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Corea del Sur

En Corea del Sur, las relaciones sociales y afectivas a través de los medios electrónicos superan ya en número y frecuencia a las que se mantienen frente a frente.

No sabemos gran cosa de Corea del Sur y resulta fácil atribuirles las fábulas del progreso o de lo estrafalario. Lo sustantivo de esta noticia, y acaso su grado de verdad, radica en su violencia interior.

Los países que se contagian del desarrollo tecnológico lo hacen con extraordinaria virulencia y contraen los caracteres importados como explosiones y que los impulsan a saltar de un golpe decenios de historia y los convierten así, sin procesos, en ejemplares monstruosos donde se reproducen, como en la mitología, cuerpos que son mitad de una especie y mitad de otra. De este modo se presenta el fenómeno de Corea del Sur que de sociedad agraria salta sin apenas transición a sociedad electrónica y de sus relaciones familiares y vecinales carnales e intensas a nexos virtuales y extensos. La cara de Corea del Sur nunca se nos reveló con nitidez en Occidente. Ahora, cuando las comunicaciones podrían contribuir a mostrar su personalidad, el perfil que nos llega se emborrona en la niebla de las  pantallas.

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14 de noviembre de 2007
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Murieron armados hasta los dientes

En las desoladas mesetas de Castilla, por sierras andaluzas cortadas a navaja, en el vientre de los bosques gallegos, acurrucados en madrigueras de las marismas ampurdanesas, los guerrilleros de la ofensiva contra el francés comenzaron el siglo XIX respirando pólvora, rumiando algarrobas, sin el menor atisbo de que iba a ser el siglo de la locomotora y el telégrafo. Vivieron en un mundo prehistórico, al borde del canibalismo. Y sin embargo aún podemos admirarles gracias a los relatos históricos o literarios que los pintan como fieras arcaicas, más próximas a Ayax y Aquiles que a los civilizados generales del ejército napoleónico a quienes combatían.

Las guerrillas aparecen en los pueblos pobres, sin ejércitos tecnificados y eficaces. En la España de Goya, el ejército regular y sus generales fueron derrotados por el invasor en una partida de mus. Los guerrilleros se convirtieron en la tortura de aquellos franceses que habían hecho una revolución para liberar a los labriegos, artesanos y demás plebeyos desangrados por la nobleza. Los guerrilleros españoles no podían creer que Napoleón quisiera rescatarlos de las sanguijuelas coronadas. Para ellos había algo previo, más cercano al animal que al humano: la jerarquía natural. De modo que hicieron imposible su propia liberación, pero crearon la primera soberanía popular española.

Como cuentan Rafael Abella y Javier Nart en su recién editado Guerrilleros (Temas de Hoy), el acoso de las partidas y el coraje de las Juntas fundó una patria común de hombres libres cuya expresión admirable fue la Constitución de Cádiz, promulgada por adolescentes. Es muy notable la proclama de la Junta catalana llamando a la liberación de España y a la rebelión de los españoles contra el invasor. Y de la junta Vasca. Y de todas las demás. La soberanía nació del sacrificio popular y el temple liberal de los jóvenes.

Tras la victoria regresó, sin embargo, la vieja Némesis hispana y el infame Fernando VII restauró la tierra de Caín y Abel. Nuestra condena se repite una y otra vez. También ahora.

Artículo publicado en: El Periódico, 10 de noviembre de 2007.

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14 de noviembre de 2007
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Partes de batalla

Parece algo salido de la pluma de Paddy Chayefsky, el autor de Network... Los guionistas de Hollywood ya lanzaron su huelga de brazos caidos para todo lo que no sea levantar pancartas... Los estudios han tratado de apilar guiones previniéndose contra la sequía, pero si los guiones de los últimos años ya eran malos Dios nos libre de los que se habrán escrito a las apuradas... Si la huelga se extiende, terminarán haciendo lo que Gus van Sant hizo con Psicosis: filmar remakes calcadas de las viejas películas, perdiendo toda la gracia en el proceso. Total, no hay guionista más barato -y menos protestón- que el guionista muerto...

...Contagiados por el fervor de los piqueteros hollywoodenses, los utileros de Broadway lanzaron su propia huelga. Imaginen la decepción de los turistas que han sacado tickets con meses de anticipación para ver Wicked, The Lion King o cualquiera de los musicales de siempre. La pobre gente que había pagado para ver How the Grinch Stole Christmas se tuvo que conformar con un autógrafo del actor que hacía del malvado Grinch, que firmaba a troche y moche en la vereda...

...Pero no son sólo los guionistas de Hollywood los que han dado grito de guerra. También los de la TV, lo que ya ha supuesto el alto en la producción de la mayoría de las series y también en los shows diarios conducidos por Letterman, Jon Stewart, Jay Leno y compañía. El domingo la columnista del New York Times Maureen Dowd recordaba que hay mucha gente -ella se incluía en el montón- que se entera de lo que ha ocurrido en el mundo no mediante noticieros, sino mediante los espacios como los de Stewart y compañía, dedicados a la sátira política... Lo cual puede tener dos consecuencias, una terrorífica y la otra dudosa. La primera sería una nueva proliferación de los reality-shows, Dios nos guarde... La segunda sería una crisis en el gobierno de los Estados Unidos. ¿Para qué bailaría Bush con una tribu africana en los jardines de la Casa Blanca, y para qué pondría cara de payaso cuando no logra abrir la puerta, si nadie piensa decir nada al respecto en la TV? Con un poco de suerte se meterá en alguna de las casas del Big Brother, buscando la caricia de las cámaras. Lo único malo sería que no duraría mucho, porque las votaciones electrónicas lo echarían enseguida... A no ser que haga fraude, como la vez que le 'ganó' a Al Gore...

¿...se imaginan un mundo sin televisión?

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14 de noviembre de 2007
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II. Fábricas de riqueza instantánea

Otra oferta de riqueza instantánea viene de parte de Adada Muhammadu, traficante petrolero de Irán, que empieza contándote que padece de cáncer en el esófago, y hallándose desahuciado, quiere compartir su fortuna: “nunca fui generoso, siempre traté con hostilidad a quienes me rodeaban, y sólo me preocupé de hacer dinero. Jamás me casé, jamás tuve amor por nadie. Ahora me arrepiento…” Sólo necesita que le envíes el número de una cuenta bancaria donde pueda hacerte un depósito, pero rápido, los médicos le han dicho que no le quedan sino semanas de vida.

Este otro, tesorero personal del magnate petrolero ruso Mikhail Khodorkovsky, no se anda por las ramas. Ha decidido quedarse con el valor de tres últimos embarques de petróleo de su patrón, que van camino a Rótterdam, y de la suma resultante que es de 50 millones de dólares ofrece darte el cinco por ciento, algo que no está nada mal, 2.5 millones de los que podrás disfrutar el resto de tu vida, sin más preocupaciones.

Son decenas de esas cartas, hilos de una inmensa red tejida por eficientes fabuladores para pescar incautos, que los hay en el mundo. ¿Dónde se hallan estas fábricas de mentiras?

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13 de noviembre de 2007
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Shopping esquizoide

En primer plano está Julio César, tras él dos centuriones y a su derecha Cleopatra: rey, alfiles y reina. Los caballos son leones, las torres torres y los peones águilas. Del otro lado hay jabalíes en lugar de caballos, gallos por peones, menhires por torres, y en el papel de alfiles los héroes de la historia: Astérix y Obélix. Es decir que si juega uno del lado de los galos, poca cosa le queda al perder los alfiles. Y si lo hace moviendo a los romanos, se verá un tanto débil y ridículo frente a la proverbial apostura de los irreductibles guerreros galos. Cleopatra misma, con todo y el tigre, se mira disminuida frente a la contundencia de Klarabella, que ya viene hacia ella con el rodillo alzado en la diestra. El mismo Julio César parece poco menos que el mayordomo del jefe Abraracúrcix. Así las cosas, parecería improbable jugar al ajedrez en este tablero y aspirar a cualquier forma de equilibrio. Si se me encomendara ponerle algún nombre, no dudaría en bautizarlo como Astérix bipolar.

Hay juegos que uno compra para jamás jugarlos, y éste debe ser de ésos. Por principio de cuentas, cualquier intento de abstracción apunta hacia un fatal despropósito. No es lo mismo cambiar de blancas a negras y ceder solamente el turno de salida, que dejar a los galos vencedores para amafiarse con los romanos patéticos. Tratar de jugar bien sobre este tablero exige, más que la poción mágica del druida Panoramix, un tratamiento a base de litio que disimule el salto entre ambas personalidades. Solamente pasar de gallo a águila, de león a jabalí o de torre a menhir debe ya de entrañar peliagudos desórdenes logísticos en la mentalidad competitiva. Sólo a un inconsecuente con ketchup en las venas puede darle lo mismo jugar acá o allá, pues lo que aquí se juega no es propiamente ajedrez, sino algo mucho menos estratégico e inevitablemente corpóreo. Juega uno a ser Astérix y ridiculizar al invasor, o bien pelea del lado de los romanos y termina entendiendo a Mussolini.

Según Chico Buarque, cuando se juega un partido amistoso ganar es grosería. Si hubiera de jugar este ajedrez con las piezas romanas, no podría por menos de perder a propósito. Entregar a Cleopatra, sacrificar leones y centuriones, jugarme a César en idus de marzo, gritar “¿Tú también, Obélix?” antes de recibir el jaque inapelable. O acaso, como el ajedrecista de La tabla de Flandes, jugaría de forma tal que ninguno pudiera dar el mate. Ahora bien, si he comprado este juego es porque no necesita de mí. Cada mañana puedo mover las piezas de manera que sigan jugando solas, puesto que antes que piezas son personajes, y más que facultades ostentan actitudes. No me interesa, pues, ganar un juego, sino asistir al juego de generar historias en un mundo de sesenta y cuatro cuadros.

No es muy difícil suponer que el ajedrecista de La tabla de Flandes es en realidad un contador de historias, de ahí que le interesen todos los jaques, menos el mate; igual que se prefiere la seducción sobre la conquista. Los soldados romanos conquistan con la agresividad de un jaque del pastor, los guerreros galos seducen con la elegancia de un enroque veloz. Basta así con mover una pieza dos cuadros más allá para que el drama cambie de signo y destino: hay una nueva historia sobre el tablero.

De niño me gustaba creer que los objetos tenían vida propia, así como pasiones, fobias y preferencias; lo cual me permitía habilitar como juguete a un salero, un trapeador o un trozo de tela. Con el respaldo de esos años de práctica, me cuesta casi nada suponer que este ajedrez se juega solo y el dueño es con trabajos un espectador. Ahora que veo la imagen con mayor atención, no sé si sea del todo casual que Obélix mire justamente hacia la nariz de Cleopatra. Hasta donde recuerdo, yo no lo puse así para la foto.

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13 de noviembre de 2007
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Dos tragedias americanas

El sábado por la noche pesqué por TV un especial del American Film Institute. A diez años de la primera encuesta para revelar las 100 mejores películas estadounidenses (qué adjetivo más feo, me duele cada vez que tengo que usarlo), la gente del AFI hizo una nueva encuesta sobre el mismo tema. La nueva lista de las 100 mejores ofreció pocas variantes y -al menos para mí- unas cuantas reafirmaciones. El simple hecho de que Lawrence de Arabia, Casablanca y Vértigo figuren entre las 10 mejores me confirma que no todo está mal en este universo. También forman parte del Top Ten Raging Bull, Singin' in the Rain y The Wizard of Oz, contra las que no tengo nada que decir. Y Gone With The Wind y Schindler's List, a las que a lo mejor habría cambiado de lugar en la lista para colar entre las 10 de oro a alguna otra. (¿Ningún John Ford entre las 10 mejores?)

Lo que certifica que Dios existe es la elección de las dos mejores. El primer lugar lo conservó la misma película que ya lo había ganado la primera vez: Citizen Kane, la obra maestra de Orson Welles. Y el segundo se lo llevó la favorita de nuestro corazón: The Godfather, una de las obras maestras -tiene varias, el muy desaforado- de Francis Ford Coppola. Más allá de sus infinitas diferencias, me alucinó pensar que comparten al menos dos cuestiones esenciales, a saber:

1. La asunción de que vivimos en un sistema que impulsa al delito. Ya sea claramente dentro del hampa -como en El Padrino- o haciendo uso de sus medios mientras se guardan las apariencias -como en Citizen Kane, cuyo protagonista se lanza a la política repartiendo dinero a troche y moche para ser derrotado por alguien más corrupto que él-, lo que ambas películas demuestran es que vivimos en sociedades que potencian la peor parte del ser humano. Sin ser mafiosos como los Corleone o millonarios como Kane, todos nosotros sabemos que nos iría mejor de lo que nos va si mintiésemos más, sonriésemos más, coimeásemos más, sedujésemos más y emboscásemos más a nuestros ocasionales competidores, haciendo lo necesario -y también lo innecesario- para granjearnos la simpatía de aquellos que detentan el poder en nuestro microuniverso.

2. Haríamos lo que fuese -¡lo que fuese!- por amor. Vito Corleone es la excepción, en tanto ha amado con pasión y ha recibido amor a manos llenas: en todo caso optó por el delito porque el sistema no le dejaba muchas opciones a la hora de proteger a su familia. Don Corleone nunca buscó el poder por el poder mismo, o al menos eso nos hace creer The Godfather. En cambio Michael Corleone y Charles Foster Kane nacieron con poder al alcance de sus manos. Este poder dado, real en el sentido de la realeza, es lo que los minimiza como hombres. Michael Corleone hace lo que hace porque no sabe hacer otra cosa y además porque no conoce otra manera de expresar afecto. Charles Foster Kane hace lo que hace porque quiere que lo quieran y no sabe cómo inspirar amor, no habiéndolo recibido nunca. Estos hombres enormes son pequeños pequeños, en tanto entregarían su reino ya no por un caballo sino por la experiencia de una caricia, a manos de alguien que los ame no por lo que tienen sino por lo que son.

Que los votantes del AFI hayan consagrado estas dos películas como las mejores expresa, más allá de los incuestionables valores artísticos, el mayor de los dilemas de los estadounidenses (qué sustantivo más feo) de hoy: cuando se nace en cuna de oro sin poseer los valores que contribuyeron a la grandeza de ese reino, la tragedia aguarda entre bambalinas.

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13 de noviembre de 2007
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El deseo del deseo

“El deseo del otro empieza por desear su deseo”, decía más o menos Hegel. Empieza por desear la posesión de su deseo o, simplemente, por haber logrado que su desear se dirija dócilmente a desearnos.

Tal consideración parece, a primera vista, una perogrullada pero tiene la virtud de hacer ver, tras su obviedad, la absoluta verdad de nuestro querer. Queremos al otro como una manera de querernos a nosotros mismos, nos enamoramos del otro cuando a la vez ese amor nos convierte en amantes del yo, fortalecido, embellecido, emperifollado.

La insólita autoestima que brota recíprocamente de los enamoramientos muestra notoriamente esta fundamental ecuación. Se hace prácticamente imposible pensar en un amor a algo, a alguien, a la humanidad o a la animalidad, sin incorporar un tonante  amor al ego. Expuesto o encubierto, el ego lo acapara todo, sea a la manera egoísta de un cerco, sea mediante la acción sutil de un hilo, sea al modo nutricio de una sustancia esencial. La transparencia entre el egoísmo y el altruismo, es la base misma del humanismo. Y no lo liaré más.   

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13 de noviembre de 2007
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Norman Mailer

Me imagino feliz a Gore Vidal, ya está más cómodo en la cumbre. Cuando murió Capote comentó que su muerte significaba “un excelente paso en su carrera”. Ahora puede ver el cadáver vestido de su íntimo enemigo literario. Son tres grandes de la literatura americana. De la literatura pero ni estaban  solos, ni eran los únicos. Pero sí supieron usar las ventajas de los “media”, su capacidad para hacer que un novelista fuera, además, alguien popular.

No se si la fama les hizo mejores o peores escritores. Ni si la escritura les hizo mejores o peores seres humanos. Pero sí que mantienen la capacidad de seguir vivos en sus obras. Volví a Mailer en la mitad de los años 90, cuando Anagrama, reeditó “La canción del verdugo”, “Los ejércitos de la noche”, “Los desnudos y los muertos” o esa otra forma de hacer literatura con crónicas cortas, con pequeños relatos o poemas que se encuentran en “Los tipos duros no bailan”- siempre me sirvió el título para excusarme de esos movimientos, o  casi siempre- y “Caníbales y cristianos”.

Abro al azar “caníbales…” me encuentro un billete del metro del año 75. ¡Qué año para muertos, caníbales, cristianos o lo que fueran! Es un libro de los años sesenta, de los años de tantas cosas, tantas músicas y alguna guerra. Aquella guerra. Se puede leer ahora cambiando de guerra:
“Como ahora ya es evidente, la única explicación que puedo encontrar para la guerra de Vietnam es la de que nos estamos hundiendo en los pantanos de una plaga y la matanza de gente extraña parece aliviar algo esa plaga. Si se cogiera a los enfermos de un hospital y se les diera armas y se les dejase que con ellas tirasen a los peatones desde las ventanas del hospital, puede estarse seguro de que iban a descubrirse algunas curas milagrosas. Así que el ánimo nacional tiene que prosperar gracias a la guerra de Vietnam…el adorable anciano que está a punto de morirse acaba de dar dentelladas a la yugular de la adorable anciana y algunos están empezando a resbalar en la sangre. Y algunos están empezando a deslizarse como serpientes. Vaya, amigo, ¿qué será mejor, ser un asqueroso caníbal o ser un cristiano muriéndose de nausea?”

Alguna vez los católicos Bush, Aznar y otros tan seguros de sus guerras, sus enemigos, sus fobias o sus consejos, alguna vez, repito, ¿habrán sido lectores de Norman Mailer?

Amigo Adrián, hay otro Norman Mailer que me gusta. Precisamente ese joven del que ayer hablaba Bárbara Probst Solomon, ese joven que vivió a tope “los felices cuarenta” y que prestó su coche para escapar de los campos de concentración franquista a unos jóvenes intelectuales españoles….pero esa es otra historia.

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12 de noviembre de 2007
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¿Ha llegado el momento?

Sí, es cierto, la ciudad es ahora un verdadero caos, pero no sólo por los trenes de cercanías. En realidad las cercanías hace decenios que fueron abandonadas por la Generalitat. Cualquier habitante de los múltiples suburbios, pueblos y urbanizaciones que rodean Barcelona puede contar historias terroríficas sobre la conexión con la capital. Esto no es Múnich, ni Milán, ni Toulouse. La Generalitat, obsesionada con sus agonías ideológicas, ha hecho muy poco para que los ciudadanos puedan vivir cómodamente cerca de la capital. En cambio, el resto del territorio, los pueblos y ciudades secundarias, han experimentado un incremento de calidad muy notable. La vieja política de Pujol fue siempre desarrollar todo lo que no fuera Barcelona y reducir la capital, tan híbrida, tan forastera, tan poco nacional, a una ciudad de provincias. Ahora ya es tarde. Cualquiera sabía desde hace años que la vieja ciudad burguesa diseñada para cien familias por las cien familias, era una caja de bombones con aroma belga. Sin embargo, aquellos que osaban decirlo eran inmediatamente tachados de la lista de seres humanos e incluidos en la de enemigos del Régimen. No es fácil ser sincero en este país.

El caos ha traído una exacerbación de la angustia; el fracaso, un incremento de la sensación de impotencia. Nunca como antes los grupos de energúmenos se habían sentido tan justificados y protegidos. Actúan con la convicción de que nadie va a reconvenirles o amonestarles. Su proyecto es crear un ambiente lo más similar posible al del País Vasco, aunque sin mancharse de sangre. Las balas, de momento, sólo se incrustan en fotografías. La táctica pujolista de echar la culpa de todo a los españoles sigue dando frutos. Hace unos días, el anciano político decía que nunca el odio de los españoles contra los catalanes había sido tan fuerte. "Ni en tiempos de Franco", añadía. Era una opinión pasmosa que lleva a preguntarse qué medios de comunicación lee, qué radios oye, qué televisiones mira Jordi Pujol. La exacerbación, la histeria, a veces llamada "crispación", hace mella en los más resentidos. Su hijo, Pujol Ferrusola, que ha heredado la jefatura ideológica del partido (éste sigue siendo un país de empresa familiar), declaraba casi el mismo día que todo nacionalista es independentista "si le queda alguna neurona". No obstante, con lógica daliniana, cuando le preguntaron si creía que Cataluña sería independiente algún día respondió: "No". En todo caso, que Convergencia sea ahora un partido independentista significa un cambio notable en los proyectos de las clases medias y acomodadas de Cataluña, siempre mansas con sus representantes.

La situación se ha estancado en un punto tedioso. Como escribía el notario López Burniol en estas mismas páginas a principios de noviembre, ha llegado el momento de hablar abiertamente con la población sobre la independencia. Lleva toda la razón. No creo que quede otra salida. De una parte, la población está hastiada del despilfarro gigantesco que se comete con la excusa de la "identidad" en detrimento de la vida real; otros ya no pueden soportar más sermones y broncas por no parecer sobradamente catalanes según el modelo de las elites; por fin hay una minoría que se angustia frente a un discurso agotado y teme caer en el abismo. Por esta razón, un partido conservador, católico y burgués como Convergència, ha optado por la vía adolescente. El partido converge hacia Ibarretxe. Ahora son separatistas, aunque mantengan los eufemismos habituales: confederación, asimetría, autodeterminación, soberanismo.El notario López Burniol escribía en su artículo que el primer paso a dar es el de consultar a la población vasca, catalana y gallega sobre este punto. Él añadía a los navarros no sé con qué finalidad, pero está bien, que se incluya quien lo desee. También en esto coincido con él. Sería de desear que se realizara esa consulta bajo un apelativo que justificara su legalidad, con todas las garantías posibles y mediante un periodo de explicación suficientemente largo. Por ejemplo, un año.

Durante ese año los separatistas nos explicarían cómo iba a ser la nueva nación, qué harían con aquellos que desearan seguir siendo españoles, cómo se resolverían los problemas prácticos (propiedades, comunicaciones, fiscalidad, etcétera), qué protección jurídica tendrían los excluidos o sus familias, y cuáles serían las ventajas de semejante paso. Por su lado, los partidarios de continuar con el Estado de las autonomías podrían defender su criterio sobre los efectos de poner fronteras al Ebro. La consulta debería realizarse con todas las garantías, claro está, entre las cuales hay una de difícil negociación: tanto si el resultado es negativo como si es positivo, debería considerarse irreversible.

Yo creo que una consulta semejante puede llevarse a cabo perfectamente en Cataluña y estoy, además, seguro del resultado. Excepto en un porcentaje que no debe de llegar ni al 20% de la población, no creo que ni siquiera los separatistas votaran por la independencia: les crearía problemas. Pero es cosa de averiguarlo. En cambio, dudo de que pudiera llevarse a cabo en el País Vasco. A pesar de los maullidos de Ibarretxe, en su autonomía no hay garantías democráticas para quienes no piensan como él. Mientras muchos de sus oponentes del PSV y del PP hayan de vivir con protección policial, mientras los desdichados políticos que habitan en pueblos con hegemonía fascista no puedan llevar una vida normal, es rigurosamente cínico (o malvado) plantear una consulta a lo Mugabe. Como dice el lehendakari, los vascos y las vascas tienen todo el derecho del mundo a elegir su futuro, por eso justamente lo primero que debería hacer su presidente es garantizarles que lo tienen y que no van a acabar con un tiro en la nuca, expulsados de sus hogares, o molidos a palos.

Desde la experiencia catalana, el discurso nacionalista está acabado, como muestra el continuo incremento de la abstención, y sólo queda el recurso populista a la independencia o la negociación para mantenerse dentro de la actual Constitución de una vez por todas. Prolongar la situación privilegiada de irresponsabilidad de los políticos catalanes sólo trae consigo un deterioro progresivo e imparable de las condiciones vitales de la población. Sobre todo, la del barcelonés, la región más nutrida por las sucesivas inmigraciones que han construido la actual Cataluña. Sin olvidar que de los siete millones de habitantes oficiales de la Comunidad, cuatro viven en ese entorno explotado por los especuladores, desestructurado por los nacionalistas, olvidado por todos los gobiernos y cuyo centro urbano se ha convertido en un campo de concentración del peor turismo europeo.

Como ha sucedido en Québec, donde los nacionalistas han perdido toda credibilidad, lo mejor es, en efecto, consultar a los ciudadanos. Pero dado que los nacionalistas catalanes y vascos no admiten que el resultado de las elecciones democráticas sea el referente de la opinión cívica mayoritaria, vayamos a la consulta popular. Y que gane el menos malo.

Artículo publicado en: El País, 12 de noviembre de 2007.

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12 de noviembre de 2007
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Shopping emocional

Aun cuando no esté mirando hacia allá, uno puede saber que está siendo observado. Y por supuesto los objetos miran con la fijeza del perro sobre el glotón, más todavía si tienen un estante desde el cual agazaparse. “¡Llévame!”, le suplica la figura, y uno intenta ignorarla pero no logra ni quitarle la vista de encima. “¿Qué me ves?”, debería preguntarle, pero se calla porque ya sospecha que aquel objeto sabe demasiado. Por eso le deslumbra desde el ángulo exacto, diríase que con la mueca precisa porque sin duda ha visto de que pie cojea y es de ahí que se apresta a zarandearlo.

He mirado al objeto fulminado por un apego instantáneo, al punto de creer que algún presunto azar objetivo nos ha reunido justamente en este día, a esta hora y en esta tienda. Momento de dudar, observarlo de nuevo, buscarle alguna falla que me libre del compromiso íntimo de comprarlo. Y cargarlo, y cuidarlo, y empacarlo. Pero no lo consigo, de modo que me escudo en el precio: me parece muy caro, y si costara la mitad me parecería entonces demasiado barato. Por no dejar, pregunto al vendedor hasta qué hora estará abierta la tienda y él responde con cierto aburrimiento. Cuántos otros no saldrán de ahí para siempre tras hacerle la misma pregunta. Pero el objeto sabe que volveré, desesperado de ser ya tan suyo sin intentar siquiera hacerlo mío. Y no es más que un objeto, pero alguien dentro anhela darle valor de sujeto.

Lejos ya de la tienda, el objeto regresa como un fantasma, me sigue por el puente como un asaltante, hasta hacerme volver sobre mis pasos como quien lucha ya contra los inminentes diablos del arrepentimiento y recuerda que aún es tiempo de conjurarlos. Porque más que a un objeto he visto a un personaje y me resisto a irme sin él. No sabría decir si lo necesito, pero no puedo verlo sin entenderlo, y eso ya crea una complicidad. Quiero decir que llevo tres años dándole vueltas a un personaje que está encerrado en una casa vacía y sé por qué pero no para qué, y algo me dice que la figura en el estante lo ha comprendido mejor que yo: un hombre todo vestido de negro intenta hacer entrar un corazón gigante por una puerta demasiado estrecha. Siempre que ha de contar una emoción, el empeño del narrador es similar. La glándula no pasa por la puerta, hay que empujar con fuerza y contra todo pronóstico.

Regreso y ahí está, esperándome. Como un niño a las puertas de la escuela. Tengo hambre, papá. Lo reviso otra vez, con cínico deseo. De pronto me parece hasta barato. Pregunto al vendedor si lo puede empacar por mí, de forma que no vaya a hacerse preciso matar a un maletero en el camino a casa. Y es así como días después lo desempaco y vuelvo a ver al sísifo romántico que en vez de cargar piedras empuja corazones: un trabajo sin duda más riesgoso pero bastante menos idiota. Observo la figura y sé que muy probablemente encierra una tragedia, y quién sabría si no una tragicomedia, pues se entiende que un corazón de ese tamaño no pasaría jamás por una puerta así de estrecha. Pero hago una novela y tengo que intentarlo.

Hay un romanticismo tétrico tras este objeto, supongo que por eso le he tomado la foto a media penumbra. Además, no puede uno ir por la calle empujando un corazón en pleno mediodía, la gente se malquista con esos espectáculos. ¿Qué hará el hombre si logra hacer que el corazón cruce la puerta? Quiero creer que ahí empieza la historia. Es posible que haya comprado el objeto sólo para robarle esa historia, y acaso acompañarla de una canción de los Flaming Lips que con suerte me ayudaría otro poco a empujar a la glándula rejega. Un trabajo de locos, pero hay objetos que saben hacerlo.

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12 de noviembre de 2007
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El Boomeran(g)
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