Basilio Baltasar
El cronista perfecto de la campaña electoral española debería renunciar a contar lo que sucede y limitarse a dar cuenta de lo que le sucede.
Esto es, describir los estados de ánimo que cada nueva noticia le impone con estruendo.
Cuando el cronista contempla la entrevista que Iñaki Gabilondo le hace a Mariano Rajoy en Cuatro, debe compartir el estupor del presentador ante las insólitas respuestas de Mariano Rajoy.
Será inolvidable la mueca de asombro que puso el periodista Gabilondo: se ve que hace lo posible por creer en su interlocutor pero a duras penas llega a vencer la tentación de llevarse las manos a la cabeza y decir: ¡pero, hombre de dios! ¿a dónde va usted con eso?
Poco después, la plana mayor del Partido Popular hace suyas las maniobras incendiarias de la extrema derecha europea, las arrastra hacia España y se pone al frente de la ignorancia popular española.
Rajoy da forma política al miedo, modula el resquemor, organiza los prejuicios y agita la cabeza del nuevo enemigo. Para el candidato Rajoy no hay duda: el latente rechazo al emigrante galvanizará las confusas propuestas de su Partido. No le importa que su oportunismo populista inyecte virulencia a la hostilidad racista, desinhiba la agresividad clasista. Qué más le da. Lo que Rajoy quiere es la Presidencia del Gobierno.
Si los fenómenos residuales de xenofobia adquieren gracias a su decisiva intervención el rango de alarma social, si los elementos violentos de la sociedad se organizan gracias a su guiño amoral, si el desdén de los ciudadanos por los extranjeros se confunde con los motivos de la pesadumbre social (agobios económicos, incertidumbre laboral, cansancio vital en barrios maltratados por el diseño urbano), el candidato Rajoy verá de este modo confirmado el acierto que sus asesores tuvieron al recomendarle que perdiera la vergüenza.