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Es difícil ser un santo en la ciudad

No recuerdo quién ni cuándo me habló de Dennis Lehane por primera vez, pero a causa de esa recomendación leí su novela Mystic River cuando todavía conservaba la tibieza de la imprenta. Me resultó un libro inolvidable. Los relatos de Lehane tienen esa cosa maravillosa que sólo logran los mejores practicantes de cualquier género literario: al tiempo que respetan sus convenciones (en este caso las del policial, en tanto siempre existe un crimen y una investigación), hablan de algo que va mucho más lejos. En el caso de Lehane, de sangre irlandesa y por ende católica y oriundo de una ciudad -Boston, Massachusetts- que siempre oficia de escenario a sus historias, las obsesiones son siempre las mismas: la pérdida de la inocencia, la culpa, la violencia entramada en el código genético de nuestra sociedad -y la dificultad de hacer el bien en un mundo borroneado por tantos grises.

Ayer mismo leí un reportaje a Henning Mankell en la revista adn de La Nación. Autor de la saga del inspector Wallander, Mankell decía algo que también sirve para explicar el atractivo de Lehane: "El crimen sirve para ver lo que está pasando en la sociedad". Al igual que las novelas de Richard Price (Clockers, Freedomland), los libros de Dennis Lehane se leen como ‘uno de misterio' pero cortan hasta el hueso. Funcionan como un fresco sobre la vida en estos monstruos que damos en llamar ciudades, donde todo tiene un precio y los más débiles no escapan jamás a su destino de víctimas. No es casual que haya colaborado en varias oportunidades con la serie de HBO llamada The Wire. Lehane y los productores David Simon y Ed Burns comparten la misma mirada sobre el salvajismo imperante en nuestro mundo presuntamente civilizado: realista hasta lo descarnado, y aun así esperanzada.

No leí Gone, Baby, Gone, cuarto volumen de la serie protagonizada por el detective Patrick Kenzie, pero acabo de ver la película dirigida por Ben Affleck. Sería injusto compararla con la adaptación que Clint Eastwood hizo de Mystic River, pero de todos modos está muy bien. Es Lehane en estado puro: la niña que desaparece, la madre pecadora, el escándalo público, la corrupción permeando cada estamento de la sociedad. Los débiles y los inocentes no pueden dejar de sufrir por el simple hecho de serlo: en Mystic River pagaban una joven y un hombre que había sido abusado sexualmente de pequeño, en Gone, Baby, Gone es una niña perturbadoramente parecida a Maddie Brown. Y en el medio un hombre, Patrick Kenzie, que trata de ser fiel a su conciencia a pesar de que la vida se lo cobra en sangre.

Me hizo recordar una vieja canción de Springsteen, Es difícil ser un santo en la ciudad. Si de algo habla Gone, Baby, Gone es de lo mal que la pasa la gente buena en este mundo que nos ha tocado en suerte.

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26 de noviembre de 2007
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Otro tequila, please

Según los entendidos, la Feria Internacional del Libro en Guadalajara es la segunda del mundo, después de la de Frankfurt. Lo malo de esto es que los entendidos rara vez saben dónde están parados, pues lo cierto es que no parece haber mejor ni más grande parque de diversiones que éste. El solo hecho de llegar, estar, irse y no verse orillado a pagar una fortuna por esto es ya una razón para ejercitar el auspicioso músculo de la fe.

Según los entendidos, México es un país de gente que no lee. Pero los entendidos son con frecuencia brutos, y hasta a veces palurdos camuflados por ese sambenito de "entendidos" que les permite no entender nada de nada y aún así opinar en torno a todo. No sé realmente cuántos lectores hay en este país, pero la conferencia de Carlos Fuentes de la que recién salgo me permite creer, una vez más, que todo este país no es sino una invención de la literatura.

http://www.elpais.com/recorte/20070326elpepucul_31/XLCO/Ies/20070326elpepucul_31.jpg"El lector conoce el futuro, el escritor no", ha dicho Fuentes durante una de las conferencias más lúcidas y entrañables que le he visto. "Dudemos para saber, sepamos para dudar", añadió, al tiempo que viajaba del día hacia la noche de la creación literaria. Y uno al fin se maldice por no poder guardar cada palabra, grabarla, transcribirla, atesorarla. Entonces me recuerdo en los años escolares, huyendo de la jaula para asistir a una de esas conferencias que me dejaban creer que todo el despropósito de ser un narrador podía, con alguna suerte, alcanzar un sentido y un destino.

Nunca vi a Carlos Fuentes como un escritor, sino como uno de esos superhéroes que arreglaban el mundo de un plumazo. Pues creo, desde entonces y hasta siempre, que al mundo se le arregla con palabras. "Un libro nos rescata del silencio para instalarnos en el diálogo", ha dicho Fuentes casi al final de su intervención, antes de que a gran parte de los presentes nos dolieran las manos de tanto aplaudir.

Estoy aún al principio del festín. Son las tres de la madrugada en Guadalajara y todavía me pregunto cómo es que no me cobran una fortuna por estar aquí. De niño, siempre quise llegar en Disneylandia. Hoy que lo he conseguido, sé al fin que Mickey Mouse no es como lo pintaban. Disneylandia es un libro, cien libros, todos los libros, y hoy por hoy está aquí, en Guadalajara. Que se acabe el tequila si digo mentiras.

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26 de noviembre de 2007
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Saberes más ricos que los propios

Un profesor de física en una universidad catalana, que tiene la suerte de aunar la condición de científico y  la de poeta (realizando así de alguna manera lo que cabría calificar de ideario humanista), se refería hace unos años al privilegio que había supuesto para él argumentar, sorprender, debatir, demostrar, "en un cielo de pizarras y de tiza" y ante la mirada asombrada de quienes parecían ser cíclica recreación de la juventud. Estos seres con mirada aun no contaminada separan de alguna manera la gema del pedrusco y así obligan al que a ellos se dirige a forjarse a sí mismo en un combate continuamente renovado. Sólo cabe en esta apuesta esperar un triunfo parcial, pues siempre perdura un rescoldo que justifica el sentimiento de impostura, el sentimiento de no responder realmente a la imagen que uno ha configurado para los demás.

En el universo de percepciones fantasmagóricas en el que se despliega esta reflexión sobre las interrogaciones elementales o filosóficas, no hay ciertamente miradas que sirvan de espejo inmediato (y a veces cruel) de la veracidad o falacia del discurso. Y, sin embargo, la sombra de la impostura persiste, y no sólo para el que escribe estas líneas. Pues tan impostura sería el que la recepción de estas reflexiones viniera tan sólo a llenar un hueco, una suerte de vacío en el registro de la información cultural, como que su emisión no respondiera a un deseo de aclararse a sí mismo en el acto de intentar que los demás se aclaren.

Glosando de nuevo al evocado poeta catalán David Jou, se trata de que unos y otros lleguemos a sentirnos henchidos de saberes más ricos que los por uno forjados, y ello mediante el procedimiento de que tales saberes lleguen legítimamente a ser vividos como propia riqueza. De pocas cosas en esta vida puedo sentirme más satisfecho que de haber convencido a más de un estudiante "de letras" de que, llegando a entender las fórmulas de la relatividad restringida, experimentaría la misma emoción que Einstein.

Esta es quizás una buena delimitación del objetivo: sentir que estas fórmulas (en las que se hace inteligible la dura tesis de que el  tiempo y el espacio de nuestra intuición inmediata carecen de objetividad física) tienen su potencia en ellas mismas. Sentir que no son fruto de la subjetividad de Einstein sino mas bien espléndido indicio de que Einstein (y como él cada uno de nosotros) puede dejar de estar encharcado en el cúmulo de preocupaciones, tan legítimas como generalmente estériles, que constituyen precisamente lo esencial de nuestra cambiante subjetividad. Sentir, en suma, que las fórmulas  de Einstein son en realidad de todo aquel que, literalmente, las recrea.      

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26 de noviembre de 2007
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Es la educación, estúpido

Se agradecen, pero no eran necesarias las cifras que ha hecho públicas la Fundación Bofill sobre la catástrofe educativa catalana. Cualquiera que haya frecuentado la Universidad en los últimos decenios se lo habría podido explicar a algún miembro del gobierno, de haber habido alguno interesado por el asunto. No obstante, la verdad es mucho peor que las estadísticas: a ningún gobierno de la Generalitat le ha importado la educación. La formación del espíritu nacional, sí. La así llamada "política" lingüística, mucho. Todo lo relacionado con la ideología, como la Historia, bastante. Lo demás es ornamental, a menos de que dé dinero.

Las causas de que Cataluña sea la autonomía peor educada de España, siendo España la nación peor educada de Europa, forman parte de lo más rancio de su clase dirigente. El país es una finca de comerciantes, pequeños industriales, negociantes, ejecutivos ancilares, gente práctica. Aquí la vida intelectual ha tenido siempre un vuelo gallináceo. Obsérvese que todavía se vegeta de lo que hicieron unos burgueses de 1900. Y que el moderno Olimpo internacional catalán se reduce a un músico que tocaba el violonchelo y un pintor balear. No hay más, porque ni siquiera Josep Pla entra en el canon de los comisarios nacionales. Y a Gerhard lo ha editado Caja Madrid. A propósito, comparen la programación de conciertos de Barcelona con la de Madrid. Verán que en Barcelona aún no existe el siglo XX. El siglo XXI comenzará, supongo yo, dentro de diez generaciones.

Los que profesamos en la Universidad estamos abatidos. Es insoportable ver a esos chavales, tan inteligentes como cualquier otro grupo de jóvenes, percatarse del fraude que se ha cometido con ellos. Los años perdidos. La sistemática trivialidad que aquí llaman "educación". La conciencia de que ya es demasiado tarde. Saben que, con alguna excepción, nunca tendrán la formación de sus colegas europeos. Seguirán representando, con griegos y portugueses, a ese invitado a quien todos tratan con aire paternal: el simpático descerebrado que trae las bebidas.

Artículo publicado en: El Periódico, 24 de noviembre de 2007.

 

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26 de noviembre de 2007
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San Bernardo, 35

Jesús Ayuso no para, es inquieto, rápido, siempre está ideando algo para remover las aguas del mundo cultural desde los legendarios tiempos en que fundó la librería Fuentetaja. Cuando uno va allí seguramente se encontrará con alguien que hablará de unos tiempos, no tan lejanos, en que leer podía ser subversivo y los libros peligrosos y que encontraba en la trastienda de esta librería un cobijo de libertad, ¡qué cosas!, entonces la libertad podía consistir en leer a Pablo Neruda, incluso a Blasco Ibáñez, y ahora que podemos leer lo que nos dé la gana hay que gastarse un dineral en campañas de promoción de la lectura. Aun así todo pasado, aunque fuese difícil, suena a nostálgico, sobre todo si en él se fue joven. Pues bien, da la impresión de que no haya nadie más alejado de la nostalgia que este Ayuso que atiende y comparte aquellas experiencias con sus clientes y amigos con el ojo puesto en el mañana. Le tira mucho el mañana, el futuro. No hay vez que se hable con él que no tenga un proyecto entre manos. Desde luego ha venido a este mundo para activar y transformar lo que está a su alcance. Talleres de escritura, presentaciones de libros, tertulias, edición, otros asuntos que le rondan por la cabeza y encima ¡colmenas!

Dice mucho de su carácter esta afición por algo tan vivo y productivo como las colmenas con ese constante ir y venir de laboriosas abejas. También tiene que ver con el sitio de donde es, Guadalajara, cuyo producto estrella es la miel, aunque a decir verdad él parece un poco extranjero por los ojos claros, el pelo rubio y los pómulos marcados. Quien quiera conocerle puede encontrarle en San Bernardo, 35, cerca de la plaza de los Mostenses. Esta nueva ubicación de la librería ha sido inaugurada este año. El que vaya por allí verá en la fachada una placa en la que dice más o menos "Aquí vivió y escribió Dª Emilia Pardo Bazán".

En lo que es ahora la librería estaba la editorial de Dª Emilia. Y la vivienda ocupaba el segundo piso, cuyo amplio espacio de unos 280 metros, ha acogido posteriormente un hostal y ahora ha sido comprado por un particular, pero que conserva un escritorio y unas estanterías de la condesa gallega. De los escritores lo que importa son los libros que han dejado tras de sí, sus sensaciones, sus ideas, su manera de sentir la vida y sus palabras. Ni ellos mismos tienen interés sin sus libros, cuanto menos el mobiliario en el que escriben, pero al fin y al cabo esta casa y esas cosas fueron escogidas por ella y nos gusta verlas e imaginar cómo sería el entorno en que hizo lo que hizo a pesar de todo. En su memoria, cojo de la estantería Insolación, una pequeña novela que en su momento supuso un escándalo seguramente porque nos ofrece con cierto pormenor la atracción y deseo de una joven aristócrata viuda por un perfecto desconocido que conoce en la romería de San Isidro.

Un romance en el calor ardiente del verano en Madrid promete, pero más aún  al calor de la muchedumbre, de la fiesta, del vino, de la música, de las comidas íntimas fuera de ojos indiscretos. Eran los tiempos en que la gente iba a refrescarse a las orillas del Manzanares como si el Manzanares estuviera muy lejos y llevara mucha agua. En el fondo es una encantadora novela sobre Madrid y anticipa algo propio de las grandes ciudades, la posibilidad del encuentro fortuito, de la clandestinidad, de escapar un poco más allá de las orillas de todos los Manzanares del mundo y de hacer lo que a uno le venga en gana. Ella, la Pardo Bazán, en aquellas circunstancias adversas para toda mujer (y para las pobres mucho más) aprovechó bien su posición social y lo hizo. Así que las de ahora no tenemos perdón de Dios. Según bajo, dando un paseo, desde Fuentetaja a la plaza de España me encuentro con una estatua suya. La miro pensando que lo mismo escribía Insolación o Los Pazos de Ulloa que unos preciosos Cuadros religiosos sobre vidas de santos. Me parece bien que no renunciara a nada. Por cierto, después de su muerte la casa de la que hablamos pasó a ser el Gran Café de San Bernardo, que acogía un ambiente literario tipo Café Gijón. Y a continuación se convirtió en sede del Banco Hispano Americano, del que se conserva en el sótano una impresionante caja fuerte. Por último, Seguros Mercurio al poner el local en manos de Ayuso ha devuelto a estas salas el espíritu de la que fue, por encima de todo, una escritora.

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26 de noviembre de 2007
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El lenguaje del insomnio. Lugares fronterizos VII

Delfín Agudelo: Es entonces ver la puerta del laberinto, reconocerla como tal, pero no lograr entrar en él. Me recuerda la escena de Eneas que, antes de entrar en el Inframundo, encuentra una representación del laberinto de Creta en su puerta. Una analogía válida en la medida en que es en el estado insomne cuando vienen los fantasmas. El lugar del fantasma es el lugar del infierno, tortuoso, difícilmente soportable.

Rafael Argullol: Por eso la angustia del insomnio es extrema. En parte nosotros hemos inventado el arte frente a la angustia del insomnio; es decir, frente a la angustia de los lugares fronterizos. Porque el arte nos otorga una relación parecida a la de Eneas cuando ve el mapa del infierno. El arte trabaja con materia fronteriza, trabaja con materia que en parte forma parte de nuestra razón de vigilia y en parte es puramente onírica, es materia mezclada. Pero el arte es una defensa mayor que lo que podemos tener en el estado de insomnio porque el arte tiene sus propios mapas. Nadie, ningún artista, ningún escritor, ningún poeta se ha enfrentado puramente a lo que sería ese lugar fronterizo porque cada uno de ellos goza del mapa que tenía Eneas. ¿Qué es ese mapa? Ese mapa es la propia historia del arte, la historia de la poesía, la historia del lenguaje poético. Cuando tú te enfrentas a la frontera de lo erótico, de lo sexual, de lo místico, de lo religioso, no te enfrentas por primera vez y completamente solo: te enfrentas como Eneas, pudiendo ver un mapa, gozando de un mapa. Este mapa es la experiencia humana común ante esa frontera, ante esa inquietud. Por eso el arte es entrar en el laberinto pero dejando de alguna manera una especie de hilo; o entrar estando conectados a un hilo, aunque sea invisible y muy ligero, que es el hilo de la propia historia humana que se refleja a través de la historia del arte. Uno puede llegar a zonas muy extremas y radicales, pero ni está completamente solo ni es el primero en llegar a ellas. Éste es uno de los grandes valores simbólicos del arte. Una vez dentro te planteas, por ejemplo, el finis terrae de la vida, la pregunta sobre la existencia, el significado de las cosas, el qué haces aquí, por qué vale la pena o no; pero no eres el primero que se hace estas preguntas. No solamente no eres el primero sino ya tienes una cartografía, unos planos, unos mapas de todos aquellos que ya se han hecho esa pregunta. Desde luego no tienes un mapa de las respuestas, porque no las hay. Tienes un mapa de las preguntas.

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26 de noviembre de 2007
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La repetición y el yo

"Puesto que todo amor tiene su propia duración, transcurrido cierto tiempo acaba por destruirse a sí mismo. Pierde las cualidades que habían dado alas a la imaginación y ésta acaba viéndose sustituida por la confianza y el hábito.

Una mujer bella aparece menos bella la segunda vez que la vemos, mientras que una mujer fea se hace más aceptable.

La transición del código, al pasar de la imaginación a la naturaleza, expone el amor a la corrosión y lo efectúa, además, de un modo más rápido de lo que se produciría por la simple acción de la decadencia natural de la belleza.

La subjetivación y la temporalidad se dan la mano."

(Niklas Luhmann. El amor como pasión)

 

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26 de noviembre de 2007
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Sesión I. Consignas para escritores II

Bueno, terminamos la primera semana de este espacio desbordados por el entusiasmo de los escritores que nos han enviado sus aportes desde Argentina, Uruguay, México, Perú, Venezuela... y también, claro, desde España. Hemos recibido textos pequeños y también bastante largos, algunos muy prolijos y otros más flojillos, otros realmente valiosos e inteligentes, algunos más en los que se nota la pericia que da el oficio y tampoco hemos echado en falta un puñado de aquellos en los que todavía hay serios problemas de "mecánica cuéntica" que se resuelven si sus autores trabajan con rigor y con disciplina, pues como decíamos en el post anterior, la literatura es un oficio que requiere sobre todo constancia. Y claro está, algunos apuntes sobre el oficio nunca están de más... En ese sentido les pedimos a quienes nos envíen sus textos y no sean corregidos o comentados, que no se desanimen porque para ello hemos creado este espacio: un lugar donde todos pueden opinar y seguir las consignas que a partir de la próxima semana se referirán a aspectos muy concretos sobre la creación literaria. Los pocos textos que colgaremos quincenalmente serán siempre elegidos no en atención a su calidad, pues esto no es un concurso, sino porque sus aciertos y sus errores, brevemente comentados, nos parecen oportunos como ejemplos de lo que se debe y de lo que no se debe hacer.

Por lo pronto les pedimos que envíen sus textos en formato de Word y con el nombre del autor como nombre de archivo, más una referencia al número de envío del que se trate, por ejemplo: "Pepe Pérez clase I" al correo tallerdejorge@yahoo.es. Al principio del texto pongan el título del cuento y también su nombre. Y les pedimos -e insistimos en ello- que los cuentos no sean muy largos: máximo dos páginas en interlineado sencillo y en cuerpo 12 de Arial. Así tendremos tiempo de leer y comentar la mayor cantidad posible: a muchos les hemos enviado el comentario a su propio correo. Pedimos también que nos envíen sólo un texto por persona y clase. Finalmente, y como podrán observar, los cuatro textos que han sido elegidos para colgar aquí, con algunas muy breves observaciones hechas por Eva Valeije y por mí, están puestos para que ahora participen los demás con sus comentarios y sus aportes, pues esta parte del taller es la más valiosa, ya que agudiza en nosotros el sentido crítico necesario para analizar nuestros propios trabajos. Tenemos toda la semana para trabajar en ellos.

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23 de noviembre de 2007
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Algo sobre supuración personal

"Envidia de la buena", suelen decir que sienten quienes no quieren ser tachados de envidiosos. Pues he aquí que la envidia se asemeja conspicuamente a los tumores, entre los cuales figuran asimismo los malignos, los levemente malignos y los benignos. Así como de pronto un viento del norte nos pega a media espalda para dejarnos chuecos y dolientes por varios días, cualquier momento es bueno para que de la nada nos brote un grano extraño, que además es notorio y provoca un creciente escozor. ¿De la nada, he dicho? Eso es lo que argüiríamos, si alguien nos preguntara por el origen del grano en cuestión, como si se tratara de alguna enfermedad non sancta. Quién va a querer, al fin, confesar que el origen de ese tumor no es otra cosa que el bienestar ajeno. 

Escribió Gore Vidal: "Cada vez que un amigo tiene éxito, muero un poco". El tumor de la envidia es maligno cuando inspira deseos de destruir al envidiado, o a su buena fortuna, y levemente maligno si nada más invoca sentimientos autodestructivos. Ciertamente, clasificar la envidia sólo en buena, medio mala y mala es como dividir al mundo entero entre los hinchas de tres equipos locales. Entrando ya en materia, valdría recordar que los tumores sólo se clasifican a partir de las células que los componen, y la envidia -enfermedad secreta e inadmisible en quien la padece- es un mal recurrente y contagioso que permea de forma distinta en cada cual. En ciertas situaciones se mitiga con unas pocas lágrimas, en otras se alimenta de derrames biliares en cadena. Y todo el mundo sabe que la bilis tiene la facultad de convertir a un simple granito de frustración en un absceso de envidia podrida. 

Una de las razones por las cuales a la gente le enferma que la tachen de envidiosa es que no hay dos envidias iguales. Nunca será lo mismo, además, la envidia de uno -que percibe pequeña, inocentona- a la de los demás -una inquina fascista, trepadora, psicótica-; tendemos a creer que los defectos propios no son notorios, nunca faltan los padres que castigan en sus hijos las mañas que ellos mismos les heredaron. Lacera a la autoestima reconocer en carne propia la presencia del grano de la envidia, pues llega uno a temer que sea privativo de perdedores, limosneros y carne de cañón irrescatable. Envidiar a los otros, y arriesgarse con ello a que lo adviertan y acaso lo disfruten, es humillarse a tiempo para presidir todo un coro de menosprecio en su contra. 

Conmueve que haya todavía quienes piensan que la envidia es patrimonio de los pobres, cuando en los ricos es aún más dañina, y para colmo absurda. A la envidia le gusta ser absurda, pues ello la hace inmune al sentido común y la inteligencia. ¿Quién, sino un heredero ocioso y tarambana, entregado al agotador quehacer de estimular minuto a minuto el desprecio y la envidia de sus semejantes, tiene el tiempo bastante para darse a envidiar todo lo que no puede comprar con su dinero? Por lo demás, la envidia del goloso hace palidecer a la del miserable, ya que mientras aquel identifica a plenitud lo que quiere y no puede conseguir, éste tiene una idea borrosa de la vida del rico, que por lo general es aburridísima, si bien muy confortable y hasta un tanto adictiva. Pero ser envidiado, aun saboreando el mezquino deleite de saberse envidiable, a nadie libra de a su vez envidiar. Cree uno que transpira, y está supurando. 

/upload/fotos/blogs_entradas/paris_hilton_y_br..._med.jpgHace unos días que un video recorre la red: Paris Hilton entrevistada en la tina, llenas las dos de espuma. No hay mucho que admirar, pero serán legiones los envidiosos que la odien por ser tan fastuosamente aburrida. Y yo creo que la pobre mujer debe de padecer secretos brotes de envidia galopante y cancerígena cada vez que ve a un pobre diablo entusiasmado por cualquier fruslería, como sería el caso de dormir con su amiga Britney Spears o acompañarla a ella dentro de la tina, mirarse en el espejo y pensarse envidiable. Esto al fin nos recuerda que en la envidia también existen jerarquías, y que las hay de pronto tan baratas que francamente llaman a la misericordia. Debe de haber docenas de presos y pordioseros a los que envidio más que a Paris Hilton, que desde su reveladora entrevista en la tina me ha despertado cierta compasión de la buena; la pobrecilla es pobre y no se ha dado cuenta. Como no se la dan quienes día con día se empobrecen envidiándola. 

Sale cara la envidia, pero está de moda. Y ni modo, a la gente le gusta darse sus lujos.

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23 de noviembre de 2007
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Del Big Bang al Big Mac

Si me hubiesen dicho años atrás que algún día yo iba a leer textos científicos por placer, me habría desternillado de risa. ¿Ciencia? ¿Esa ficción abstracta y abstrusa regida por cifras, teoremas y ecuaciones e inconvenientemente desprovista de héroes, espadas y romance? Por favor... Y sin embargo, hace ya tiempo que un libro de divulgación se convirtió en una de mis biblias, esos tomos que siempre tengo al alcance de la mano y a los que consulto casi como oráculos: A Short History of Nearly Everything, de Bill Bryson. 

Supongo que lo primero que me atrajo fue el título, que significa: Una Breve Historia de Casi Todo. (Sé que hay traducción al español y creo haber visto una edición especial ilustrada, pero no sé a ciencia cierta -ja- si mi traducción se corresponde con la de la versión editada.) Lo segundo que me sedujo fue que, aunque parezca mentira, el libro cumple con la promesa de su título. Bryson cita la versión más breve concebible de esta Historia. El físico Richard Feynman sostuvo alguna vez que si hubiese que reducir la ciencia al más esencial de sus asertos habría que decir: Todas las cosas están hechas de átomos. "No sólo las cosas sólidas como muros y mesas y sofás, sino además el aire que existe entre ellas", agrega Bryson.  

Pero el libro no se agota en ese principio sino que a su manera intenta explicarlo (casi) todo: desde el Big Bang, pasando obviamente por átomos y quarks, hasta la eclosión de la vida y sus particulares características. Lo cual por cierto no es tarea fácil. "El úniverso no sólo es más raro de lo que suponemos", dijo alguna vez el biólogo J. B. S. Haldane. "También es más raro de lo que podemos suponer". 

Pero Bryson es un buen narrador, lo cual ayuda. El libro está lleno de esos datos curiosos que me gusta atesorar. Por ejemplo el hecho de que la luna no sea un satélite, como se ha pretendido siempre, sino un planeta gemelo de la Tierra. O el dato de que cada uno de nosotros contiene una medida en joules equivalente a la de treinta bombas de hidrógeno. O aquel que establece que los átomos son increíblemente durables: 10 a la potencia 35, aproximadamente. Una cantidad casi infinita de ellos ha pasado ya por varias estrellas, formado parte de una larga cadena de organismos -Bryson sugiere que es posible que uno de nuestros átomos haya pertenecido a Shakespeare, lo cual me llena de esperanza- y una vez que muramos pasarán a formar parte de otra cosa: "Parte de una hoja verde o de otro ser humano o de una gota de rocío", sugiere Bryson poéticamente.  

Por ahí va el impulso que me aproximó al calorcito de la ciencia. Hay poesía en el hecho de que el hombre reproduzca en el vientre de su madre el proceso entero de la evolución, de célula a renacuajo a pez a mamífero -y tan sólo en nueve meses. Hay poesía en la formación, existencia y muerte de una estrella porque prefigura el mismo derrotero que cada uno de nosotros transita: brillando de manera intensa y sucumbiendo al fin a nuestra propia masa para crear nueva(s) vida(s) al morir. Creo que a la ciencia la desvelan los mismos interrogantes que a mí, sólo que elige otra forma de narrarlos. Por eso no hago distingos al leer a Melville o a Hawking, a Conrad o a Haldane: todos hablan de los misterios de la vida con elocuencia impar.

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23 de noviembre de 2007
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