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Marte (1)

Hoy miércoles (en que escribo las líneas del jueves) he leído en elpais.com que el "martes" el planeta "Marte" (una coincidencia que parece hecha adrede) se encontraba en el punto más próximo a la órbita de la Tierra y durante 36 horas el telescopio gigante Hubble ha estado captando fotos con las que se ha compuesto una imagen bastante clara de la superficie marciana. A mí en el fondo lo que más me interesan son estas cosas del espacio interestelar, donde todo es o muy pequeño o descomunal, o tan oscuro que casi no existe (¿existe o no existe la materia oscura?) o muy brillante. Resulta bastante impresionante ese agujero negro que se está zampado una galaxia entera (cuyo tamaño ni siquiera somos capaces de imaginarlo), y nosotros aquí con nuestras tonterías. El chorro de radiación y partículas se ve con bastante nitidez en la fotografía de la NASA, pero nos han tranquilizado diciendo que está tan lejos de nosotros que no tenemos por qué preocuparnos, así que podemos seguir con el día a día, o sea, con nuestras zancadillas, envidias, rencores y de vez en cuando con algún enamoramiento que otro, que es la mejor manera de creer que uno ha venido a este mundo para algo.

A mí hay días que se me olvida mirar el cielo por la noche, y cuando caigo en la cuenta me da mucha rabia porque me he perdido la noción de dónde estoy, me he olvidado de la sensación de estar dando vueltas por el universo en una bola que milagrosamente me sostiene (por cierto ¿hacia dónde vamos?), y he recorrido el camino de mi casa hacia no sé dónde, y he hablado con no sé quién, y algo me ha puesto de mala leche, y otra cosa me ha hecho reír, y he escrito, y todo esto está muy bien, pero no basta, queremos saber más, queremos saber qué pasa con Marte. Sé que en nuestra bola hay tantos problemas horribles que pensar en Marte es una frivolidad y una manera de evadirse. Pero a mí la evasión me encanta, si pudiera, estaría todo el día evadiéndome hasta que el chorro de partículas me engulla.

Hasta mañana.

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20 de diciembre de 2007
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Donde hubo plumas

Los levantan del suelo, por la noche, literalmente sin decir ni pío. No habrán dado las dos cuando ya los primeros están en el camión, amontonados dentro de jaulas de madera que durante horas viajarán apiladas. En la granja son más de cien mil, distribuidos en gigantescos corrales diseñados para albergar veinte mil pollos cada uno.

     Los hombres del camión han llegado listos para vaciar un corral entero. Los alzan de las patas, aprovechando la somnolencia y el aturdimiento imperantes. Se los van colocando entre los dedos, hasta que cargan cuatro en cada mano. De ocho en ocho, hasta hacer veinte mil. Dos mil quinientos viajes al camión, a lo largo de tres o cuatro horas corridas. Luego viajar al rastro y descargar las jaulas. Vida de cargapollos.

     A los pollos ya no se les cría; se les revoluciona. Del cascarón al rastro, un pollo criado en condiciones normales vive doce semanas. Pero los productores quieren abatir costos, de modo que alimentan a sus pollitos entre ocho y diez veces diarias, a través de unas bandas transportadoras que recorren completo el corral, y cuya sola puesta en marcha les provoca el impulso pavloviano de salivar y volver a comer. Con nueve revolucionadas semanas de vida, los avechuchos lucen tan corpulentos que va siendo hora de llamar al camión...

     Un pollo acostumbrado a comer cada tres horas desecha la comida casi entera, de forma que el granjero se la vuelve a servir. Se engaña así al metabolismo igual que al aparato digestivo, y una vez más se abaten los costos. Cuando alguno se enferma, el granjero lo aísla y llama al veterinario. Hay, detrás del corral, un altero de pollos muertos y moribundos, esperando que llegue el doctor a revisarlos y acaso prevenir a tiempo la epidemia, que tal como su nombre lo indica es una muy costosa calamidad.

     Se sabe que el pollito está enfermo o herido porque sufre el asedio de los otros, que lo agreden a picotazos, y en un descuido acaban devorándoselo. Más que sólo picar, le arrancan pedacitos de carne. Lo mismo pasa si el pollo es distinto, empezando por el color de las plumas. En la granja repleta de pollos blancos, uno gris o café difícilmente llegará a las nueve semanas. Si los cerdos castigan la extranjería, los pollos no perdonan la diferencia.

     Las granjas de postura no son menos espeluznantes. Las gallinas viven en jaulas de metal poco más grandes que ellas, con un agujero en la parte baja, por el cual sale y rueda cada huevo hacia una canal. Aun con las limitaciones de espacio que se le imponen, podría la gallina romper el huevo de un picotazo, si los granjeros no le hubieran cortado el pico. Hay una indignidad grotesca en la visión de todos esos picos sin pico, cacareando impotencia vitalicia.

     (Durante un tiempo cercano a las cuarenta semanas, las gallinas ovulan diariamente, tras lo cual un descanso de varias semanas las haría productivas por unos meses más, pero los contadores aconsejan abatir esos costos y enviarlas de una vez al matadero.)

     Recuerdo que en las fiestas escolares -aborrecía ir, más todavía si ocurrían en el patio del pútrido colegio- había siempre un puesto de concursos donde se daba como premio un pollito vivo. Regresar a la casa con un par de mascotas de días de nacidas diciendo pío-pío parecía un privilegio del destino, hasta que horas o días después se me morían. ¿Qué crees, hijo?, disparaba mi madre, compungida, camino de la casa, y yo sabía ya de lo que hablaba. Si quería, podía enseñarme dónde lo había enterrado...

     Un pollo rostizado se vende por el equivalente a seis latas de Coca-Cola. Vienen todos sin plumas, ni patas, ni cabeza. Son carne a la que sólo diferenciamos por el sabor. La pierna, la pechuga, el muslo. Cuando un niño se enferma del estómago, los padres lo alimentan de pollo cocido. Cuando un niño parece original a los ojos de los demás niños, su suerte se asemeja a la del pollo pardo. ¿Y quién ha oído hablar de un pollo afortunado? La única ventaja de los pollos consiste en no saber que son pollos.

 

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20 de diciembre de 2007
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Pasolini, ese vivo

El otro día, en compañía de Vicente Molina Foix- que tiene nuevo libro de cine y humedades del que hablaré otro día- estuve presentando un nuevo, rescatado, libro del admirable en muchos frentes creativos Pier Paolo Pasolini.

Un libro homenaje/idea de uno de los muchos pasolinianos que andan por varios mundos. Una idea de un fotógrafo francés para rescatar un relato que Pasolini hizo durante el verano del 59 para una revista italiana.  La revista se llamaba "Sucesso" y era un semanario ilustrado. Durante un verano Pasolini, y un fotógrafo que nunca nombra, recorrieron toda la costa. El relato es admirable, lleno de miradas del poeta que era el cineasta y filólogo Pasolini. También demuestra ser un peculiar, sagaz y certero, narrador de una manera de hacer periodismo que está casi en el recuerdo de otros tiempos, otras lecturas, otras fotografías.

El libro, como el reportaje, se llama "Larga carrera de arena", las fotos de Philippe Séclier, son magníficas. Y el texto es de una belleza extraña, de un paseo por un mundo que ya no existe. No está ya ese mediterráneo, ni esos pueblos, ni ese paisaje, ni ese paisanaje que vio Pasolini. Es un libro sobre el pasado...y sin embargo, ¡tan vivo! Así es el arte. El cineasta, que todavía está tan presente en el cine en casa, en el cine en las filmotecas, en el cine que no se olvidará- unas más que otras, es verdad- está vivo por muchas más cosas. Por su poesía. Su cine, sus libros y por él mismo. Por su dignidad ciudadana, por su ejemplo de estética y compromiso. Y también, porqué no decirlo, por su absurda muerte. Su injusta, terrible y enigmática muerte.

Pues por eso, y por muchas cosas más Pasolini sigue vivo. Y sigue su realidad, y su mito, viva y vibrante para jóvenes que están muy alejados en el tiempo de su vida, su obra y su pensamiento. Fue una de las referencias de mi generación, y de la anterior, lo que no sospechaba, lo que alegró el otro día es que también sigue siéndolo de otras que ahora tienen la edad del joven Pasolini que aparece en éste libro. Sigan a ese hombre. No hace falta vivir peligrosamente como seguramente él vivió con su sexualidad pero no viene mal seguirle en lo demás. Rejuvenece.

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20 de diciembre de 2007
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Deslumbramiento y sombras

J.M.W. Turner, “The Evening Before the Deluge”, 1843Rafael Argullol: Todo lo que hemos llamado literatura, absolutamente todo, es un intento de buscar ese momento en que se superpongan las sombras que tenemos delante y detrás.


Delfín Agudelo: Hablar de la sombra es abordar el enigma. Y ese enigma es el velo de Isis, mella y oscuridad. ¿Cómo unir las sombras? ¿Cómo hacer uno el delante y el detrás, pasado y futuro?

R.A.: Como te decía antes, desde el punto de vista físico hago coincidir el descubrimiento de la sombra con el descubrimiento de la experiencia. Para mí el niño no se convierte en ser humano cuando adquiere la edad de la razón, sino que el niño está en el umbral de convertirse en adulto en el momento en que descubre que tiene una sombra, es decir, cuando ve los matices, los colores del día. En ese sentido hay un poema maravilloso que es el "Cementerio marino" de Paul Valéry, en el cual se plantea el deslumbramiento absoluto cuando llegamos a una especie de unión mística o metafísica en la que desaparece la sombra: el mediodía. Pero en el momento del total deslumbramiento del mediodía, no hay experiencia, y tampoco hay expresión. Lo que hace Valéry es cambiar la experiencia del deslumbramiento por la de nadar en el agua, notar el contraste de la sensación. Nosotros podemos expresar porque no eJ.M.W. Turner, “The Morning After the Deluge”, 1843stamos poseídos por el deslumbramiento sino por un mundo en el que hay sombras, hay colores, hay matices. Y el segundo descubrimiento de la sombra es cuando te dices: no solamente el sol se proyecta detrás de mí, sino que hay una sombra formada por mis anhelos, por mis deseos, por mis interrogantes, por mis placeres, por mis enigmas, que está colocada delante de mí. Es una sombra que en cierto modo he ido construyendo yo mismo, es la sombra de la experiencia. La otra es una sombra universal, la que queda detrás nuestro. En la medida en que puedan llegar a coincidir, se realiza el proyecto ideal de la experiencia humana. En ese sentido, el artista juega con una materia prima que comparte con los demás y con algo que él mismo va construyendo, con su propia sombra personal.
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20 de diciembre de 2007
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Regreso al pasado

Cuando yo era chico casi todo lo bueno tardaba horrores en llegar. Delicias del vivir en la periferia. Las películas de las que oía hablar y que se premiaban internacionalmente podían tardar meses en estrenarse en Buenos Aires. Los libros de los que leía comentarios exultantes podían demorar años en ser traducidos, o no llegar ni siquiera en sus versiones originales a las librerías ‘de importados'. En aquel entonces los lanzamientos internacionales no estaban bien sincronizados, ni existían los DVDs ni tampoco internet -lo cual nos vedaba la posibilidad de bajarnos material a lo bruto, como hace tanta gente que conozco...

Ayer tuve un flashback de esa época cuando leí una producción de la gente de The Onion sobre las mejores películas del año 2007 y descubrí que no había visto casi ninguna. No Country for Old Men, la última de los Coen? Aquí no se estrenó aún. /upload/fotos/blogs_entradas/into_the_wild_movie_poster_.jpg¿El musical low-fi Once? Tampoco. There Will Be Blood, la nueva de Paul Thomas Anderson con Daniel Day Lewis? Menos. ¿Atonement, la película basada en la novela de Ian McEwan? Ni señales. ¿Sweeney Todd, o sea Tim Burton recreando el musical de Stephen Sondheim? Algún día. ¿Into the Wild, la última de Sean Penn como director? No he visto ni afiches de promoción en los cines. ¿The Savages, Persépolis, I'm Not There, Juno, Before the Devil Knows You're Dead, The Diving Bell and the Butterfly, Dan in Real Life? Sólo Dios sabe. ¿Será que nos están volviendo al pasado de sopetón, por tener la caradurez de insistir con el Mercosur y fotografiarnos con Hugo Chávez?

De la larguísima lista apenas vi Zodiac, Ratatouille y Gone Baby Gone, que están realmente muy bien. El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford la estrenaron pero se me escapó. (Mi hija Milena todavía me está maldiciendo porque esa noche elegí ver Superbad.)

La única parte buena del asunto es esta maravillosa sensación de que después de una larguísima sequía (que al menos en el caso del cine argentino seguirá siendo sequía por muchos meses más), se viene una tonelada de películas sabrosas.

Pocos placeres más disfrutables que el de la anticipación.

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19 de diciembre de 2007
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Liberté, Egalité et Frivolité

 

Cuántos milenios habrán sido necesarios para educar el hábito del pudor. Cuántos hombres avergonzados por haber hecho el ridículo han caído de bruces. Y por ello: cuánta sorna entusiasmada destruyendo reputaciones.

No podemos evaluar el coste de la adaptación evolutiva a un medio tan equívoco como el nuestro: feroz y oportunista. El hombre es una maquinaria perceptiva sometida a incertidumbres desesperanzadas. ¿Qué consecuencias tiene lo que hago? ¿Qué significa lo que veo? El esfuerzo sostenido por educar al cuerpo y su desordenado magma de instintos y deseos nos ha hecho ser lo que somos. No es gran cosa, desde luego, pero la pérdida del pudor -la contención elegante- nos augura una vulgar decadencia.

El idilio de Sarkozy con la bella cantante y modelo Carla Bruni pertenece al orden del espectáculo social: trozos de la vida privada puestos a merced del contribuyente. Para Sarkozy es una maniobra publicitaria, otra más de sus promociones entre el gran público. Aunque para ésta masa inquieta y anónima, el alarde donjuanesco del Presidente de la República Francesa es un ejemplo de lo que hoy permite el triunfo, el poder y la fama: presumir de todo aquello que antes sólo podía gozarse en la intimidad. Pues la reprobación moral era insalvable.

Aunque la más firme restricción al impudor no procede de los vigilantes de la moral ajena sino, precisamente, de un cierto género de convicciones republicanas: la noción que un ciudadano tiene de la dignidad pública y de la austeridad con que debe administrarse el poder. ¿Tolerarán los republicanos franceses tanta frivolidad a su Presidente?

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19 de diciembre de 2007
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I. Sepulcros blanqueados

Predicar con el ejemplo es uno de los más viejos adagios de la humanidad, y desde que a alguien se le ocurrió la proclamación de un mundo nuevo en el que las riquezas y las vanidades ostentosas deben ser desterradas del uso cotidiano, lo primero que seduce es la estricta honestidad de quien habla.

Imaginen a un profeta moderno que llama a vivir en humildad y pobreza, hablando desde el volante de un Mercedes, o a un anacoreta que recuerda la necesidad de sacrificar el gusto y alimentarse en base a una dieta de langostas del desierto y mil silvestre,  tal como San Juan Evangelista, fotografiado mientras come en un restaurante de lujo langostas de las otras, a la Termidor. O a quien exige despreciar la sensualidad de la vestimenta como una veleidad, luciendo corbatas Gucci.

Es lo que ha pasado con no pocos de los famosos teleevangelistas de Estados Unidos, cogidos in fraganti no pocas veces en actos de grave pecado contra sus proclamaciones en cuanto al lujo, el sexo y la gula, culpables de adorar a los dioses de la sociedad hedonista en que vivimos mientras exigen rectitud  espartana a sus ovejas.

Sepulcros blanqueados, dicen los Evangelios. ¿Y los políticos?

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19 de diciembre de 2007
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Rasgos elementales de lo físico

Como en la anterior reflexión había ya entrado en materia de filosofía de la naturaleza, seguiré por este camino, aunque algo más adelante se introducirá consideraciones vinculadas al lazo entre filosofía y política. Por otra parte, las características mismas de este medio hacen que sea necesario a veces introducir digresiones que alejan por un momento el tema que se está tratando. Haré un esfuerzo para que todo ello no haga sacrificar en demasía el proyecto de ofrecer aquí una suerte de inventario de problemas filosóficos y un esbozo de los instrumentos que se han de manejar para abordarlos. Hoy empezaré considerando una de las palabras mayormente presentes en la jerga filosófica.

Utilizamos con frecuencia expresiones vinculadas a la palabra ente sin saber demasiado lo que queremos decir, y ello en razón misma de la excesiva generalidad: Un periodista puede escribir: "el ente autónomo Radio Televisión Española está amenazado por la política gubernamental". Y un abogado afirmará: "x carece de entidad jurídica para constituirse en parte". En ambos casos hay referencia a abstracciones, entendiendo (en este caso preciso) por tales lo designado por conceptos sin correlato físico.

Cuando hacemos referencia a estos últimos creemos tener relativamente claro lo que tenemos en mente: una entidad física es material, diremos de entrada. Mas si se nos pregunta qué quiere decir material, no es seguro que la respuesta sea evidente. Desde luego es material la mesa sobre la que reposan mis cuartillas y las cuartillas mismas, y el bolígrafo que sobre ellas se desliza. Y también son materiales los rasgos que forman las letras que se van configurando. Mas surge una pregunta: ¿es material asimismo la superficie de la mesa, y la de la cuartilla, la del bolígrafo, y hasta, si se me apura, la superficie de las letras?

Entra aquí un embrión de duda. Por una parte es evidente que sin materia no hay superficie, de tal manera que, en términos lógicos, cabe decir: superficie implica materia. Evidente parece asimismo que toda entidad material presenta una superficie, siendo pues también válido: materia implica superficie. Indisociables pues los conceptos de superficie y de materia, pero la cuestión no está zanjada:

No nos vinculamos a la superficie de la misma manera que nos vinculamos a la mesa misma. Y sobre todo, no nos conformamos en nuestras vidas con la superficie de las cosas, por mucho que la primera sea en ellas lo más inmediato, lo más aparente. Queremos, en suma, la sustancia de las cosas materiales y sentimos, como en una de estas reflexiones se decía, que simplemente lo superficial no es sustancial.

Mas ¿qué es lo que distingue a lo sustancial y material de lo superficial y fenoménico? ¿Cuáles son los rasgos más generales, los rasgos mínimos que permiten afirmar que lo que se presenta ante nosotros es material?

Como hemos visto, a esta pregunta se confronta Aristóteles en su Física y también se confrontan los clásicos de la física, aquellos a los que debemos las fórmulas elementales que aprendimos quizás en nuestros años escolares -Galileo y Newton en primer lugar-, y los grandes de la física del siglo XX.

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19 de diciembre de 2007
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La opinión del jamón

Entendí a las personas cuando supe cómo eran los cerdos, aunque eso ya fue mucho tiempo después. Mi abuela me contaba de su muerte espantosa, con el cuerpo ya abierto y todavía chillando. Decía el refrán: A chillidos de puerco, oídos de matancero. Luego supe que chillan desde antes, nada más se dan cuenta que van a matarlos. ¿Quién no, pues? Cuando sea grande -me decía, convencido de que uno muda de tamaño sin cambiar de opinión- voy a dedicarme a visitar carniceros, para pedirles que no vendan carne de puerco. Sabía casi nada sobre cerdos y muy poco de seres humanos.

     No es que haya exactamente cambiado de opiniones, sino que con el tiempo se hicieron flexibles. Fue así como no sólo abandoné la idea de recorrer carnicerías, sino que me hice colaboracionista de los matanceros. Suena fuerte para quien a la fecha nunca ha pisado un rastro, ni hizo más que unos cuantos anuncios para vender pollo, pero así lo sentí la mañana en que nos llevaron a recorrer las granjas.

     El guía nos contó que además de cientos de granjas de pollos y gallinas, la empresa poseía también granjas de cerdos. Otro día, si queríamos, nos llevaría. Tal vez después haríamos anuncios. ¿Y ahí estaría yo, enviando cochinitos al matadero? Todavía horrorizado por la idea, escuché al guía explicar cómo se hace para reducir la mortandad durante la crianza de cerdos: basta con no cambiarlos de corral. Que aquellos que han crecido y vivido juntos sigan así hasta la hora de su muerte atroz. De otro modo, se entabla entre los inquilinos y los recién llegados una rivalidad que comienza a mordidas y termina en tocino prematuro. 

     ¿Quién va a comer primero? ¿Quién va a gozar de los favores de la cochina más apetitosa? ¿Quién va a dormir en el mejor lugar? Me pongo en el lugar del cerdo residente, luego en el del transferido, y entiendo que no hay más salida que la guerra. No necesito hacer un gran esfuerzo para asumir la angustia del animal recién llegado a un corral agreste, cuyos códigos no conoce en absoluto y donde nadie está dispuesto a respetarlo. En la infancia, un mal cambio de escuela podía resultar así de violento. ¿Quién, que ingrese a la cárcel sin dinero, no enfrentará un infierno similar?

     En su Rumble Fish, ñoñamente traducido como La ley de la calle, Francis Ford Coppola cuenta la fábula de un pandillero joven que sólo luego de un viaje a la costa entiende que los peces de pelea no lo son por naturaleza, como por circunstancia. En la pecera luchan, en el río se toleran. El cautiverio los orilla a poseer el espacio. Tratar de avasallar al otro igual que los cuchillos del matancero se imponen sobre las ganas de vivir del cerdo.

     Una de las ventajas de ser gente y no cerdo es que no necesita uno del corral para sacar las uñas como fiera cautiva. Basta con que un prejuicio o un atavismo idiota le tapen los oídos para que ya no escuche ni sus propios chillidos. El matancero levanta el cuchillo con la certeza de pertenecer a una especie superior, pero a juzgar por la evidencia sabe uno ser bastante más bruto que los cerdos, y más cerdo también. Somos, unos y otros, animales conservadores, al menos mientras nos miramos cautivos. "Pese a toda mi rabia sigo siendo una rata en una jaula", chillaba la canción de los Smashing Pumpkins. ¿"Pese a"? ¿Y si fuera por eso?

     Desde aquella mañana reveladora, cada vez que me topo con una situación inusualmente hostil, imagino a mis malquerientes automáticos gruñendo desde el fondo del corral. ¡Oink!, gritan, iracundos, como diciendo "estábamos mejor sin ti". Pero no los escucho, la rabia gratuita me da claustrofobia. Quisieran encerrarme en su corral, para una vez allí arrancarnos pedazos de chamorro a mordidas. Y allí sí que he cambiado de opinioink.

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19 de diciembre de 2007
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Cafés y cafeterías

Frente a los bares, los cafés son otro mundo y tienen nombres famosos. El Gijón, Barbieri, el Comercial, el de Oriente. Es muy agradable citarse en un café con alguien que te apetece ver, aunque agradecería asientos más cómodos. Más sofás y sillones y menos sillas, porque a este tipo de local se viene a echar por lo menos una hora y cuando llevo tanto tiempo en una silla con las piernas cruzadas y sin saber qué hacer con los brazos me dan ganas de sacar el ordenador y empezar a trabajar. En la silla nos sentamos para algo concreto. Para comer, para escribir, para esperar en una consulta, para estudiar en la biblioteca, pero no para algo tan vago como charlar o contemplar a los otros sin ningún objeto ni finalidad. Para eso necesitamos un material más mullido, donde el cuerpo pierda rigidez y se abandone un poco. De acuerdo que recostados en cojines y tapizados blandos nos arriesgamos a que se nos descontrole algún michelín que otro y a que se nos desmadre la papada, pero también es cierto que las facciones se relajan y la sonrisa se forma sin esfuerzo y que el tiempo nos importa menos. /upload/fotos/blogs_entradas/inteligencia2.jpgTal vez sería el momento de profundizar en este asunto ahora que tan de moda está el lenguaje del cuerpo. En el fondo, sentimos debilidad por lo blando. Como explica Malcolm Gladwell en su interesante y entretenido libro, Inteligencia intuitiva (Taurus), la imagen de nuestra época puede quedar resumida en los guantes con que Disney ocultó las pezuñas de Mickey Mouse. A quien lo lea le recomiendo el capítulo "La silla de la muerte", que va más allá de los rellenos de goma espuma para adentrarse en la comodidad y vagancia de criterio que nos invade.

Y hablando de vagancia, nunca entendí por qué existiendo el tradicional "café", hubo un momento en que se impuso la "cafetería", con nombres de resonancias mundanas como Manila o California, donde la gente iba a merendar con una parsimonia que te mueres. Ya no existen muchas de ellas, no han resistido bien nuestro actual ritmo de vida, parece que  ya no nos gusta citarnos para hablar horas y horas, ahora eso se hace por Internet y se rehúye el cara a cara, que se deja para asuntos prácticos y momentos escogidos. Ahora cada uno tiene su blog donde dice lo que quiere y no tiene por qué perder el tiempo. 

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19 de diciembre de 2007
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