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El velo de Sherezade

    El trasvase entre lenguajes artísticos, pese a ser tan frecuente, siempre es arriesgado. Wagner pretendía que en su obra la música y la poesía confluyeran de tal modo que formaran una unidad indisociable: esa "obra total" a la que, además de él, muchos autores han aspirado. Pero lo habitual es que un arte sea deudor del otro y el pintor se inspire en motivos literarios o el músico, en pictóricos. En el siglo pasado el cine, el más vampírico de los lenguajes, recurrió indistintamente a la literatura, pintura y música como materia propia para sus imágenes en movimiento.

     Entre esos trasvases para mí siempre ha tenido especial interés el que enfrentaba la pintura a la literatura. Antes del cine, que ha puesto tantas y a menudo tan distintas caras a los héroes literarios, era a la pintura, y en mucha menor medida, a la escultura a quienes correspondía encarnar -poner carne de pigmento o mármol- a los personajes de la literatura. Ahora, por ejemplo, a nosotros, por obra del cine, nos cuesta disociar las caras del Gatopardo o de Marco Antonio de las de Burt Lancaster y Marlon Brando, y sin embargo antes de las películas de Visconti y Mankiewicz -Julio César- los rostros de los protagonistas de la novela de Tomaso di Lampedusa y de la tragedia de Shakespeare eran imaginables de modo notablemente distinto. El cine, con su hiperrealismo y con su poder para la sugerencia, ha fijado decenas de personajes que habitaban, con facciones más o menos confusas, la historia de la literatura.

    Con anterioridad al cine, aunque sin la capacidad de fijación de éste, la pintura, la escultura y el grabado proponían las traducciones visuales de los héroes. Las retrataban, por así decirlo, a posteriori. Algunos de estos retratos han sido tan contundentes que aún hoy evocamos a los personajes de acuerdo con las propuestas del retratista. Pensamos, para citar a uno de los más influyentes, en Gustave Doré y en la potencia de sus grabados para configurar siluetas heroicas asumidas por el público de varias generaciones. Apenas es posible representarnos personajes como Fausto o el Quijote sin tomar como referencia la forja fisonomista de Doré.

    Tras la irrupción masiva del cine y el gran giro hacia la abstracción de la pintura del siglo XX las presentaciones visuales de los héroes literarios han sufrido profundas modificaciones. En términos generales el retratismo ideal ha sido otorgado a la fotografía y el cine. Sin embargo, no por eso la pintura ha perdido por entero su antigua vocación ilustradora si bien ésta implica en la actualidad desarrollos muy diferenciados entre sí. Relevante labor, a este respecto, la del Círculo de Lectores al proponer a los artistas la ilustración de textos literarios, con la posterior exposición de las obras: La Divina Comedia de Barceló, el Shakespeare de Plensa y, actualmente, Las mil y una noches de Amat.

    Las ilustraciones de Frederic Amat para Las mil y una noches, editadas hace un par de años en tres magníficos volúmenes, se exponen ahora en las salas del Círculo de Lectores con un montaje arriesgado y acertado: alienadas todas ellas a lo ancho y a lo largo de una de las grandes paredes conformando un mosaico de gran impacto sobre la retina del espectador. Amat recrea el texto a través de un eficaz juego de correspondencias simbólicas. De un lado, con la delicadez y la exquisitez de un iluminador medieval; de otro, con la maestría de un moderno investigador de formas. Amat no nos propone el retrato de Sherezade pero sí el laberinto que a través de sus cuentos conduce al rostro de la narradora infinita.

    En la misma línea ilustradora el Círculo de Lectores ha realizado la hermosa traducción que hizo Sergio Pitol de El corazón de las tinieblas de Conrad acompañada por las ilustraciones de Ángel Mateo Charris. En este caso la dificultad era también formidable, y por una doble razón.
En primer lugar por que aquí la competencia del cine era durísima pese a que fuera indirecta. Si bien Apocalypse Now de Coppola es una versión libre y cambiada de contexto de El corazón de las tinieblas a estas alturas es muy difícil prescindir de ella al tratar de rememorar los paisajes de la novela, aunque ésta transcurra en el Congo y no, como la película, en Vietnam. Igualmente pocos imaginarán al enigmático y terrible Kurtz sin acudir a la demoledora interpretación -también aquí- de Marlon Brandon. La segunda razón era de fondo: el relato de Conrad siempre me ha parecido más acústico, musical, que pictórico, con los sonidos de la selva y la voz grave de Kurtz como inquietantes reclamos.
   
    Con todas esas dificultades Ángel Mateo Charris acierta en sus ilustraciones conradianas. Algunas parecen sugerentes carteles de viaje de antaño; otras, misteriosos fotogramas en los que se transmite la luz turbadora del relato. El conjunto es oscuro, ambiguo, fascinante, ronco como la voz de Kurtz.
   
    La cara de Sherezade, la narradora infinita, es secreta pero es estimulante que los pintores traten de arrancar el velo que la cubre.
 
El País, diciembre 25 de 2007

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14 de enero de 2008
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Unos votan, otros apuestan

Los estadounidenses están votando en las primarias, y el 4 de noviembre elegirán a su presidente o presidenta al frente del Estado más poderoso de la Tierra. El resto del mundo, incluidos los europeos, se tienen que limitar a hacer conjeturas o a apostar, sin poder siquiera influir. Otros ni eso. No estamos en el círculo de la ciudadanía del imperio. Pero nos importa quién gane.

Para empezar, salvo el pastor baptista Mike Huckabee y el mormón Mitt Romney -ambos representan la nefasta influencia directa de la religión en la política- los principales candidatos en liza -Hillary Clinton y Barak Obama, por parte demócrata, y John McCain y Rudolph Giuliani por los republicanos- son todos personas serias y  formadas. Mucho más que el poco viajado George W. Bush cuando llegó a la Casa Blanca tras ganar en 2000 ante los tribunales, un Bush que no quería unos EE UU excesivamente activos en el mundo. Le cambió el 11-S.  Por eso es difícil predecir cómo será una nueva Administración.

Realmente, ¿a los europeos quién les vendría mejor? Desde luego no estarían de acuerdo con ese militar de EE UU que al ser preguntado por Chelsea, la hija de los Clinton, en Bagdad, en un viaje informativo, qué es lo que temía realmente, replicó: "Osama, Obama and your mamma". Los europeos no temen a Obama ni a Clinton. Sí a Bin Laden, y en una parte, han temido a Bush y aún le temen.

Como decía un comentarista, Obama es aún un movimiento, mientras Clinton es una campaña. Hillary es un valor conocido, que mantiene relaciones personales buenas con muchos dirigentes europeos, entre ellos el alto representante Javier Solana que también conoce a los asesores de Obama en política exterior. Los de ambos vienen de la misma cantera., aunque de generaciones diferentes: la Administración de Bill Clinton. Éste lo ha dicho claramente: serviría de apoyo a su mujer si fuera presidenta y  haría una gira por el mundo para explicar la nueva política exterior basada en el consenso (lo que allí se llama bipartidario, algo en lo que insiste también Obama), que "Estados Unidos está de nuevo dispuesto para colaborar", con un multilateralismo al que sólo veladamente ha vuelto Bush. En cuanto a Irak y a Afganistán, u Oriente Próximo, ninguno lo va a tener fácil, pues Bush va dejando demasiados problemas atados, o mejor dicho desatados. Su sucesor o sucesora va a pedir ayuda a otros países, europeos incluidos. ¿Responderán? Al menos, lo que de momento y salvo nuevas sorpresas, parece haber quedado fuera de esta larguísima campaña electoral es la cuestión iraní, después de la información preventiva de la Estimación Nacional de Inteligencia (NIE).

Obama, de padre keniata, pasó su infancia en Indonesia y tiene una vivencia más internacional. No es partidario del uso de la fuerza a diestro y siniestro. Votó en contra de la guerra y promete salir de ella en 16 meses. No lo tendrá fácil. Tampoco Hillary, ni McCain, un halcón que no necon que, al contrario de Bush, está contra la tortura -fue preso torturado en Vietnam- y quiere cerrar el campo de internamiento de Guantánamo (a los que hay que sumar el de Baghram en Afganistán, y otros). McCain conoce bien Europa, asiduo del Foro Económico de Davos y de la Verkunde sobre seguridad de Munich, pero que aún cree en la posibilidad de victoria en Irak, aunque tal objetivo guarde ya poca relación con su definición inicial.

En todo caso, los dirigentes europeos deseosos de colaborar, sin implicarse demasiado más, con quien sea que llegue a la Casa Blanca, se  pueden encontrar frustrados por una falta de receptividad en Washington. Pues, como señala un dirigente europeo, la próxima presidencia de EE UU va a ser muy difícil, no sólo por el panorama internacional, sino por, al revés que Bush que heredó un superávit de Clinton,  laa situación económica que encuentre el nuevo presidente. Si EE UU entra en recesión y con el petróleo a 100 dólares o más, tenderá a ensimismares. Aunque la terca realidad le obligará a salir de su cascarón pues China controla hoy muchos de los hilos financieros que mueven la economía americana. "Mire cualquiera de las grandes preocupaciones a las que se enfrenta América y resulta sorprendente el papel que desempeña China en ellas", escribía recientemente el economista Paul Krugmann. Y mientras Europa mirará a EE UU, Washington girará cada vez más la cabeza hacia Shanghai y Pekín. Y allí, ni votan ni apuestan. Siguen creciendo. 

 

Publicado en El País, lunes 14 de enero de 2008 

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14 de enero de 2008
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Una celebración

Escribo esto a media tarde del jueves 10 de enero. Mi madre habría cumplido años hoy, de no haber muerto ya hace... ¿cuánto? ¿Diecisiete años, dieciocho? Nunca logro recordar la fecha de su muerte. Sin embargo no hay forma de que olvide la fecha en que nació. Cuestión de proclividades, supongo. Estoy más enamorado de la vida que de sus postrimerías. Y sin embargo -ya lo ven- mi madre sigue presente.

¿De qué forma participan los muertos en nuestras vidas? ¿Por qué será que el corazón no reconoce la realidad de la muerte y sigue amando de todas maneras: por simple negación, o porque intuye algo que se escapa a nuestros razonamientos? No me considero especialmente morboso, ni nostálgico en exceso, y sin embargo escribo a diario ante la mirada que mi abuelo me dispensa desde una foto. A veces sueño con él, y también con mi abuela y con mi madrina. No es extraño que durante la vigilia intercambiemos algunas frases. O que yo las diga, cuanto menos, contando con que su silencio será benevolente.

Pero con mi madre no hablo. Creo que todavía tenemos cuestiones pendientes. Sucumbió a un cáncer de pulmón fulminante en un período de mi vida que ya era negro antes del diagnóstico. Yo estaba demasiado ocupado sobreviviendo, no tenía cabeza ni energía ni alma para concentrarme en su agonía. Se me fue como agua entre los dedos. Desde entonces (¿dieciocho años? ¿diecinueve?) vivo tratando de hacerme a la idea de lo que su muerte significa.

Hace poco soñé con ella, lo cual es inusual. Ahora no recuerdo la trama del sueño con precisión, pero me quedé con la sensación de que tenía que ver con la cuestión del hijo nuevo que hoy espero. (Sí, ya lo sé: ¡a mi edad!) Creo que nos estamos reencontrando de a poco. Lo que nunca ha variado es la noción de lo que le debo. No hablo de las cosas más obvias: la vida misma, el cuidado inicial, el amor. Hablo de las cosas que me convirtieron en quien soy, con todo lo bueno y con todo lo malo. En cada libro que leo hay un eco del amor a los libros que me contagió desde que apenas podía mantenerme sentado. /upload/fotos/blogs_entradas/julie_andrews_med.jpgEn cada película que veo hay un eco del amor al cine que me inoculó desde aquella visión de The Sound of Music. Yo siempre supe lo que quería hacer de mi vida, así que nunca encaré la creación de ficciones como un tributo. Pero también es cierto que mi madre murió antes de que yo publicase mi primera novela. Imagino que le habría gustado leerme, ver las películas que hago. Yo que tengo hijas grandes que estudian y hacen cine, conozco la satisfacción de que los hijos se dediquen a algo que nos produce un placer que estamos en condiciones de apreciar. Me habría gustado proporcionárselo a mi madre, también.

Ella está entretejida -‘inextricablemente interconectada', como dice Stephen Hawking para definir la relación entre el espacio y el tiempo- con todo lo que hago.

Escribir es recordarla.

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13 de enero de 2008
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Nápoles como augurio

La verdad realmente incómoda no es la que Al Gore denuncia en su película y en sus discursos. No es la que hasta ahora se han negado a mirar de cara los gestores de la industria mundial y los administradores institucionales. Más que incómoda, la verdad de la que hablamos es insoportable.

Por devastadores que vayan a ser los efectos del cambio climático, por traumáticas que sean ya sus consecuencias, lo cierto es que tras la alarmada profecía ecologista se oculta una certeza todavía más terrible. Una verdad más hiriente, descarada y ofensiva. Una verdad que colapsará nuestras últimas ilusiones.

La verdad insoportable es que no podemos hacer nada para evitar la catástrofe. La maquinaria de envenenamiento ambiental que hemos edificado sólo podría corregirse imponiendo a la población una brutal recesión económica. El dilema entonces no consiste en ir a peor o rectificar a tiempo sino en elegir qué tipo de catástrofe estamos dispuestos a soportar: la crisis social derivada del fin de la sociedad del bienestar o la crisis ecológica. Cerrar las fábricas de automóviles, por ejemplo, para evitar nuestra individual contribución al más contaminante de los venenos, obligaría a dejar en el paro a millones de trabajadores en todo el mundo.

En Nápoles podemos ver las primeras representaciones de la tragedia: una multitud furiosa descubre a su alrededor el detritus que ha generado y con gran espanto contempla el incendio de las montañas de basura, las ratas cebadas por sus restos orgánicos, las epidemias a flor de piel, los tumores reproduciéndose en sus entrañas y la neblina permanente de los malos olores. La Camorra italiana forma parte de la obra, desde luego. Pero la queja de los políticos sobornados o amenazados por la delincuencia organizada no vale como excusa.

La ciudad ha descubierto demasiado tarde los síntomas de su impotencia.

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12 de enero de 2008
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Loriga y la ficción

«Queríamos morir jóvenes, pero como Dios cuida de los tontos, aquí estamos», escribe Ray Loriga en uno de los artículos suyos recopilados en Días aún más extraños (editorial El Aleph). ¿Cómo se puede describir este libro? Un «librito», dice su autor en la introducción. Librito me parece muy generoso. Es muy poca cosa: unos artículos publicados en el diario El País, una carta al escritor Rodrigo Fresán, un fragmento de ficción y un cuento.

/upload/fotos/blogs_entradas/dias_aun_mas_estraos_med.jpgLos artículos (hablan de cine, de atentados, de música, de ajedrez) son buenísimos pero es la carta lo que me llamó la atención. Hace poco, descubrí el largo poema de Auden que se presenta como una carta a Lord Byron. Fingiendo escribir a Lord Byron, el poeta inglés utiliza lo que va haciendo (un viaje a Islandia) para hacer un repaso a la situación del arte y de las ideas en su país (estamos antes de la segunda guerra mundial). Es lo que hace Loriga: está en Tailandia, en un pequeño hotel de Khao Lak, en la isla de Phuket, y, fingiendo escribir a Rodrigo Fresán, habla de ficción.

Ray Loriga: «Hubo un tiempo en que la ficción parecía posible pero este tiempo ya pasó, y por qué negarlo, se fue sin mucha gloria». Uno puede preguntarse si es una condena global, definitiva de un género hasta entender que el autor habla de sí mismo. «La ficción», escribe Loriga, «precisa de un entusiasmo, de un rigor, de un talento que ya no tengo, que nunca tuve, en realidad. Por eso ahora me dedico al cine». Lo más sorprendente, añade el autor, es el entusiasmo que tuvo en su juventud para dedicarse a construir una trama, involucrase, entregar su experiencia personal en su escritura. Pitol, Piglia, Beckett, Handke son citados en lo que «no es una carta, ni por supuesto una nota de suicidio» .

Para el lector de El hombre que inventó Manhattan, excelente novela de Ray Loriga, este texto es a la vez una maravilla (Loriga tiene un castellano transparente, directo, sencillo que quita cualquier mancha de retórica inútil) y una pesadilla: ¿podemos perder a este talento? La respuesta viene al final  con un cuento, Virginia se enamora, de una frescura eficiente, con capacidad obvia de crear una tensión utilizando un mínimo de recursos. Loriga dice que es un cuento a lo Salinger pero en realidad uno piensa en otro escritor norteamericano. En el final de su vida, Scott Fitzgerald decía dedicarse al cine pero tenía en su despacho el manuscrito de The last Tycoon. Loriga tiene que cuidar su corazón y recordar que tiene lectores.

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11 de enero de 2008
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Murió el inmortal Pepín

Estoy harto de que se muera todo el mundo. Incluso los que son como Pepín Bello. No me importa que casi tuviera ciento cuatro años. No hay derecho. No molestaba, no ocupaba mucho sitio y era la mejor memoria lúcida de un país que solo existe en los libros, en algunas fotos y en poemas, canciones, músicas y otros restos de aquella pandilla que pasó por la Residencia de Estudiantes, se hicieron de una generación en el año 27, ganaron la República y perdieron la guerra. Pepín Bello, mi amigo más mayor, era el último de aquella extravagancia española. Un ser atípico que nunca hizo mucho más que ser amigo de los que más hubiera uno deseado conocer. No es pequeño mérito. Hoy, me quedo un poco más solo. Desde hace meses era más raro poderle ver, pero cada vez que estábamos con él sabíamos que teníamos unas horas de risas, inteligencia, felicidad y recuerdos conquistados. Me han robado uno de los mejores paisajes españoles. Con él terminan muchas cosas. Entre otras termina el vivo recuerdo de unas gentes y de un país que fue mejor. También se acordaba del otro, del peor, del cruel, estúpido y asesino que también fue nuestro país.

Como me hubiese reído de eso tan "putrefacto" como la letra de un himno de España. No está Pepín para reírnos. Nos tendremos que acostumbrar a la injusticia de que también los inmortales terminan por morir. Me gustaría hacer un anaglifo, pero me falta la gallina. Perdón por la tristeza.

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11 de enero de 2008
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Clase IV. La exposición forzada

En vista de que han sido muchos quienes nos han preguntado por la «exposición forzada» o nos han pedido ampliar en algo el concepto, vamos a hacer un pequeño alto en el programa del curso para ahondar en este error cometido con frecuencia en la narración. Como sabemos, uno de los aspectos básicos del texto de ficción, sea cuento, relato o novela, se refiere a la manera con la que el narrador nos cuenta la historia, presentándola de manera sutil y persuasiva, procurando que no se note el «andamiaje» de la ficción. Se trata quizá de la piedra angular de una narración: que el lector crea, mientras lee, que aquello que le cuentan es verdad. Y para lograrlo, el narrador debe emplearse a fondo haciendo verosímiles a sus personajes y situaciones, buscando las palabras precisas para tal efecto, pero sobre todo mirando la realidad con sus propios ojos (esto es, con sus propias palabras pues, como a nadie se le escapa, nuestro lenguaje es nuestra forma de mirar el mundo, de interpretarlo y traducirlo). En otro momento hablaremos de la verosimilitud de personajes, escenarios y situaciones, pero aquí nos detendremos, como ya dijimos, en la exposición forzada, que consiste en ofrecer determinada información al lector que el narrador considera importante para esclarecer tal o cual aspecto de la trama, de la vida pasada de un personaje, de lo que está haciendo en determinado momento o de sus intenciones, y que al hacerlo parece dirigirse de manera directa a éste, explicándole las cosas. Por ejemplo cuando un narrador en primera persona nos da la impresión de estar contándole algo al lector o cuando un personaje le manifiesta a otro los motivos por lo que se encuentran en determinada situación (en realidad se los  está explicando al lector) y que a ojos de lo leído parece una dilucidación obvia e innecesaria. Vamos a ver un ejemplo: la madre que le dice a su hijo de treinta años citándolo para hablar de un herencia: «como recordarás, tu padre murió en un accidente aéreo...»  o el amigo que le dice al otro, al encontrarse en una situación comprometida: «te recordaré que fuiste tú quien quiso venir hasta aquí aún sabiendo que...» Son ejemplos típicos de la exposición forzada, donde resulta patente (y chirriante) el  mecanismo para presentar la información. También ocurre toda vez que el narrador nos muestra la relación de dos personajes de manera manifiestamente explícita, cuando podría haberse buscado alguna otra solución más sutil. Decir: «Carlos se acercó al quiosco de periódicos donde Miguel, su amigo desde hacía más de diez años, le entregó el diario y le dijo que no se olvidara de que el viernes tenían partida de cartas, como siempre» es una exposición forzada clarísima que delata la presencia enojosa del narrador, cuando probablemente se podría haber propuesto: «Carlos se acercó al quiosco de periódicos y Miguel le entregó el diario diciéndole que no se olvidara de la partida de cartas del viernes, y que por favor llegara temprano, que en diez años nunca había sido puntual.»  La exposición forzada ocurre pues, cuando el narrador explica de manera torpe elementos que se pueden presentar con más sutileza. Veamos algunos ejemplos más:

«Fernando, quien desde hacía veinte años vivía en aquella casona heredada por sus padres, decidió decirle a Ana, la mujer con la que llevaba casado diez años, que debían venderla para poderle pagar los estudios a su hijo Ernesto.»

«Pedro miró la hora en su reloj y se dijo que debía apresurarse si quería coger el metro a tiempo, apenas tenía cinco minutos para hacerlo y no quería volver a llegar tarde a su oficina pues el señor Martínez, su jefe, ya se lo había advertido la última vez.»

Huelga decir, como siempre en literatura, que todo es susceptible de matizar, y que en algunos casos, esas exposiciones forzadas pueden funcionar perfectamente dentro de un texto o simplemente ser tan mínimas que no frenan el avance de la ficción ni chirrían, por lo que finalmente será el escritor el que decida cuándo debe pulirlas o cuando dejarlas.

 

La Propuesta

De manera que la propuesta de esta semana va dirigida a que ustedes se ejerciten en presentar la información necesaria al lector de una forma sutil, por lo tanto les vamos a pedir  que incluyan en un texto dos  frases que claramente sean un ejemplo de exposición forzada y una vez finalizado el mismo, al pie de la narración, las rescaten y  recompongan de manera que aporten la misma información pero de una forma menos evidente.

Por ejemplo, si en alguna parte de mi cuento digo: «Carmen salió apurada  de su casa y fue en busca de su amiga Laura, que vivía en el quinto piso, para decirle que la esperaba en el portal, donde las recogería Manuel, su marido, como todos los miércoles para la clase de tenis» al final de texto añadiré su corrección: «Carmen subió al quinto y tocó la puerta de Laura para decirle que no se olvidara de que era miércoles y que Manuel las iba a recoger para las clases de tenis. Y ya sabía ella cómo se ponía el pesado de su marido si no estaban a tiempo en el portal.»

Saludos a todos

Jorge

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11 de enero de 2008
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El cielo de Canudos

Massacará, Jeremoabo, Uauá, Cocorobó. Los nombres de los pueblos evocan una familiaridad emocionante, más todavía llegando a Bendengó, que es donde hay que dejar la carretera, dar vuelta hacia el oriente y seguir adelante por la brecha que lleva a Canudos, bordeando lo que, creo, tendría que ser el río Vassa Barris. Si es así, me entusiasmo, podría estar ahora mismo cruzando el Tabolerinho. Pero sé mucho menos de lo que creo, prueba de ello es que busco una montaña que nunca estuvo ahí y un lugar que ha perdido para siempre su nombre.

     Hay todavía menos gente que vehículos, el coche se abre paso entre pedreríos y terregales que a otros les podrán parecer desoladores; no para quien los ha recorrido imaginaria y febrilmente, y ahora no puede ver un cacto en el camino sin atisbar detrás yagunzos emboscados con fusiles, pitos y cerbatanas. Son ya más de las cinco de la tarde cuando subo por una rampa en dirección a un monumento: el Memorial de Antonio Conselheiro. Salgo del coche, doy unos pasos en torno a la estatua, miro el paisaje y algo no cuadra. Toda esa agua, para empezar, no aparecía en el libro de Vargas Llosa, ni en el de da Cunha. Se suponía que el Vassa Barris estaba medio seco. Pero aquí no hay un alma que me saque de dudas, apenas unas cabras que suben y bajan, mientras en la cabeza pasan lista Antonio Vilanova, su hermano Honorio, las Sardelinhas, Galileo Gall, Rufino, Jurema, el periodista miope, Febronio de Brito, el Barón de Cañabrava. La sola fuerza centrípeta de los personajes me recuerda que no voy tras la Historia, sino tras la novela.

     Según las flechas, el pueblo que está tres kilómetros más allá del Memorial es justamente Canudos, pero no me coinciden las referencias. El pueblo es muy pequeño, apenas unas cuatro cuadras maltrechas y un pequeño museo dedicado a la guerra de Canudos, donde un guía me explica por qué no estoy donde creía estar. Lo que hoy se conoce como Canudos es lo que en esos tiempos era Cocorobó. La hacienda a la que el Consejero bautizara como Belo Monte nada tenía que ver con superficie montañosa alguna. Para llegar allí hay que regresarse varios kilómetros en dirección a Bendengó, señala el guía y se ofrece a acompañarme a cambio de un billete de cincuenta reales.

 

     Hace ya muchos años, bajo el gobierno de Getulio Vargas, que el Vassa Barris creció hasta sepultar bajo el agua lo que un día fue Canudos, merced a un proyecto de represas que cambió para siempre el sertón. Son ya casi las seis, camino entre los muros derruidos de la Fazenda Velha, que es donde habría muerto el Coronel Moreira César. Todavía no oscurece, hay tiempo para ver con calma las trincheras y encontrar entre piedras y arena restos de huesos de los combatientes. Sorprenden las distancias, cómo tantos soldados y yagunzos podían disputarse tan poco espacio. Y en un rato, cuando estemos de vuelta en el pueblo y el guía me recomiende un cuarto de diez reales en el hotel Brasil, la sorpresa estará toda en el cielo.

     La noche del sertón tiene dos atracciones ancestrales: beber cachaça y contemplar el firmamento. Constelaciones sobre constelaciones, un tejido de luz que pasma y embelesa. Qué de raro tendría, insisto, que los más miserables entre los sertaneros fueran, dado el contraste entre la tierra seca y el cielo generoso, clientes naturales del misticismo a ultranza. Quiero creer que el cielo sigue igual y de Canudos queda entero el firmamento. Afuera del hotel hay tres casas habilitadas como bares. De un lado de la barra, los clientes bebiendo a media terraza. Del otro, la familia en la sala viendo televisión. Salgo al coche, me tumbo sobre el cofre, con un bote de guaraná en la mano, mientras la otra sostiene el PSP de donde brota la voz de Chico cantando Mujeres de Atenas. Es entonces que la mirada incisiva de un niño de cinco o seis años, apostado en la orilla de una ventana de su casa-bar, me recuerda que más que un extranjero soy aquí un bicho raro que escucha con audífonos canciones cariocas, habla con un acento de ninguna parte y se atreve a pedir una caipirinha, para aguda extrañeza de los presentes. Razón más que bastante para escapar de vuelta al hotel Brasil y caer como un muerto sobre la cama, en la esperanza muda de despertar oyendo las campanas en las torres del Templo del Buen Jesús.

     -Alabado sea -responden desde el sueño varios ex cangaçeiros rozados por el ángel.

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11 de enero de 2008
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La luz

La luz y la electricidad constituyen la base crucial de la existencia. La electricidad fabrica el esqueleto irrompible y la luz guía la ínclita arquitectura de la mente. Con el esqueleto y el intelecto se resuelve de una vez el proyecto del ser humano. ¿Los animales no participan de la luz y de la electricidad? Son subsedes pasivas, silos de vida.  Sólo en el ingenio humano se cruzan la electricidad y la luz, se une la elegancia con el látigo, se ovilla el conocimiento y su milagro, copula el misterio con su resplandor. Los animales son depósitos de saber, espesas reservas, mientras el ser humano discurre como una extraña fluencia. Los primeros son sólidos y finísimos líquidos los segundos. Mansos o fieras frente a genios iluminados y fuegos.

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11 de enero de 2008
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El origen de la vida

/upload/fotos/blogs_entradas/pasteur_med.jpgDurante mucho tiempo se ha creído que la vida había surgido espontáneamente a partir de materia inerte y, de hecho: ¿qué cosa creer?; ¿qué alternativa cabía? De ahí la paradoja que, de entrada, constituye la tesis de Louis Pasteur, según la cual la vida sólo podía provenir de vida previa; obviamente parece un círculo vicioso. Mas, de hecho, la tesis es mucho más matizada. Lo único que sostiene es que la vida sólo puede emerger de vida previa... en las circunstancias ambientales que caracterizan nuestro entorno actual, circunstancias que nada tienen que ver con las que imperaban en la época primigenia. Si hoy emergiera alguna forma de vida en las condiciones que podemos conjeturar que emergió por vez primera, simplemente la cantidad de oxígeno ambiental haría que inmediatamente fuera destruida. En la época primigenia no había oxígeno libre en la atmósfera, o lo había en muy pequeñas cantidades, con lo cual las condiciones de posibilidad de aparición de algo como lo que la vida constituye, sí se daban. Afortunadamente, cuando se originó la vida, la atmósfera terrestre no sólo carecía de oxígeno libre (que se hallaba presente tan sólo en el agua y en los óxidos metálicos) sino también de los microorganismos que hoy pululan y que imposibilitaran la existencia de seres vivos. Asumimos, pues, que la vida es posible sin vida previa en condiciones ambientales dadas. Y obviamente, estas condiciones se han dado, puesto que hay vida en torno a nosotros, y nosotros mismos constituimos seres vivos.  

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11 de enero de 2008
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