Javier Rioyo
Siempre hay más libros de los que podemos leer, naturalmente hablamos de los que merecen la pena. Quiere el amigo Sánchez Paulete que hagamos elucubraciones sobre la cantidad y la calidad de los libros que se publican. ¿Dónde ponemos el límite o el punto de partida de la exigencia? ¿Después de algunas novelas, de algunos poemas se puede seguir escribiendo? Está claro que después de Auschwitz se ha podido escribir. Felizmente algunos lo hicieron, otros les publicaron y algunos los leímos. Hay memorables libros después del horror. Alguno de ellos precisamente surgieron del mismo horror.
Quizá leo, por trabajo, demasiadas novedades y ciertamente, muchas, bastantes, no se quedarán en mi memoria después de algún tiempo. Sería mucho más seguro conformarse con las relecturas. Si siguiéramos, por ejemplo, el catálogo de la editorial Alba, el de joven Atalanta, el de El Acantilado, Minúscula o los textos esenciales que rescata KRK, por citar algunas de esas editoriales que se han puesto a mirar hacia atrás, a rescatar olvidos, a reeditar esenciales, a poner otra vez en estanterías algunos perdidos, despistados u olvidados en el bosque de las novedades. Es esa una gran labor, siempre habrá razones para ampliar los cánones de lecturas imprescindibles, siempre necesitaremos editoriales que nos recuerden que hay que volver a leer o leer por primera vez escritores que han pasado la barrera del tiempo y del olvido.
¿Y de los otros? ¿Y de los nuevos? ¿Dónde, cuándo y cómo sabemos que no perderemos el tiempo leyendo tal o cual novela, tal o cual poemario? No hay guías tan fiables, no hay preceptores infalibles, universales… No hay programas, páginas culturales, suplementos o editoriales que nos aseguren el placer de la lectura. Los placeres son distintos, como distintos son los hombres. Me estaba acordando de una historia taurina- ¡otra vez!, ¿será que comienza la Feria de San Isidro?, me lo tengo que hacer mirar -cuando pensaba en cómo acertar con los libros. Era como acertar en los toros. Nunca hay, tendría que decir había porque ya perdí gran parte de mi pasión, una tarde que se pudiera asegurar. Nos pasa igual cuando abrimos un libro, por más recomendado e imprescindible que parezca. Conozco muchos lectores que siguen sin tener ningún cariño por Juan Benet o por James Joyce. No a todos les gustaba la música callada de Rafael de Paula, lo incierto de Curro Romero…y sin embargo, algunos, no entendemos la tauromaquia, ni la literatura sin esos tan controvertidos para otros. La lectura es también un espectáculo de riesgo. A veces sale bien. Hay que insistir. Pero no, no me atrevería a contar cuántos de verdad y pensando en el futuro de los libros leídos soportarán el regreso…Con cuatro o cinco al año me conformo