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Diálogo en silencio

Fue una experiencia humana enriquecedora, la de "Diálogo en Silencio" en el último Foro Económico Mundial de Davos. Unos sordos (algunos también mudos) guían a un grupo de participantes con cascos para suprimir todo sonido, a través de algunas experiencias de comunicación. El objetivo -el año anterior se hizo uno con ciegos, "dialogo en la oscuridad"- es demostrar cómo se puede comunicar la gente con signos. No enseñar el lenguaje de los signos, sino enseñar que, en este caso, el lenguaje debe ser visible para ser entendido. Los participantes descubren sus capacidades de expresión no verbal, y sordos y no sordos, y mudos y no mudos, se encuentran. Quizás resultaría útuil incluso en política.

El experimento primero se lleva a cabo en conjunto con unas 20 personas, luego en grupos en los que hay que recomponer unas frases de una noticia que se muestra en un televisor, o reconstruir una historia. O finalmente resolver un problema para reducir costes en una empresa. Según uno de los sordos, es muy revelador en un grupo al que se le da el papel ver quién lo coge primero y cómo lo orienta.

Cuando los participantes se quitaron los cascos, la cháchara se hizo ensordecedora, como si hubiera una explosión de necesidad de hablar. Y ahí empezó también una serie de explicaciones por uno de los sordos, universitario, que había aprendido a leer tan bien los labios (lo que dominaba era el alemán y el inglés) que la policía alemana le consultaba para que adivinara en qué idioma hablaban algunas personas de las que tenían grabaciones en la calle.

La velocidad del lenguaje de signos (que varía, naturalmente, en cada lengua) es impresionante, y más rápida que el lenguaje verbal, pues usan las manos, los labios y las expresiones de la cara. No dan la sensación de perderse nada. Empresiona la explicación de cómo logran aprender a comunicarse a sordomudos que se quedan ciegos, por medio no sólo del braille sino con signos sentidos en la mano.

Curioso fue el comentario de una joven participante de Estados Unidos a la que le chocó que, con los cascos, la gente se tocara para llamarse la atención o comunicar. "No estoy acostumbrado a eso en mi país", comentó.

Los organizadores, dirigidos por su fundador alemán Andreas Heinecke, que no es sordo ni mudo, han hecho exposiciones y talleres de este tipo en diversos lugares de Francia a Israel o México. Próximamente abrirán en Barcelona.

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8 de febrero de 2008
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Tumbas literarias

/upload/fotos/blogs_entradas/tumbas_med.jpgUnas semanas después de estar su cuerpo repartido por las tumbas, los nichos, que muchas veces son las librerías, encuentro el último  libro de uno  de los escritores europeos más inquietos y viajeros, Cees Nooteboom. El último que yo conozca traducido al español. Un libro ilustrado, casi un coffe book, pero un libro lleno de verdades finales. De historias literarias. El libro es sobre algunas de las tumbas de poetas y pensadores que el escritor holandés ha visitado. Otro hermoso libro de la editorial Siruela. Un peregrinaje que vengo haciendo desde que me escapé por el mundo, sus polvos y sus amores. Me gustan las tumbas. Me gustan los cementerios. Sobre todo cuando no son industrias de sacar dinero a esos crédulos que los católicos. Aunque también me gustan muchos cementerios católicos.

La portada del libro es una tumba estrella, aún diría más, es un tres estrellas michelín de los cementerios: el Pére Lachaise, y la tumba de Proust. La lista de escritores es larga y emocionante que comparten espacio con Proust. Solo comparable con la de otro de las estrellas de cementerios, el de Montparnasse. Con las tumbas de tantos que siguen vivos en nuestras lecturas, con la botella de absenta sobre la tumba de Cortázar.

Nootebom pasea por otros cementerios más pequeños. Como si fueran espacios secretos de un gran gourmet se para ante la tumba de Machado en Colliure, una de las más emocionantes que conocemos. No tan lejos de otra que nos conmueve, la de Walter Benjamín, en Port Bou. También se detiene ante una tumba sencilla, modesta, campesina en uno de los paisajes más hermosos del mundo, la de Robert Graves en Deia, en su pueblo mallorquín dónde vivió,  supo descansar y decir adiós a todo eso.

Nunca había pensado dejar mis restos en algún lado pero cuando recuerdo el barranco dónde estarán los restos de Federico o pienso en las cenizas esparcidas de Virginia Wolf en ese jardín de un lugar de Sussex. Incluso cuando veo la tumba sin símbolos y con nombre de tantos que quise, que sigo queriendo, pienso que después de morir habrá que elegir el lugar dónde quieres seguir estando. Lo estoy pensando.

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7 de febrero de 2008
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Sagan

Basta preguntar al motor de búsqueda Google de España cuáles son los libros de Sagan para entrar en el espacio. Carl Sagan, el pionero americano de la conquista del cielo, sale con sus promesas de conquista de planetas y su dominio del hombre sobre el vacío. Hace años (Google todavía no existía) el contenido con apellido Sagan tenía como nombre Françoise. Sagan era la novelista francesa que entró como una estrella en el mundo de la literatura con un cuento triste, realista, lleno de matices y emociones íntimas: Buenos días, tristeza.

El libro se publicó en 1954, Sagan tenía 19 años y hablaba del placer y de las trampas del amor con tanta madurez y talento que François Mauriac no dudó en su espanto en inventar la definición famosa de la escritora: "un charmant petit monstre" que se traduce muy mal por "un delicioso monstruito". La verdad es que no había manera de describir la amargura feliz de este nuevo talento. Sagan sabía lo que el amor lleva de sufrimiento ineludible. Su novela se relee muy bien, hoy, y basta para entender la fenomenal fama de su autora en Francia. En seguida, Sagan se exportó al mundo entero aunque los libros siguientes nunca llegaron a tener el mismo impacto. Sagan no era la revelación de una jovencita sino la marca de una producción continua de novelas cuya música suave y triste era eso: la misma música en obras distintas aunque muy parecidas. Con el paso del tiempo, sólo los franceses siguieron leyendo unos 30 libros que no son malos y tampoco excepcionales. Sagan, hasta su muerte hace tres años, fue la amiga que había que escuchar, cada año y medio, contando el amor y el desamor en la vida de los acomodados.

/upload/fotos/blogs_entradas/mariedominique_lelivre_med.jpgAhora parece que la historia no es tan superficial. Los franceses echan de menos a Sagan. Tres años es un purgatorio muy cortito para un escritor: ya tenemos a Sagan en todas partes. Rodaje de películas, nueva adaptación de su obra de teatro, reimpresión de textos, números especiales. Sobre todo, dos libros, muy distintos, cuentan la historia de Sagan (tan famosa que no necesitaba nombre): Un amour de Sagan de Annick Geille, una editora que fue a la vez amante de la novelista y de Bernard Franck, un crítico literario, ex-amante de Sagan, y Sagan à toute allure, una biografía de Marie-Dominique Lelièvre. La biografía es una revelación. A toute allure tiene un doble sentido: hace referencia a la velocidad de la vida de la novelista como a su porte en la vida. Con Sagan (que aguantó en su carne y sus huesos terribles accidentes de tráfico) había mucha velocidad, mezclada con alcohol, fiestas, cigarrillos y drogas de todo tipo. Pero había también un porte espontáneo, casual, directo que se parecía a la imagen de una felicidad moderna. Sobre todo, es lo que se aprende en el último libro, había un afán de cariño. El cariño de hombres en la vida pública, el cariño de mujeres en una vida más secreta. Descubrir que nuestro patito feo (Sagan no era hermosa) fue amante de Ava Gardner es algo deslumbrante. Era una niña envuelta en el éxito que se mantuvo como niña a lo largo de su vida. Como lo decía ella: "je suis un accident qui dure" (Soy un accidente duradero). Es una buena definición de una novelista que permanece entre los franceses.

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7 de febrero de 2008
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La embriaguez de la tragedia

/upload/fotos/blogs_entradas/laciudaddelosprodigios1_med.jpgLa hecatombe despierta los sentidos, la catástrofe atrae. En la magnífica  novela de Eduardo Mendoza, La ciudad de los prodigios, aparece un personaje llamado Micaela Castro cuya mayor virtud radica en pronosticar siempre un porvenir traspasado de desdichas. "Nadie sabía cómo le venían a la imaginación tantos horrores, ni por qué. Habrá inundaciones, epidemias, guerras, faltará el pan, decía sin ton ni son. Su clientela, a la que recibía en la propia pensión, en su habitación... salían de sus consultas cariacontecidos. Al cabo de poco, volvían, sin embargo, a recibir otra dosis de pesimismo y desesperanza."

¿Por qué lo hacían?: "Aquellas revelaciones agoreras -escribe Mendoza-  daban cierta grandeza a su existencia monótona, quizá por eso acudían. Quizá también porque la inminencia de una tragedia hacía más llevadero el presente misérrimo en que vivían". "De todas formas -concluye- luego no pasaba nunca nada de lo anunciado o pasaba otra cosa igualmente mal, pero distinta."

Predecir el mal tiene la ventaja de poder acertar dentro de una probabilidad mucho más elevada.  La vida no es buena y mala a partes iguales sino que siempre tiende a lo peor, tarde o temprano. Disponerse para la adversidad es una sabia disposición vital: de este modo se prepara el ánimo y, además, se adensa lo positivo de nuestra vida. Porque la adversidad a menudo se convierte en el acontecimiento que otorga significado o valor a la existencia. El mal abunda en la sagrada idea del valle de lágrimas y, por añadidura, da la razón a cada uno de los seres humanos que poseen, muy justificadamente, una mala idea sobre el resultado de la existencia.

Esta empresa existencial siempre acaba mal y, por lo tanto, ¿cómo no esperar que ese fin no se filtre sobre la integridad del argumento y convierta la novela de nuestra biografía en una narración pesimista?

El pesimismo sienta mal al cardias pero entregado en dosis concentradas y llamativas, como son las grandes profecías, aumentan las ansias generales de vivir puesto que la vida no consiste sino en un vaivén de contraste con la muerte, aumentan las ganas de vivir y producen, en consecuencia, vida desde su antagónica fuente. Esta paradoja se llena pues de razón y explica la causa del morboso gusto por la destrucción que en su manifestación tremenda alude con fuerza a lo preexistente y enfatiza la consideración de lo perdido o  arrasado.

Con las debidas variaciones, el momento actual de crisis económica potencia los  éxitos de instituciones y personalidades al tipo de la Micaela Castro. Se presenta como insulso o anodino el especialista que responde a la consulta del periodista augurando escasas consecuencias negativas a partir de la ya declarada recesión norteamericana y, por el contrario, gana presencia y brillo, altura y temperatura, quien predice un inmediato futuro de calamidades sin cuento. A la caída de las bolsas debe seguir la noticia de un derrumbe de otras bolsas, al fracaso del mercado financiero ha de suceder el desplome de la producción. Sería quizás mejor no haber ingresado en esta tesitura pero el espectáculo posee unas leyes internas tan poderosas que no siendo grandioso provoca tristeza y honda decepción. El mundo se declararía gris y mediocre, la existencia dejaría de hallar sentido en la continuación de la normalidad y la normalidad ahoga en la reiteración de su horizonte sin amago de explosión. 

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7 de febrero de 2008
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De la experiencia a la ciencia (2)

"La techné surge cuando de múltiples nociones obtenidas por la experiencia, se emite un juicio universal sobre una clase de objetos. Pues juzgar que cuando Calias estaba enfermo de determinado mal, tal producto fue bueno para él, por serlo para todas las personas de determinada constitución, por ejemplo, los flemáticos o biliosos con fiebre... esto es materia de techné".

Ahora debemos determinar cuál es la frontera conceptual entre la noción de techné y la noción de epistéme, que se suele traducir por ciencia. No hay problema alguno si por ciencia entendemos  precisamente lo que designa Aristóteles. La diferencia entre la técnica y la ciencia  no reside, como a veces suele creerse, en que el científico sabría la causa del asunto, mientras que el hombre ducho en la técnica el technités no se preocuparía de esto. Aristóteles afirma explícitamente lo contrario, al escribir: "Pues los hombres de experiencia saben que la cosa es así, pero no saben por qué, mientras que los segundos (los hombres de techné) saben el porqué y la causa".

Ni siquiera podemos decir que la ciencia difiere de la techné por tratarse de una actividad no subordinada, puesto que (como ya se ha evocado) cierta modalidad de arte tiene finalidad en sí misma. Parece que  el arte y la ciencia forman un continuo con determinados momentos de discontinuidad. Una vez que la techné ha alcanzado su nivel superior (aquél en que se toma como fin), el espíritu está en condiciones de abordar interrogantes que, de facto, no tienen ninguna ligazón con la utilidad. Este es, para Aristóteles, el caso de disciplinas como la observación de los fenómenos astronómicos, o las preguntas ingenuas sobre los orígenes tanto del universo como de nosotros mismos. Como en un momento de esta reflexión veremos, incluso en la época de Copérnico la cuestión de la centralidad de la Tierra constituía un asunto puramente teorético, sin lazo alguno con intereses económicos ni en general problemas prácticos. Y me atrevo a decir que la ciencia contemporánea, aunque tenga enormes implicaciones en nuestra vida cotidiana, no responde esencialmente a imperativos prácticos. Volveré a consideraciones sobre la ciencia en unos días. Por el momento haré unas reflexiones introductorias a temas de ética.

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7 de febrero de 2008
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¿Qué clase de escritor eres?

Querido MJ:

La verdad es que no es fácil hablar de literatura sin caer en los tópicos y sin generalizar porque en el fondo todo se reduce a algo tan sencillo como el gusto y como que esas páginas escritas por alguien rocen con alguna parte de la sensibilidad o de la conciencia del lector y salte la chispa. La literatura es la chispa, y no es fácil definirla de un plumazo, ni diseccionarla, ni explicarla, porque la chispa tiene algo de milagroso. También es cierto que hay gente más predispuesta a sentir la chispa y otros que se dejan llevar por lo que sienten los demás. Y si nos ponemos así, tendríamos que adentrarnos en las modas y en el mimetismo reinante. Pero no voy a hacerlo, sólo quiero contestar sin profundizar a tu comentario de ayer cuando dices que la literatura española contemporánea es ensimismada. Yo creo que si algo tiene la literatura es que maneja un universo de emociones universal, aunque las anécdotas sean locales, y por eso puedo sentirme más identificada con una novela rusa que con una española y un chino con un autor africano. Y en este sentido, los habrá más inclinados a la literatura ensimismada que otros. ¿Podemos entender que Proust es ensimismado? ¿A qué autores te refieres exactamente? ¿y a qué novelas, porque un mismo escritor puede variar algo su ensimismamiento de una a otra? Más aún, uno no se siente ensimismado con la misma fuerza por la mañana que al mediodía, ¿se nota eso en lo que escribe, en la adjetivación por ejemplo? Pero no nos andemos por las ramas, ¿qué es estar ensimismado? ¿mirarse el ombligo? Y cuando decimos que nos miramos el ombligo ¿qué queremos decir, que estamos pensando en nuestras cosas mientras contemplamos el vacío? ¿Ensimismamiento es lo contrario de acción? De ser así, reflexionar se considera algo completamente pasivo por mucho que ahora se haya descubierto la gimnasia mental. ¿Se pone la misma cara estando ensimismado que concentrado? Y menos mal que no hemos sacado a relucir lo de "intimista" porque entonces la cosa se complica, sobre todo si uno empieza a preguntarse qué tipo de escritor será: ensimismado, concentrado, reflexivo, de acción, intimista. Tengo en mi vida tres o cuatro interlocutores, que saben un huevo de literatura, que tienen un gusto que te mueres y que me enriquecen con sus lecturas y nunca usan esas palabras que no quieren decir nada. Distinguen lo bueno con gran facilidad, es como si lo bueno se les clavara en los ojos echando sólo un vistazo. Pienso, para terminar, que existe una literatura más ensimismadora que ensimismada. Y... bueno, creo que estoy empezando a ensimismarme demasiado sobre el ordenador,  así que es mejor que me despida... hasta mañana.

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7 de febrero de 2008
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Protesta contra la muerte

Rafael Argullol: La aproximación a la propia muerte en el arte daría lugar a un espectro sorprendente de lenguajes, desde el dolor a la alegría, desde lo cómico a un cierto travestismo moral, o una gran serenidad.
 
Delfín Agudelo: ¿No está acaso un escritor constantemente escribiendo un testamento artístico, en la medida en que jamás se puede olvidar de la muerte en el momento de la creación? Conoce un fin último, sabe un fin último: sabe de un momento en el que ya no podrá escribir más.
 
R.A.: Hay determinadas actividades y entre ellas la actividad relacionada con la creación artística, que tienen un mayor contacto con la muerte porque implican una relación más continua con ella. También lo está la filosofía: si el filósofo tiene que pensar sobre la vida, necesariamente tiene que pensar acerca de la muerte. Al artista le sucede igual: la mayoría de los hombres tienden a postergar continuamente el pensamiento sobre la muerte. Esto no quiere decir que los haga más vulnerables, porque a veces cuando ese pensamiento se presenta estás más indefenso. Pero a veces he llegado a la conclusión de que si tuviera que resumir en una sola frase en qué consistía la cultura, al menos para el hombre occidental, diría que ha sido desde el principio una protesta contra la muerte: contra le hecho de que nos hemos hecho conscientes de que vamos a morir, por lo tanto protesta contra el tiempo, contra la muerte que es la quintaesencia última del tiempo. Y al ser eso la cultura, es inevitable que arte, filosofía y música tengan que plantearse muy frecuentemente la reflexión sobre la muerte porque también es una rebelión, una resistencia contra la muerte.
 
    La obra de arte incluye la muerte pero se resiste frente a ella, porque desesperadamente el artista busca una especie de trascendencia en vida, en la vida. El hombre religioso puede  proyectar esa trascendencia aún después de la muerte. El artista es aquél que se da cuenta del problema último constantemente, y sin embargo se resiste frente a él. Podríamos decir que la muerte es el más amoral de los actos. Y en ese sentido desarrollamos una cierta resistencia moral frente a esa a moralidad. No digo inmoral: digo amoral. La muerte es el acto por el cual nos vemos ya desposeídos por completo de consciencia, desposeídos de imaginación, de pensamiento y de sentimiento. Todo aquello en lo cual nosotros podemos trabajar, la muerte lo subvierte, y en cuanto a tal, evidentemente está presente continuamente en una reflexión -que es la de la filosofía, poesía, literatura- que tiene siempre como materia prima la consciencia, los sentidos, el placer, el dolor. La contrafigura continua es la muerte. Pienso que lo reflejó muy bien Ingmar Bergman en El séptimo sello con el juego del caballero y la muerte al ajedrez. El arte no deja de ser esa partida continua del caballero con la muerte, en el que muchas veces tenemos la sensación de que ganamos provisionalmente una jugada, pero que en el fondo el jugador último es la muerte. El enemigo último o el adversario último no son solo los editores, lectores, o el público, la impotencia o la imperfección: el enemigo último es la muerte, porque si no existiera, podríamos reiniciar el intento cuantas veces quisiéramos. Pero sabemos que tenemos un tiempo limitado para nuestra jugada.

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7 de febrero de 2008
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II. Una mano de cal

Huérfana solitaria desde los quince años, a mi bisabuela María la sedujo la estampa barbada del comerciante descalzo que de tiempo en tiempo cruzaba el pueblo en las mañanas de neblina arreando su recua. Y la vez que lo detuvo para preguntarle por el precio de un zurrón de cal, pretextando que quería enjalbegar las paredes ya sucias de años, sin que nadie se lo pidiera él mismo se quedó hasta el anochecer entregado al trabajo de encalar con primor la casa con un hisopo de escobillas arrancadas al cerco.

La peste del cólera de 1857 se había llevado a toda la familia de mi bisabuela, comenzando por los hermanos más pequeños, la misma peste que diezmó a los ejércitos centroamericanos en guerra contra los filibusteros de William Walker, y a la propia falange de los invasores. Otra peste, años después, se llevaría a mi otra bisabuela, María de Jesús Velásquez.

Eran tiempos en que los carreteros contratados por la intendencia militar iban preguntando de puerta en puerta si había cadáveres que acarrear a las fosas comunes, y hubo decenas de casas que quedaron pronto con las puertas de par en par, sin nadie adentro. Algunos salían de las zanjas comunales y regresaban en busca de sus familias, revividos por los aguaceros, y eran recibidos con espanto unas veces, como ocurre con quienes vuelven de entre los muertos, y otras con alegría porque habían resucitado.

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7 de febrero de 2008
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La pandilla salvaje

Deadwood es una serie histórica, en todas las acepciones del término. Porque dramatiza la transformación del Salvaje Oeste en las últimas décadas del siglo XIX -su tránsito hacia las formalidades de la civilización-, y porque lo hace con el salvajismo y el sentido común que es la cualidad central de sus personajes. Llena de figuras reales arrancadas a la Historia (yo sabía de Wild Bill Hickock y de Calamity Jane, pero ignoraba que sus personajes centrales, Seth Bullock y Al Swearengen, también existieron), Deadwood analiza el proceso por el cual el campamento homónimo, que fue creado como dormitorio para los buscadores de oro, terminó anexado al territorio de los Estados Unidos como una ciudad hecha y derecha. (De hecho existe todavía, en South Dakota.) Original de HBO, la serie tuvo tres temporadas. Yo sólo vi la primera editada en DVD, y ya estoy haciendo planes para conseguir las temporadas restantes.

Si bien es una historia coral, el nudo del relato pasa por Al Swearengen (Ian McShane). Dueño del Gem Saloon, que funciona como burdel y expendio de todo tipo de sustancias recreativas -opio incluido-, Swearengen es un personaje más grande que la vida misma. Brutal y expansivo, cruel y dueño de un perverso sentido del humor, Swearengen es el amo y señor de facto del pueblo. Con el correr del relato se empieza a apreciar que el desempeño de Swearengen no tiene por objetivo tan sólo el poder por el poder mismo: si no fuese por sus oficios -bárbaros y discutibles, por cierto- la comunidad de Deadwood se desintegraría en cuestión de días.

McShane está soberbio, consciente de tener entre manos un personaje de dimensiones shakespirianas -por su ambición, por su lenguaje, por su capacidad de atesorar contradicciones sin quebrarse. Al menos durante la primera temporada, Swearengen es el personaje que mejor simboliza Deadwood: porque encuentra la manera de sobrevivir a la transformación sin perder casi ninguna de sus mañas. En este sentido la serie creada por David Milch también es histórica. Deadwood explica mejor que mil tratados las razones por las cuales el capitalismo funcionó en un sistema semejante. ¿O acaso no permitió -no permite- que el ser humano exprese en el marco de sus cánones toda su compulsión salvaje? 

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7 de febrero de 2008
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Por qué puede ganar McCain

Hoy por hoy, el republicano John McCain podría ganar en las elecciones presidenciales del 4 de noviembre en EE UU. El supermartes le ha puesto como claro vencedor entre los republicanos aunque Romney y Huckabee sigan vivos y con algunas significativas victorias.

La batalla entre Clinton y Obama por la nominación demócrata va a seguir, al menos durante cuatro semanas en que votan algunos Estados poblados como Texas (la última cita de los demócratas es el 7 de junio en Puerto Rico). Esto puede distraer a los demócratas, incluso polarizarlos (aunque no haya tantas diferencias entre ambos), mientras McCain se afianza. Un ticket al final de ambos, que ninguno rechaza en principio, ganaría fuerza, pero nada está garantizado.

Las elecciones al Congreso que ganaron los demócratas en noviembre de 2006 fueron, esencialmente un voto de castigo contra la Administración Bush por la guerra de Irak. Pero la idea del refuerzo y el cambio de estrategia, la famosa surge, salió de McCain que desde el Senado la impulsó. Fue una apuesta arriesgada, pero que puede darle réditos.

El 25 de marzo, en un sondeo que ha pasado casi desapercibido, Gallup llegaba a la conclusión de que McCain le podía ganar tanto a Obama (por 50 a 45), como a Clinton (50 a 47). Otros posteriores son menos claros. La media de encuestas que publicaba ayer El País señalaba que McCain le ganaría a Clinton, pero no a Obama. Y, en todo caso, por poco. Claro que cuando se acerque el 4 de noviembre, las cosas serán muy complicadas y contarán no sólo los candidatos a la Casa Blanca sino sus acompañantes como aspirantes a vicepresidente. Sobre todo en el caso de McCain, dada su edad (tendrá para entonces 72 años).

A favor de McCain cuenta también la ubicación ideológica de los americanos, a la derecha del centro. Según un estudio del Centro Pew, en una línea que va desde la izquierda (liberal, en la terminología al uso allí) a la derecha (conservadores), y cuyo centro serían los "moderados", el votante medio está a la derecha de éstos. McCain un poco más aún, pero Clinton y Obama más alejados desde el otro lado. Lo que augura un corrimiento de cualquiera de ellos que resulte nominado hacia la derecha.

Hay también, en Obama y Clinton, la cuestión de la raza y del gènero. Pero lo que domina estas elecciones primarias es la idea del cambio, que lanzó Obama. Es, ante todo un cambio respecto a Bush y a lo que representa. Muchos candidatos la han hecho suya, incluida Clinton y también McCain. Aunque éste es poco apreciado entre los republicanos más republicanos, más cerrados, y los más religiosos, o de opciones religiosas más fundamentalista. Quizás por eso, en alguno de estos Estados se presentó como "el verdadero conservador", cuando para ganar en noviembre va a tener que despegarse de Bush. En su contra juega que esta vez, los electores demócratas están mucho más movilizados. Aunque la palabra final la tendrán los independientes que pesan como nunca en ambos campos.

No es un vaticinio, imposible a estas alturas. Sólo un aviso para no echar precipitadamente las campanas al vuelo.

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7 de febrero de 2008
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