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Galería de espectros: Guillermo de Baskerville

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros me ha parecido oír la voz del de Guillermo de Baskerville.

Delfín Agudelo: Me resulta inevitable no pensar en Sean Connery cuando evoco a Guillermo de Baskeville.

R.A.: Sí. En este caso, como en otros, la interdependencia entre el texto literario y la recreación cinematográfica es del todo estrecha y evidente, y sería muy difícil que un lector se aproxime a El nombre de la rosa de Eco sin poner la cara de Sean Connery al protagonista. Por otro lado la película se ajusta maravillosamente bien a toda la trama. Considero tan fuerte el poder de la película que en mi memoria se mezclan ambas versiones siendo quizá todavía más fuerte la cinematográfica. Me gusta mucho del personaje esta reivindicación de lo ilustrado, del equilibrio, de la sensatez humana, de la búsqueda de aprovechamiento de la vida sensorial, de la vida terrestre, en medio de todo un panorama de fanatismo, sectarismo y oscuridad. No es solo una lección del pasado, sino una lección para nuestro propio presente; incluso una lección para el porvenir. Umberto Eco hizo una aportación muy valiosa a la época contemporánea, siendo él un gran experto en la edad media. Una aportación a una época como la nuestra en que muchas veces hay una tendencia a la imposición del fanatismo, no solo del religioso, sino de cualquier otro como puede ser el mercantil, el de la economía del mercado, el del pragmatismo.
Guillermo de Baskerville es una reivindicación de la complejidad y grandeza de la existencia humana. Es un personaje tremendamente simpático, utilizando la palabra “simpatía” en sentido original griego: que causa una inmediata atracción por parte del lector y espectador; o, también, la identificación con alguien que en alguna medida es un héroe en el sentido tradicional, pero de carácter irónico: un héroe en el cual la ironía en su sentido más profundo es básica ya que no se confronta con los otros a través de una rigidez violenta, sino dando la vuelta a las cosas. En ese sentido recupera la mejor figura del ironista o del airon griego, que dejaba hablar al oscuro, al erróneo, al equivocado, y luego —a veces incluso con un extraordinario buen humor— le daba la vuelta a los argumentos. Para mí, Guillermo de Baskerville es el héroe irónico por excelencia, y por esto la encarnación de Sean Connery no podría ser mejor, puesto que evoca esa mezcla de heroísmo e ironía, incluso por sus distintas interpretaciones en la historia del cine.
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3 de marzo de 2008
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No hay nueva guerra fría

Ni con Putin ni con Medvédev estamos ante una nueva guerra fría. Sí ante una recuperación rápida -una década antes de lo esperado por EE UU y Europa-, de Rusia como potencia que compite por influencia. Putin y su sistema autoritario se han hecho populares entre otras razones porque han impuesto orden y recuperado la economía. Gorbachov presidió la desmembración de la URSS y del imperio y Yelstin sumió a Rusia en el caos y permitió su pillaje por parte de los oligarcas(que recuerdan a los robber barons del siglo XIX en EE UU), y por el propio Putin y sus amigos, entre otros.

· Ideología. Rusia no exporta ya ideología como en tiempos de la Unión Soviética. Defiende intereses nacionales. A veces de forma cruda e inaceptable (cuando usa el gas y petróleo para influir sobre sus vecinos). Por ejemplo,el baile de influencias entre Rusia y EE UU en torno a India indica que aún hay una dimensión de competencia.

· No da la talla. Putin ha sabido hacer uso del nacionalismo para reanimar a un pueblo que se sentía humillado. Pero respecto a la URSS, Rusia ha perdido una gran parte de sus territorios, riquezas naturales y población. Ésta, en la federación, se ha ido reduciendo en un 0,6% al año, de 148 millones en 1992 y hasta 141 en la actualidad (aunque hay signos de recuperación), con una clase media que se calcula en tan sólo unos 10 millones de habitantes, menos del 10%, insuficiente para asentar una democracia. Así no cabe ser una superpotencia, aunque sí aspire al estatus de gran potencia.

· Economía. El crecimiento del PIB, de un 80% en los últimos nueve años, deriva esencialmente del alto precio de los combustibles que exporta y sobre los que ha recuperado el control del Estado a través del dominio de Gazprom y otras empresas. Pero no lo ha malgastado tanto como Chávez. Ha puesto de lado una parte importante para el futuro y empieza a invertir, por ejemplo, en nanotecnología (una de las obsesiones de Dimitri Medvédev) o aviónica de punta, además de en la UE, cuando le dejan.

· Falta de democracia. A diferencia de otros países, no ha habido ninguna revolución en Rusia. Perdió territorios y el régimen del partido comunista  se desmoronó. Pero no ha pasado de un partido único a otro. Rusia Unida no es un elemento estructurador como lo fuera el PCUS. Este vacío lo ha llenado el KGB (hoy FSB) que nunca lo abandonó y se ha convertido en una especie de ENA (la Escuela Nacional de Administración francesa) rusa, pero con una cultura y unos métodos absolutamente reprobables. El discurso occidental sobre la democratización no acaba de calar en un país ajeno a esta tradición (pensar que la hubo con Yeltsin es un espejismo, aunque hubiera, sí, más libertades). Muchos rusos, con otras prioridades existenciales pasan de política, y es algo de lo que el sistema putiniano autoritario se ha beneficiado. Tampoco hay separación real de poderes y estas elecciones, y el nuevo reparto de competencias que seguirá, han tenido mucho de farsa. Pero incluso Gorbachov, ahora socialdemócrata, consideró recientemente, recordémoslo, que ante el caos de los 90, "un líder responsable tenía que dar algunos pasos de naturaleza autoritaria, aunque algunos eran evitables". Lo que no quita para que los europeos no deban levantar la guardia ni dejar que se socaven sus instituciones, como el Consejo de Europa, al que pertenece Rusia.

· Imagen de la UE. Es comprensible que la OTAN, la gran organización enemiga durante la guerra fría, tenga mala imagen en Rusia, más aún cuando se ha ampliado en contra de Moscú, aunque de da un cierto grado de cooperación real. Lo es menos que la UE (ampliada al Este) sea percibida por una mayoría de los rusos como una amenaza.

· Rearme y seguridad. En materia del Tratado CFE de Fuerzas Convencionales en Europa o de sistemas antimisiles americanos, una buena parte de razón ampara a Rusia que ve como EE UU ha desmantelado la estructura de estabilidad de la guerra fría que reposaba sobre el Tratado ABM que limitaba las defensas, denunciado por la Administración Bush. Rusia está modernizando su arsenal militar y es aún el único país cuyas armas nucleares pueden suponer una amenaza para unos Estados Unidos que se sintieron ganadores de la guerra fría y han hecho lo posible para que no se vuelva a repetir una situación como aquella. Pero Rusia es necesaria para tratar con Irán, para Afganistán, y para otras cuestiones que interesan a Occidente. Habrá problemas, claro, como frente a Kosovo. Pero son de otro tipo.

 Publicado en El País, 3 de marzo de 2008

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3 de marzo de 2008
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La cultura y sus guardianes

Cuando era pequeño nos asustaban con los "guardias de la porra". Cuando crecí comprobé que aquella porra en manos de un policía del franquismo no era un cuento de miedo, era un golpe de verdad. No he tenido la suerte de normalizar mis relaciones con los guardias, con los guardianes, con los agentes aunque les llamen de seguridad, de tráfico, de urbanidad o lo que sea. Me siento inseguro, incómodo y nervioso ante ellos. He conocido excepciones, pero por lo general no tengo suerte. No nos gustamos.

Hace dos noches llegaba tarde a un recital poético en la nueva sede cultural madrileña de Caixa Forum. Algunos amigos leían su  poesía. Lo hacían con la intención de dejarnos  entrar en ese jardín abierto que es la poesía. También había algún representante del "jardín cerrado", nos alegra porque que en poesía tiene que haber de todo. No pude escuchar a los abiertos ni a los herméticos. Expulsado del jardín.

En la puerta había mucha gente protestando por la rigidez de la entrada, por lo exclusivo de la lectura de muchos poetas que estarían encantados leyendo a plena calle. Dos guardias de seguridad se mostraban inflexibles. No importaba que tuvieras invitación, que quisieras razonar sobre la lectura. Que argumentaras que no es como interrumpir un concierto. Que los poemas duran unos minutos, que el poeta quiere ser escuchado, que no les importaría nada esperar que pasáramos los rezagados. No había manera. Diguem no, pero sin el estilo de Raimon. Los cancerberos fumaban y nos invitaban a no hacer grupos, a desalojar la puerta a quedarnos en la puñetera calle. Protesté. Dije algunas cosas sobre los poetas, los actos culturales y los guardianes. Le parecí "cómico". Así me pretendió insultar ese guardián de la cultura cerrada de ese lugar selecto y catalán en Madrid.

¿Quién nos guarda de los guardianes? ¿Quién en un lugar cultural da las normas, selecciona a los porteros? ¿Qué tiene que ver el arte con los vigilantes?

Han cuidado el diseño, arquitectura notable, interiores modernos, vanguardia y cultura, pintura inevitable, exposiciones que nos engrandecen, otro espacio más para el orgullo de una ciudad, de una zona... todo eso muy bien. Pero, ¿es necesario volver a los guardias de la porra?

Sí es así, por mi parte, se puede ir a la porra ese lugar de encuentros. No tengo edad para peleas tan desiguales.

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29 de febrero de 2008
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Clase VIII. El argumento

De más está decir que una historia es, en rigor, cómo se cuenta, más que lo que se cuenta. Así, de la elección de nuestro lenguaje, punto de vista y estructura dependerá el interés de nuestra historia y de nada vale que un escritor se esfuerce en encontrar argumentos fabulosos si no sabe sacarles partido, si no domina estos aspectos. Como creo que hemos dicho en alguna ocasión, hacemos nuestra la máxima de Albalat: «Escribir con precisión ayuda a pensar con precisión.» En ello  hemos trabajado hasta el momento y en ello seguiremos trabajando, hasta que le saquen todo el partido posible a su lenguaje y se sirvan de las técnicas y recursos a los  que apelan los escritores cuando se enfrentan con sus ficciones. Pero también vamos a familiarizarnos con el argumento, la secuencia de eventos que componen la trama de la ficción, esa peripecia que les ocurre a nuestros personajes y que nos llevan del principio al final, a menudo enredándose las pequeñas historias hasta formar un todo. En un cuento sólo cabe el desarrollo de una peripecia y su tensión argumental se debe precisamente a que el narrador se afana en no desviarse de esa dirección marcada ya desde las primeras líneas; en la novela por el contrario, son muchas las historias que se entrecruzan y se alimentan recíprocamente hasta darnos esa sensación poderosa y coral que suelen tener las buenas novelas, incluso aquellas en que parecen apenas sutiles esbozos intimistas. Pero en ambos casos, en cuento o novela, dar con una historia sugerente y rica tiene que ver con nuestra atención respecto al mundo que nos rodea, a la mirada que dirigimos sobre lo cotidiano. Hay historias que parecen larvadas durante mucho tiempo dentro de nosotros, y otras que brotan inesperadamente gracias a una imagen, a un recuerdo, a un encuentro inesperado. Otras más parece surgir como excursus o digresiones de una historia mayor... pero casi siempre es la mirada del escritor lo que la hace destacar de lo cotidiano. Acostumbrarse a mirar la  realidad desde otro ángulo suele ser el principal motor para encontrar los argumentos de lo que queremos contar. Por ello, esta semana vamos a cambiar el «enfoque habitual» de nuestras ficciones y vamos a empezar por el título. De hecho, ya lo tenemos: elijan ustedes un título de los muchos que colgaron la semana anterior. ¿Y ahora, a contar una historia? No,  vamos a seguir un poco el consejo (o boutade) de Borges respecto a lo artificioso que es contar una historia de quinientas páginas cuando lo mejor es imaginarse que ya está escrita...y comentarla. De manera que elegimos un título, es decir, una película, y haremos la crítica de la misma. Cuenten pues de qué va la película, cuál es la historia, cómo están contada, quienes son los actores y el director,(no escatimen en presupuesto), qué tal los escenarios, los planos, la luz y en fin, todo aquello que se suele reseñar en una crítica de las que aparecen en los medios escritos, tratando de imitar además el lenguaje periodístico apropiado. Pueden incluso recomendarla o lapidarla. Buen rodaje!

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29 de febrero de 2008
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Valencia

Como decía ayer, he estado en Valencia. Llegué por la noche en el Alaris y en lugar de tomar un taxi me fui dando un paseo hasta el hotel Astoria. La temperatura era agradable y había poca gente por la calle. Crucé la plaza del Ayuntamiento entre edificios bellamente iluminados tratando de recordar esta ciudad tal como era cuando viví aquí, de los seis a los doce años, un tiempo clave en el desarrollo de cualquier niño. Siempre que vengo me digo que quiero volver a las casas en que viví, verlas por fuera, hacer un pequeño circuito por el pasado, pero siempre ocurre algo que lo impide y quizá sea mejor así, porque ¿qué vería?, ¿qué tendría que ver esto con aquello? Esa ciudad y aquel tiempo han quedado más que nada en la gente, en su forma de hablar, de ser, de afrontar los problemas. Aunque decimos eso de que no se puede generalizar, creo que si tuviera que definir a los valencianos en dos palabras, diría que son flexibles y tolerantes. Y si tuviera que dar una explicación rápida diría que porque les gusta vivir bien en el sentido de disfrutar de la vida, y al que le gusta disfrutar de la vida entiende que a los demás también les guste. Hay un espíritu festivo (me refiero a que han sido capaces de crear algo tan popular, universal y luminoso como las Fallas) que nace de querer que el otro también se divierta. Vive y deja vivir. Si hay algo que me encanta del valenciano es que no es solemne, el acercamiento al prójimo está por encima de la propia pompa, y en medio de la faena suele encontrar una frase simpática para romper el hielo. No son tímidos, es gente a la que le gusta la gente. Y de la valenciana en particular diría, y no es ninguna exageración, que siempre ha sido y es muy feminista, reivindicativa, independiente y libre. 

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29 de febrero de 2008
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¿Cartilla o libreta?

Hoy por la mañana pasé una hora leyendo los blogs de Venezuela sobre el racionamiento de los alimentos. Cuando el petróleo vale más de cien dólares por barril, la República Bolivariana se dedica a definir una canasta de dos kilos de alimentos básicos por persona y por semana. Oficialmente se trata de eludir una doble visita de un consumidor o la llegada simultánea de todos los consumidores en búsqueda de caraotas (que son granos negros), frijoles, arroz, carne, aceite y leche. En realidad hay que crear la repartición igualitaria de las penurias. La medida sólo afecta a los 4.700 "mercales" (tiendas subvencionadas por el estado) y 2000 "PDVales" (tiendas de la compañía petrolera que se dedicarán a importación y distribución de comida) pero todos saben que son las fuentes principales del mercado negro donde precios y cantidades no son regidos por el estado.

Es una historia económica apasionante. Hay blogs como éste, con vídeos, blogs de puro texto, foros, o por supuesto el excelente portal chavista Aporrea donde se ven síntomas del odio más fuerte con denuncias de personas o de privilegios o la existencia de rumores como la venta de leche radioactiva (que viene por supuesto de Bielorrusia un aliado del comandante Chávez)

Aporrea publica textos con títulos formidables como este "Aporte para la determinación de los lineamientos metodológicos para la formulación de los programas de gobierno de las alcaldías y gobernación del estado Bolívar" cuya fraseología recuerda a lo mejor de la burocracia cubana. En el racionamiento venezolano, de hecho, todo recuerda a Cuba a principio de los años 60: se trata de una operación limitada, que sólo afecta a una parte de la red de distribución. Ya conocemos esta historia. Medio siglo después, en Cuba, al escuchar el discurso del nuevo presidente del Consejo de Estado, Raúl Castro, el mismo problema queda pendiente: la comida del pueblo. En el caso de Venezuela la audacia es semántica se crea una "cartilla de racionamiento", suma diferencia con la "libreta de racionamiento" que se utiliza en la isla.

/upload/fotos/blogs_entradas/el_maestro_y_margarita_med.jpgAhora bien, propongo que sin demora busquemos una tercera palabra, pues Bolivia es un serio candidato para la misma política a medio plazo. Su gobierno acaba de prohibir la exportación de alimentos. El presidente Evo Morales, de muy buena fe ha dicho que se trata meramente de "garantizar la alimentación familiar''. Ya sabemos que todos los intentos de manejo estatal de la distribución han sido fracasos. Es la historia de las economías socialistas resumida para mí en una adaptación para el teatro de la novela El maestro y Margarita de Bulgakov presentada a principio de los años 90 en La Habana. Eran horas sumamente negras en la capital cubana, con una escasez insoportable en la caída del campo socialista. Uno veía a sus amigos perder peso un día tras otro. Y Fidel seguía hablando de su alternativa "socialismo o muerte" (valga la redundancia, era el análisis más común de su lema). Recuerdo muy bien la carcajada fenomenal en el teatro cuando unos de los actores pronuncio una frase definitiva: "el experimento fracasó pero la idea sigue siendo buena."

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29 de febrero de 2008
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Los caprichos de Mercurio

No existe forma más efectiva de ponderar nuestra existencia que la de analizar nuestra relación con la noción del cambio. Es evidente que estamos destinados a cambiar, y de manera constante. Cambia el vientre de mi mujer, semana tras semana. Y en el interior de ese vientre cambia mi futuro hijo/a a velocidad vertiginosa, pasando en tan sólo nueve meses por todas las fases de la evoluciòn de la especie: célula, pez, anfibio, mamífero berreante.

Ese mismo vértigo del cambio nos acobarda a veces. Todo se transforma de modo abrumador. Para los que vivimos en países con tendencia al melodrama, todo es posible -y casi al mismo tiempo. Revoluciones, dictaduras, contrarrevoluciones, crisis económicas terminales: los argentinos, y tantos otros latinoamericanos, por añadidura- estamos habituados a que nuestro país se autodestruya y rehaga de sus cenizas cada poco tiempo, con un ritmo que no es menos severo que el de las estaciones. Por eso no me sorprende que haya gente que vacacione cada año en el mismo lugar, haciendo exactamente las mismas cosas. Esa rutina les proporciona algo parecido a la tranquilidad. La sensación de que al menos algo, en medio de tanto caos, puede considerarse predecible. Yo mismo, que me considero amigo del cambio -basta con ver cuántas veces cambié de carrera, y también de esposa-, reconozco que en los últimos años encaro cada paso de mi carrera con parsimonia que disfrazo de paciencia, porque prefiero que los cambios se den con tal lentitud que parezcan virtualmente imperceptibles.

Uno de los rostros más reconocibles del cambio es el del viaje. Es insensato lanzarse a la ruta si uno no tiene claro que un cambio -el deseado al tomar la decisión de partir, pero también el azaroso- ocurrirá lo queramos o no. Cambiar es en esencia la medida del éxito de un viaje. Uno debe estar abierto a lo imponderable. Siempre pienso que escribir ficción se parece mucho a viajar: uno puede planear cada paso del derrotero con precisión, pero si no está abierto al disfrute de lo inesperado, de lo que ocurrirá aun cuando no lo hayamos previsto, se perderá buena parte de la gracia del asunto.

Una de las formas más seguras de someterse al cambio es poner la vida en manos de una compañía aérea. Por más que nuestro pasaje tenga fecha y hora manifiesta, sólo Dios -para ser más preciso Mercurio, patrono de los viajes- sabe cuándo y cómo volaremos de verdad. Las compañías sobrevenden pasajes a lo bobo. Hace algunos años, tratando de regresar de México, me dijeron que no tenía lugar en el avión que había pagado y reservado meses atrás. Mi hija Agustina, que por entonces tenía novio en Buenos Aires, puso en juego lo aprendido en sus clases de teatro y lloró tan amargamente que conmovió a los habitualmente imperturbables empleados de la compañía. Ahora que tiene un novio en México, cuando anoche nos dijeron que el vuelo estaba sobrevendido y que nos ofrecían un pasaje abierto por un año para viajar donde quisiésemos, saltó de alegría con tanta efusión que me arrancó sangre del dedo gordo del pie. Mi hija ha cambiado, y no sólo de novio. Me tranquiliza saber que está preparada para vivir en este mundo.

Escribo desde una ciudad que no imaginé que visitaría. Mirando el paisaje lleno de humo desde la ventana de un hotel que nunca reservé. Y con mi dedo gordo lleno de curitas.

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29 de febrero de 2008
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Confianza entre seres de palabra, argumentos kantianos…

"La máxima es el principio subjetivo de la acción y debe ser diferenciado del principio objetivo, es decir de la ley práctica (ley por adecuación a la cual se mide el carácter moral de un comportamiento). La máxima determina en base a las condiciones del sujeto (muy a menudo en base a su ignorancia, o bien a sus inclinaciones) y constituye así el principio en conformidad al cual el sujeto procede, mientras que la ley es el principio objetivo, válido para todo ser razonable, el principio en conformidad al cual debe proceder, o sea un imperativo."

Este texto de la kantiana Metafísica de las costumbres, al que aludía al principio de estas reflexiones sobre el simulacro, nos da la clave de dónde se sitúa el pesimismo y el optimismo en materia de comportamiento ético. Kant es optimista, tiene confianza en que el hombre en última instancia no puede ser totalmente ajeno a los imperativos de la razón, actitud que se traduce, entre otras cosas, en un comportamiento ético.

La diferencia jerárquica entre la máxima y la ley estribaría en que la primera sería subjetiva y contingente, mientras que la segunda sería objetiva y necesaria:

Todo ser humano está permanentemente atravesado por aspiraciones subjetivas, que se traducen en deseo respecto a determinado objeto, circunstancia, posición personal etc. Y esta capacidad subjetiva de desear es esencialmente contingente y mutable, subordinada a la variabilidad de individuos y peripecias.

Por el contrario, sea cual sea su circunstancia, el se humano desea tener razón, cuando menos tener razón instrumental, pues de perderla se hallaría en la imposibilidad de alcanzar sus fines, sórdidos o no (para envenenar a alguien hay que poner los medios racionales necesarios). Pero sobre todo el ser humano no podría no desear que el otro ser humano se halle motivado por objetivos que no se reduzcan a intereses subjetivos y mezquinos. Todo ser humano estaría obligado a desear que en el otro se de una parcela que lo convierte cabalmente en una persona, es decir, que esté motivado por intereses universales de la humanidad. Y hasta cabría decir que, de hecho, está convencido de que así es efectivamente, pues de lo contrario, privado de toda confianza, viviría atravesado por el terror y el imperativo de la vigilia permanente.  

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29 de febrero de 2008
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Lo hambriento

Los niños norteamericanos nunca han sabido casi nada de geografía pero todavía les parece demasiado. No quieren saber de ese mundo más allá de su nación que se demuestra a década tras década como altamente irrelevante para sus vidas, cuando no altamente molesto. Ese mundo, si aparece, cuando aparece, viene a ser bajo la forma de Irak, Afganistán o Vietnam. Altamente desagradable y desdichado. No sólo insoportable por sus propias miserias internas y su afán de consumir artículos norteamericanos sino también por las calamidades que trasmiten irredimiblemente a los soldados norteamericanos que acuden allí y regresan, meses más tarde, con el cerebro enloquecido y metidos en el asesinato seriado o la drogadicción.

Estados Unidos no se encuentra pletórico de salud social o de cualquier otra pero mediante estas comprobaciones extranjeras, el exterior deja mucho más que desear. Es decir deja de ser deseado, cesa como objeto de deseo y su conocimiento va perdiendo el escaso interés que pudiera presentar. . ¿Europa? Europa es otra cosa pero sólo a efectos vacacionales o de un veloz y leve turismo cultural. Sin embargo, con el euro tan alto, ni de Europa quiere saberse mucho más por ahora.

Cuenta The New York Times que una encuesta de 2006 de National Geographic reveló que una mitad de los jóvenes norteamericanos entre 18 y 24 años no creen que sea necesario saber dónde se sitúan los países que salen (de tarde en tarde) en sus noticieros. De otra parte, un popular vídeo en YouTube muestra que la joven cantante Kellie Pickler participando en un concurso televisivo (¿Sabes más que un niño de primaria?) dice creer que Europa es un país y que le asombra enterarse de que una nación se llame "Hungary" (Hungría) que le suena a "hambriento" ("hungry") ¿Cómo puede existir un país que se denomina a sí mismo "hambriento"? ¿Cómo va un chico norteamericano a interesarse por ese extraño mundo cargado de tragedias históricas, lenguas innumerables e insondables localizaciones en la ilegible profundidad del mapa?

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29 de febrero de 2008
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¿Fuera burkas?

A la escritura, como al amor, poco le ayudan las facilidades. Un narrador comodino no es mejor que un amante abúlico, pocas ideas parecen tan repelentes como mezclar los besos con los bostezos. ¿Quién, que no sea un tramposo de muy barata estofa, querría sentarse a escribir un libro fácil? ¿No es verdad que es precisamente en los escollos donde la historia encuentra necesidad, origen, flujo y derrotero? Pero si la facilidad está sobrevaluada por los conformistas, no lo ha sido menos la libertad total por los inconformistas. Escribir sin obstáculos ni restricciones puede ser el infierno en la tierra, y al cabo aburridísimo como todos los juegos carentes de reglas.

     Es posible que la mayor complicación de un texto consista en encontrarle límites y reglas, de manera que en la versión final nada falte, ni sobre, ni estorbe. Pocos artistas lucen tan patéticos como aquellos que pretenden romper las reglas convencionales y no tienen con qué sustituirlas. Destruir mundos es fácil, lo complicado es darse a alumbrarlos de manera que no se derrumben al primer soplido. Y ello exige ajustarse a reglamentos íntimos, renunciar a las tentaciones suicidas del narrador -quien no tendría más que romper sus propias reglas para meterse un plomazo en la sien-, perseguir a la historia con la amorosa incondicionalidad de un romántico extremo.

     Teóricamente, un blog es territorio libérrimo. Puede hacer uno en él cuanto le venga en gana, pero la diversión empieza una vez que se ha echado a andar el mecanismo, y con él los obstáculos, límites y reglas que dan sentido al juego de bloguear. En mi caso, me atraen las zonas negras: esos espacios de misterio parcial o absoluto de los que se alimenta el mutuo morbo, como ignorar el nombre, la pinta y el carácter de los visitantes, y sin embargo convivir con ellos en una suerte de promiscuidad mental de la que casi nadie más tiene noticia. Cada blog es un pueblo de casas sin ventanas, ni puertas, ni rendijas casi. Un pueblo cuyos habitantes se conocen por medio de cartas anónimas y quién sabe si apócrifas. Una cueva platónica llena de monitores y teclados, donde el solo mirar hacia los lados merecería la pena capital.

     Desde aquí, los probables lectores y colaboradores de este blog se miran como sombras dentro del monitor. Yo, a mi vez, elijo trabajar en el espacio negro del titiritero. La misión del autor consiste en esconderse, aun y sobre todo cuando se exhibe. Escribo para exhibirme, corrijo para esconderme. Y aprecio especialmente que al otro lado se miren asimismo varios agazapados. Esta limitación -no conocerlos más que por apodo- me permite excederme en un sentido y contenerme en otro. Puedo ir lejos en la experimentación, en la medida en que la idea quepa dentro del juego y se ajuste a sus reglas particulares.

     ¿Encontrarnos?, dudé, cuando leí la invitación en uno de los comentarios -tampoco me acostumbro a llamarlos post-, y en un tris resolví que era esa una propuesta indecorosa. Es decir, una invitación a la obscenidad. Se supone que estamos escondidos, romper con esa regla sería un atentado contra el juego mismo, seguí craneando, pero al cabo sonaba como una travesura. Romper las reglas por una noche, luego volver a hablarnos de perfil, sin jamás intercambiar un e-mail, cuantimenos una llamada telefónica. Como los cómplices que pintan las paredes. Puesto en términos simples, una noche sin burka.

     El sábado pasado nos encontramos, en una rara mezcla de blind date y gang bang, aunque en la más estricta castidad. Fue algo muy similar a un shock múltiple del que este blog aún no se repone. Cómo romper las reglas de una diaria ficción y no suicidarnos en masa en el intento. Quiero creer que nunca me atreví, pero nueve horas no se ocultan fácilmente. Tengo, además, un cd, un dvd, varias fotografías y una gratitud múltiple que me señalan como infractor. De vuelta tras las faldas de El Boomeran(g), cuento con la película y el cd para salir del pasmo y volver a mirarlos a todos como sombras y reptar sigiloso por entre las trincheras, que al fin tal es el juego y tales sus misterios.

    Alguna vez, de niño, pude ver unos cuantos capítulos, que ya entonces me parecían viejísimos, de la serie En la cuerda floja, donde el actor Mike Connors encarnaba a un policía infiltrado en el hampa, que al final del capítulo escapaba en la confusión. Según entiendo el juego, mi trabajo consiste en cometer el desaguisado y esfumarme en mitad de la confusión. Intentar, atentar y ojalá que tentar. Andar también a tientas y en la penumbra enviar señales de humo. Complicarse la vida. Esconderse. Escaparse. Emboscarse. Jugar.

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29 de febrero de 2008
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