Vicente Verdú
Los hogares ocupados por una sola persona se extienden como un voraz sistema de vida por el mundo occidental y por todo aquél, occidental o no, donde los medios económicos lo permiten y la telecomunicación colabora.
Del proyecto de la familia amplia, densa o bulliciosa, se pasa al apartamento en silencio, expurgado de convivencia, y en donde un solo individuo aspira el contenido de la felicidad de su nuevo prototipo humano sin pareja.
Este sujeto necesita la compañía, ama la comunicación, considera una riqueza poseer contactos y, sin embargo, la más próxima naturaleza de su estar se corresponde con la nueva opción privilegiada de disfrutar la ausencia. De este modo la ausencia no se tiene por una carencia, sino que se iguala a una voluntad de soledad tal como si el ego se temiera a sí mismo y sus veleidades y hubiera medido instintivamente la conveniencia de poseer un espacio para vocear, autocontemplarse, desperezarse, escuchar sus pasos, recomponerse.
De este modo, como mostraban los anacoretas la soledad se acerca a la terapéutica y la ausencia, en paralelo, se adquiere como un bálsamo fundamental. No será la ausencia independiente de la presencia sino justamente como una cura de ella, su contraveneno.
Se goza de la ausencia así como opción de lujo, la valiosa alternativa a estar con los demás y fomentar la ilusión de que acaso pueda lograrse el poder y la autonomía de los dioses.
La ausencia de los demás en la vivienda de un solo sujeto procura a su habitante una sustancia de nata, entre la voluptuosidad del silencio exterior y la sensible presencia que por comparación al tufo de los demás parece una situación engalanada. Engalanada de haber dejado a los demás tras el cierre de la puerta y haber obtenido, de esta operación, el zumo de su ser en estado puro, el zumo esencial derivado de su ausencia.
Los demás serán evocados en diferentes formas y en el mismo ejercicio se experimenta el insólito poder de conformarlos de una u otra forma, acercarlos o alejarlos, borrarlos incluso de nuestro recuerdo u ofrecerles la sobresaliente estancia de su presencia en el sobresaliente lugar que creó su ausencia.