Javier Rioyo
No era exactamente simpatía pero no conseguí experimentar ese noble odio, desprecio y deseo de justicia que uno tenía cuando aparecía "el malo de la película". Y aquí el malo, es de lo peor. No tiene la cara de Jack Palance- que siempre fue mi malo épico, el mejor del Oeste -sino la cara de Javier Bardem.
En la película de los Coen, No es país para viejos, Bardem interpreta a un psicópata, silencioso, desagradable, cruel y otros muchos adornos que tiene ese personaje pensado para ser odiado. Y no llegué a tener ese noble sentimiento. También me pasó con la novela de McCarthy. Es decir, no es simpatía por el español Bardem, por el primer actor español que ganará un Oscar, es extrañeza de sentimientos ante la representación del mal.
La película es tan buena como la novela. Desnuda, cruel y desolada como el paisaje de esos desiertos fronterizos de Estados Unidos. Vidas rotas, perdidas como las de aquellos soldados que volvieron de la guerra de Vietnam. Como las de esos que vuelven de esa otra guerra tan cercana y tan incomprensible como aquella, la de Irak. También con extraordinaria película y con un actor capaz de hacer verdad todo lo que interpreta, Tommy Lee Jones, el mismo que persigue sin esperanzas al malo de Bardem en No es país para viejos.
¿Quién gana al final? No desvelaré nada, aunque he tenido tentaciones.
Para entender algunas cosas del mal, la crueldad y el miedo, reflexionar con una frase de Paul Valéry que usó en otra de sus novelas el gran Cormac McCarthy:
"Vuestras ideas son terribles y vuestros corazones medrosos. Vuestra piedad, vuestra crueldad son absurdas, desprovistas de calma, por no decir irresistibles. Y al final os da miedo la sangre, cada vez más. La sangre y el tiempo"
Admitía la crueldad, el asesinato, la maldad exterminadora y me tapaba los ojos para no ver la sangre. Creo que necesito una terapia.