Los hogares ocupados por una sola persona se extienden como un voraz sistema de vida por el mundo occidental y por todo aquél, occidental o no, donde los medios económicos lo permiten y la telecomunicación colabora.
Del proyecto de la familia amplia, densa o bulliciosa, se pasa al apartamento en silencio, expurgado de convivencia, y en donde un solo individuo aspira el contenido de la felicidad de su nuevo prototipo humano sin pareja.
Este sujeto necesita la compañía, ama la comunicación, considera una riqueza poseer contactos y, sin embargo, la más próxima naturaleza de su estar se corresponde con la nueva opción privilegiada de disfrutar la ausencia. De este modo la ausencia no se tiene por una carencia, sino que se iguala a una voluntad de soledad tal como si el ego se temiera a sí mismo y sus veleidades y hubiera medido instintivamente la conveniencia de poseer un espacio para vocear, autocontemplarse, desperezarse, escuchar sus pasos, recomponerse.
De este modo, como mostraban los anacoretas la soledad se acerca a la terapéutica y la ausencia, en paralelo, se adquiere como un bálsamo fundamental. No será la ausencia independiente de la presencia sino justamente como una cura de ella, su contraveneno.
Se goza de la ausencia así como opción de lujo, la valiosa alternativa a estar con los demás y fomentar la ilusión de que acaso pueda lograrse el poder y la autonomía de los dioses.
La ausencia de los demás en la vivienda de un solo sujeto procura a su habitante una sustancia de nata, entre la voluptuosidad del silencio exterior y la sensible presencia que por comparación al tufo de los demás parece una situación engalanada. Engalanada de haber dejado a los demás tras el cierre de la puerta y haber obtenido, de esta operación, el zumo de su ser en estado puro, el zumo esencial derivado de su ausencia.
Los demás serán evocados en diferentes formas y en el mismo ejercicio se experimenta el insólito poder de conformarlos de una u otra forma, acercarlos o alejarlos, borrarlos incluso de nuestro recuerdo u ofrecerles la sobresaliente estancia de su presencia en el sobresaliente lugar que creó su ausencia.


Me alegra que se vean tantas series españolas. Incluso alguna vez trabajé en alguna, pero no soy consumidor ni se me espera. Soy, otra vez, del juego sucio, de Los Soprano. Y de programas llamados de entretenimiento, soy un analfabeto. Y no me importa. Creo que soy rebelde porque el mundo me hizo así. El caso es que antes, cuando fui mejor, más pequeño y más español, me encantaban los programas de concursos. Y los de entretenimiento que presentaban unos vieneses. Incluso las series, americanas, del tipo de El fugitivo, Los intocables. Estoy perdido para la tele. Estoy nostálgico. Soy un tonto, y lo que he visto me hacen dos tontos. 




Sí, el niño ama intrínsicamente la geometría, porque ama la intuición euclidiana que le sirve de soporte. Y seguirá amándola, a menos que una educación literalmente mutiladora de su humanidad le haga sentir que ese mundo está definitivamente perdido para él, o que, a lo máximo, queda un simple rescoldo apto para alimentar la nostalgia... El niño ama la geometría porque su pulsión por ubicar las cosas en el entorno, midiendo y sondeando las distancias entre ellas, es una operación indisociable de su capacidad misma de reconocer e identificar tales cosas. Este vínculo entre la identidad misma de las cosas y su caracterización geométrica, supone que la debilidad en la capacidad de discernimiento en el segundo registro se traduzca en astemia de la capacidad perceptiva general.
No vale la pena extenderse en las diferencias de categoría entre lo enano y lo gigante, lo común y lo colosal. La categoría humana pertenece sólo a lo pequeño y repetido siendo lo grande del orden de la biología, la geología o el cambio climático, cuestiones todas ellas que por su magnitud crean fanáticos, conversos, ciegos y, en definitiva, no enseñan con lucidez nada. Pero ¿es incluso necesaria la enseñanza? La necesidad de aprender se corresponde íntimamente -y tácitamente- con el instinto de sobrevivir. Este es su ahínco y su éxito.