Marcelo Figueras
Cuando yo era chico casi todo lo bueno tardaba horrores en llegar. Delicias del vivir en la periferia. Las películas de las que oía hablar y que se premiaban internacionalmente podían tardar meses en estrenarse en Buenos Aires. Los libros de los que leía comentarios exultantes podían demorar años en ser traducidos, o no llegar ni siquiera en sus versiones originales a las librerías ‘de importados’. En aquel entonces los lanzamientos internacionales no estaban bien sincronizados, ni existían los DVDs ni tampoco internet -lo cual nos vedaba la posibilidad de bajarnos material a lo bruto, como hace tanta gente que conozco…
Ayer tuve un flashback de esa época cuando leí una producción de la gente de The Onion sobre las mejores películas del año 2007 y descubrí que no había visto casi ninguna. No Country for Old Men, la última de los Coen? Aquí no se estrenó aún. ¿El musical low-fi Once? Tampoco. There Will Be Blood, la nueva de Paul Thomas Anderson con Daniel Day Lewis? Menos. ¿Atonement, la película basada en la novela de Ian McEwan? Ni señales. ¿Sweeney Todd, o sea Tim Burton recreando el musical de Stephen Sondheim? Algún día. ¿Into the Wild, la última de Sean Penn como director? No he visto ni afiches de promoción en los cines. ¿The Savages, Persépolis, I’m Not There, Juno, Before the Devil Knows You’re Dead, The Diving Bell and the Butterfly, Dan in Real Life? Sólo Dios sabe. ¿Será que nos están volviendo al pasado de sopetón, por tener la caradurez de insistir con el Mercosur y fotografiarnos con Hugo Chávez?
De la larguísima lista apenas vi Zodiac, Ratatouille y Gone Baby Gone, que están realmente muy bien. El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford la estrenaron pero se me escapó. (Mi hija Milena todavía me está maldiciendo porque esa noche elegí ver Superbad.)
La única parte buena del asunto es esta maravillosa sensación de que después de una larguísima sequía (que al menos en el caso del cine argentino seguirá siendo sequía por muchos meses más), se viene una tonelada de películas sabrosas.
Pocos placeres más disfrutables que el de la anticipación.