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Sándwich del corazón

Los grandes reveses y los éxitos más gloriosos no enseñan mucho ni, desde luego, demasiado. Se comportan como gigantescas declamaciones de la vicisitud natural y no hay vicisitud humana o social que encuentre gusto en este decir que abre aparatosamente sus fauces.

Por el contrario lo que se cree breve, pequeño y circunstancial, lo que se presenta con el bien o el mal bajo la forma de microtraumatismos talla decisivamente nuestra conciencia, y su talla.

/upload/fotos/blogs_entradas/corazon09.jpgNo vale la pena extenderse en las diferencias de categoría entre lo enano y lo gigante, lo común y lo colosal. La categoría humana pertenece sólo a lo pequeño y repetido siendo lo grande del orden de la biología, la geología o el cambio climático, cuestiones todas ellas que por su magnitud crean fanáticos, conversos, ciegos y, en definitiva, no enseñan con lucidez nada. Pero ¿es incluso necesaria la enseñanza? La necesidad de aprender se corresponde íntimamente -y tácitamente- con el instinto de sobrevivir. Este es su ahínco y su éxito.

El afán por recibir lecciones y empapuzarse de saberes sólo se entiende parcialmente como una afición porque el resto va ineludiblemente asociado a no querer morir. O a no sucumbir, al menos, precozmente.

El ignorante, según conoce bien la sabiduría del esclavo, se expone más a los peligros y amenazas mientras el sabio poseerá más recursos para la defensa, el disfraz o la fuga.

En los pequeños indicios de cómo somos y cómo nos consideran los demás, en el aprendizaje de las estratagemas para escapar o darle la vuelta a las cosas difíciles de tragar, se libra nuestra felicidad, siendo la felicidad indistinguible de la vida porque no siendo feliz ¿para qué continuar?

La busca de felicidad, unida al deseo de saber, se compaginan como en un bocadillo de mortadela. En el centro habita el rosado corazón con sus diferentes pliegues y cerrando el sándwich (¿por qué se dirá sándwich?), arriba y abajo, se hallan los amasados percances que contribuyen al pausado ritmo cardiaco, a su salud, su plenitud, su color, la sucesión de secuencias que, recibidas en las proximidades del órgano central, lo conforman y alertan para seguir la caza de existir con más pertrechos.

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12 de diciembre de 2007
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IV. El peor de los vicios

Es por medio del sencillo "boca a boca", el "¿ya leíste...?", que un libro se abre paso en medio de la selva enmarañada. Aunque los libros que al fin y al cabo valen la pena son aquellos que pasan de una generación a otra de lectores; los libros que leyeron los padres leídos a su vez por los hijos, y si pasan a los nietos, aún mejor. Los que se vendieron por fuerza de la propaganda y luego nadie vuelve a abrir, es como si nunca se hubieran publicado.

De allí regreso a quienes compran libros atraídos por el contagio, y a lo mejor no los leen. Hace varios años, un taxista que me llevaba a la Feria del Libro en el parque del Retiro de Madrid, aprovechó para desahogar conmigo su ojeriza en contra de todos quienes tenían que ver con los libros, editores, libreros y lectores, y comenzó asegurándome que todos los que iban a la feria en multitudes y salían cargados con bolsas de libros, los compraban, pero jamás los abrían.

Como el viaje era largo, tuve tiempo de desentrañar el motivo de su inquina. Se debía a que, una vez, en su ausencia, un vendedor ambulante de enciclopedias había entrado en su casa, y sorprendiendo sola a su mujer, le había hecho adquirir una de 30 tomos por medio de cómodas mensualidades. Cuando el taxista volvió por la noche, la prueba del delito se hallaba expuesta sobre la mesa del comedor y su asombrada y furibunda pregunta fue: "Mujer, ¿es qué te has vuelto tú lectora?", como si se tratara del peor de los vicios. Y la hizo devolver la compra.

¿El peor de los vicios? Claro que lo es. Y el más placentero.

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12 de diciembre de 2007
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Rolling Stone

La revista, las más duraderas, famosas y universales de las revistas de la modernidad, entre la cultura de masas y la contracultura- también de inmensas minorías masivas- cumple cuarenta años. "Rolling Stone" está de celebración, recapitulación, listas y mirada atrás.  

Una revista que no solo sigue viva, sino que tiene descendientes. Su hijo, ¿o hija?, español/a está creciendo muy bien. Ha salido con un número especial, un número de coleccionistas, eso es el reclamo al uso, la llamada para conseguir más ventas. Y ojalá lo consigan. Es un número que realmente resulta extraordinario por la puesta en escena, las entrevistas y la mirada más o meno nostálgica al tiempo que esa marca cultural ha sabido congregarnos a muchos que hace ya más de veinte años ya tenía más de veinte años. Crecimos con sus mitos, sus ritos, sus músicas, su cine, su humor y sus portadas. Muchas portadas vuelven a nuestra memoria. Una de las más vistas y revisitadas es aquella de un flaco John Lennon abrazado a Yoko en posición fetal y discretamente denudo. Yoko vestida como una existencialista enamorada. Y Annie Leibowitiz en la mirada, en la cámara de aquella declaración de amor más allá del rock. Me gusta más que la portada más famosa, esos culos sosos y blancos de la misma pareja que fueron capaces de irritar y marcar tendencia al mismo tiempo. Sin la pareja Lennon y Ono, seguramente nuestras músicas, nuestros recuerdos hubieran sido distintos. 

Después, o antes o al lado, están los otros: Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, la pareja más Rolling: Mick Y Keith....Y antes Dylan, después Bowie, Springsteen, Sex Pistol o Kurt Cobain. Es verdad que hay muchos más, que las músicas, y sus letras, siguieron, siguen, pero a mí los Red Hot Chili Peppers me pillaron muy entretenido en otras músicas, otros ámbitos. 

Me gusta mucho este número cumpleaños de la revista. Pero lo que más me gusta es la selección que hacen de las músicas y los libros de mi amigo Corto Maltés. Mi amigo el marino si tiene que elegir música se queda con esa joya última de Tom Waits, llamada " Orphans". Con las primeras grabaciones eléctricas de Dylan, "Master of War" o con los tangos de Piasola, en la versión de Gotan Proyect. También me siento cercano a las lecturas de Corto, además de su habitual libro de poesía de W.B. Yeats, se acompaña de Boris Vian, Rimbaud y Conrad. Con esa compañía, y soñando con alguna mujer, en algún puerto, yo también me embarco una larga temporada.

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12 de diciembre de 2007
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Síndrome de Bergerac

Tenemos héroes y no los entendemos. No dejamos siquiera que sean quienes son, pues más nos acomoda que se ajusten a nuestra expectativa. Al enemigo, en cambio, se le dedica más respeto y atención, no sea que nos agarre desprevenidos. ¿Qué tiene, pues, de extraño que al momento de presentar batalla nos comportemos antes como el enemigo que como el prócer que oficialmente nos inspira? Deforma uno a sus héroes para poder meterlos en los propios zapatos. ¿Para qué voy a parecerme al héroe, cuando es tan cómodo hacerlo a él a mi exacta medida?

Cuando sin darme cuenta lo adopté como héroe romántico, dejé pasar en él lo que en un enemigo habría advertido al vuelo: primero que romántico, duelista, seductor o poeta, Cyrano de Bergerac es un acomplejado. Y amén de acomplejado es un cobarde. Seguir a un heróe así, me digo ahora, es hacer un enorme favor a tus enemigos, que no tendrán más que asomarse a la ventana para ver el color de tu ataúd. Pero eso no me lo imaginaba cuando creía que amor y escritura se atraían natural e irresistiblemente.

Soñaba así con escribir cartas definitivas, por cuya influencia el alma de la mujer querida caería en mis manos por puro efecto de gravedad. Cartas plenas de urgencia, pavor y sobresalto, que aguardarían en mi cajón durante meses o años antes de osar enviarlas a su destinataria. Al final lo hice menos de lo que lo planeé, con resultados que en su hora oscilaron entre la indiferencia y la catástrofe. Pero eso no fue todo, pues la influencia nefanda del necio narigudo me dió todas las armas para volverme un negro sentimental.

Se ha hecho ya un poco tarde para tratar el tema, borroso a estas alturas, pero luego de tres noches seguidas de bucear en oficios infumables, advierto en cada uno la sombra de unas napias. Hay alguien ahí dentro que le tiene pavor a las apuestas y encuentra confortable perder por elección, con la coartada del romanticismo. Al igual que su héroe pusilánime, no se atreve a apostar por sus pasiones. Al menos no en su nombre, ni a la luz del día.

Había pensado escribir estas líneas disfrazado de negro literario, hablando por los labios de un personaje que, a su vez, trabaja como negro literario. Odio decirlo así, pero es un personaje acomplejado. Su fuerza, incluso, nace de esos complejos. Si lo ponía a escribir en mi lugar, tal vez entendería un poco mejor el oficio frustrante de negro literario, y hasta la poca o nula vergüenza del negrero: ese fantoche guapo que paga, pone su nombre y se lanza a dar pláticas y entrevistas, sin siquiera temor a meter la pata. Pero no ha funcionado, mi personaje sufre de un complejo que de entrada le impide dar la cara en un blog. Mientras yo acabo de entender a mi héroe, sospecho que él prefiere ser negro entre los negros.

Si el auténtico autor es un "negro", ¿cómo cabría entonces llamar al falso? ¿"Blanco" literario? Eso sí que tendría que ocasionar complejos espantosos en el dueño oficial de las regalías. Quiero decir que yo me sentiría un imbécil, y encima de eso un mierda. Me vería en el espejo demasiado barato para creer algún día en mis palabras, y entonces me tendría por gentuza. No digo que así sean necesariamente los blancos literarios, pero mi apuesta está del otro lado de la mesa. Derrotar al Cyrano interior es tan fácil o tan difícil como apostar por la propia nariz, aun y en especial si en el espejo luce podrida y rebosante de mocos.

Una ficción que no osa apostar por sí misma no merece ni el rango de mentira. De ahí que aborrezcamos a esos escarabajos que se confortan remitiendo anónimos. No merecen un papel en la historia. Cualquier día, no obstante, desperta uno allí, convertido en la imagen viva de su peor enemigo. No hay que olvidar que el viejo héroe de la historia es un espadachín osado y avezado, por eso nunca acaba uno de vencerlo. Quiero decir que sabe que fue mi héroe, nunca va a perdonarme que lo haya convertido en mi enemigo, y desde entonces le siga los pasos como a todo villano en forma y regla.

No entiende uno a sus héroes. No queda tiempo, pues.

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12 de diciembre de 2007
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El agazapado

Hace unos días leí en el periódico que a la audiencia pública, convocada por el Ayuntamiento de Barcelona para explicar a los ciudadanos los aumentos para el próximo año de los impuestos, había asistido únicamente una vecina. Y ello pese a que habían sido enviadas 4000 invitaciones y se había gastado un considerable dinero en anuncios publicitarios ¡Una vecina!: ni siquiera, por tanto, se logró que acudieran los padres, madres, amigos, esposos o amantes de quienes habían suscrito la convocatoria.

Una sola, única e intransferible vecina. Mi primera reacción fue pensar que esto era un escándalo que exigía dimisiones. Pero luego me calmé al recordar que esta no es tierra de dimisiones y que además no había duda de que el Ayuntamiento había conseguido el escenario ideal de una democracia sin ciudadanos.

Esto tiene su interés. Ya sé que politólogos, sociólogos e incluso psicólogos están preocupados por la apatía ciudadana ante la política, que se ilustra perfectamente en el caso de la heroica vecina y de la espectral audiencia municipal. A mí, además de esto, me resulta llamativa la tendencia creciente a la ocultación y al camuflaje de nuestros políticos. No es que no den la cara, es que aparentan no tenerla, y quizá por eso la ceden tan gustosamente a los cómicos que los imitan (creo que hay ciudadanos que conocen mucho más a los parodiadores que a los parodiados). En cierto modo el avestruz de otro tiempo ha dado paso directamente al topo.

Topo, y ya no sólo avestruz, es el Ayuntamiento de Barcelona ante cualquier conflicto que se presente. Da lo mismo que se vaya la luz, o que no vengan los trenes; igual da que la invasión sea de lumpenturistas o de lumpenaficionados al fútbol, aquella simpática escoria que en los buenos tiempos de Stevenson o Conrad era embarcada en buques mercantes cuyas travesías duraban dos o tres años y que ahora nosotros recibimos hospitalariamente; lo mismo da si de repente somos una de las ciudades más contaminadas del mundo o si de pronto se nos descubre que el agua que consumimos nos liquidará.

Nunca hay dimisiones porque esta no es tierra de dimisiones. Pero ¿por qué se ocultan como los topos? El alcalde de Barcelona ha manifestado que él no trabaja para las hemerotecas y que por eso lo hemos visto en prudente silencio ante los sucesivos desastres que el hado nos ha proporcionado.

Esto nos ayuda a entender las vicisitudes de nuestros dirigentes. Fijémonos en el hecho de que el hado se ha convertido en algo importante, no quizá con este término excesivamente culto y pretencioso, pero sí como mala suerte, mala pata o mal fario. Que se nos hunda una estación es mala pata, así como que nos toque el Glasgow Rangers es un mal fario.

El destino, tenebroso, actúa mientras nuestros gobernantes nos defienden en secreto. Esta es la consigna: trabajar en secreto. Así deben interpretarse las soledades de las audiencias municipales o las fantasmagorías del Parlament, donde con frecuencia el trabajo es tan secreto que los no mal renumerados fantasmas se ocultan de sí mismos y dejan vacíos los democráticos asientos.

La mayoría de nuestros representantes están agazapados en algún rincón del poder trabajando secretamente para nosotros. Naturalmente el agazapado par excéllence es el señor Montilla, president de la Generalitat, un hombre que, digan lo que digan, ha creado un estilo propio que los otros se ven obligados a imitar. Es posible que si el señor Montilla, campeón del anticarisma, convocara espontáneamente una audiencia pública no consiguiera ni siquiera a la vecina que consiguió el señor Hereu, pero, como contrapartida, hay que reconocerle una tan singular capacidad para el topismo políticamente que ha obtenido que los demás, incluso aquellos que tienen vocación de pavos reales, se muevan como topos.

A todo eso podríamos preguntarnos el porqué de estas conductas subterráneas. ¿Falta de ideas? Eso parece al juzgar por la mediocridad ¿Miedo a los ciudadanos? También podría ser, una consecuencia de la falta de ideas. Sin embargo hay una tercera razón que no se debería desestimar: a estas alturas casi todos nuestros políticos son hombres de aparato que no han visto la vida pública sino a través de la servidumbre de sus partidos, mundos con poca transparencia y escasa luz en los que el disimulo y la astucia acaban siendo más decisivos que el talento o la pasión por las ideas. Es una cuestión de aire libre.

Diccionario. Gazapo: hombre disimulado y astuto. Agazapar: agacharse, encogiendo el cuerpo contra la tierra, como lo hace el gazapo cuando quiere ocultarse de los que le persiguen.

Publicado en El País, 24/12/2007

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12 de diciembre de 2007
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En brazos de ángeles

Volví a leer (la obra original, en dos volúmenes) y a ver (la miniserie de HBO dirigida por Mike Nichols) Angels in America casi por casualidad: estaba buscando cierta información para la novela que estoy escribiendo y Graciela Mochkofsky me recordó que figuraba en el texto original del enorme Tony Kushner. Encontré la información en un santiamén... y ya no pude parar. Releyendo las dos partes de Angels, Millennium Approaches y Perestroika, recordé cuánto le debo a Kushner y a su magnífica obra. En un momento clave de mi vida, Angels in America me abrió los ojos a las maravillas del teatro -vi Millennium Approaches en Broadway, con Stephen Spinella en el papel de Prior Walter- y me demostró que sigue habiendo artistas que, a la manera de Jacob, no temen luchar contra lo inefable para arrancarle una bendición -a la fuerza, si es preciso.

La miniserie de Mike Nichols está editada en DVD, incluso en la Argentina. Para mí es un poco menos que la versión que vi en escena, y todavía menos que el texto original, pero no deja de ser la encarnación de Angels más fácil de conseguir. Y las actuaciones de Al Pacino, Meryl Streep, Mary-Louise Parker, Justin Kirk, Emma Thompson y Jeffrey Wright tampoco son para despreciar.

Angels es una historia larga y compleja pero siempre fascinante, que enhebra los caminos de una decena de personajes -alguno de ellos reales, como el infame Roy Cohn- en la Nueva York que se aproxima al fin de milenio, bajo égida de Ronald Reagan y en el momento más acojonante de la epidemia del sida. Kushner no le tiene miedo a los grandes temas. Se mete con la política, la religión, el amor, la muerte y el sentido de la vida sintiendo que está en todo su derecho de abordarlos (hay muchos artistas que piensan que esos asuntos ya han sido agotados por los clásicos, como si la vida misma hubiese sido ya saldada), y lo hace con una inteligencia inclaudicable; en algunos de sus mejores momentos, Angels suena como el combate de una mente brillante decidida a no darse cuartel hasta arrancarle al logos algo parecido a la Verdad. 

Pero además de ambición y lirismo Angels tiene otros dos ingredientes, que terminan de consagrar el díptico como un clásico contemporáneo: el humor (que Nichols atempera, pero que en escena suele ser desternillante) y una mirada sobre la especie humana que, precisamente porque es implacable, puede darse el gusto de practicar la piedad. Kushner muestra a Roy Cohn en toda su crueldad. (El Cohn de Angels es uno de los grandes, grandísimos personajes del teatro de hoy, interpretado por Pacino en la miniserie.) /upload/fotos/blogs_entradas/central_park.jpgPero a pesar de ello le concede una gracia final. En la hora de su muerte, el fantasma de una mujer que contribuyó a electrocutar -la tristemente célebre Ethel Rosenberg, condenada por traición a la patria-, vela a su lado cantándole una canción de cuna.

Angels in America es una obra conmovedora, que sin apartar los ojos de las miserias que solemos producir nos conecta con lo mejor de la experiencia humana. Bajo su influjo, ayer sentí revolotear encima mío al ángel de las dos Bethesdas que visité hace poco: al original de la fuente de Jerusalén, que hizo brotar de la tierra un agua milagrosa, y al de la estatua del Central Park, uno de los sitios más bellos de New York.

¿Puede una obra artística sugerirnos que algo maravilloso está por ocurrir?

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11 de diciembre de 2007
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Luces y sombras navideñas

¿Qué por qué las navidades se adelantan más cada año? Pues porque no hay un consumo más completo que el suyo. Si todo estuviera tan bien organizado como el consumo, el mundo funcionaría mejor. Mientras que en verano, por ejemplo, el fuerte está en el turismo y la ropa de baratillo de sudar y tirar, estas fiestas, aparte de los viajes, abarcan la alimentación más ostentosa y exagerada del año tanto en casa como en los restaurantes, llenos hasta la bandera. También, como atendiendo a una señal, a una palmada del director, los escaparates y perchas y mostradores de las tiendas se inundan de terciopelos, gasas, rasos y pedrería. En la televisión desfilan los cavas entre un bombardeo de perfumes con susurrante acento francés y la ciudad se llena de luces.

La iluminación de Madrid levanta todos los años su pequeña polémica: que si es cara, que si su diseño no responde al espíritu navideño, que si emite a la atmósfera una cantidad exagerada del nocivo CO2. Por lo visto este año se encienden la friolera de nueve millones de bombillas en 150 puntos de la ciudad con la consiguiente alarma de que se iluminen tan pronto y que el consumo, ya por sí elevado, no se ciña a las fechas estrictamente navideñas. También parece un poco precipitado que se haya instalado desde los primeros días de diciembre el belén de hielo más grande del mundo, ¡con lo que debe de costar que no se derrita!. Ni que esto fuera Laponia. Pero no seré yo quien me ponga en plan protestón porque me gusta la Navidad, me reconforta la combinación de frío (a poder ser neblinoso) y la decoración de las calles y las luces y los regalos, sobre todo el envoltorio de los regalos con papeles tan brillantes y lujosos como la ropa de Nochevieja.

Por cierto, salir en Nochevieja es algo que dejé de hacer a los veinticinco. Hasta entonces fue casi una obligación tener un plan, ponerme tacones y una ropa con la que pasaba bastante frío cuando llegaba el momento del regreso y tenía que buscar un taxi que nunca aparecía. Era tortuoso y horrible, pero si me quedaba en casi parecía que me estaba perdiendo algo importante. Acababa cansada y harta de tanta diversión ajena y entonces a alguien se le ocurría lo del chocolate y los churros, una tradición madrileña que no es ni más ni menos que un plus de agotamiento innecesario. Si no recuerdo mal, las nocheviejas de mi juventud fueron lamentables. Por eso en mi vida no hay nostalgia. Una vez creo que incluso me acerqué a la Puerta del Sol arrastrada por un grupo de progres, que quería hacer el tonto, y fue algo así como una pesadilla, sobre todo porque me esforzaba mucho en pasármelo bien. Por no hablar del día de Año Nuevo que también tenía lo suyo: calles desiertas, restaurantes, quioscos, bares, todo tipo de comercios cerrados. Era el día después y sólo los cines estaban abiertos, más o menos como ahora, pero ahora me lo monto mejor y aprovecho para darme una buena caminata por calles dormidas, vacías, recogidas. Entonces iba a algún cine abarrotado a sentarme en primera fila porque la casa se nos caía encima y había que hacer algo.

/upload/fotos/blogs_entradas/loteria.jpgSin embargo, no seré yo quien diga que  me deprime la Navidad, si bien no logro sentirla hasta el día de la lotería, el 22 de diciembre. Hasta ese momento todos los adornos tienen aire postizo, impostado, anacrónico. Un belén fuera de su tiempo no tiene razón de ser, como tampoco el mazapán y el turrón, ni el árbol. La puesta del árbol se ha simplificado mucho, ya no hay que salir al bosque a cortar un abeto de verdad, ni hay que estar horas adornándolo con miles de bolas y tiras doradas y plateadas; los hay plegables con fibras ópticas que cambian de color, que dan el pego perfectamente, y además tienen la ventaja añadida de que luego no tenemos que ver cómo amarillean, se secan y se les caen las hojas y desde luego no tenemos que arrastrarlo hasta el contenedor. Claro que de eso a los belenes virtuales proyectados en las fachadas de las iglesias, como he leído que se piensa hacer este año va un abismo. El belén no puede ser virtual, porque precisamente el pesebre, el castillo, los pastores, los reyes, el oasis y la arena del desierto junto al musgo y los copos de nieve es la representación material de una creencia que en sí misma ya es una ilusión de realidad, por eso en estas fiestas todo ha de ser concreto: la comida, la bebida, la diversión, el aburrimiento y las figuritas del belén. 

Artículo publicado en: El País, 9 de diciembre de 2007.

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11 de diciembre de 2007
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Instalaciones y propuestas artísticas

 

Aquél que haya transitado los vericuetos del mundo del arte podrá afirmar sin temor a equivocarse que ha perdido la fe. Quizá pueda encontrarla de nuevo algún día en los salones de un restaurante vegetariano o recitando a viva voz las letanías de John Milton, pero ya nunca será lo mismo.

¡Quién pudiera conservar aquella mirada fresca e ingenua! ¡La deliciosa ensoñación ante los lienzos de los grandes maestros! Fruto de la admiración, es cierto, pero cautivados por la impresionante confianza que tuvieron en sí mismos.

Gran parte de lo que hoy somos nació en aquellos memorables instantes de credulidad, cuando ordenábamos nuestra percepción del mundo confiando en la maestría de los antiguos. No en balde fueron ellos los primeros en creer en su propia autoridad -en la genealogía del genio- y en proclamar su excepcionalidad con fervor ególatra.

Muy pocos son hoy los que se atreven a exponerse en una sala de exposiciones sin pedir a sus clientes disculpas por adelantado y sin mostrarse dispuestos a implorar su simpatía.

El argot que ha surgido de semejante indisposición de ánimo deja en evidencia la timorata convicción del que no sabe si quiere ser artista o decorador; la enfermiza vocación por agradar a cualquier precio.

Los artistas, que reclaman para sí la vieja gloria del arte, no aceptan ni uno solo de sus riesgos: no quieren dejarse la piel a cambio de nada y en lugar de crear obras de arte, hacen propuestas; y en lugar de exponerse a la mirada del público, le ofrecen entretenidas instalaciones.

El mensaje es obvio: sin son rechazadas, las propuestas se retiran, y en paz; si no gustan, las instalaciones se desmontan, y tan amigos.

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11 de diciembre de 2007
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III. Cofradias de iniciados…

La dificultad con los libros estriba hoy día en que, gracias al reinado absoluto del mercado, el concepto de literatura de calidad, que no siempre se vende bien, ha venido siendo arrinconado por el concepto de literatura de éxito inmediato.  Aunque a veces se da la feliz coincidencia entre buena literatura y literatura de mercado, que es el estado de gracia de un escritor, cuando valiendo literariamente, se vende. Oprah Winfrey recomienda periódicamente desde su famoso programa de televisión título de libros, lo que hace a las editoriales premiadas con la lotería de la mención correr a reeditarlos. Un millón de ejemplares al menos. /upload/fotos/blogs_entradas/la_casa_de_las_bellas_durmientes.bmpHa recomendado a Toni Morrison, a Faulkner, y dos veces a García Márquez. La gente al menos se lleva esos libros a sus casas, y alguna vez habrá de leerlos.

Pero el método para mí más seguro de llegar a un buen libro es a través de las recomendaciones personales. Los lectores llegan a formar verdaderas cofradías de iniciados. Una noche de hace tiempo en Madrid, escuché a Rosa Regás hablarme con entusiasmo de la novela El encuentro de Sandor Marais, un autor del que no había oído nunca, y del que hoy leo todo lo que encuentro. Fue a través del entusiasmo de García Márquez que llegué a vivir el deslumbre de leer La casa de las bellas durmientes de Yasunari Kawabata, cuyo argumento utilizó para escribir Memoria de mis putas tristes, en un espléndido remake.

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11 de diciembre de 2007
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La operación

Millones de personas se operan en el mundo cada día y prácticamente ninguna escribe o ha escrito de ello. Incalculable número de novelas y libros de distinta clase, prácticamente todos, se refieren a grandes pasiones y cuestiones de peso, cuando no incluso inventan mundos fantásticos como si no les bastara con las complicadas proporciones de éste.

Una operación como la que acabo de sufrir, en la que me han extirpado y trasladado de lugar un par de órganos, no puede soportarse muchas veces en la vida y si no fuera porque todavía no acierto con las letras del teclado empezaría a referir, por ejemplo, el universo de la UVI donde a alguien se le niega un sorbo de agua para no matarlo y a otro se le autoriza que reciba a varios miembros de la familia para que le den una cena con judías rehogadas.

No hay que llegar, sin embargo, a la habitación misma de la UVI para defender el abismo de valor. Simplemente las personas experimentan un sinfín de bondades y calamidades, perplejidades o placeres, no se consignan de ningún modo en la composición de la existencia humana.

En un libro que titulé Emociones me propuse atender a supuestas cuestiones menudas como cortarse el pelo, lavarse los dientes, ponerse o quitarse los zapatos, cuyos tramos y significados cosen la vida y en suma, suturan, la vida entera. ¿Qué se siente pues cuando te encuentras sajado el tórax? ¿Qué siente una mujer cuando se pinta los labios? ¿Qué clase de pensamientos tiene el camarero? ¿Cómo actúa un gominola de menta?

De una sensación a otra se va trabando la vida. Y es una simpleza de santones considerar  que se trate de cuestiones nimias. El dolor en todas sus especies y el disfrute en sus diferentes colores, forman, junto a mil especies más, la totalidad de nuestro único guiso. La vida es un ratico, dice Juanes. ¿Cómo no pensar que, al estilo de las innumerables piedras en la vesícula, la deciden importantísimas porciones de reducido tamaño?  

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11 de diciembre de 2007
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