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En la FIL

Se termina hoy, lunes, la Feria Internacional del Libro (FIL) en Guadalajara (México). El evento procura todavía una sensación extraordinaria por la acumulación de libros. No hay otro lugar como éste para tocar papel y vivir la vida tal como la imaginaba Flaubert: «una orgía de lectura». Tampoco se puede negar la dimensión internacional del acontecimiento. El invitado de honor fue Colombia, pero hay espacio para todos. Creo que aparte de Belize (que quizás se esconde), no hubo un ausente. Miles y miles de jóvenes pasaron por el recinto y escucharon las conferencias más tontas o sabias.

Llegando a la FIL, me preocuparon especialmente los jóvenes al descubrir desde la autopista un anuncio gigante de las librerías Gandhi. Hacen mucho por la lectura en México, pero me parece insoportable un anuncio que muestra, escrito en caligrafía, dos palabras repetidas: debo leer, debo leer, debo leer... Nadie tiene que leer. Nadie debe obligarse a leer. Exhibir una publicidad como esta frente a los jóvenes es crear una culpabilidad como camino hacia el placer. No hay una casa de citas o un prostíbulo en toda América Latina que ponga un cartel diciendo debo follar, debo follar, debo follar... Al contrario, promueven el amor, el romanticismo, la discreción compartida, de ninguna manera el intercambio sexual. Hay que acercarse a la lectura como a cualquier otro placer: no es un deber.

De ser joven en la FIL, aparte del anuncio de Gandhi, mi mayor molestia habría sido la presencia ineludible de figuras que tapan por completo el paisaje. Sabemos que en este continente sobran los héroes. Pero sería bueno, ya, decidir que no se hable más de cuatro de ellos por una sola razón: sobredosis. Al salir de Guadalajara propongo la revisión de la publicidad de Gandhi y un pacto de silencio en torno a estas cuatro personas.

1. Frida Kalho. Me gusta su pintura, pero ella, ya no la soporto, con o sin su bigote, dentro o fuera de su casa azul. Está en todas partes, libros de arte, revistas, ensayos, biografías. Su centenario fue interminable. La podemos quitar por un rato y a su elefante de marido también. Es una gran artista. Ambos son grandes artistas, pero basta. Demos espacio a otra pintora.

2. Ernesto Che Guevara. Es otro aniversario interminable: murió hace 40 años. Y se le vuelve a matar cada día en libros, revistas, ensayos, biografías, películas, etc. Quizás sería bueno para la Revolución cubana cocinar otro héroe o por lo menos prescindir de la fotografía del Che por Korda, con su boina, su mirada negra, su cara rígida como el telón del teatro antes de la tragedia. Aquella fotografía está en tantas tapas que todos los libros sobre el Che se parecen a un producto doméstico disponible en múltiples envases. No puedo más.

3. Carlos Slim. No tengo nada en contra de los ricos. Y nada en contra de este señor. Pero ahora que América Latina incluye al hombre más rico del mundo hay una verdadera pasión para entender cómo vive un hombre que goza de monopolios otorgados por un estado. No es una buena propaganda para el capitalismo que supone competencia y riesgo. Tampoco es buena publicidad para México. Esperemos una verdadera acción del presidente Calderón en contra de los monopolios antes de volver a Carlos Slim.

4. Al Gore. Es algo terrible: no hay en América Latina un símbolo del combate contra el recalentamiento de la tierra. Se podría buscar una foca de la tierra del fuego o un mono amazónico, pero por el momento, no hay un animal conocido por todos y amenazado por el cambio del tiempo. Sólo este gringo, ex-vice-presidente, gordito, aburrido y feliz de borrar su derrota en una elección presidencial con un premio Nobel. Estoy harto de su libro, su cara, su DVD, su película, su presencia que nos tapa el planeta.

Me gusta mi nota: arreglar el destino de Gandhi, Khalo, Che, Slim y Gore de un tirón no está mal. Debemos cuidar a los jóvenes.

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3 de diciembre de 2007
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Parejas en la red

El saber común decía: quienes recurren a relaciones románticas por internet son gentes acomplejadas, feas, desesperadas. Poco a poco, la sentencia se va revelando, no obstante, cada vez más falsa. 

Según los últimos datos de la organización Pew Internet and American Life Project, el 61% de quienes persiguen algunos contactos amorosos en Internet no pertenece a la autoconsideración de "desesperados" ni discapacitados. Sencillamente, el procedimiento se ha demostrado eficiente y seguro, compensador, fácil y divertido.  

Y no únicamente para las personas mayores, pasivas o que no salen de casa. 

Uno de cada cuatro "singles" que buscan una pareja - es decir, 16 millones de norteamericanos, usan alguna del millar de webs destinadas a satisfacer la demanda. Y ello incluye, aproximadamente, a un americano de cada cinco en los veintitantos años. Ni maduros, ni ancianos, ni discapacitados o enfermos, todo el mundo. ¿Todo el mundo será incorporado a este intangible mundo? 

El cuerpo, la carne, el muslo, importan mucho pero ¿cómo no pensar que como nunca aquello que no se ve ha venido acaso a significar el primer aliciente azaroso para establecer la comunicación de amor?  

Internet representa, no cabe duda, una revolución en las comunicaciones de todo orden pero ¿llegará incluso a establecer un nuevo orden en la comunicación?

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3 de diciembre de 2007
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La imprescindible mediación por la cultura

La confianza en la introspección, a la que aludía en el escrito anterior, supone, en última instancia, una apuesta radical por la capacidad de auto fertilización de las facultades con las que -por su propia naturaleza- el hombre se encuentra provisto. Así, la cuestión relativa a la que ha de saber un filósofo remite a la interrogación sobre la frontera que separa lo innato y lo cultural; cuestión que se presenta emblemáticamente a la hora de abordar el estatuto del lenguaje humano Pues siendo obvio que sólo habla aquel que se halla innatamente facultado para ello, también lo es que sin esta mediación por los demás que caracteriza al hecho cultural, el ser potencialmente lingüístico no llegará nunca a ser lingüístico en acto. Sólo los bebés de nuestra especie superan (en razón de su innata determinación por las estructuras lingüísticas) la condición de seres carentes de habla. Pero sólo la inmersión en una u otra lengua materna posibilita que acontezca algo tan admirable. Ello es prueba suficiente del enorme peso de la mediación informativa a la hora de responder cabalmente a la condición humana a lo cual aspira siempre el filósofo. En suma la esperanza de alcanzar elevadas cotas de lucidez sustentándose sólo en sí mismo, constituye algo así como una rousseauniana inocencia del filósofo.

Se objetará que el filósofo, en el sentido convencional de la palabra, no responde a este esquema, que ha realizado mediaciones por la historia del pensamiento y concretamente por la historia de los escritos filosóficos. Mas no deja de ser cierto que una vez adquirido ese bagaje, el filósofo se detiene en el esfuerzo, renunciando a adquirir un acerbo procedente de otras disciplinas. Tal actitud explica que una gran parte de la filosofía de nuestro tiempo consista en alguna variante de la llamada hermenéutica, es decir: en un retorno a los textos erigidos en referencia última; actitud que no carece de analogías con la propuesta luterana de confrontar directamente a cada siervo de Dios con la palabra a él referida.

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3 de diciembre de 2007
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Del artista como pavo real

Me divirtió mucho un fragmento del reportaje a Andrés Calamaro que le realizó Oscar Jalil para la última Rolling Stone. Hablando del programa de Peter Capusotto -un disparatado VJ que interpreta en TV el comediante Diego Capusotto-, Calamaro dice: "Reírse de los músicos no es difícil, porque nos morimos ahogados en nuestro propio vómito, nos deprimimos incluso siendo ricos y famosos, nos creemos más importantes de lo que somos... o menos importantes". 

Se me ocurrió que harían falta variantes de Peter Capusotto para reírse asimismo de los actores, directores y escritores, toda gente a la que le (nos) vendría bien un baño de humildad. Por lo general estamos convencidos de haber salido del cerebro de Zeus junto con Venus. Y aunque a alguno le pueda parecer que los escritores conservamos la dignidad mejor que los rockeros (después de todo no solemos salir a la calle con calzas ni noviamos con Britney Spears), es tan sólo porque no nos da el cuero para solventar ciertos excesos. Si hubiera más dinero en danza en el mundo de los escritores -lo cual equivale a más difusión masiva, y por ende a mayor glamour- no tardaríamos en caernos por las fiestas con los ojos delineados, collares de oro y starlets colgadas de los brazos.

Ah, si se pudiese medir el grado de egolatría y de envidia que existe en el gremio... Créanme, más de una vez he sentido que dos escritores estaban a punto de agarrarse de los pelos en público como Kid Rock y Tommy Lee, y por razones mucho menos valederas que Pamela Anderson.

Andamos por la vida dándonos más humos que Botnia, aun cuando ninguno ha escrito Moby Dick o cosa que se le compare. ¡No me digan que no haríamos un magnífico personaje cómico, digno de Dickens o de Rostand! (Ya me estoy poniendo pretencioso otra vez: creo que con suerte daríamos para personaje de Adam Sandler.) 

Pretendemos ser juzgados por parámetros distintos, que muchas veces pasan por intenciones nunca concretadas o por obras ‘incomprendidas'. Pero a fin de cuentas merecemos ser juzgados por la misma vara que mide al resto de la humanidad. Ya lo dijo el evangelista: Por sus frutos los conoceréis. 

No hay nada más agotador que la vanidad.

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3 de diciembre de 2007
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I. El grano de arroz

Para que la imaginación no quede mal, la realidad viene en su ayuda. La empresa VeriChip de Palm Beach, Florida,  fabricante de equipos electrónicos de seguridad, ha empezado a ofrecer a sus clientes un chip de silicón, del tamaño de un grano de arroz, que se coloca debajo de la piel y contiene información relacionada con la persona del portador.

Hasta ahora sirve para entrar a espacios reservados donde se manejan documentos o materiales sensitivos, de manera que al pasar frente a un escáner colocado a la entrada de esos espacios,  la persona que ha sido objeto de la implantación recibe el visto bueno, y la puerta se abre. Se ha empezado a usar, así mismo, para controlar las entradas y salidas de los empleados en una oficina o en una empresa, tarea que antes hacían los viejos relojes marcadores de tarjeta, y para identificar clientes VIP y socios de clubes de acceso exclusivo.

Los pacientes podrán cargar en el grano de arroz toda la información que el médico necesita conocer a la hora de una consulta, o de una emergencia, es decir, su epicrisis, esa larga lista de datos que hasta ahora hay que anotar a mano en un formulario; y además de la historia familiar,  el tipo de sangre, alergias que sufrimos, enfermedades que hemos padecido, medicamentos que tomamos, asuntos que generalmente sabemos de memoria, el grano de arroz sabrá el record de nuestros exámenes de laboratorio, y guardará tomografías y estudios de resonancia magnética, y por supuesto, nuestro ADN.

Pero hay muchas otras aplicaciones para el grano de arroz.



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3 de diciembre de 2007
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Clase I. Cuentos realistas y no realistas

Ya desde el principio se plantea la arbitrariedad de la propuesta: ¿qué cosa es real y qué cosa no lo es? Como explica Anderson Imbert en su Teoría y técnica del cuento, una cosa es la realidad que advertimos a través de nuestros órganos sensoriales y otra, muy distinta, aquella a la que accedemos gracias a la imaginación de un narrador. El narrador filtra esa realidad digamos «real» que observa y de la que nutre su texto a través de las palabras para devolvernos una versión cargada de subjetividad o en todo caso matizada por su observación, pero sobre todo por las palabras que usa (y por cómo las usa). Quiere decir entonces que el escritor, desde el momento en que se apodera de la realidad cotidiana para componer su historia está adulterándola con su participación. A esto, como es de conocimiento de muchos, Mario Vargas Llosa le llama «el elemento añadido».

Pero por lo pronto, y al margen de estas disquisiciones, lo que nos interesa es saber a qué llamamos cuentos realistas y cuentos no realistas, puesto que obviamente la pregunta inicial nos llevaría a planteamientos filosóficos sobre la cualidad primera de lo real y no queremos meternos en tamañas honduras. Digamos que la diferencia entre uno y otro está en el carácter natural o sobrenatural de la historia. Un cuento de gnomos y elfos puede resultar estupendo como alegoría de las relaciones humanas, por ejemplo, pero mal haríamos en interpretarlo al pie de la letra. En cambio un cuento como Algo de comer de Manuel Rivas, encaja bastante bien en las coordenadas de lo real, aún cuando la historia nos resulte algo rara, casi al borde mismo de lo fantástico.

Y es que a veces la frontera entre lo que consideramos literatura realista y aquello que consideramos literatura fantástica puede parecer bastante difusa y a menudo esa sutilidad fronteriza ha ocasionado verdaderas pugnas entre los estudiosos de la literatura. Por ejemplo, ¿han leído Otra vuelta de tuerca, de Henry James? O El ramo azul, De Octavio Paz? Por todo ello, creemos necesario que un escritor advierta dónde se mete, porque para lograr el efecto deseado en un cuento, es imprescindible calibrar muy bien nuestras intenciones...

La Propuesta:

Pero como muchos de ustedes conocen ya esa diferencia - a veces no tan obvia...- entre cuentos realistas y cuentos no realistas, no sería mala idea proponernos establecer dicho contraste en un texto que se quede un poco en la frontera entre lo real y lo fantástico, no decididamente ni lo uno ni lo otro. Además lo escribiremos a partir de las siguientes palabras: "taladro", "mueble", "pañuelo", "bocado", "seda", "portátil" , "fantasmal", "rutilante" y "camino". Estas palabras tendrán que ser usadas rigurosamente en el orden en que se han dado, respetando además género y número, y procurando que entre una y otra haya por lo menos un par de líneas de distancia. Así por ejemplo, puedo empezar diciendo: "Recuerdo que en casa de mi tío Pepe había un taladro..." y continuaremos contando esa improvisada historia hasta la siguiente palabra, que es mueble.

Importante: Los textos no deben exceder dos páginas en interlineado sencillo y se aceptarán sólo hasta el próximo jueves, pues de lo contrario, como ya saben muchos, nos vemos desbordados para revisarlos todos de la mejor manera posible, tal y como queremos. Que tengan un fructífero fin de semana...

El elemento añadido

La verdad de las mentirasVargas Llosa ha planteado una ambiciosa teoría literaria para explicar el proceso del creador, utilizada en sus estudios sobre Flaubert Madame Bovary y la orgía perpetua y sobre Gabriel García Márquez, Gabriel García Márquez, historia de un deicidio, en los que explica mejor y más profundamente lo que él considera «el elemento añadido» «Al traducirse en palabras, los hechos sufren una modificación. El hecho real -la sangrienta batalla en la que tomé parte, el perfil gótico de la muchacha que amé- es uno, en tanto que los signos que podrían describirlos son innumerables. Al elegir unos y descartar otros, el novelista privilegia una y asesina otras mil posibilidades o versiones de aquello que describe...» (La verdad de las mentiras, Seix Barral, 1990)

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30 de noviembre de 2007
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El solitario que somos todos

http://www.elperiodico.com/EDICION/ED071129/CAS/FOTOS/EPP_ND/CARP01/f012bh01.jpgCien años después de descubierto el continente americano, el mundo comenzó a temblar sacudido por un terremoto. Una violencia huracanada se apoderó de Europa, pero la más destructiva era interior y afectaba al espíritu de los humanos. Habían vivido miles de años confiados en que los Inmortales (fueran los dioses clásicos o el Dios cristiano) intervenían en los asuntos terrestres, pero ahora se estaban despidiendo. Los habitantes del planeta iban a comenzar una experiencia agobiante: la de su soledad cósmica. Soledad tanto más insoportable cuanto que el cosmos crecía de forma desmesurada. Cuanto mayor era el universo astronómico, más cruda nuestra soledad.

Uno de los mejores presagios de que debíamos apañarnos sin ayuda externa fueron los Ensayos de Michel de Montaigne, el diario de alguien que, recluido en la soledad de un castillo, escribe sobre sus temores y temblores persuadido de que todo fluye hacia la nada. Mucho antes de que Marx lo dijera, todo lo sólido parecía diluirse en el aire. La consternación de que no pudiéramos conocer nada estable, permanente o duradero, así como la inconstancia de la verdad, se convertía en asunto de estudio.

Montaigne era experto en asuntos humanos: había sido parlamentario y luego alcalde de Burdeos, ciudad donde las matanzas entre católicos y protestantes, así como la peste negra, habían sido feroces y causado espantosa zozobra. La locura abundaba más que la razón; la crueldad más que la caridad; la ira, la vesania reinaban por doquier. Montaigne decidió retirarse a su castillo para tratar de poner por escrito algunos juicios seguros, algo que pudiera mantenerse a flote en el oleaje de aquella tormenta mundial. Sus Ensayos son, hoy más que nunca, una isla de sensatez a la que acudir cuando el crimen, la imbecilidad y el cinismo se nos hacen insoportables.

Sin embargo, todo está en constante fluir y desvanecerse, así que tampoco los Ensayos se libraron de verse sumidos en un torrente de lava. Desde sus primeras publicaciones, entre 1580 y 1595, lo que había nacido con deseo de permanencia se convirtió en otro fluido cambiante e inseguro. Tras la muerte del autor se editó el texto de su hija adoptiva, Marie de Gournay, pero en 1906 los eruditos prefirieron el llamado "manuscrito de Burdeos" con abundante anotación de Montaigne. Las diferencias eran considerables. Y hace diez años los mismos eruditos, con nombres nuevos, decidieron regresar al texto de Marie de Gournay, convencidos de que el viejo Montaigne había intervenido en aquel último y definitivo escrito. Ahora por fin aparece en El Acantilado la edición española del texto completo.

Como muy bien dice su prologuista, Antoine Compagnon, la paradoja es que será más fácil de leer y entender en español que en francés. La lengua de Montaigne, como él mismo había reconocido, estaba en un momento tan fluyente y convulso como la entera sociedad, de modo que los jóvenes franceses sudan tinta para leerlo. La traducción, en cambio, pone a Montaigne en el siglo XXI. Puede parecer una traición, pero también Borges recomendaba a los jóvenes leer Don Quijote en inglés y luego, ya adultos, si habían logrado hacerse con una cultura lin- güística suficiente, podían acudir al original. La traducción de Jordi Bayod Brau es una delicia y, si queda algo de vida en el cadáver de la cultura oficial, deberían otorgarle el Premio Nacional de Traducción por una tarea gigantesca que ocupa casi 1.800 páginas.

Cuando Mitterrand se sometió al fotógrafo para fijar el retrato oficial del presidente, tomó en sus manos el volumen de Montaigne. Uno se pregunta qué autor clásico podrían sostener en sus manos nuestros representantes. Da miedo pensarlo. Es cierto que Cervantes podría cumplir una función similar, pero eso se debe a la edulcoración de una novela que en realidad es la denuncia más salvaje que se haya hecho sobre la locura de los poderosos y el gregarismo de los súbditos. La narración más corrosiva que se conoce ha sido convertida en un cuento infantil para uso de funcionarios. Y, además, Montaigne no es Cervantes. El primero era todavía un humanista que trataba de salvar algo, aunque fuera mediante aquel escepticismo radical que tanto influyó en Josep Pla, su mejor discípulo moderno. El segundo, un profundo nihilista, persuadido de que la insensatez del mundo no tiene remedio. Por eso, en una de las escenas más conmovedoras de toda la literatura, Don Quijote muere en la cama admitiendo su locura como algo inexorable. En cerrado contraste, los Ensayos concluyen con el espléndido tratado sobre la Experiencia, que comienza así: "Ningún deseo es más natural que el deseo de conocimiento", y se cierra con la inscripción que dedicaron los atenienses a Pompeyo: "Eres dios en la medida en que te reconoces humano".

Nuestra naturaleza (el programa genético, dirían los clérigos) nos obliga a conocer porque nos angustia la ignorancia. No obstante, es esa misma naturaleza la que nos convierte en petulantes endiosados que se ponen por encima de los demás en cuanto creen saber alguna cosa. Contra la jactancia solo hay un remedio: aceptar que somos insignificantes, efímeros, fugaces. Razón por la que es imperioso leer los Ensayos.

Artículo publicado en: El Periódico, 29 de noviembre de 2007

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30 de noviembre de 2007
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Una de tipos duros

Seguramente por la dureza de sus personajes, algunos de ellos de pútrida entraña, Élmer Mendoza se ha hecho con una extraña imagen de forajido. Pero es exactamente lo opuesto. Soy incapaz de imaginar a uno solo de sus personajes duros mostrando una sonrisa en tal extremo franca. Vamos, que yo le compraría un carro usado con los ojos cerrados, y no dudo que me lo entregaría con el tanque lleno. 

Hace algo menos de un par de semanas vi a Elmer en Los Mochis, Sinaloa, y me dejó una mosca en la oreja. Había sometido, me contó, su novela al premio Tusquets, que se fallaría aquí, en Guadalajara. Y ahora hace un par de días que me enteré de la noticia: la novela Quién quiere vivir para siempre, de Elmer Mendoza, se había llevado el premio. Por la noche, cuando por fin pude felicitarlo, la sonrisa le había crecido inusitadamente. Se le veía flotar cual si, más que la Virgen, le hablara Janis Joplin al oído. 

Habrá quien crea que es precisa mucha ingenuidad para meter una novela negra a concursar a un premio literario, pero la ingenuidad de Elmer cuenta a su vez con un músculo narrativo macizo y poderoso. He llegado a pensar que no se da cuenta, o que no quiere dársela, pero como lector suyo que soy no me queda sino suponerle un colmillo cuando menos equivalente al de mi favorito entre sus personajes, que es el matón de Un asesino solitario. No es que Elmer sea ingenuo, es que es buena persona y no lo oculta, ni le preocupa. Sabe su juego, y la prueba es que allá, en su Sinaloa, los mismos tipos duros lo respetan. Acaso porque tiene en sus manos su memoria. 

Celebro que Elmer me haya hecho su cómplice, pues ello me permite hacer mía la ingenuidad de creer que acabo de ganarme el premio junto a sus detectives, que según me ha contado son un hombre y una mujer... Ladies & Gentlemen, creo que huele a zaga.

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30 de noviembre de 2007
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Un poco de lujuria

Mi recordado, y lujurioso, amigo Xavier Domingo unía la lujuria a los otros placeres. Beber, comer, etc. Y le gustaba acercarlos a las lecturas y las músicas. Los que quieran saber algo más de éste peculiar gozador a la española, nacido en Barcelona y bien vivido en París, que busquen su libro sobre la erótica ibérica. O sus libros de cocina, Cuando sólo nos queda la comida o De la olla al mole. Pero no era de él de quien quería hablar, se me bifurcan los caminos. No, hoy quería hablar de un escritor que admiraba Domingo y por eso se me cruzan los nombres. Hablo de Pietro Aretino. 

Recatado por la gracia de Luis Antonio de Villena, autor de la traducción, el prólogo y las notas de esta edición hermosamente verde que acaba de aparecer de sus Sonetos lujuriosos. No los dejen cerca de los niños.  

Este libertino que para muchos -dice Villena- fue tenido como un hombre piadoso, bondadoso, jovial y para otros era un chantajista, libelista, pornógrafo y vividor. Admirado o repudiado, tenido por culto y por todo lo contrario, fue un buen representante de un siglo, de una cultura y un tiempo -1492-1556- donde todavía no se habían expulsado ni la vitalidad ni cierto paganismo que no le sientan mal a esa Italia divertida y desvergonzada. 

Vida apasionante de un poeta libertino que cuenta con la excelencia de Villena en el prólogo. Sus sonetos no son de hombres y mujeres en el momento del sexo, son el sexo mismo. Como dice el prologuista son "coños y pichas que se imbrican en goce feliz y natural". 

Me callo y les regalo un soneto de Aretino. Perdón y que se aparten mojigatos y menores: 

"Jodamos, alma mía, jodamos enseguida,

pues todos para joder hemos nacido;

que la polla te gusta y amo el chocho

y el mundo sin eso ni una figa valdría.

Y si post morten joder fuese aún honesto,

diría: De tanto joder nos moriríamos;

y además Adán y Eva aún joderían,

que hallaron un morir tan deshonesto.

-Verdad es lo que dices, que si los bribones

no comieran de aquél fruto traicionero

ardencia los amantes no tendrían.

Más basten ya palabrerías, y hasta el corazón

clava la polla, y haz que el alma se

me parta, que por la polla muere o está viva;

y si posible fuera,

guárdame en el chocho los cojones

que del placer son testigos de primera."

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30 de noviembre de 2007
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La tentación de la introspección

En un párrafo anterior insistía en la necesidad de que el filósofo revise periódicamente sus alforjas a fin de verificar que dispone de los utensilios necesarios para su tarea. Pues bien: una actitud habitual en el filósofo es estimar que los instrumentos en cuestión son generados por la reflexión misma, la cual, a su vez no exigiría otra cosa que las estructuras básicas del lenguaje, algo que cabría llamar bagaje elemental de la humanidad.

En esta perspectiva, el contenido tanto interrogativo como instrumental de la filosofía surgiría en cascada a partir de una Asunción suficientemente radical de la propia condición del ser lingüístico. Así, por ejemplo, la mera lucidez respecto a lo que supone la condición biológica llevaría al problema de nuestra finitud, de ahí al de la finitud del universo (discusión sobre la entropía incluida) y correlativamente al problema del infinito, en sus múltiples vertientes. Este último problema se concretizaría inevitablemente en forma matemática, pero para alcanzar la disponibilidad de los instrumentos matemáticos necesarios bastaría una inserción en sí mismo apuntando a una suerte de platónica reminiscencia.

El diálogo de Platón titulado Menon ha sido siempre considerado un paradigma de este tipo de abordaje. La confianza en que la matemática se encuentra inscrita en lo que constituye la naturaleza misma del ser humano, en aquello que le diferencia de los demás animales, ha constituido desde Pitágoras una suerte de promesa de plenitud espiritual. Pues además de conjeturar que las estructuras matemáticas serían innatas, el filósofo pitagórico-platónico barrunta que, sin ayuda de la matemática, quedan fuera de él las armas conceptuales que permiten enfrentarse a problemas esenciales de lo que intuye ser su profesión. Mas aquí es donde la tentación de limitarse a un método introspectivo adquiere mayor relieve:

Pues aun teniendo clara la exigencia de instrumentos técnicos en el abordaje de su tarea, el refugio en la introspección permite al filósofo soslayar la molesta pregunta sobre la exigencia de informaciones procedentes del exterior, es decir, soslayar la cuestión del aprendizaje, de lo prescindible o imprescindible de la mediación por la cultura científica o artística. Por decirlo brutalmente:

Si al bagaje esencial se accede a través de una suerte de reminiscencia platónica, entonces, a la hora de enfrentarse por ejemplo al problema del espacio, el filósofo se libra de una incursión en la Teoría de la Relatividad, a través quizás de la convencional inscripción en un primer curso de Física. O bien, en otro registro: el problema de la dicción clara, al que se refería Wagner, que puede llegar a sugerir una primacía del lenguaje sobre la música, ¿es o no mediación necesaria para el filósofo que se enfrenta a la interrogación sobre el modo originario del lenguaje?

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30 de noviembre de 2007
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