Vicente Verdú
Prácticamente nadie se siente a gusto con su imagen física.
¿Y con su imagen moral? Todavía menos.
La diferencia ha sido, hasta ahora, que mientras bien que mal la gente se apañaba para disimular sus defectos, elegir las ropas o las cosméticas, hacer ejercicio o dietas contra los kilos sobrantes, sólo los religiosos obtenían colaboración para mejorar sus prestaciones espirituales. Desparecidas, sin embargo, gran parte de las orientaciones espirituales con autoridad la asistencia ha ido a parar a los profesionales de la psicología que con uno u otro grado, con más o menos tarifa, no dejan de proliferar e intervenir. Realmente, el panorama tiende no sólo a hacer ver que la gran mayoría de la población vive a disgusto con su personalidad sino que acaso ninguno encuentra confort en su manera de ser. ¿Se hallan todas las maneras de ser fuera de su sitio o no existe manera alguna que nos deje contentos? Los psicólogos son capaces de reorganizar en poco tiempo un cuadro de ansiedad, de depresión, de baja autoestima o de timidez. Entre psicofármacos y palabras se tratan diariamente millones de individuos decididos a liberarse de su ser doliente para convertirse en otro.
¿Misión imposible? Clement Rosset tiene un libro sobre la vanidad de la ilusión de cambiarse pero la sociedad entera de consumo empuja a experimentar otra vida, cambiar lo vivido por la novedad. Hacerse, en fin, con otra vida y probar en otra vida con otro yo.
El negocio que se ocupa de la transformación individual mueve tantos miles de millones de euros que cualquier industria de comunicación o entretenimiento en alza se mueve en esta dirección. Una segunda vida, una segunda oportunidad. O incluso una tercera, una cuarta, cualquier ensayo para progresar animadamente incluye, como paradoja, dejar de ser el que se es.