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De poetas y de reyes

Escribo desde Londres. Una de mis ciudades favoritas. A pesar de haber nacido en las antípodas del orbe, marcado por un destino sudamericano, no puedo evitar pensar que cada una de sus esquinas encierra alguna resonancia de mi pasado. Calles que me hablan de Sherlock Holmes: Baker Street, Scotland Yard, Charing Cross, donde su estatua de cera se exhibe en la vidriera de la librería Murder One. Pubs y carteles que remiten a Dickens -uno de ellos me guió a la Casa Museo de Daughty Street. Monumentos que mantienen vivo el arte shakespiriano, como la reconstrucción del Globe Theatre donde años atrás vi King Lear con mis hijas. La ciudad entera parece el paisaje virtual de mis influencias culturales. Si hasta una tienda como Liberty's, con su falso estilo Tudor, conjura el fantasma desafiante de Christopher Marlowe entre tanta tienda de lujo.

Volví a la abadía de Westinster, donde además de reyes -de Ricardo II a la celebérrima Elizabeth- están enterrados tantos escritores y enterrados tantos poetas. Lewis Carroll, W.H. Auden, T. S. Eliot. Me detuve inevitablemente en la tumba de Dickens, una laja gastada sobre el suelo: caminamos sobre los restos de los grandes. Sentí la necesidad de agradecerle en silencio por tantas buenas horas, tantos sentimientos honrosos, tanta belleza. Los ingleses han hecho mucho daño a lo largo de la historia -me viene a la mente uno de los últimos, al abandonar Palestina como lo hicieron y dejar sembrada la semilla del conflicto interminable- pero produjeron tantas obras hermosas que no puedo menos que guardarles afecto. Ningún pueblo que honra a sus poetas en el mismo sitio que a sus reyes puede ser del todo malo. 

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27 de febrero de 2008
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Los terroristas no son locos

Empiezan a abundar los estudios serios que reflejan que los terroristas ni son locos ni son nihilistas. Robert Pape hizo un estudio muy serio sobre los motivos estratégicos de los terroristas suicidas en su libro Morir para ganar (que en España publicó Paidós en 2006). La periodista y economista Annette Schaeffer abunda en esta racionalidad desde la psicología en un artículo en la revista Mind en EE UU, que se recoge en el último número de su versión española Mente y Cerebro.

La conclusión de Schaeffer, tras consultar a diversos especialistas, es que la mayoría de los terroristas "no son enfermos mentales", sino que esencialmente evalúan racionalmente los costes y beneficios de sus acciones "y concluyen que el terrorismo es beneficioso" para sus fines. También que las dinámicas de grupo y el liderazgo carismático cuentan mucho a la ahora de enrolar a gente en actividades terroristas.

Es verdad que los nuevos terroristas religiosos (que echa raíces en el pasado) son más peligrosos porque buscan "la destrucción del mundo occidental en nombre de Dios" y en vez de "temer a la muerte", se acogen a la idea de martirio. Pero esto no significa que no sean racionales. Los terroristas suicidas están mentalmente sanos en muchos aspectos, como reflejan entrevistas llevadas en Gaza y en otros lugares. Un comité de expertos llegó a la conclusión en 2005 de que la psicopatología individual no era suficiente para explicar el terrorismo. Los terroristas se sitúan dentro de la teoría de la "elección racional", lejos del lavado de cerebro, del aislamiento social o de la desesperanza que a menudo se les atribuye. Aunque hay excepciones, por ejemplo, los suicidas palestinos entre los que predominan la falta de educación, el desempleo o la soltería.

Lo importante de estos estudios es que llevan a la necesidad de enfrentarse a y luchar contra esta lacra de otras maneras. Por ejemplo, a  estudiar cómo se reclutan para facilitar acciones que permitan separarles del grupo terrorista en el que han entrado. Es decir, a luchar contra el terrorismo. Muchos de estos estudios son, lógicamente, patrocinados por Gobiernos, aunque luego no todos publiquen el resultado. Y para quien lo desee, Schaeffer brinda una página web de la Universidad de Maryland, patrocinada por el Departamento de Seguridad Interna (Homeland Security) que es una mina de artículos y libros sobre terrorismo.

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27 de febrero de 2008
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III. The big sleep

La inyección que quita la vida a quienes son amarrados a la camilla con las correas de cuero, está compuesto de tiopenthal, bromuro de pancuronio, y cloruro de potasio, según la fórmula oficial guatemalteca. Un cuarto de hora antes, el reo recibe una inyección previa que contiene un relajante muscular, cuya función es dejarlo inconsciente, con lo que de verdad comienza su proceso de morir. Con el sueño, se despide del mundo. Pero no siempre todo es tan efectivo, y ya se ha escrito mucho sobre las deficiencias de estos procesos, que vuelven terrible la agonía.

Se puede seguir hablando mucho, como desde hace ya tiempo, del horror que significa la pena de muerte, y de la violencia contra los derechos humanos que las ejecuciones oficiales representan. Pero en Guatemala, el cadalso no parece ser impopular, si uno compulsa la opinión de la gente. Desde la antigüedad, se llama vindicta pública al sentimiento de venganza que incuba en el alma colectiva contra los crímenes atroces, aunque semejante sentimiento se halle lejos de cualquier concepto de civilización. Todos llevamos dentro un vengador secreto, que no siempre sabemos dominar, y por eso, cuando alguien grita ¡mano dura!, no pocas voces se suman al coro. 

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27 de febrero de 2008
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Game never over

Ciertos juguetes nuevos dan pavor. No olvido las semanas que pasé titubeando frente a mi primera computadora equipada con módem. Venía con un cupón válido por dos meses para conectarse supuestamente gratis a Internet; mismo tiempo que conseguí resistir a la tentación, sabiendo de antemano que era causa perdida. Tanto así que temía fundadamente que la llegada de ese juguete empezaría por sacudir, trastornar y monopolizar mi vida -situación suculenta de por sí- tal vez aun con mayor contundencia de la que alguna vez me tuvo varios meses rebotando entre el Zelda y el Supermario, presa de una obsesión que no dejaba espacio para más. Y así fue, por supuesto. Tardé cinco años en sacudirme del vicio online.

     No quiere uno ni imaginar la depresión que le provocaría sentarse un día a hacer cuentas de las horas que se ha pasado virtualmente postrado frente a unos y otros monitores. Por eso ahora miro hacia la guitarra de juguete del Guitar Hero III con un recelo apenas superior al deseo de estrenarla inmediatamente. Uno al fin se conoce, sabe que apenas necesita de un impulso pequeño para caer en picada, obsesión abajo.

 

     Pienso en una película: Hasta el fin del mundo, de Wim Wenders. La mujer que comienza su viaje al ínfinito íntimo saliéndose arbitrariamente de la carretera, y un día se descubre atrapada por el pequeño monitor donde observa sus sueños obsesivos. Wenders, que habíase arriesgado a construir una historia de ciencia-ficción a corto plazo, cometió un solo error: ignorar Internet, aunque no la inminente adicción al monitor. ¿Existe una superstición más obtusa y retrógrada que la de suponer que el mundo entero cabe en un monitor? No obstante, vive uno como si así fuera. Se va de monitor en monitor, en ocasiones con la urgencia patológica que se atribuye al furor uterino, asumiendo que el mundo es quien ha cambiado.

     Las víctimas frecuentes del monitor solemos inventarnos los pretextos más estrambóticos, y hasta hacerlos pasar por razonables, para justificar la adquisición de otro juguete. No vayamos más lejos: compré el Nintendo Wii, equipado con un mecanismo que detecta los movimientos corporales, con la excusa de que me serviría al menos para hacer ejercicio. Y ayer mismo, angustiado tal vez por el creciente magnetismo de mi guitarra nueva, corrí a hacerme con el Final Cut Express 4, pretextando que más valía obsesionarme con editar video que desvelarme estúpidamente con el Guitar Hero III.

     Normalmente combato esta clase de conductas desordenadas con la compra de alguna novela, que uso como detente durante las horas de alta tentación. Pero no bien el libro me suelta, los monitores pelean entre sí por mi favor, y entonces necesito decidir entre editar imágenes, jugar con el Nintendo, ver un concierto en dvd o buscar una buena película en la programación, asumiendo con ello los diversos grados de culpa que cada una de estas actividades implica, diríase que inversamente proporcionales al tamaño del monitor. No dudo que haya quien se atreva a ver películas en la pantalla de un teléfono celular, pero tampoco me parecería extraño que cualquier día se tirara desde un séptimo piso sin más explicación.

     Nunca he simpatizado con esta suerte de argumentación catastrófica, excepto cuando viene esa ola de extraño puritanismo que con cierta frecuencia nos revuelca justo antes de recaer en el vicio de siempre a través de uno nuevo. Que al final es idéntico a los anteriores, si ha de juzgarse por sus puros efectos. Juguetes miserables: piensa uno que son suyos y resulta al revés. Game Over. Game Over. Game Over. Por lo pronto, ya estamos en la última línea. Cambio de monitor.

 

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26 de febrero de 2008
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El falso debate de los candidatos

Si en medio de Zapatero y Rajoy hubieran sentado a un periodista dispuesto a ejercer de tal cosa, en lugar de resignarse a ser el amable cronómetro que vimos en pantalla, el televidente habría aprovechado mejor su tiempo, y su paciencia.

El falso debate de ayer por la noche, anunciado a bombo y platillo como el éxito cívico que todos debíamos celebrar con entusiasmo, fue en realidad un pequeño fracaso. No se cumplieron las reglas que hacen interesante un programa de televisión.

Sorprende que los asesores de nuestros líderes no tuvieran tiempo de adiestrarles a manejar lo que la industria del entretenimiento ha convertido en preceptivo: la habilidad de comportarse como si uno fuera real.

La televisión es ficción y su éxito consiste en haber remozado y triturado la realidad hasta darle un aspecto de gran verosimilitud. Lo que nos hemos acostumbrado a ver en televisión es algo que se parece terriblemente a lo real. Pero este efecto escénico requiere un tratamiento profesional depuradísimo: intervienen escenógrafos, estilistas, maquilladores, guionistas y directores de escena.

El miedo de los líderes políticos a lo real -esto es: un plató con varios periodistas conduciendo un debate sin condiciones- les hizo exigir un tratamiento en el que todo era previsible menos una cosa: ellos mismos, carentes de la pericia propia de los actores.

Si se medían los temas, los tiempos y las pausas, habría sido necesario medir también la calidad de la interpretación. Pues en el medio televisivo no hay término medio: o se retransmite una conversación -con todo lo que tiene de imprevisible y espontánea- o todo es (mal) teatro.

A esto les conduce su miedo escénico: a desconfiar de sí mismos.

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26 de febrero de 2008
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Premiar a un desconocido

/upload/fotos/blogs_entradas/antonio_orlando_rodrguez_med.jpgUn desconocido para nosotros. Un desconocido para la mayoría. El último Premio Alfaguara es un escritor casi secreto para los lectores españoles. No porque no hubiera publicado, escrito, incluso editado, pero de sus obras nada sabíamos los lectores de este lado del "Territorio de la Mancha", creo que tampoco mucho los de otros lados... y sin embargo, Antonio Orlando Rodríguez, que así se llama el premiado, se ha pasado la vida escribiendo y publicando.¿Alguien dijo que fuera fácil? Si alguien lo dijo mintió.

Me gusta el premio porque además de premiar a algunos destacados, conocidos y sólidos escritores, más de una vez se atrevió -y lo sigue haciendo- con escritores que les costaba pasar de las minorías, no inmensas.

A partir de este premio crecieron y ampliaron sus lectores algunos que hoy nos acompañan en este lugar de intercambios culturales de las dos orillas -¡o de más orillas, hoy me han dado la alegría desde un lugar de Japón!- como Clara Sánchez, Xavier Velasco o el viajero Roncagliolo.

Me ha interesado el asunto literario de la novela ganadora: Chiquita. Me interesa ese personaje que fue real pasado por la ficción. Una mujer que podría haber sido una habitante del circo de Tod Browning en Freaks, pero no, ésta mujer enana y cubana, triunfó en el mundo del circo. Triunfó en los Estados Unidos de los principios del siglo XX. Quiero leer esa historia de una mujer que supo salir de su condición de monstruo de feria. Una mujer enana de armas tomar. Cuando escuchaba a su autor describir a su personaje, otra enana de nuestra literatura., una enana madrileña que me impresionó en la mejor novela de José Luis Sampedro, Octubre, octubre. En lo monstruoso, en lo deforme, en lo diferente hay un mundo que nos inquieta, nos fascina y quizá también nos atrae. Esos seres de la isla del Doctor Moreau, el monstruo de Mary Shelley, el hombre elefante, el jorobado... lista mucho más larga si buscamos las deformidades en el arte. Un excelente libro publicó Anagrama hace pocos meses. Lo buscaré, lo leeré.

Y esperando la novela de un escritor cubano que, como tantos de los suyos, vive fuera de su isla, que gracias a un premio dejará de ser anónimo para nosotros. Un disidente que sentimos cerca. Un escritor que nació en un lugar tan hermoso como Ciego de Ávila. Un nombre que es toda una metáfora de las carencias. Otro hermoso lugar de esa isla secuestrada. Un lugar en el que espero que pronto también se pueda leer la novela de éste cubano exiliado y ganador de uno de los premio de más prestigio en nuestra lengua.

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26 de febrero de 2008
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Los «Verdurin» como espejo

Madame Verdurin da papirotazos a un periódico que lleva toda clase de tragedias... perfectamente compatibles con la degustación cotidiana del cruasán. Y desde luego resulta vergonzoso el constatar que la imagen (así la de un hombre postrado ante el cadáver de su hijo e insensible al argumento de que ha caído heroicamente) es alimento cotidiano para las conversaciones de ciudadanos "corrientes". Ciudadanos que sólo diferimos de los Verdurin (a los que la guerra dificulta el hacerse con cruasanes) en que ni siquiera tememos que el objeto de nuestros intercambios de opinión ponga en peligro alguno de nuestros hábitos de alimento o distracción. Obviamente me estoy refiriendo a conflictos próximos, pero acotados en su radicalidad como en sus efectos, conflictos a cuya solución nadie parece apuntar, por ser compatibles con una cotidianeidad confortable... excepto obviamente para las víctimas.

Es sin duda hoy un tópico el referirse a las catástrofes (sociales o naturales) vehiculadas por los media como una oportunidad más de evasión. Y, sin embargo, no se extraen en absoluto las consecuencias de tal hecho. Aceptamos pasivamente la invitación a sumergirnos en conflictos nuevos o resucitados, explotados hasta la médula y que sólo el fin de semana declinan a favor del enfrentamiento deportivo.

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26 de febrero de 2008
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El fracaso

El fracaso ha inspirado los mayores éxitos morales, artísticos, vitales, empresariales. Con toda la atracción que posee el éxito, de ningún modo debe aceptarse su superioridad benéfica y sustancial sobre el fracaso. De manera exacta, el éxito tiende a ser infértil mientras que el fracaso propiciaría, siendo bien atendido, la máxima fecundidad. Una inmensa parte de las historias ilustres son un desarrollo de ese punto cruel en que la trayectoria predeterminada se trunca y de tal rotura (fracasser: romper) se crea una holgura que permite ver con una insólita claridad la opción más idónea. Una nueva opción, nunca antes considerada, que dará lugar más tarde a la genuina felicidad profesional, al acierto en la ciudad de residencia, al triunfo en la elección de una pareja.

Cada fracaso parece así presentarse como una explosión con un código bajo el brazo que será preciso leer con inteligencia y precisión para ponderar la impensada ruta que sugiere.

El éxito suele ser una estación de arriba y, por el contrario, todo fracaso se alza como un posible y esclarecedor punto de partida. Lo que se quiebra en la antigua dirección promueve otra opción sorpresa y con ella una reflexión más madura sobre la significación en general.

Muchas de las afortunadas causalidades de la vida brotaron de los escombros de un fracaso. Cuando parecía que aquello era el fin vimos que en su seno se insinuaba un principio y tan luminoso que la adversidad se comportó, al fin, como una bendición y la contrariedad en un refuerzo de nuestras energías. Unas veces para guiarlas hacia la reconquista de aquella misma meta pero otras para replantearse el viaje, levantar la vista y otear un horizonte diferente, incomparablemente más gozoso y acorde con nuestra auténtica voluntad. El mal nunca es malo al cien por cien. Moriría por autoenvenenamiento. Todo mal posee una punta de incierta luz capaz de crear lo más impensable. Todo aquello que, en suma, no se piensa cuando se considera el mal como un sólido bloque infausto y no se percibe que en su masa pervive una brasa de la que puede deducirse una llamada, una llama, una gloria o una hoguera.

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26 de febrero de 2008
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Mensajes

Rafael Argullol: Todo son cartas de amor. El telefonazo del aspirante amante al objeto de su deseo también es una carta de amor verbal, pero brutal. Y un e-mail, o un sms, también, pero son distintos modos de comunicación, y van desde el signo escrito, así sea de manera lapidaria, hasta la Divina Comedia.
Delfín Agudelo: Esta variedad de modalidades de carta amorosa me llama la atención. Para mí, es impensable una carta de amor oral. Nunca había contemplado la posibilidad puesto que la escritura toma más tiempo, y usando tu metáfora, es un constante velamiento: se viste, así la escritura diga lo contrario. La voz implica necesariamente esa inmediatez que desnuda. Esa tinta seca en el papel también es un testigo del tiempo que ha transcurrido desde la escritura.
Rafael Argullol: Pero los usos amatorios precisamente variaron mucho los ritmos de la comunicación escrita y oral. Normalmente durante cientos de años la comunicación y el tanteo entre los amantes fue escrito a través de cartas, largas o cortas, de billetes, mensajes, intercambios, etc. Para eso se necesitaba un cierto alfabetismo. O sino se daba esa figura magnífica que he llegado a ver en algunas plazas mayores de ciudades de provincias latinoamericanas, en las que hay el escribidor de cartas para analfabetos, entre ellas, cartas de amor. Por esto, durante un largo periodo de tiempo ha sido habitual en la historia humana, al menos en la que conocemos. Pero de manera violenta la aparición del teléfono rompió esto, y nos sumió en una atmósfera de cine negro. En realidad, el cine negro de los cuarentas o cincuentas es la exaltación del teléfono. En las películas la gente no se enviaba cartas, sino que se telefoneaba, y de ahí la crudeza, la violencia y la brutalidad de las relaciones, y la intensidad pasional de las relaciones, porque muchas veces no había siquiera el tanteo previo. Nuestra época, curiosamente, le ha dado la vuelta a todo eso. La comunicación amorosa directa por teléfono ha disminuido muchísimo respecto a lo que era durante el siglo pasado, y hemos vuelto de nuevo a una forma de tanteo escrito, sea a través del email, o del sms, que no deja de recordar aquellos billetes y aquellos tickets que se enviaban los aspirantes a amantes o los amantes en épocas previas a la comunicación verbal. Te doy la razón, pero ha habido un paréntesis en la historia humana moderna y marcado precisamente por el cine en el que la comunicación era directamente telefónica. En el cine clásico predomina la comunicación telefónica, apenas se mandan cartas. Hacen estas llamadas que te introducen a toda la incertidumbre e inquietud que tiene el teléfono: ¿cómo me contestará?, ¿qué tono utilizará?, ¿me contestará? Además, el teléfono exigía que tú mismo fueras en tiempo real variando tu propia táctica en función de las respuestas que ibas recibiendo. Casi no podías pensar. En cambio con el sms, aunque aparenta un tiempo real, tienes unos segundos, minutos u horas para pensar e introducir un elemento que en cierto modo recuerda al antiguo mensaje y a la antigua carta.
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26 de febrero de 2008
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II. Voluntario para un ensayo

Ya que pronto habrá de entrar en servicio de nuevo, el pabellón de la muerte de la Granja Pavón se halla en proceso de remodelaciones, de la que se encarga un grupo de reos voluntarios de la misma cárcel, que por supuesto no están entre quienes recibirán la inyección letal. Son otros los 41 reos que figuran en la lista de condenados a muerte por diversos delitos, sujetos a la programación de la ejecución de sus sentencias.

El pabellón de la muerte, que está siendo engalanado por los voluntarios, consta de un dormitorio donde el reo es mantenido en capilla ardiente para mientras llega la hora, una dependencia para el capellán de la cárcel, quien le dará los auxilios espirituales, y el recinto con la camilla donde se lleva a cabo la aplicación de la inyección. Detrás de un grueso vidrio, se halla la sala desde donde las autoridades judiciales, los familiares del reo, y los periodistas, pueden presenciar el espectáculo. Lo mismo que en las películas.

Los voluntarios han dado una mano de pintura blanca a las paredes, y otra de pintura negra a los barrotes, para que todo parezca lo mismos que decimos, la toma de una película sombría que no precisa del color; y uno de esos reclusos voluntarios, deseoso de quedar bien, sirvió de modelo para probar la camilla, dejándose ajustar las correas de cuero con que se sujeta al condenado.

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26 de febrero de 2008
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