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La opinión del jamón

Por 19 de diciembre de 2007 Sin comentarios

Xavier Velasco

Entendí a las personas cuando supe cómo eran los cerdos, aunque eso ya fue mucho tiempo después. Mi abuela me contaba de su muerte espantosa, con el cuerpo ya abierto y todavía chillando. Decía el refrán: A chillidos de puerco, oídos de matancero. Luego supe que chillan desde antes, nada más se dan cuenta que van a matarlos. ¿Quién no, pues? Cuando sea grande -me decía, convencido de que uno muda de tamaño sin cambiar de opinión- voy a dedicarme a visitar carniceros, para pedirles que no vendan carne de puerco. Sabía casi nada sobre cerdos y muy poco de seres humanos.

     No es que haya exactamente cambiado de opiniones, sino que con el tiempo se hicieron flexibles. Fue así como no sólo abandoné la idea de recorrer carnicerías, sino que me hice colaboracionista de los matanceros. Suena fuerte para quien a la fecha nunca ha pisado un rastro, ni hizo más que unos cuantos anuncios para vender pollo, pero así lo sentí la mañana en que nos llevaron a recorrer las granjas.

     El guía nos contó que además de cientos de granjas de pollos y gallinas, la empresa poseía también granjas de cerdos. Otro día, si queríamos, nos llevaría. Tal vez después haríamos anuncios. ¿Y ahí estaría yo, enviando cochinitos al matadero? Todavía horrorizado por la idea, escuché al guía explicar cómo se hace para reducir la mortandad durante la crianza de cerdos: basta con no cambiarlos de corral. Que aquellos que han crecido y vivido juntos sigan así hasta la hora de su muerte atroz. De otro modo, se entabla entre los inquilinos y los recién llegados una rivalidad que comienza a mordidas y termina en tocino prematuro. 

     ¿Quién va a comer primero? ¿Quién va a gozar de los favores de la cochina más apetitosa? ¿Quién va a dormir en el mejor lugar? Me pongo en el lugar del cerdo residente, luego en el del transferido, y entiendo que no hay más salida que la guerra. No necesito hacer un gran esfuerzo para asumir la angustia del animal recién llegado a un corral agreste, cuyos códigos no conoce en absoluto y donde nadie está dispuesto a respetarlo. En la infancia, un mal cambio de escuela podía resultar así de violento. ¿Quién, que ingrese a la cárcel sin dinero, no enfrentará un infierno similar?

     En su Rumble Fish, ñoñamente traducido como La ley de la calle, Francis Ford Coppola cuenta la fábula de un pandillero joven que sólo luego de un viaje a la costa entiende que los peces de pelea no lo son por naturaleza, como por circunstancia. En la pecera luchan, en el río se toleran. El cautiverio los orilla a poseer el espacio. Tratar de avasallar al otro igual que los cuchillos del matancero se imponen sobre las ganas de vivir del cerdo.

     Una de las ventajas de ser gente y no cerdo es que no necesita uno del corral para sacar las uñas como fiera cautiva. Basta con que un prejuicio o un atavismo idiota le tapen los oídos para que ya no escuche ni sus propios chillidos. El matancero levanta el cuchillo con la certeza de pertenecer a una especie superior, pero a juzgar por la evidencia sabe uno ser bastante más bruto que los cerdos, y más cerdo también. Somos, unos y otros, animales conservadores, al menos mientras nos miramos cautivos. "Pese a toda mi rabia sigo siendo una rata en una jaula", chillaba la canción de los Smashing Pumpkins. ¿"Pese a"? ¿Y si fuera por eso?

     Desde aquella mañana reveladora, cada vez que me topo con una situación inusualmente hostil, imagino a mis malquerientes automáticos gruñendo desde el fondo del corral. ¡Oink!, gritan, iracundos, como diciendo "estábamos mejor sin ti". Pero no los escucho, la rabia gratuita me da claustrofobia. Quisieran encerrarme en su corral, para una vez allí arrancarnos pedazos de chamorro a mordidas. Y allí sí que he cambiado de opinioink.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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