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El don del hueco

Un estudio informático ha revelado estos días, a mediados de diciembre de 2007, que el universo está sembrado de huecos. Prácticamente todo lo que no es la llamada energía oscura es hueco y la materia oscura (pero llena) contiene un poder energético en forma de flojos filamentos que navegan como una melena imperial y deciden toda aquella gran parte o el 95% de lo que no se ve.

El pequeño 5% en maraña se presenta como una red de supremo poder y con una morfología tan abstrusa que evoca tanto la brujería como la máxima cota de complejidad cerebral.

Esa suerte de nube y ubre cósmica modelizada estos días en una zona del cielo de 1.500 millones de luz se publica como una muestra de la intrincada organización que nos gobierna y no uno a uno como menudos guisantes de la plantación universal y como muchedumbre animal, almas a granel, tierras, lluvias, epidemias, mosquitos, cocodrilos, estados de ánimo y deseos o tedios para hacer el amor.

/upload/fotos/blogs_entradas/universo_1.jpgMás allá del microcerebro que portamos como ínfima sucursal de la gran motorización galáctica se entroniza esta móvil gasa de filamentos blanquecinos que planea sobre el origen primordial y el destino inverosímil del mundo. Esta formidable medusa enrevesada que, sin duda, produce electricidad y crea la inspiración y el calor, la muerte y la lujuria, la prisa y la hernia, se comporta con la mayor indiferencia hacia nuestras vidas. Nuestra cuota vital le pertenece pero en una proporción tan reducida que no es capaz de advertirla en sus sumarios. ¿O sí? La advierte no en su funcionamiento correcto pero esta masa divina da a entender, con su apariencia fantasmal, que cualquier pequeño desorden deberá irritarla. Porque aunque se la contempla viajar indemne con su cohorte de núcleos y estribaciones, finísimos encajes y pasamanerías, a la manera de un superobjeto autónomo, en algún invisible entresijo se formó nuestra existencia y esa huella de desprendimiento ha dejado alguna memoria remota en su propia evolución. Una memoria inaprensible, desde luego, tan débil como cercana al olvido, pero, no siendo olvido aún, conserva su fuerza energética de la creación.

Esta maraña gaseosa, en fin, se plasma más en su flacidez que en su tupidez. En su liviandad que en su pesantez. Y viene a ser tan delicada su textura que todavía será necesario esperar algunos años hasta que los mayores telescopios logren captarla directamente, aunque la ciencia, como es sabido, no basa su fe en la presencia física sino, a menudo, en la presencia ausente. En la ciencia, la ausencia es el objeto central de sus estudios y un anticipo del éxito que le otorgará la conversión en evidente de lo invisible. Trasladar desde la oscuridad a la luz, convertir en música o ruidos aquello que todavía no puede oírse es el trabajo de los científicos. La ciencia actúa, efectivamente, de forma investigadora, tras las pruebas visibles después a ojos de todos. Así como sin ojo clínico no hay buen médico, sin corazonada no hay descubrimiento y sin riesgo en la oscuridad no se obtiene el resplandor al otro lado del túnel. En la ciencia como en la paciencia se da ocasión para que la ausencia se presente en todo su esplendor, rendida y despidiendo un aroma de flor.

Igualmente, en la parte relativamente reducida de lo que es visible al microscopio pronto se agota la exploración. La ansiedad, sin embargo, seguirá tras el rastro oscuro y en la fe hallará luz. El bien por antonomasia. Pero ¿la oscuridad es la nada? ¿El negror de sólo carbonización? Nada de eso: de la misma manera que los sujetos no bendecidos por el amor aparecen como mustios e invisibles, la vista hace derramar colores vistosos a lo que ignorado antes es seleccionado amorosamente después.

El mundo todavía falto de conocimiento, incapacitado para recibir amor, permanece como muerto o con la sospecha de ser "nada", siendo "nada" lo opuesto a la plenitud, el hueco opuesto al relleno. Pero ¿quién no ha sentido la gran poética del vacío, del intervalo, de la fisura, del hueco? ¿El incomparable y mágico poder del negro?

(CONTINUARÁ)

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26 de diciembre de 2007
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El arte de la novela (1)

/upload/fotos/blogs_entradas/arte_novela.jpgOcurrió como ocurren casi todas las cosas que valen la pena. Estaba buscando otro libro, apremiado por la inminencia de las Navidades, cuando di con un ejemplar de El arte de la novela, un volumen que reúne ensayos, artículos, entrevistas y ponencias de Milan Kundera. Me llevé el libro que buscaba, debidamente envuelto para regalar, pero también éste a modo de auto-regalo. Que leí ese mismo día, en los huecos que me dejó la actividad pre-festiva. Me deslumbró. Encontré en sus páginas una poética de la novela con la que me identifiqué casi por completo.

Kundera revisa el derrotero de la Edad Moderna y las contribuciones que la novela hizo a este tiempo. "Con Cervantes y sus contemporáneos investigó la naturaleza de la aventura; con Richardson comienza a examinar ‘lo que ocurre adentro', desenmascarando la vida secreta de los sentimientos; con Balzac descubre la forma en que el hombre se enraíza en la Historia; con Flaubert explora la terra previamente incognita de lo cotidiano; con Tolstoi se enfoca en la intrusión de lo irracional en los comportamientos y decisiones del hombre. Pone a prueba el tiempo: el pasado elusivo con Proust, el presente elusivo con Joyce. Con Thomas Mann examina el rol de los mitos del pasado remoto que controlan nuestras acciones presentes. Etcétera, etcétera".

Para Kundera, "la única raison d'etre de una novela es descubrir lo que tan sólo una novela puede descubrir". La novela tiene "un extraordinario poder de incorporación: mientras la poesía y la filosofía no pueden incorporar a la novela, la novela puede incorporar dentro suyo poesía y filosofía sin perder nada de su identidad". Esa es su capacidad: "combinar todos los medios intelectuales y todas las formas poéticas para iluminar lo que sólo una novela puede descubrir: el ser del hombre". El camino mediante el que logrará semejante cosa es inequívoco: la belleza. "Cualquiera sea el aspecto de la existencia que la novela descubre, debe hacerlo mediante la belleza... Belleza, el último triunfo posible para el hombre que ya no puede tener esperanzas. Belleza en el arte: la súbita llamarada de lo nunca-antes-dicho". Una novela que no descubre un matiz hasta entonces desconocido de la experiencia humana es, para Kundera, simplemente inmoral. "La única moralidad de la novela es el conocimiento", afirma sin duda alguna.

Tan claro como desafiante, ¿no les parece? La sigo mañana.

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26 de diciembre de 2007
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¿Ha sido buena la Nochebuena?

Felicidades a todos los que hayan superado este primer tramo de las navidades sin reñir con la familia. Según una estadística publicada estos días, en Nochebuena un treinta por ciento de las familias reunidas en torno al cordero y los turrones acaba mal. ¿Te extraña? Pues a mí no, porque imagínate a esos cuñados que en el fondo no se tragan y que con el vino se les empieza a soltar la lengua, y luego botella viene y botella va de cava, a uno se le ocurre una broma que al otro le sienta como un tiro; y las hermanas, sus esposas, a quienes ya se les están agriando hace rato los langostinos en el estómago, deciden apoyar cada una a su marido porque es con el que más tarde, al fin y al cabo, ha de volver a casa y meterse en la cama y entre todos montan el pollo. O bien una decide ponerse al lado del contrario y entonces la pareja se coloca al borde de la ruptura. O quizá ellos son los hermanos y ellas las cuñadas, que no pueden verse. O puede que uno de los niños pegue a otro y esa sea la gota que desborda el vaso. O puede que..., las posibilidades de encontronazo son tantas cuando la familia se ve forzada a celebrar la dichosa noche todos juntos. Y también ocurre que en otros casos se trata de una reunión redundante que no aporta nada a las relaciones porque hay familias muy pegajosas que siempre están de comilonas y celebraciones y que no necesitan una noche especial para ser felices una vez más.

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26 de diciembre de 2007
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Gracq

No hay mucho que decir. Con mas torpeza que sabiduría, toda la prensa internacional fue capaz de encontrar un espacio para anunciar la muerte del escritor Julen Gracq dos días antes de la navidad. Tenía 97 años y era el monumento, el último monumento de la literatura francesa. Ya he dicho, en este blog, que Gracq (Louis Poirier) era un clásico a pesar de estar vivo. Su muerte no le quita su condición de maestro supremo de las letras francesas sino que deja un escenario vacío.

La editorial El Acantilado publicó en 2007 una traducción al español de «Carnets du grand chemin»: A lo largo del camino. (Gracq: "El camino al que se refieren las notas que forman este libro es por supuesto el que atraviesa y enlaza los paisajes de la tierra. Es también, algunas veces, el del sueño, y a menudo el de la memoria, la mía y también la memoria colectiva, a veces la más lejana: la historia, y por eso es también el de la lectura y el del arte"). No puedo, como francés y como admirador y lector fanático de Gracq, pronunciarme sobre la calidad de la traducción, pero, al hojear el libro, veo la mejor introducción a lo que es la forma dominada de manera magistral por el escritor: el fragmento. Gran conocedor de la geografía física, poeta de los paisajes, Gracq ha creado una forma que tiene la apariencia de una libreta de apuntes. Una literatura libre, discontinua, de una muy falsa espontaneidad donde se mezclan erudición, emoción y precisión fenomenal de las palabras. Es una técnica que vale para todo: descripciones de paisajes, recuerdos, reflexión sobre la historia y literatura, sobre todo literatura.

Su fama en los medios viene de un acto de rechazo: se negó a recibir el premio Goncourt en 1951 por su mejor novela, El mar de las sirtes. Secreto, huyendo de la televisión y la participación en actos de promoción, Gracq era tampoco inalcanzable. El autor de este blog, al mandarle una carta, consiguió sin dificultad alguna unas entrevistas para hablar de literatura hace casi treinta años. Gracq hablaba con gran reserva, pero se notaba su pasión. Cuando la conversación tocaba al siglo XIX, tenía el entusiasmo de un niño en una tienda de dulces. Chateaubriand, Stendhal eran obviamente par él los compañeros de una convivencia continua.

De todos los comentaristas que intentaron saludarle, hay que destacar lo que escribió el critico francés Pierre Assouline en su blog, y también un artículo muy inteligente de James Kirkup en el diario inglés The Independent.

(El sitio dedicado a Gracq por Jose Corti, la casa editorial de toda su vida, no me parece mal, pero muy parecido a Gracq: preciso y austero.) 

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26 de diciembre de 2007
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IV. La colina del perro

El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, suele hacer proclamas de austeridad y humildad a sus subordinados del proyecto socialista bolivariano, a quienes insta a desprenderse de sus apetitos y de sus posesiones materialistas para dar el ejemplo. Pero no es tan fácil en una sociedad de consumo como la venezolana, donde quienes pueden hacen cola hasta de seis meses para recibir un Mercedes, un Jaguar o un Hummer que han ordenado. Y aquí viene la dicotomía. /upload/fotos/blogs_entradas/govern._acosta.jpgEl gobernador del estado de Carabobo, que es chavista a muerte, no encuentra contradicción entre el lujo y las convicciones revolucionarias. "¿Es que acaso nosotros los revolucionarios no tenemos derecho a tener a una camioneta Hummer?", dijo el año pasado ante cuestionamientos de la prensa; "si ganamos plata, podemos hacerlo".

¿Pero cuánta plata puede o debe ganar un revolucionario? ¿Y de dónde sale la plata si un estado austero por revolucionario, no debe pagar más que salarios modestos a quienes le sirven? El asunto es que por este camino, un gobierno revolucionario puede quedar llamándose así sólo de nombre, como pasó en México bajo sucesivos gobiernos del PRI, el Partido Revolucionario Institucional. Ya se sabía que los presidentes heredaban siempre, al salir del poder, grandes fortunas compuestas por cuentas bancarias, rentas inmobiliarias y bursátiles, casas de descanso, flotas de vehículos, mansiones. Uno de ellos, que dijo que defendería la economía del país como un perro, se hizo construir una mansión en una colina a la que el ingenio popular llamó "la colina del perro"...

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26 de diciembre de 2007
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La educación sensorial

Teoría literariaRafael Argullol: Los malos profesores y malas facultades enseñan una filosofía que está más allá de todas las pasiones. Y los malos artistas creen que el arte está más allá de toda idea, o que tiene que prescindir de las ideas.

Delfín Agudelo: ¿Pero están acaso en imposible diálogo la academia con el quehacer creativo literario? Muchos estudiantes ingresan a facultades de humanidades o carreras de literatura porque quieren aprender a escribir literatura. No su análisis, sino la materia propiamente dicha. Con una buena directriz, pienso que esto es posible. Pero también lo es que un joven escritor naufrague en los mares de la crítica y del análisis comparativo.

R.A.: Yo, desde luego, nunca le recomendaría la facultad de humanidades a un aprendiz de escritor o a todo adolescente que le fascinara la idea de llegar a ser escritor. Siempre recomendaría estudiar medicina, o biología, o mineralogía, o geografía; es decir, algo que tuviera que ver con la sensorialidad del mundo. La escritura ya surgiría de ahí. En general, tal como están concebidas las humanidades, son auténticas fábricas para alejar a un adolescente que esté bien dotado de la escritura porque son como fábricas que cultivan la abstracción y un alejamiento de la vida, de los conocimientos actuales. A mi modo de ver, esto es muy peligroso. Los estudios en estas condiciones alejan al estudiante, justifican su propio egotismo y solipsismo, su propia endogamia. Una vez estudiadas las cosas del mundo, sí que haría una especie de estudios especiales, raros, de humanidades. Pero lo haría después, como consecuencia del contacto entre lo físico y lo sensorial. A partir de ahí, te podrías enfrentar con cosas más vinculadas a las humanidades.

D.A.: Así que la educación sensorial no podría venir del estudio académico de la literatura.

R. A.: Es por lo que te decía al principio: la literatura nunca ha sido consecuencia de los estudios de literatura. Ha sido consecuencia de las guerras, de los viajes, de la aventura, del descubrimiento, de las drogas, del alcohol; pero casi nunca ha sido consecuencia de los estudios de literatura. Los estudios de literatura son una especie de taxidermia de la experiencia literaria que puede estar muy bien si quien recibe esta taxidermia es alguien que está dispuesto a estar en contacto con la vida viva. Pero si quien recibe esta taxidermia va enmudeciendo, se va volviendo el mismo animal disecado —un cadáver—, difícilmente saldría algo . Ese es también el riesgo de la teoría literaria, que está muy bien para leerla si eres guardia forestal o si estudias los delfines; pero el escritor que se encierra en la teoría literaria es un suicida, porque la teoría literaria es como una especie de gran justificación, monstruosa justificación alrededor del hecho literario que acostumbra a culminar en un vaciamiento profundo de la matriz misma del hecho literario. No veo por qué se tienen que superponer los estudios de literatura y la literatura, de la misma manera que soy tremendamente escéptico respecto a los talleres de literatura, las escuelas creativas de literatura, todos estos montajes que existen actualmente. No creo que jamás salga un escritor de todos estos montajes, jamás. Un escritor sale porque a determinada edad, generalmente muy joven, tiene la ilusión de ser escritor, luego se lanza al mundo, a la literatura; pero no porque vaya a un taller creativo de escritura, que es una cosa más bien patética.
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26 de diciembre de 2007
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Licencia para matar (lentamente)

Espero que no tarde en traducirse el ensayo de Allan M. Brandt dedicado al mayor asesino en serie que ha conocido occidente. En su The Cigarette Century ("El siglo del cigarrillo") narra la escalofriante historia de una matanza sin duda industrial. /upload/fotos/blogs_entradas/cigarettecentury.jpgLo más asombroso no es la docilidad con la que los fumadores se han dejado asesinar, sino cómo fueron seducidos mediante perversas campañas publicitarias.

Fumar cigarrillos, contra lo que puede parecer, no era un hábito masivo a comienzos del siglo XX; fue la Primera Guerra Mundial lo que disparó su consumo al asociar el cigarrillo con la figura romántica del soldado hundido en su trinchera, mirando las estrellas con un pitillo entre los dedos. A la masculinidad, que duraría hasta los vaqueros de Marlboro, se unió muy pronto la hembra sexualmente accesible. Durante la posguerra, Hollywood asoció tercamente el contacto sexual con cigarrillos cuyo humo sellaba el coito.

En 1953 aparecieron los primeros datos científicos sobre el cáncer de pulmón entre fumadores. Las compañías contraatacaron con estudios escritos por prestigiosos mercenarios. En 1962 el informe del comité dirigido por Luther Ferry dio pruebas inequívocas, no sólo de la relación del tabaco con el cáncer, sino de los millones de víctimas que ya había causado. Comenzaron entonces las batallas legales en las que la industria se impuso comprando médicos, abogados, jueces y congresistas. En 1988 fue un estudio gubernamental el que demostró la relación del cigarrillo con millones de muertes y el uso consciente de adictivos para enganchar al cliente por parte de las tabaqueras.

La batalla continúa, pero el público culto de los países ricos ya no se lleva a engaño y las ventas han caído. En consecuencia, las tabaqueras disparan ahora su publicidad hacia los niños y los países del tercer mundo. Tratan de matar a los más débiles e ignorantes.

Lo chocante de este asunto es la indefensión de los ciudadanos ante la publicidad. Si han sido capaces de vendernos nuestro suicidio, ¿qué no podrán vendernos? Por cierto: yo fumo.

Artículo publicado en El Periódico, 22 de diciembre de 2007.

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24 de diciembre de 2007
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Atardecer

Excelente artículo en Los Angeles Times del crítico de libros Scott Timberg. Su balance del año 2007 pinta un universo amenazado por la fragmentación natural de los contenidos, de las audiencias y de los canales de distribución en el mundo digital. Su visión es un retrato de EE. UU., claro, pero me parece que encontramos en este texto una recopilación de los peligros (o oportunidades) de la galaxia Gutenberg:

1. Desaparición de las librerías

2. Rebajas crecientes

3. Crecimiento relativo de los grandes éxitos en el negocio global

4. Erosión del alfabetismo en el papel (y no en las pantallas)

5. Desaparición del espacio dedicado a los libros en la prensa

6. Competencia entre los canales de distribución (con reducción de los beneficios)

¿Cuáles son las armas de los editores y escritores frente a estos desafíos? La lista incluye meramente a tres: la calidad, la atracción de ciertos autores (Roberto Bolaño en el caso de EE.UU.) y la capacidad de empujar la promoción de los libros desde fuera del mundo de los libros. Para decirlo en pocas palabras: el mundo de los libros es un mundo cerrado donde la calidad y la innovación pueden influir, pero es un mundo sometido a las tremendas fuerzas de cambio tecnológico y económico.

Ahora me toca introducir otro artículo en inglés, mucho más polémico, del semanal The New Yorker sobre "los libros en el atardecer". No hay mucho que decir sino que es una lectura imprescindible aunque su punto de salida es demoledor: se trata nada menos que de explicar por qué la humanidad se dedica a algo muy poco natural como la lectura. La frase clave: «There's no reason to think that reading and writing are about to become extinct, but some sociologists speculate that reading books for pleasure will one day be the province of a special "reading class," much as it was before the arrival of mass literacy, in the second half of the nineteenth century. » (No hay razón alguna de pensar que la lectura y la escritura van a desaparecer, pero unos sociólogos se preguntan si la lectura de los libros por mero placer no se va a transformar en el territorio de una «clase de lectores», tal como lo era antes de la llegada del alfabetismo de masa en la segunda mitad del siglo XIX). El artículo se apoya en las teorías de Walter Ong sobre la oralidad. Da mucho para pensar.

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21 de diciembre de 2007
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Rasgos elementales de lo físico (3)

Sintetizando lo hasta ahora avanzado, diré que una entidad física es algo que, como mínimo, tiene una "posición" y tiene un "momento" (es necesario precisar que también en esto la física del siglo XX introdujo una subversión radical, que por el momento me limito a evocar). Muy probablemente tendrá otros atributos, pero sin los dos mencionados, lo que eventualmente se presente a nosotros no tendrá carácter corporal, será pura apariencia, literalmente un fantasma.

Y estamos ahora en condiciones de responder a la pregunta que formulaba respecto a "entidades" (las comillas vienen por el hecho de que, en el sentido cabal, "entidades sólo serían las que responden a lo avanzado) del tipo de las superficies. La superficie de la mesa no es una entidad física, simplemente porque si la separamos de la mesa... ni tiene posición alguna, ni tiene momento.

Carece de momento porque carece de masa y esta carencia  implica, entre otras cosas, que no se halla en movimiento pero tampoco en reposo. Tenemos ciertamente la ilusión de lo contrario, en razón de que la superficie se mueve cuando es movía la mesa y se halla en reposo cuando la mesa lo está. Pero ni se mueve sola, ni reposa tampoco en sí misma. Y respecto a la posición es evidente que, privada de la densidad de su sustrato, la superficie deja de ubicarse en sitio alguno. Así las imágenes que percibimos en la pantalla del televisor dejarían de ser tales si las priváramos de esas entidades que son los electrones, que sí están provistos de masa y a cuyo movimiento las imágenes mismas se reducen.

Es necesario señalar desde ahora que posición y momento no tienen  intersección. La posición no es el caso particular del momento en el que la velocidad es nula, o sea, el reposo. Como veremos esto tendrá enorme importancia cuando, con la física cuántica, determinar el momento de una entidad implicará excluir a ésta de toda posición, de tal manera que podrá hallarse en reposo y no obstante carecer absolutamente de ubicación. Por su enorme importancia abordaré el asunto en la próxima reflexión, aunque sea algo precipitadamente, pues  convendría  recorrer varias etapas previas, empezando por establecer que realmente posición y momento son determinaciones independientes (lo cual no significa aún determinaciones mutuamente excluyentes)

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21 de diciembre de 2007
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La autopsia de San Simón

Una de las grandes ventajas de los muertos es que puede matárseles tantas veces como convenga. En años escolares, cuando aún mi familia tenía la costumbre de visitar semanalmente el camposanto, me gustaba adentrarme entre sepulcros, primero para leer epitafios, más tarde en busca de huesos tirados, que llevaba a mi casa de contrabando y a la escuela como un souvenir exótico. Fémures, húmeros, mandíbulas, clavículas, sabría el diablo de quiénes y de cuándo. Cuando menos pensaba, ya jugaba con otro compañero a los espadazos, armados de sendos fémures que acababan despedazados en el patio, para horror de los más morigerados.

     Ventaja número dos: los fiambres no tienen dueño. Eso lo sabe tanto quien se apropia de sus huesos -ya sea con fines científicos, lúdicos o meramente decorativos- como quien aprovecha para hablar en su nombre. Lo de menos es quién haya sido el sujeto en vida y cuál fuera su forma de pensar, puesto que ya no está para contradecir a quien le cambia el gesto, la figura y el habla. Los muertos son de todos, menos de sí mismos. Llegado el caso, le pertenecen a quien se los encuentra. Si llegamos a hablar de "sus" huesos nos referimos a una procedencia, no a una pertenencia porque un cadáver nada posee. Y es allí donde estriba la tercera ventaja...

     Si queremos que un muerto tenga un collar, bastará con ponérselo en el cuello. Si precisa una historia, podemos inventarla, y si la que ya tiene nos estorba nada impide que la modifiquemos. Con frecuencia, los descendientes suman a la memoria de sus ancestros encantos y virtudes que nadie en vida les conoció. Por no hablar de esos evidentes maleantes metidos a políticos o altos jerifaltes que sólo tienen que estirar la pata para ser ensalzados como grandes filántropos, sin que suela escucharse una sola protesta porque al cabo el maldito ya está muerto, no puede aprovechar el maquillaje. Es sólo el maquillista quien capitaliza: si los muertos nada pueden poseer, todo cuanto uno tenga a bien otorgarles terminará engrosando los propios haberes. Si proclamo que el muerto era un honesto, habrá quien crea que hablo honestamente.

     Cuando el cadáver en cuestión corresponde a un cobarde, nada hay más fácil que promoverlo al rango de héroe. Y si pasa que es héroe o lo parece, lo procedente es darle el upgrade al altar. Bástenos recordar las sinuosas andanzas del coronel Carlos Eugenio de Moori Koenig, tal como lo recrea Tomás Eloy Martínez en Santa Evita, cohabitando con el cadáver de Eva Perón al extremo de un día atreverse a mearlo, sin rozar una línea de su hagiografía. Mientras uno, lector, ya espera sin desearlo, en puro honor al morbo, que el cadáver de Evita realice un milagro, el autor resucita al coronel necrófilo y lo viste de acuerdo al capricho soberano de la novela. Es la mera demencia del uno lo que lleva a creer en la santidad de la otra.

     Luego de varios años de colgar toda suerte de adornos disonantes sobre el cadáver del libertador Simón Bolívar, Hugo Chávez recién ha ordenado que le practiquen una autopsia. A algo menos de 180 años de su muerte. Y es que le urge saber no sólo si en realidad murió de tuberculosis, sino de paso si ésos son sus auténticos restos. Es decir, los de Chávez, que se ha posesionado del cadáver para rehacerlo a su imagen y semejanza, tal vez sin los talentos de Tomás Eloy, pero con la patente ya en la mano. A estas honduras, Simón Bolívar redivivo sería menos bolivariano que el presidente Chávez. Pero ahí está la cuarta ventaja de los cadáveres: carecen de opiniones. Se diría que todo les da igual.

 

     No le gustan a Chávez las opiniones disímbolas, razón más que bastante para asociarse con un cadáver. En Por un puñado de dólares, Clint Eastwood usa los cadáveres de un par de soldados como señuelos contra sus enemigos, y acto seguido les dispara a placer. No pueden delatarlo, ni hacer memoria, ni volver a morirse. Prácticamente le pertenecen, igual que el hueso al niño que lo usa como espada. ¿Qué puede hacer ya el pobre libertador para evitar que un militar necrófago termine por habilitar su calavera como pisapapeles? ¿Qué quedará de su memoria original después de tantas distorsiones, aureolas y milagros ajenos? Mudo en medio de tanta metafísica, por hoy me basta con imaginar la cara de la esposa del forense cuando escuche al marido confesarle que viene de hacerle la autopsia a Simón Bolívar.

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21 de diciembre de 2007
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