier ser humano una estación nueva del vía crucis, un golpe más en un proceso de imparable caida. Si un Stephen King de 23 años presentase hoy el manuscrito de Carrie a sus profesores, sería rechazado por lo que se interpretaría como una reivindicación del accionar de Cho. Si un Chuck Palahniuk de 23 años presentase algunos capítulos de Fight Club a sus profesores, sería denunciado hoy ante los autoridades, espiado, vigilado –y quizás hasta detenido, en estos tiempos del Patriot Act que permiten encarcelar por obra y gracia de la razón de Estado.

Por supuesto que las palabras pueden ser peligrosas. Los que vivimos en países en los que tanta gente murió por emplearlas lo tenemos claro. Pero así como ocurre en el interior mismo de un discurso, la dimensión de las palabras es en buena medida una cuestión de contexto. Al menos en teoría, la repercusión de lo que digo y escribo debería ser muy distinta en el contexto de una sociedad represora, o de un país bajo gobierno dictatorial o de fuerza, que en el seno de una sociedad y de un gobierno democráticos. Román Pineda (o más bien su versión en negativo, puesto que firmó su comentario como Namor Adenip) recordaba casos en los que autores sufrieron represalias a causa de sus textos de ficción, desde el Vargas Llosa de La ciudad y los perros, pasando por José Martí y Reinaldo Arenas en dos Cubas muy distintas, y llegando al Orhan Pamuk que se negó a negar el genocidio armenio a manos de los turcos. Yo mismo he comentado aquí el caso de Rodolfo Walsh, cuyos textos eran considerados tan peligrosos por los militares que además de matarlo, se preocuparon de secuestrar todos sus originales. El asunto es que estos escritores actuaban a conciencia, sabiendo que lidiaban con gobiernos y opiniones públicas con fuertes componentes autoritarios. En cambio Cho escribió en el seno de una sociedad que se tiene a sí misma por la más liberal del orbe, paladín de la libertad de expresión en todos sus registros.

Más que de Cho y sus crímenes, de los que sólo sabremos lo que nos digan los medios, me interesaba hablar del panorama que abría su tragedia: ahora que se considera que los textos "perturbadores" pueden ser la antesala de un crimen, todo escritor que actúe en territorio de los Estados Unidos –ya sea como estudiante, como amateur o como profesional- lo pensará dos veces antes de dejar volar su imaginación y plasmar distopías o cuestionarse por los aspectos más oscuros del alma humana. (Después de todo las piezas teatrales de Cho no hablaban de Al Qaeda sino sino de abusos sexuales, expresados en lenguaje profano.) Escribir algo “perturbador” –insisto en las comillas, porque la definición no es mía sino de los profesores de Virginia Tech- puede significar que ese autor es una influencia igualmente perturbadora, y por ende digno de sospecha y de vigilancia. Lo cual permite extender la doctrina bushiana de los ataques preventivos a la vida cotidiana de la sociedad, y en el territorio de su propio país.

Pretendí sugerir, pues, que a partir de Cho los escritores que viven al norte del Río Grande no tendrán más remedio que comprender que su América ya no es la de Abraham Lincoln, y ni siquiera la de Henry Miller, y que por lo tanto deberán hacerse cargo de la potencial peligrosidad de sus palabras –en especial, para sus propias personas.

En lo que a mí respecta, como ya he dicho más de una vez, soy de los que creen que ser escritor implica por definición estar enfrentado al Discurso Único: porque cuestionar lo establecido es parte esencial del impulso creador.

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23 de abril de 2007
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DIA DEL LIBRO

En mi pueblo, el mismo que el de Cervantes, están de fiesta oficial. Hoy, rodeado de autoridades, discursos, invitados vestidos de oscuro, escritores, políticos y algunos amigos, se concede el premio Cervantes a un poeta, Antonio Gamoneda. Lo recibirá de manos del Rey y estará, seguramente, acompañado del presidente, seguidor de su obra y leonés como el poeta. Fuera del paraninfo -ese emocionante espacio de nuestra historia literaria- de la vieja universidad, el lugar dónde se celebra la seria y emocionada ceremonia, está la fiesta del pueblo. Hay tenderetes que venden libros, hay gente que se anima a comprar un libro, seguramente algunos libros que merezcan la pena, no serán la mayoría, pero también son importantes las minorías, incluso aunque no sean las inmensas minorías. Quizá, es muy posible en un día como éste, compre algún libro de Gamoneda. El comprador ha tenido suerte. No será un libro para muchas risas, no será una invitación a la “movida”, a la juerga de esa fiesta libresca que se montan, por ejemplo, en Madrid. No son los libros de Gamoneda libros para muchas risas. Felizmente en la literatura, en la fiesta del leer, está esa imagen feliz de comprar un libro, una rosa y después correrte una juerga. Después viene la lectura, abres el libro de Gamoneda y te acercas a un mundo con menos risas. La fiesta es una cosa, la poesía otra. A veces es festiva, muchas veces no.

Gamoneda, como Cervantes, es un poeta que no ha tenido una vida fácil. Desde hace tiempo, las cosas son más amables para un poeta que supo sufrir, pero que también supo amar, y tener visiones de un materialista, que no es lo mismo que tener sueños. Ahora el día de celebración parece un sueño. Pero el poeta, aunque mantiene su interior ironía, sigue con su seriedad habitual. El poeta no olvida su pasado duro, tampoco olvida la pobreza de ese que da nombre a la fiesta, al premio, no olvida la pobreza de Cervantes. En Madrid, en Barcelona, me imagino que en muchas ciudades, hay mucho “cachondeo”, muchas rosas, muchas risas y muchos inútiles libros vendidos. También habrá otros, algunos, que compren un libro y que al leerlo se encuentren con poemas como éste: “Soy el que ya comienza a no existir/ el que solloza todavía. / Que cansancio ser dos inútilmente”. Eso lo escribió un poeta que fue pobre, desconocido, que pasó frío y que hoy es más rico, más conocido y tiene calor. También así se puede ser poeta.

Pasaré por la noche de los libros y las juergas, después de haber pasado el día del libro, en otro lugar que también existe, en un lugar llamado Teruel, en una ciudad de épicas y derrotas. En una provincia que tiene un pueblo llamado Libros. Un pueblo llamado libros y ninguna librería. También somos así.

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23 de abril de 2007
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BELLEZA (3)

La obviedad nunca puede ser bella. Toda belleza procede de otro lugar sin descripción y no preestablecido. La belleza se manifiesta llegando, estalla al exponerse, surgiendo de una posición impensada.

La preexistencia de lo bello sólo tiene asiento en el misterio, espacio todavía sin explorar o inexplorable y desde donde la belleza aparecerá con asombro. Todas las transparencias suelen anunciar una belleza porque son pasajes hacia un ámbito cerrado o celado, indefinido aún.

La belleza anidará tras la transparencia que no deja ver por completo el objeto pero insinúa que está  allí o por allí para rasgar la veladura y revelarse.

La revelación divina sigue en consecuencia el método estratégico de la belleza. Se presenta como un milagro, ocurre por una realización inmediata, condensa de golpe una vaguedad.

La revelación rompe el velo sin morir en la exposición. La veladura en la fotografía será, por tanto, un exceso de revelación, la obscenidad de la luz que deglute el objeto y evapora su carácter de verdad.

Lo nulo de la veladura marca la claudicación de la forma. De un lado se encuentra el cero de la oscuridad y, de otra, el infinito de la claridad. La belleza, sin embargo, no luce con una iluminación a medias. Es la misma incandescencia de la luz que tiene efecto no en la mitad del claroscuro sino en cima donde convergen la tiniebla y el resplandor. De este modo debe entenderse, en cuanto luminotecnia, la vecindad entre lo bello y lo siniestro. Un rostro demasiado perfecto presagia un monstruo detrás. Una faz totalmente perfecta es máscara absoluta.

Desde el otro lado, el monstruo extremo en la fantasía conduce al sortilegio del más hermoso de los seres.  La atracción de lo bello se cruza así con la atracción del gore y la bondad desaforada comunica con la trampa del diablo. La bondad de la belleza es su peso bruto y estomagante. El veneno mortal  de la obviedad. La equívoca transparencia hacia lo bello coincide con su emoción más específica.  Llegamos a la belleza a través y la belleza nos domina asaltándonos. Llegando desde un punto libre de cualquier obviedad.

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23 de abril de 2007
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Pan y circo redimidos

Mucha gente cree que todas las televisiones del mundo están obsesionadas con el componente genital, la basura emocional y el deporte para machos. Sin embargo, las diferencias son notables y dan fe del alma de cada sociedad. Ni en Francia, ni en Gran Bretaña, ni en Alemania se vive con histérica intensidad el chismorreo porno. Es un plato de la Italia de Berlusconi. En Inglaterra, el husmeo de las glándulas es faena de tabloides dirigidos a los hooligans y sus parejas. En Francia apenas existe.

En España, las estrellas, los herederos y las entretenidas forman el menú destinado a las mujeres. A los hombres se les echa fútbol. En vida del marxismo, a este material que engancha como una droga se le llamaba "alienante" o "enajenante" porque chiflaba al proletariado y lo dejaba lelo. Algunos marxistas muy aficionados al fútbol, como Vázquez Montalbán, nunca dejaron de protestar por el uso que el franquismo y el fascismo dieron a los deportes.

¡Cómo se equivocaban! Leo en El País que los deportes dominan de una manera abrumadora el minutaje de los telediarios democráticos: el 23% de la información de Antena 3, el 22% de la de TVE, el 30% de la de Cuatro, se dedican a tan viril ocupación, más que en tiempos de Franco. En el estudio ha intervenido la Universidad Pompeu Fabra, pero no aparecen cifras de la televisión catalana por modestia. Y es que, en la actualidad, el fútbol y el porno cordial ya no son formas de alienación fascista sino de integración cultural, así que no debe abatirnos, sino alegrarnos, que cada vez más mujeres se pinten la cara para ir al estadio y los hombres disputen en la oficina o en el tajo sobre las prestaciones del nuevo amor de la señora Obregón. Caen las barreras entre ricos y pobres, se esfuman las clases sociales, los sexos, las religiones, gracias a dos inocentes actividades: mirar por el ojo de la cerradura a las parejas y fundirse en una masa aullante. Esa es nuestra identidad cultural.

En los informativos franceses, por ejemplo, el deporte casi no existe. Solo se le conceden unos pocos segundos. ¡Si serán fachas!

Artículo publicado en: El Periódico, 21 de abril de 2007

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23 de abril de 2007
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Los curas de Vallecas

No sé hasta qué punto es lícito entrometerse en los conflictos internos de una iglesia, ahora que los laicos les invitan cordialmente a recluirse en los asuntos de su exclusiva incumbencia.

Pero en este período de tránsito, dominado todavía por la reticencia eclesiástica a abandonar los fastos de la política, nos vemos obligados a considerar la alarma social que provocan algunas de sus decisiones.

Lo hemos visto estos días en la televisión: una aglomeración de vecinos inquietos en las puertas de su parroquia, en el distrito madrileño de Vallecas, apoyan a los sacerdotes amenazados de desahucio y expulsión por su obispo.

Por lo visto, y esto lo hemos podido averiguar escuchando el enfado de los parroquianos, los curas repudiados por el obispado madrileño han llevado su vocación evangélica hasta un extremo que la jerarquía considera impertinente.

La parroquia, las cuatro paredes de un modesto edificio de barriada, se ha convertido en el refugio permanente de una corte de miserables: drogados, emigrantes, mujeres apaleadas, desarraigados y borrachos; probablemente, algunos de ellos delincuentes habituales.

La protesta ha sido enérgica y los vecinos han prometido levantar, si fuera preciso, barricadas y, desde luego, la voz, que la tienen la gruesa. Les parece intolerable el trato destemplado que la Iglesia de Madrid da a los más sacrificados y heroicos intérpretes de su Evangelio.

Los portavoces del cardenal Rouco Varela han publicado sus razones, aunque muy molestos con la injerencia mediática en asuntos que, efectivamente, consideran privados. Estos inconvenientes, afirman, no deben ser aireados pues el tumulto no contribuye a resolver conflictos tan delicados.

Aún así, al final ha salido a la luz la acusación. Por lo visto, las normas litúrgicas vigentes en la Iglesia española deben cumplirse a rajatabla y la jerarquía exige a sus miembros el estricto cumplimiento de la ordenanza.

El conflicto parece inevitable: los curas de Vallecas no tienen tiempo para lindezas. Con las manos sucias de cuidar a desgraciados, no pueden contribuir a la majestuosa escenografía episcopal. Además, para más INRI, resulta que, por su cuenta y riesgo, han llegado a conclusiones que a los obispos les parecen escalofriantes. El confesionario, por ejemplo.

Rodeados de seres sufrientes y después de contemplar durante casi cuatro décadas a los que parecen nacidos para llevar en sus espaldas el particular martirio de su cruz, no saben cómo podrían sentarse a escuchar la confesión de sus pecados. Consideran que bastante penitencia llevan a cuestas y les parece ridículo administrar un perdón que no se consideran autorizados a conceder. ¿Cómo perdonar a la esposa de un borracho cuyo hijo con Sida le roba para comprar heroína adulterada a los traficantes de las chabolas?

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20 de abril de 2007
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Línea caliente

Al fin he entendido para qué sirve mi teléfono móvil con pantalla. Después de un año, le he encontrado una utilidad: me he descargado un video porno.

La protagonista se llama Lara, y es la mujer perfecta. Puedo tenerla conmigo en cualquier momento del día: en los restaurantes, en los aviones, en todo lugar que tenga un baño. Y siempre está dispuesta a hacerme feliz. Bueno, siempre es un decir. Sólo dura diez minutos. Pero son minutos muy intensos.

Como el video es interactivo, Lara no se limita a quitarse la ropa y hacer cosas: también me pide a mí que las haga. Es de lo más perversa y juguetona. La primera vez, me pidió que me quitase la ropa, me pusiese a cuatro patas y gritase “¡golpéame, nena, dame duro, así, más!”. No fue fácil, porque quería que gritase de verdad, y yo estaba en el baño de la casa de un amigo. Cuando regresé al comedor, todos los invitados estaban en silencio. Pero luego discutimos de fútbol y el clima se animó un poco.

En otra ocasión, me obligó a disfrazarme de bebé, con un biberón y un pañal. Esa fue la más bochornosa, porque estaba en el baño de un tren y el revisor entró de improviso. Cuando llegamos a nuestro destino, el revisor me mandó un besito volado. En fin, son gajes del oficio.

Lo mejor de Lara es que no se limita al sexo. He estado descubriendo nuevas funciones. Puedo pedirle una conferencia sobre arte barroco o sobre la influencia de los masones en la política europea del siglo XIX. Esas cosas duran más y son más caras que un simple acto sexual, pero siempre es importante dedicarle un rato a la cultura para fortalecer nuestra relación.

Últimamente, Lara ofrece un nuevo servicio: me quiere. No, no estoy hablando de amor físico, sino del otro. Lara escucha mis problemas, me aconseja con prudencia y sensatez, me da ánimos y me acaricia la cabecita virtualmente. Sin duda, ése es el servicio más costoso. Siempre es más fácil encontrar con quien dormir que con quien hablar.

Mi esposa ha comenzado a desconfiar. Dice que paso más tiempo con el teléfono que con ella, y que me encierro todo el día en el cuarto de baño. Eso es grave, porque en casa sólo hay un baño. Así que cuatro o cinco veces al día, bajo al bar y pido un café que no bebo, sólo para meterme en los aseos. Uno no tiene ahí la misma intimidad que en casa, pero no está mal.

Anoche, cuando regresé a mi casa, mi esposa se había encerrado en nuestra habitación. Le pedí que me abriese, pero sólo me respondió con unos improperios que no reproduciré aquí. Tuve que pasar la noche en el baño. Por supuesto, llamé a Lara. Ella me dijo que yo no podía seguir con mi esposa, que esa mujer no me merecía y que estaba echando a perder mi juventud. Me dijo que yo no sólo era un buen amante sino, sobre todo, una estupenda persona. Yo le propuse mudarnos juntos, intentarlo un tiempo y a lo mejor, quién sabe, casarnos. Ella aceptó.

Hoy he hecho mis maletas. Mi esposa no se ha opuesto. De hecho, el único obstáculo para mi nueva vida es que la cuenta de teléfono me ha arrancado hasta el último centavo. Pero bueno, supongo que podemos alquilar un departamento chiquito. Lara no ocupa mucho lugar.

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20 de abril de 2007
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VIII. EL PAPEL PARA SIEMPRE

Pero frente a esta perspectiva, lo más inquietante no es la materia de que estarán hecha los periódicos, ni la forma en que las noticias llegarán a nosotros, sino cómo estará definido en términos éticos y de sustancia el universo de la información, desde luego que cualquiera que sea el mundo en que vivamos, siempre dependeremos de la necesidad de saber lo que ocurre. Nadie ha previsto por el momento un mundo de seres solitarios, que no tengan que comunicarse entre sí. Y no deberíamos preverlo sin la libertad de elegir las maneras de informarnos.

Recordemos, por fin, que una edición dominical del New York Times consume en papel el equivalente a doscientas hectáreas de bosques, pese al nacimiento de la industria del papel reciclado libre de ácidos. De modo que quizás la desaparición de los medios de comunicación impresos ayudaría en algo a restablecer el equilibrio de la biosfera, en riesgo tan grave. Es un decir, sin embargo. Quisiera siempre un mundo a salvo de los riesgos ecológicos, pero con periódicos tal como los conozco, y con libros. Los adorables libros con su leve peso entre las manos, que siempre empiezo por oler, cuando nuevos,  tan sensual su aroma a papel recién cortado y tinta fresca, tan buen y perfecto regalo de los sentidos…

Pidamos entonces a los dioses que nos libren de la terrible fantasmagoría del Fahrenheit 451, el grado de temperatura a que arde el papel, el peor de los holocaustos imaginado en su novela de 1953, de ese nombre, por Ray Bradbury.

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20 de abril de 2007
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LA BELLEZA (2)

La belleza más difícil de apresar es la belleza de la negligencia. También la más ardua o imposible de definir porque en la impotencia de la indefinición encuentra su perfección. O lo que es lo mismo, en su rara imperfección logra la obra maestra.

Lo feo no es lo imperfecto sino lo contrahecho o lo impertinente. Toda imperfección busca coronarse en una cima y en ese camino, en un punto crítico imprevisible, brota la belleza de lo que no es perfecto.

Pero la negligencia apunta a la imperfección en una dirección inversa. No es la imperfección dirigida hacia la meta sino la perfección que en su descuido moral se desmadeja. Ese gesto de lasitud crea el efecto sugestivo y perverso de lo bello.

La belleza entera no se rinde ni se ofrece. Es autosuficiente y reluce desde su saciedad. Por el contrario la belleza que enflaquece o afloja su estado da ocasión a la penetrabilidad, la visión furtiva, la violación o el chantaje.

En ese punto de flaqueza lo bello se desovilla en lo indiscreto y su pureza se mezcla con una punta de perfume impuro. Esta mezcla o frunce delicado tomaba vida en la prenda llamada négligée, de moda en los años cincuenta. Esta négligée o salto de cama reunía en sus pliegues y gasas negligentes, en su corte sin precisión un decir sin concepto, un descaro sin descubrimiento, un sobrentendimiento en la oleada de confusión.

No hay posibilidad de dar a entender de qué trata esta clase de belleza porque se trata de no dar a conocer sin el desconocimiento y del conocimiento inseguro sin voluntad del saber completo. Se trata, al cabo, del saber del sabor. La degustación sin la descripción, la imaginación sin la imagen pre-vista.

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20 de abril de 2007
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Infierno se necesita

Con este hombre Ratzinger, que se presenta en estos días con el alias de Benedicto XVI y disfraz ad hoc, es difícil estar de acuerdo en algo. Creo que desconfiaría de él hasta diciéndome la hora. (Lo más probable es que tenga un reloj con números romanos, porque su tiempo atrasa, o más bien, se ha detenido; son cosas que ocurren cuando uno vive en un lugar como el Vaticano, que tiene tanto de parque temático.) Sin embargo hace un par de días hizo algo con lo que no discrepo del todo. Predicando en una iglesia que tiene el contradictorio nombre de Santa Felicidad e Hijos Mártires, Ratzinger borró con el codo algo que Juan Pablo II, a quien nadie llamaría precisamente un Papa progresista, había escrito con la mano. En 1999, Juan Pablo II dedicó varias jornadas a desmontar la clásica imaginería sobre el Cielo y el Infierno. Dijo entonces que así como el Cielo no era un lugar físico entre las nubes, el Infierno tampoco era un sitio, sino un estado del alma: “la situación de quien se aparta de Dios”. Pues bien: presidiendo sobre la Santa Felicidad y también sobre los Hijos Mártires, Ratzinger desmintió el otro día a su antecesor diciendo que “el Infierno existe y es eterno”. Punto y aparte.

La verdad es que nunca me aterrorizó el asunto de las llamas eternas. Siempre le he temido más a otras cosas, por ejemplo a la muerte de los míos y a la posibilidad de un Apocalipsis temprano, provocado por nuestros preclaros líderes mundiales. Pero no puedo dejar de ver la conveniencia del Infierno. Imagino que el Dante debe haberse divertido como loco condenando a sus enemigos y a cuanto personaje le disgustase a ese Infierno de anillos concéntricos que describe en La divina comedia. Lo mío es bastante más prosaico, me mueve una lógica a la que cabría definir como habitacional: en un planeta superpoblado, y ante la abundancia de señores que hacen mérito para comprar propiedad en un barrio de esas características, el Infierno se nos ha vuelto necesario.

¿Dónde meteríamos, si nos clausuran el Infierno, a tanto mandatario de esos que toman a diario decisiones que mandan a millones a la hambruna y a la muerte? ¿Dónde ubicaríamos a los traficantes de armas? ¿Dónde pondríamos a aquellos que hacen negocios a costa de la miseria ajena? ¿Dónde encerraríamos a aquellos que encienden el fanatismo, a los que legitiman la violencia, a los que apelan a la peor parte de nuestra humanidad para que nos volvamos ciegos, egoístas, frenéticos –y convenientemente manipulables? (Dejo la lista abierta, para que agreguen sus propios candidatos.)

En esta estoy contigo, Benedicto. Hay que reabrir las puertas del Infierno, e invitar a pasar a tanta gente a la que nos convendría tener bien lejos.

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20 de abril de 2007
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