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Picasso / Picazo

Hará de esto diez años. Me movía entonces con cierta soltura en el entorno de la Universidad y el Consulado General de España de la ciudad francesa de Pau, capital del departamento de los Pirineos Atlánticos. Recuerdo un almuerzo con el señor cónsul general y con los organizadores españoles y franceses de la exposición montada en el museo de Bellas Artes de dicha ciudad, una exposición, a la que se le dio el título de L´éternel féminin, sustanciada en sesenta y seis grabados pertenecientes a los fondos de la Fundación Picasso de Málaga. Algo diría el cónsul acerca de mi interés por la avifauna y por el arte contemporáneo para que yo me lanzara, de modo imprudente, a especular acerca del apellido Picasso, del sospechoso parecido con “picazo”, el nombre castellano que hasta el siglo XVI se daba al ave que ahora conocemos por “urraca”, tal como lo cita Fadrique de Zúñiga y Sotomayor en su Libro de Cetrería de caça de açor, Salamanca, 1565. Los expertos museólogos, molestos por mi intromisión en su coto cerrado, saltaron al unísono de sus asientos, camino de mi yugular, para corregirme diciendo que no, que “Picasso” era un apellido italiano ya que la familia materna del artista procedía de Liguria… pero, eso sí, no supieron explicar cuál era el significado del mismo. Ahora, por esas cosas del destino, he conocido la historia del apellido, de su origen español, andaluz, con la vacilación característica entre ceceo y seseo, y con la circunstancia de que en época no determinada, unas gentes así apellidadas se establecieron en esa parte de Italia, regresando a España, algunas de ellas, en tiempos recientes, y, además, he averiguado que en el Museo Picasso de Málaga, existe un cuadro, de su época temprana, que está firmado “Picazo”. O sea, según escribe Jesús Esteban Rodríguez en El Periódico de Extremadura el 9 de junio del pasado año, unos españoles de apellido Picasso, quizá procedentes de Málaga, se fueron a vivir a las posesiones ligures que tenía España y, luego, se perdieron, hasta que, en un movimiento de ida y vuelta, algunos regresaron, y, en cuanto a la vacilación entre “z” y “ss”, cita el caso de otro pintor, el sevillano Pedro José de Uceda, cuyo apellido aparece a veces como “Uzeda” y otras como “Usseda”. Y otra cosa, y esto lo digo yo, el nombre italiano de la urraca es “gazza”, y “Picazo” es apellido español contemporáneo, recordemos a Miguel Picazo y su Tía Tula, y a Mario Picazo, meteorólogo televisivo a caballo entre Estados Unidos y España.

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12 de junio de 2024
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Artículo 25, apartado F: La disputa

 

Retomo el texto de ley citado en la columna anterior, referente al trato de animales de compañía. Se estipula la prohibición de “Utilizarlos de forma ambulante como reclamo” y se añade “Sin que este precepto cuestione el derecho de las personas sin hogar a ir acompañadas de sus animales de compañía”

Más allá de la incongruencia que supone reconocer un derecho que supone excepción a la ley en base a la aceptación de una evidente injusticia, el espíritu mismo de este y otros párrafos, remite a un problema filosófico de fondo.  Se  considera que el ser a tomar como fin y no como medio no es aquel que habla y razona, sino el ser que dotado de sentidos es en consecuencia susceptible de sufrir: hay que amar a los seres animados como se ama al ser humano”, viene a decirse;  hay que homologar la condición humana a la condición de seres que nos son cercanas en la historia evolutiva, pero que no dieron ese salto abismal que constituye la conversión de sus códigos al servicio de la subsistencia en algo tan singular como el lenguaje humano.

Si se pregunta: ¿por qué tal imperativo? La respuesta en última instancia viene a ser que lo primordial es la vida, que ésta constituye el valor supremo y que las diferencias en el seno de la vida poco pesan. Uno puede sin duda objetar:

La indisociabilidad de inclinación social y tendencias naturales en el hombre hace que nuestros sentidos estén siempre mediatizados por el orden de los símbolos, de tal manera que una actividad sensorial puramente inmediata, no atravesada por lo simbólico sería una actividad deshumanizada. Sólo en base a una concepción antropológica sustentada en estas premisas se hace inteligible esta radical afirmación del Marx filósofo: “Es evidente que el ojo humano goza de modo distinto que el ojo bruto, no humano, que el oído humano: goza de manera distinta que el bruto, etc”. (Manuscritos Económico filosóficos del 44).

No hay manera de reducir a bruto el ser cuya esencia natural es la superación del lazo inmediato con el orden natural. Lo que sí puede acontecer- y de hecho acontece- es que el ser humano entre en una suerte de paréntesis, que el ser humano deje en acto de responder a su esencia, es decir deje de responder a una naturaleza que es la medida de la humanización y viceversa. Nuestra relación con la naturaleza es así un criterio determinante del fracaso o triunfo de la causa del hombre, Criterio (de nuevo Marx) de “en qué medida la esencia humana se ha convertido para el hombre en naturaleza o en qué medida la naturaleza se ha convertido en esencia humana”.

En cualquier caso, si no hubiera seres pensantes, partidarios o no de la homologación animal, todo este problema carecería de sentido y habría simplemente seres vivos confrontados o aliados, habría convivencia, incluso cooperación, sin que todo ello tuviera sentido moral alguno.

Objetará entonces la otra parte, que también hay cultura y ética en otras especies animadas. A lo cual se opondrá el argumento de que no se trata de cultura inserta en el seno del lenguaje, como lo son todos los productos culturales de la especie humana. La discusión podría continuar, soslayando quizás la pregunta fundamental: ¿dónde reside el enorme poder de tal idea?

La máxima de valorar al ser sentiente más que al ser de palabra no marca los   sueños (nunca obedientes a lo que conviene al soñador), pero sí la imagen especular de quienes la erigen en imperativo. Quien se estima sabedor con certeza apodíctica de en qué consiste el bien, tiende a desplazar a los arcenes de la moralidad a todo aquél que enarbole dudas. Y en este caso dará gracias a la madre naturaleza por haber permitido que él la ame más que a los humanos, elegido así para estar del buen lado, a diferencia de lo que le ocurre al desgraciado publicano: " Gracias te doy Señor por no ser como ese".

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11 de junio de 2024
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¿Qué hay en un nombre? Buscando el secreto de la obra póstuma de García Márquez

1. Anna Magdalena Bach

Los dos volúmenes del Pequeño libro para Anna Magdalena Bach están entre las obras musicales más emotivas y generosas que se conozcan.
Son un regalo de Johann Sebastian Bach a su segunda esposa, Anna Magdalena, poco después de su boda en 1721. El primero es un cuaderno en el que Bach, con primorosa notación musical, transcribe algunas de sus propias obras: delicados minuets, polonesas, y rondós y los combina con algunas de sus melodías más queridas, como el aria inicial de las Variaciones Goldberg y el aria central de su cantata para bajo “Ich habe genug” (Tengo suficiente), una emotiva reflexión sobre el final de la vida.
En el segundo cuaderno, descubrieron musicólogos recientes, hay partituras trazadas por ambos esposos. La propia Anna Magdalena copió, además de obras de Bach, también las de otros compositores contemporáneos, como François Couperin, Gottfried Stölzel, Johann Adolf Haase y Carl Phillip Emmanuel Bach, hijo del primer matrimonio del compositor.
Un tercio de las obras son para teclado y soprano solista.
Se sabe que Anna Magdalena era una apreciada soprano profesional, buena ejecutante del teclado, fina conocedora de las plantas y aves y eficaz administradora de un hogar donde crecían los 13 hijos del matrimonio y los cuatro que Bach tenía de su primera esposa, su prima Anna Barbara, que murió joven.
Albert Schweitzer, el abnegado médico en África, Premio Nobel de la Paz, organista y erudito musical, dice en su influyente libro dedicado a Bach (J. S. Bach, el músico poeta), que esta joven de 21 años, independiente económicamente e hija de un trompetista, probablemente se casó con Johann Sebastian, 15 años mayor que ella, con un puesto poco brillante en la modesta corte de Cöthen, viudo y con cuatro hijos, por razones que no tenían que ver con el estatus o la comodidad económica.
Anna Magdalena Bach es un personaje misterioso, pero los pocos datos conocidos dan a los biógrafos la idea de que era un matrimonio de artistas, que celebraban veladas con amigos en su casa, que trabajaban en lo que ambos amaban y que se mantuvieron unidos hasta la muerte del compositor en 1750.
En su libro sobre Bach, Música en el castillo del cielo, dice el gran director de orquesta John Eliot Gardiner: “Anna Magdalena Wicke era una cantante profesional empleada en la corte de Saxe-Weissenfels y venía de una familia musical. Su boda fue en su casa ‘por orden del príncipe’, a mitad de semana en diciembre de 1721, para permitir que los músicos invitados lleguen a tiempo a sus tareas en los servicios del domingo después de beber el copioso vino que Bach compró al costo de casi dos meses de su salario”.
En su biografía, Gardiner apunta: “Aparte del dato de que Anna Magdalena era aficionada a la jardinería (especialmente los claveles amarillos) y los pájaros (especialmente los pardillos), sabemos dolorosamente poco de ella”.
Dolorosamente poco. Qué forma delicada de decirlo.
En un programa de Radio Nacional de España sobre Anna Magdalena, el erudito divulgador musical Sergio Pagana, brinda algunos datos más: desde los 17 años, Anna Magdalena fue alumna de la gran soprano operística de tiempo, Christiane Pauline Kellner. Como tal, seguramente escuchó a su maestra ejecutar las partes de soprano en los oratorios y cantatas de su futuro esposo. Y cuando se casó con Johann Sebastian, ella era una profesional con el segundo mejor sueldo de los músicos de la corte, sólo más bajo que el de su marido.
“Esta unión fue singularmente feliz”, continúa Schweitzer, “y Anna Magdalena, que poseía una bella voz de soprano y era buena música, supo comprender a su marido y animarlo en todos sus trabajos. Bach la conoció probablemente en la corte, donde ella se desempeñaba como cantante, y se encargó de desarrollar sus notables habilidades musicales.”.
Durante toda su vida juntos, Anna Magdalena copió numerosas partituras de su marido y de otros que ambos admiraban, como el mucho más exitoso Georg Friedrich Haendel, y con los años su grafía en el pentagrama cada vez se fue pareciendo más a la de su esposo. Por eso los estudiosos tardaron en reconocer su letra en muchas de las obras de Bach. Los esposos hicieron numerosos viajes juntos, entre ellos uno para visitar a Carl Phillip, hijo del primer matrimonio del compositor, que triunfaba como músico de la corte prusiana.
Dice Gardiner que según los recuerdos del hijo Carl Phillip, “con Anna Magdalena, Bach mantuvo una ‘casa abierta’: no permitía que ningún músico relevante pasara por la ciudad sin hacer buenas migas con mi padre y ser escuchado por él”.
Los visitantes incluyeron a luminarias de la época como Jan Dismas Zelenka, Johann Quantz y el mismo Johann Adolph Haase, una de cuyas obras copió Bach en el ‘librito’ para su esposa. Y también los hijos de su primer matrimonio, tres de los cuales ya brillaban en el mundo musical germánico.
El primer biógrafo del genio, Johann Nickolaus Forkel, el único que pudo entrevistar a sus hijos, colegas y amigos, relata que Willhelm Friedemann, el hijo mayor, se quedó con ellos cuatro semanas en 1739 “y tocó varias veces en la casa”.
Pero a la muerte del gran Johann Sebastian, la suerte cambió drásticamente para Anna Magdalena.
Según cuenta Schweitzer, “Anna Magdalena sobrevivió diez años a su marido, en la más completa indigencia. Los hijos del primer matrimonio la desampararon por completo y la sola manera en que se repartieron los manuscritos de su padre antes del inventario testimonia el escaso afecto que sentían por su segunda madre. En 1752, dos años después de la muerte de Bach, la viuda del maestro y sus tres hijas tuvieron que solicitar una ayuda en dinero al Concejo (municipal) para sobrevivir. Y más adelante la miseria fue peor. Tuvo que vivir de limosnas y falleció en una pobre casa en la Hainstrasse, sin que nadie sepa dónde fue enterrada.”
Yo tengo dos versiones del Pequeño libro de Anna Magdalena: una de 1999, del tecladista Pieter-Jan Velder y la soprano Johannette Zomer y otro más reciente, de 2021, donde el pianista de vanguardia Giovanni Mazzocchin interpreta las obras para teclado solamente. Éste tuvo un gran éxito, con más de cinco millones de reproducciones en Spotify.
Lo estoy escuchando mientras escribo este artículo, y me tiene hipnotizado. Si bien está grabado en un gran piano de cola, cuya sonoridad era imposible de imaginar en la época de los Bach, la fluidez, la alegría tranquila contenida en el pulso rítmico y la lógica impecable y juguetona de las construcciones armónicas me transportan a un ambiente doméstico de arte compartido a la luz de las velas.

2. Ana Magdalena Bach

En marzo de 2024, el mundillo literario de habla hispana se sacudió con una aparición sorprendente: Random House publicaba la novela póstuma de Gabriel García Márquez, En agosto nos vemos.
Hacía diez años que el autor había muerto, dejando dicho que no la consideraba digna de publicarse. En el prólogo los hijos Rodrigo y Gonzalo explican que, al releerla años después, la encontraron mejor de lo que recordaban, y que no querían privar a los devotos del Nobel colombiano de un libro más de su pluma.
Pero muchos críticos reaccionaron con sorna o acritud. Primero salieron las diatribas y críticas ácidas: la filósofa mediática Carolina Sanín lideró los ataques con un video donde considera la novela indigna de Gabo y a sus hijos y editores, peseteros sin piedad por el legado del padre. En un artículo más mesurado, Álvaro Santana-Acuña, estudioso de Cien años de soledad, califica En agosto nos vemos como “la obra sin pulir de un maestro anciano”, aunque defiende que se hubiera publicado.
Después vinieron las defensas. En Anfibia, la profesora de literatura Gabriela Polit, quien trabaja en la universidad de Austin, donde se conservan los manuscritos del escritor, planteó un punto poco tocado por los adustos críticos: al leerle en voz alta la novela a su madre, pertinaz lectora, ambas constataron que el libro es una delicia y un sorprendente vuelco feminista del autor.
A esta visión contribuyó un artículo en The New York Review of Books del novelista y dramaturgo chileno Ariel Dorfman, quien constató con admiración la maestría que el colombiano todavía tenía para derramar luminosos adjetivos y detalles precisos. Y otra cosa: que este libro es el único del autor donde la sensibilidad, el punto de vista, el protagonismo es de una mujer. Y una mujer dueña de su destino, moderna, desprovista de las ataduras de la tradición.
En agosto nos vemos cuenta la historia de una mujer a punto de cumplir los 50 que viaja todos los veranos a una bella isla donde está enterrada su madre, para dejarle unos gladiolos en su tumba.
La mujer está casada con un hombre a quien ama, con quien comparten el amor por la música clásica y las artes. De hecho, la música es importante en su vida y en la de su familia: su marido es director de un conservatorio, uno de sus hijos es director de orquesta; la otra tiene de novio a un trompetista de jazz.
A lo largo de la breve novela desfilan los nombres de muchos músicos: Mstislav Rostropovich, Claude Debussy, Edvard Grieg, Sergei Rachmaninov, Frederic Chopin, Antonin Dvorak, Wolfgang Amadeus Mozart, Ernest Chausson y Franz Schubert.
En los sucesivos viajes a la isla, la mujer va entablando relaciones efímeras, sexuales, peligrosas, algunas deliciosas, otras dolorosas, con hombres que pasan pero que dejan un poso en su ánimo, hasta que en la última visita a la tumba de su madre descubre algo que la deja alelada y la hace comprender algo esencial de la vida de su progenitora y de la suya propia.
La mujer se llama Ana Magdalena Bach.
¿Por qué?
Los nombres tienen su significado y su valor en las novelas de García Márquez, desde los Buendía de Cien años de soledad hasta Florentino Ariza y Fermina Daza en El amor en los tiempos del cólera e incluso los cambiados de los originales, como Santiago Nazar y Ángela Vicario en Crónica de una muerte anunciada.
¿Era García Márquez un amante de la música de Bach? El compositor no está entre los artistas mencionados en En agosto nos vemos, pero en su otro libro invernal, Memoria de mis putas tristes, sí aparece una obra bachiana.
Es la obra que escucha el protagonista y narrador, un antiguo periodista, para calmar su ansiedad la tarde anterior a su 90 cumpleaños, en el que decide regalarse una noche con una virgen adolescente.
El anciano está esperando la llamada de la celestina que le conseguirá a la niña. “A las cuatro de la tarde traté de apaciguarme con las seis suites para celo solo de Juan Sebastián Bach, en la versión definitiva de don Pablo Casals. Las tengo como lo más sabio de toda la música, pero en vez de apaciguarme como de sólito, me dejaron en un estado de la peor postración. Me dormí con la segunda, que me parece un poco remolona, y en el sueño revolví la quejumbre del chelo con la de un buque triste que se fue. Casi al instante me despertó el teléfono y la voz oxidada de Rosa Cabarcas me devolvió a la vida. Tienes una suerte de bobo, me dijo. Encontré una pavita mejor de la que quería, pero tiene un percance: anda apenas por los catorce años.”
La forma en que se cuenta la historia hizo que esta novela fuera criticada por unos como inmoral, y por otros como banal e innecesaria. Pero es allí, en el momento clave de la aparición del anhelo asqueroso e ilegal del viejo, cuando aparece la única referencia que encontré a la obra de Bach en la novelística de García Márquez.
Busqué el nombre de Bach en la copiosa biografía de Gerald Martin. En 27 páginas repletas de nombres, sólo aparece un Bach: es Caleb Bach, un fotógrafo que lo retrató y lo entrevistó en su casa en México y con quien habló de la foto de la portada de Vivir para contarla, con él de bebé.
Nada más.

3. Mercedes Barcha

Y, sin embargo, se me hace totalmente lógica la inclusión de este nombre en su obra final. Aunque Bach no esté en el panteón del novelista, su Ana Magdalena es, como su homónima del siglo XVIII, una mujer libre para elegir, inteligente, enamorada de las artes, observadora de la naturaleza, danzando al borde del abismo.
A medida que García Márquez se recluía en su casa definitiva en Ciudad de México y crecía en años y en tranquilidad, sabemos que cambiaba la música que sonaba en su tocadiscos. Los amigos que lo visitaban cuentan que escuchaba cada vez más música clásica.
¿Había indagado en la historia de Bach? ¿Se pasó por su cabeza la historia de su segunda y más influyente esposa, Anna Magdalena Bach, al momento de poner nombre a su último personaje?
Nunca lo sabremos.
Pero hay algo más. Pienso que la historia de Anna Magdalena que cuentan los libros se parece un poco a la de su personaje, pero mucho más a de su propia mujer. Mercedes Barcha, su esposa de toda la vida, fue el apoyo, la compañía, la socia, la organizadora de la vida en común y de su escritura. Es a su lado que el genial escritor suelta las amarras del mundo y hace volar su pluma.
Dice el biógrafo Gerald Martin que Mercedes “otorgaría a su vida serenidad y método. De manera gradual, a medida que creciera su confianza en sí misma – o, mejor, a medida que hallara el modo de exteriorizar su confianza interior –, empezó a imponer su ahora legendario sentido del orden en el muy cultivado caos de García Márquez. Organizó sus artículos y recortes de prensa, sus documentos, relatos, los textos mecanografiados de ‘La casa’ y El coronel no tiene quien le escriba.”
Como no lo sabremos nunca, quiero creer que el nombre de su último personaje es un homenaje secreto a la mujer que lo acompañó y le dio el amor, la confianza, el don de no sentirse nunca solo y la libertad para producir su gran obra que aquí se cierra.
Por eso creo que, en su propio “pequeño libro” de esta otra Ana Magdalena Bach, García Márquez nos lega, como en los dos cuadernos de la soprano y clavecinista, un puñado de imágenes refulgentes, algo desordenadas, no del todo pulidas, pero que nos quedan en la memoria y vencerán el juicio del tiempo.

Publicado en la web del Centro Gabo el 14 de mayo de 2024.

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10 de junio de 2024
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Nadia: la escritura sobre el agua de Nuria Claver

1

Nadia es un libro sobre un abismo que nunca está lejos. Estuvo al borde de la cuna cuando éramos niños, estuvo al borde de la cama más tarde, y más tarde tuvo su mejor cobijo en las simas del corazón. Sí, en el corazón de Nadia que se parte en voces igual que una fuente de montaña que se rompe y se rompe mientras baja, para llegar intacta al río. La voz quebradiza del primer poema, la voz conjetural, la voz de profetisa que desgarra las sombras, es la misma voz que en el último poema le roba sonidos a la conciencia y escucha el ruido de las palabras cuando se precipitan desde los acantilados del alma, cuando renacen, cuando estallan, cuando se suicidan.

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Nadia es una sombra, un fantasma, un alter ego, un instrumento de cuerda, un espejo mágico donde poder ver la ruta desierta en la que no existe ni pasado, ni futuro, ni presente resbaladizo. Un espejo que aniquila el tiempo e inaugura el reino de Nadia, que es el reino de la noche donde florecen las voces menos corrompidas del ser, más cortantes y más cristalinas, que a veces llegan al lector como caricias heladas que le rescatan del silencio que reina en el vacío, que reina en el abismo que estuvo junto a la cuna y después junto a la cama, y después junto al alma y toda su cohorte de deseos, de ascensos, de descensos, de abominaciones.

3

Mece tus pupilas en el recóndito infinito ¿estás?

Caer en el fondo todo está en silencio

¿Quién podría nombrar? honda es la ausencia

Dime que no hay nada bajo tierra que los pies descansan sobre un hueco

Caer no sería tan violento

¿Estás? Silencio

He aquí uno de los poemas centrales de Nadia. Lo destaco porque tiene la pureza de un poema de Celan. Parece una balada irracional que no halla ni tiempo ni espacio para sostenerse, pero es un poema sobre el abismo, una vez más. Cada estrofa es una apuesta y una paradoja dentro de su brevedad. Si miras la infinita interioridad que tanto le asustaba a Pascal, si la miras, ¿no te perderás? ¿Seguirás estando donde estás? Y si te tiras, ningún problema, pues todo está en silencio, un silencio innombrable, lleno de su propia ausencia. No hay nada bajo la tierra y danzamos sobre la panza de un río. No sería tan violento caer. ¿Estás ahí? Nadie responde, todo es ausencia, todo es silencio. El arte de confundir se mezcla aquí con el intento de expresar lo inexpresable.

4

El río de Heráclito, el río de Celan y el río de Nadia parecen el mismo río del que hay que explorar el corazón, y es que la segunda parte del libro se titula justamente El corazón del río. El agua se agita y habla con la misma voz que Nadia en esa zona turbulenta del libro. Es un río que sentimos como real, por la forma en que a veces está descrito, pero sobre todo es un río interior, de límites muy difusos, lleno de recodos felices y recuerdos peligrosos, que funcionan como ecos que llegan de muy lejos y del propio corazón.

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Que llegan de muy lejos o de muy cerca, como los secretos. ¿De dónde llegan? ¿Cuál es su origen? ¿Cuál es el origen de los secretos? La voz de Nadia lo dice en el poema titulado justamente Secretos:

Golpeáis, insistentes, las paredes de mi mente dejo que me inunden vuestros ecos os dejáis oír para que jamás os nombre mi boca, celosa, se abre, tiembla…

Qué oscuras secuencias Qué emocionantes las horas a las que debí gratitud porque fueron eternas

Qué sórdidos entreactos

Qué extraordinarios los días que amé por amar y disfruté de un gozo sin sombras

Qué oscuras vigilias, qué delirantes sus haces de luz pálida y fiera

Qué lenta la espera tras el fulgor del deseo, la niebla y el miedo Giraba la rueda, la suerte cambió ¿La dicha era eterna?

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La dicha no es eterna y es mucho más fugaz que el corazón del río y el corazón del fuego. Tras el río de Heráclito, que viajó a la región del ser, hace epifanía el fuego, que se apodera de las últimas estancias del poemario, unido a la lluvia, a veces ácida a veces amable y purificadora. Concluyo este paseo por los parajes de Nadia con Fuegos, uno de los poemas más rotundos del libro, y también más conclusivos.

Sus labios se estrellaron contra el frío sus brazos se perdieron en la niebla las noches se agotaron en suspiros

Junto al horror de no ver a nadie nació el deseo de incendiarse

Tan hondo es el temor de girar a solas en el espacio, que es destino del hombre arder como es su destino apagarse

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Nadia es un libro sobre un abismo que nunca está lejos. Estuvo al borde de la cuna cuando éramos niños, estuvo al borde de la cama más tarde, y más tarde tuvo su mejor cobijo en las simas del corazón y en el centro del ser.

Nadia es la escritura sobre el agua de Nuria Claver.

 

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7 de junio de 2024
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A propósito de la Clase Aves

Una ilustración en la revista Playboy, en color y a toda página, nos permite ver a un anciano y señorial caballero sentado en un sillón chesterfield de cuero, en el centro de una lujosa habitación, en el momento en que su exuberante, joven y pizpireta esposa se asoma a una de las puertas y un reloj de cuco da la hora. Se trata de un chiste aunque el lector no anglosajón y de exiguos conocimientos ornitológicos no le vea la gracia; el cuco o cuclillo (Cuculus canorus) es ave poliándrica, cada hembra tiene varios machos; en inglés “cuckold” es “cornudo” y la proximidad de este término con otro de esa lengua, “cuckoo”, nuestro “cuclillo”, es notoria.

En España aún quedan regiones, Aragón, Cataluña, Galicia, León, Extremadura, en algunas de cuyas comarcas nuestra lengua romance se obstina en no evolucionar y se sigue nombrando “pardal”, por su coloración parda, al pájaro al que mayoritariamente llamamos “gorrión” (Passer sp.). En tiempos, “pardal” se mantuvo hasta que la homonimia obscena (“pardal” era uno de los nombres del miembro viril) resultó insoportable, recuperándose o acuñando entonces un apelativo, quizá onomatopéyico, desde luego no latino, el hoy extendido “gorrión”, con sus numerosas variantes como “gurrión”, “gurriato”, “gurrió”, “gorrió” y “gorriato”.

"Diminutivo", nos dice la RAE, es el sufijo que añadido a un nombre le otorga, entre otras cosas, carácter afectivo; de hecho coincide con "hipocorístico" en su condición infantil y cariñosa. Las niñas muy amigas se hermanan o, mejor, se hacen primas, “primillas”, en prácticamente toda Andalucía, y los cernícalos primilla (Falco naumanni), la rapaz diurna europea de menor tamaño nidifica (o nidificaba, hoy ha sido en gran parte exterminada) en el interior de los pueblos, en los mechinales de los campanarios y bajo las tejas árabes de las cubiertas de las viviendas. El concepto “primilla” en lo que tiene de familiar, cotidiano, cómplice, se aplicó a un ave que convivía con los humanos.

Ocurre algo parecido con “adrián”, referido a los globosos y notorios nidos de urraca (Pica pica) en localidades, como San Adrián de Navarra, en las que es común el nombre masculino “Adrián”, igual que son comunes los nidos de urraca en los árboles que flanquean los caminos por los que al atardecer pasean grupos de vecinos. Es decir, pues, que en la villa adrianesa se adjudica el más común de los nombres de pila de sus vecinos a la más común de sus estructuras orníticas.

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6 de junio de 2024
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Barcelona y los viajeros silenciosos

 

El mundo se divide entre aquellos happy few que se empeñan en ser llamados viajeros y se pierden en un callejón oscuro –como en el encantador relato de Miquel Molina en Cinco horas en Venecia (Catedral / Univers)– y quienes siguen siendo Vicente, y no solo van adonde va la gente sino que disfrutan de esa sensación de borreguismo turístico. Aman la multitud y adoran el tópico, por lo que se mueven ufanos en una lenta procesión de colas. Un modelo de turismo que se derrama en masa y, lejos de convertir el descubrimiento en experiencia, vomita ruido y alcohol. Su paso por las ciudades deja una huella catastrófica en lo medioambiental, socioeconómico e incluso cultural.

No es el turismo que sueña España cuando se anuncia que nuestro país está a punto de batir a Francia como primer destino del mundo gracias a los 100 millones de viajeros que nos visitarán este año. Pero convertirse en paraíso global puede parecer una fortuna envenenada. Nuestro lifestyle superó aquellas exaltaciones de Hemingway, transformó la pasión en decoración, y las noches salvajes en tardeos luxemburgueses. Hoy la demanda se cuadriplica, por lo que se inauguran hoteles cada semana y la orgía desatada de los pisos de uso turístico –a la que Nueva York ha empezado a poner coto a fin de detener el vaciado de los barrios céntricos– no hace sino crecer, con los fondos buitre revoloteando sobre urbes que acabarán siendo decorados, donde la vida siempre estará de paso y nunca más habrá sábanas tendidas ni aroma a caldo de pollo.

La semana pasada, mientras atardecía en el Park Güell y las palmeras, en primer plano, acercaban la visión del mar, arrancaba el desfile Crucero de Vuitton bajo las columnas proyectadas por Gaudí. Todo cobraba sentido en aquella ciudad que un día fue elegante y vanguardista, transgresora y al tiempo educada. La misma en la que Gaston-Louis Vuitton presentó sus baúles –en la Exposición Internacional de 1929– cuando la ciudad desplegaba su voluntad cosmopolita. La misma ciudad debe gran parte de su pujanza al negocio textil, que acabó disolviéndose en los años noventa­ del siglo pasado. Pero el legado de aquel esplendor permanece, y, ahora, con la celebración de la Copa del América, tiene la oportunidad de volver a brillar. Porque dentro de esa escandalosa cifra de 100 millones de turistas se agazapa una selecta minoría de viajeros silenciosos que, allá donde van, buscan conectar con la memoria del lugar.

De la Acrópolis a la Fontana di Trevi, pasando por el Museo Rodin o las Pirámides egipcias, las grandes firmas de moda homenajean cada año lugares icónicos del mundo. Y peregrinan como los viajeros de antaño, con un séquito de amigos e invitados célebres. Se trata de las llamadas colecciones crucero , que alientan la cultura del viaje y la artesanía local –Vuitton, que suma cuatro fábricas en Catalunya y 1.800 empleados, acaba de adquirir el 80% de la curtiduría Riba Guixà–. Y sobre sus prendas se vuelca el tema de la colección, en este caso Barcelona y Gaudí, y se realiza una investigación para tirar de los hilos que acabarán trasladando los mosaicos modernistas al cuerpo.

La capital catalana reúne todas las condiciones para volver a ser el centro cultural y artístico que fue. Y, tras años excluida de la agenda internacional de la moda, la puesta en escena de la colección de Nicolas Ghesquière le ha devuelto un merecidísimo foco. Millones de impactos han mostrado una visión glamurosa del skyline de Barcelona, también de su hospitalidad, a pesar de doscientas cazuelas.

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6 de junio de 2024

Anagrama, 2009

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Modelos para armar

 

En el vuelo de regreso a Madrid desde Panamá, donde celebramos en los días pasados el festival literario Centroamérica Cuenta, vine leyendo la novela de Rodrigo Rey Rosa El material humano, que comienza con un listado de fichas policiales sacadas del Archivo Histórico de la Policía Nacional de Guatemala. Aparecen registrados ciudadanos señalados por comunistas, por distribuir propaganda subversiva, por repartir volantes sediciosos, por contravenir el toque de queda; o por posesión de armas de fuego o explosivos.

Pero también hay un chusco anotado por liberar un zopilote dentro del teatro Capitol, y otro por tirar con cerbatana en el teatro Lux al amparo de la oscuridad; un sastre por jugar juegos prohibidos; una mujer por ejercer el amor libre, otra por practicar ciencias ocultas, la quiromancia y la cartomancia; un barbero por “ingerir licor con otros individuos que se dedican a desnudar a los ebrios trasnochadores”; un oficinista por publicar obscenidades, un proxeneta por explotar a mujeres de la vida galante; y uno detenido por difamación, pues “aseguró tener relaciones carnales con Carmen Morales, quien a petición de su madre sufrió examen médico, resultando ser virgen”; y, en fin, un jornalero por insubordinarse contra su patrón.

Las fichas policiales registran la vigilancia política sobre la corrección de conducta, y los pecados capitales contra la seguridad pública se revuelven con los pecados veniales, que pasan ambos a tener la misma categoría de infracción que merece ser registrada, porque la ficha queda abierta a las reincidencias. Toda irregularidad de comportamiento, cualquiera sea su tamaño, es potencialmente peligrosa para el estado policial.

Este inventario de fichas da paso en la novela a un descenso a los infiernos de la represión y la corrupción en Guatemala, ese mundo de sombras y dualidades donde el terror cambia continuamente de rostro, tan kafkiano si este término no fuera ya un lugar común en América Latina. Oscuro mundo cerrado por el que Rodrigo se mueve buscando las claves que están en todas partes y en ninguna; y ese amasijo de viejas cartulinas policiales que abre las puertas de El material humano, es la imagen de un país que en sus estructuras patriarcales ha variado poco desde los tiempos del general Jorge Ubico, uno de los proverbiales dictadores del siglo veinte centroamericano.

Ubico mandó a dictar en 1934 la Ley contra la Vagancia, que empezaba por definir quiénes debían ser considerados vagos, o sea, los pobres: “los que no tienen oficio, profesión, sueldo u ocupación honesta”; los que ejerzan la mendicidad y, de paso, los entretenidos, “los que concurran ordinariamente a los billares, cantinas, tabernas, casas de prostitución”; y “los que comprometidos a servir a otro con su trabajo en fincas, no lo cumplen”, una manera de forzar a la servidumbre.

La pena del delito de vagancia era la cárcel, y el trabajo forzado “en el servicio de hospitales, limpieza de plazas, paseos públicos, cuarteles y otros establecimientos, obras nacionales, municipales o de caminos”. Y los desertores de sus lugares de trabajo en el campo, eran puestos a merced de sus patrones.

Leo en un entusiasta comentario sobre la época florida de Ubico: “No faltan las historias de los abuelitos que cuentan que durante su gobierno se podían dejar las puertas de las casas abiertas y que el crimen común era casi nulo, ya que todos sabían lo que les podía suceder si llegaban a ser apresados por la policía nacional”.

La historia se repite en Centroamérica con sórdida pertinacia, y vale la pena recordarlo ahora que el presidente Nayibe Bukele inicia en El Salvador su segundo periodo presidencial bajo un estado permanente de suspensión de garantías ciudadanas. La reelección estaba prohibida por la Constitución, pero qué importa, si obtuvo más del 80 por ciento de los votos, los partidos políticos se esfumaron y sólo existe prácticamente el suyo; y si controla, además, todos los poderes del estado. Un milenial de puño de hierro.

Y los adultos que serán abuelitos se hallan listos para contar que pueden dejar las puertas de sus casas abiertas y caminar sin temor por parques y avenidas porque los miles de pandilleros que antes asolaban los barrios se encuentran encerrados en una mega cárcel de donde no volverán a salir nunca.

“Les decomisamos todo, hasta las colchonetas para dormir, les racionamos la comida y ahora ya no verán la luz del sol” tuitea triunfalmente el presidente Bukele. Los criminales castigados de por vida junto con otros que serán inocentes y también están presos de por vida, pero allá quien se detenga a averiguarlo.

A quien se hubiera atrevido a protestar por las arbitrariedades de la ley de la vagancia, el general Ubico le habría respondido que se llevara a uno de esos vagos a vivir a su casa y lo mantuviera. Es lo que responde Bukele a quienes protestan porque sus tribunales violentan los derechos humanos. Que se lleven a los pandilleros a vivir a sus casas.

El modelo Ubico. El modelo Bukele. Las distopías de largo alcance. El material humano.

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4 de junio de 2024
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La era del artificio artificial

En el libro recién publicado por la editorial Anagrama, Animales metafísicos (de Clare Mac Cumhaill y Rachael Wiseman), se cuenta lo que ocurrió en la universidad de Oxford, cuando en 1956 se quiso distinguir al expresidente de los Estados Unidos Harry S. Truman con el doctorado honoris causa. La única en oponerse fue una mujer, la filósofa Elizabeth Anscombe. A la joven doctora le parecía inaceptable honrar al que firmó la orden de lanzar la bomba atómica sobre dos ciudades, Hiroshima y Nagasaki. La filósofa comparó a Truman con los mayores villanos de la historia: “¿Qué Nerón, qué Gengis Kan, qué Hitler o qué Stalin no será premiado en el futuro? Dedicar al señor Truman nuestro elogio y adulación nos hará compartir la culpa de sus desalmadas decisiones”. ­Como experta en filosofía moral, Anscombe observó entonces algo desconcertante: una sala repleta de teólogos, filósofos e historiadores ennoblecía al hombre que había ordenado dos de las peores masacres de la historia de la humanidad.

Con la misma perplejidad descubriremos nosotros el momento en el que comenzó el nuevo período de nuestra historia, el día en el que entramos jubilosamente en la era del artificio artificial.

Para tomarle el pulso al paso del tiempo, comprender la pauta y el ritmo de las innovaciones y el curso de las metamorfosis culturales se hace recomendable segmentar la cronología, marcar el principio de cada periodo y localizar el momento en el que la invisible bisagra de la historia empieza a chirriar sobre su eje.

El momento que inauguró la era del artefacto artificial fue fulgurante, resplandeciente: dos formidables innovaciones coincidieron en el tiempo para anunciar el espectacular comienzo de nuestra actualidad.

El 9 de enero del 2007 Steve Jobs presenta en sociedad su deslumbrante dispositivo: el Iphone. Un mes después Barack Obama presenta su candidatura a la presidencia de los Estados Unidos. Los dos personajes encarnan el estilo, la pose, la personalidad y el temperamento de la nueva época. Las dos figuras triunfantes serán a partir de entonces los protagonistas del relato dominante, el storytelling del entusiasmo contemporáneo.

El azar y la casualidad que reúne a los dos actores en el mismo escenario nos permite datar el momento en el que todo esto empezó. Aunque para entender la doble dimensión del acontecimiento hay que recordar una reveladora anécdota: a Obama se le entregó el premio Nobel de la Paz al principio de su mandato. No por lo que había hecho, que no había hecho nada, sino por lo que todo el mundo estaba dispuesto a jurar que iba a hacer.

Sin embargo, durante sus ocho años de mandato Obama no hizo nada que le hiciera merecedor del premio Nobel de la Paz. Había prometido poner fin a las guerras que heredó de su antecesor, George W. Bush, pero las tropas estadounidenses se mantuvieron en permanente estado de guerra. Según contó The New York Times (18/V/2016), Obama es el único presidente en la historia de Estados Unidos en ejercer su mandato de ocho años con el país en guerra. Actuando en Afganistán, Irak y Siria, Libia, Pakistán, Somalia y Yemen. Obama no cerró el campo de Guantánamo, en donde hoy agonizan sin ser juzgados los prisioneros olvidados por todo el mundo. Y fue él también el que emprendió la persecución judicial del periodista Julian Assange, precisamente por denunciar los crímenes de guerra de las tropas estadounidenses en Irak.

Sin embargo, lo que caracteriza el enervado énfasis de nuestro tiempo, la eficacia narrativa del artefacto artificial, es que ninguna de tales evidencias –hechos comprobados, públicos e irrefutables– han enturbiado la buena imagen de Obama. La opinión pública sigue convencida de que Obama es un ejemplar modelo de político progresista y bajo ningún concepto está dispuesta a poner en duda su presunción. Ni sus partidarios ni sus adversarios advierten la incongruencia. De hecho, la institución que le concedió el premio Nobel de la Paz no le ha pedido que devuelva los once millones de coronas suecas que recibió a cambio de nada.

Darle a Truman el doctorado honoris causa de la universidad de Oxford a pesar de sus crímenes de guerra y entregar a Obama el premio Nobel de la Paz antes de emprender sus actividades bélicas puede considerarse la gran innovación conceptual del relato contemporáneo.

La puesta en escena llevada a cabo en el año 2007 por Steve Jobs y Barack Obama –la simbiosis entre tecnología y política– reproduce la misma quiebra moral que en 1956 denunció la filósofa Elizabeth Anscombe, inaugura espléndidamente el periodo histórico actual y define las líneas maestras del comportamiento social dominante: ingenuidad, mimetismo y flacidez. En proporciones masivas, simultáneas y persuasivas.

La tendencia a creer con docilidad lo que se dice, la inclinación a imitar con mansedumbre lo que se hace y la astenia intelectual que atrofia las obligaciones éticas del pensamiento crítico.

Cuando en el 2011 falleció Steve Jobs, Barack Obama –recordemos que fue el candidato pionero en usar las redes sociales en su campaña presidencial: Yes, we can– envió a los medios de comunicación su mensaje de condolencia: “Al construir una de las compañías más exitosas del planeta ejemplificó el espíritu de la ingenuidad estadounidense”. Y añadió: “…Steve Jobs hizo que la revolución informática fuera intuitiva y divertida y llevó la alegría y felicidad a millones de niños y adultos”. (La Voz de América, 5/10/2011)

Naturalmente, Obama no podía imaginar que pocos años después serían 41 los estados de EE.UU. que tomaron medidas legales y judiciales contras las compañías responsables de las redes sociales y denunciaron a Meta por alimentar la crisis de la salud mental juvenil y por el aumento creciente de ansiedad, adicción y depresión entre los niños. (El País, 26/10/2023)

El espectacular storytelling puesto en escena por Steve Jobs y Barack Obama inaugura la era artificial de la ingenuidad y sus logros progresivos: el trastorno patológico de los niños madurados a la fuerza y la dócil infantilización de los adultos.

La representación teatral de los dos carismáticos líderes estrena la eficacia polisémica de unos discursos que afirman y niegan al mismo tiempo una cosa y la contraria, según un modelo inédito de dialéctica distrófica que extirpa la noción de incongruencia. La alambicada ambigüedad confunde el discernimiento cognitivo de una multitud embrollada por el malabarismo de los expertos.

La articulación semántica de los mensajes persuasivos tiene hoy un doble propósito: confesar con franqueza sus verdaderas intenciones y poner a salvo la imagen de su respetable prestigio.

Cito al respecto los ejemplos que ponen de relieve la amplitud y alcance de la narrativa que ha encandilado a la opinión pública y a la mayoría de los analistas encargados de redactar la crónica de la actualidad.

Nick Bostrom, dirige el Instituto del Futuro de la Humanidad en Oxford. En su declaración advierte de los peligros de una Inteligencia Artificial que pone en riesgo “la misma existencia de la humanidad”. A continuación afirma que la IA puede ser la solución a numerosos problemas. Dice el transhumanista de Oxford que “si conseguimos controlarla y sobrevivimos a la transición a la era de la superinteligencia de las máquinas, entonces puede convertirse en una herramienta para conjurar otros peligros.” Añade luego Bostrom que “la IA podría ser tan difícil de controlar que fracasáramos por mucho que lo intentáramos, o podría, en cambio, resultar relativamente fácil de guiar”. (La Vanguardia, 16/7/2023)

Se percibe claramente en las declaraciones del experto un excepcional dominio de la técnica narrativa de la era artificial y hasta qué punto confía en la ingenuidad, mimetismo y flacidez de los lectores.

Geoffrey Hinton, vicepresidente de ingeniería en Google, premio Princesa de Asturias, anuncia que abandona Google para poder advertir “con mayor libertad” de los peligros de la tecnología que ayudó a montar, arrepentido por el daño que ha causado: “Estas cosas pueden ser más inteligentes que las personas. El futuro da miedo” (El País, 2/5/2023). Sin embargo, Hinton, añade y aclara que Google ha actuado de un modo muy responsable.

Verónica Bolón Canedo nos presenta otro ejemplo de la nueva narrativa ingenua, mimética y flácida. La investigadora de la universidad de A Coruña declara: “La IA es parte del problema de la contaminación debido a su alto consumo energético y emisiones de CO2, sin embargo, también es la solución de los problemas derivados del cambio climático” (El País, 31/3/2024).

A Marc Serramiá, doctor en ingeniería y premio Fundación BBVA, también le preocupan los grandes peligros de la IA. Advierte que “si todos confiamos en herramientas como ChatGPT, el conocimiento humano desaparecerá”. Pero también afirma que no debemos perder de vista que la IA se puede usar para muchas cosas buenas, por ejemplo: permitir que aprenda del usuario, a fin de “hacerse su representante y definir sus preferencias…” (El País, 12/3/2024).

Brad Smith, presidente de Microsoft, anuncia que debe encontrarse una forma de ralentizar o apagar la IA. Es tan asombroso que lo diga el presidente de Microsoft como que lo diga un día después de reunirse con el presidente del Gobierno español para firmar el acuerdo que permita instalar en nuestro país las factorías de IA (El País, 20/2/2024).

Elon Musk, fundador de Tesla y SpaceX y dueño de Twitter, firma la carta colectiva que pide “frenar la carrera sin control de la IA” (El País, 29/3/2023). Al mismo tiempo, el propietario de Open­AI, desarrolla el ChatGPT y lo ofrece gratuitamente a los usuarios.

Desde el 2007 ha ido adquiriendo potencia y convicción la articulación lógica del discurso artificial, la narrativa de la nueva época, el storytelling del entusiasmo tecnológico, y la expansión de su influencia sobre un público persuadido por el despliegue de su elocuencia: ingenuidad, mimetismo y flacidez, incongruencia, incoherencia y candidez.

Las declaraciones flácidas y licuadas, que no se sienten obligadas a respetar ningún principio de pertinencia intelectual, divulgadas en proporciones masivas, simultáneas y persuasivas, se alternan en los medios con denuncias a las que no se presta la pertinente y alarmada atención.

Dani Rodrik, profesor de economía en Harvard, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en el 2020, advierte que “si no tomamos medidas con la IA las consecuencias van a ser bastante indeseables” (El País, 1/10/2023).

Gary Marcus, profesor de Ciencias Neuronales de la universidad de Nueva York declara que “la IA es difícil de controlar y se está apoderando del mundo” (La Vanguardia, 10/10/2023).

El psicólogo social Jonathan Haid afirma que desde el 2010 la infancia en Estados Unidos se reconfiguró de una forma “sedentaria, solitaria, virtual e incompatible con un desarrollo humano saludable”. Alude con ello a las consecuencias del dispositivo que según Obama “llevó la alegría y felicidad a millones de niños y adultos”.

Tales advertencias deberían alertar a la sociedad civil, a los sindicatos, a las asociaciones de maestros y educadores, a las iglesias e instituciones encargadas de velar por el bienestar y soberanía del ser humano, pero el efecto disruptivo de la retórica narrativa dominante mantiene en estado hipnótico a una sociedad narcotizada por la truculencia del storytelling .

Un formidable documento fue publicado en mayo del 2023 por la organización “sin fines de lucro” Save for AI Safety. Lo firman los directivos de Open AI, Google, DeepMind y Anthropic y 350 ejecutivos, investigadores y expertos en IA. Es un texto filantrópico, benemérito, sincero y muy humano, conmovedor y tierno. Emociona imaginar los buenos sentimientos que le dedicaron sus autores.

Advierten los industriales tecnológicos y los ingenieros que han diseñado el artificio algorítmico que la Inteligencia Artificial supone un “grave riesgo de extinción para la Humanidad”, solo comparable a los devastadores efectos de una guerra nuclear.

A gran parte de los clientes y usuarios imbuidos por la ingenuidad de la era artificial les parecerá admirable que las tecnológicas sean conscientes de sus contradicciones y declaren en público la tensión entre sus intereses económicos y sus responsabilidades morales. Pero si queda algún malpensado en el mundo, digno de aquella venerable desconfianza escéptica, reconocerá en este documento lo único que en verdad declara: una nueva arma de destrucción masiva, capaz de organizar “la extinción de la Humanidad”, está en manos de cuatro entidades privadas y es precisamente por ello que no tienen inconveniente en reconocer lo que han armado.

Que los gobiernos no consigan entender la sinceridad de los tecnógrafos y no consigan reaccionar a la confesión de las tecnológicas que han patentado el artilugio de la Inteligencia Artificial, que la sociedad haya aceptado sin pestañear la crudeza de su dramática advertencia, que los fabricantes de IA no hayan cerrado sus laboratorios, delata hasta qué extremo la ingenuidad, el mimetismo y la flacidez, el alarde de incongruencia, incoherencia e impotencia moral es la verdadera epidemia de nuestra época, y confirma, en efecto, que la inteligencia artificial hace ya tiempo que sustituyó a lo poco que queda de la inteligencia humana.

 

Publicado en Cultura|s de La Vanguardia



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3 de junio de 2024
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Libros que no se terminan nunca

 

¿Y si fuera verdad que, como dice Paul Auster, los libros no se terminan nunca y que las historias se siguen escribiendo a sí mismas sin autor? Los personajes de esta conspiración literaria, desde el Gilgamesh, perdida la memoria, se cruzarían con nosotros sin saberlo, y sólo lo escritores, en la soledad de su escritorio, los captarían, les darían nueva vida y nueva libertad en nuevas historias. El escritor como detective existencial que deambula, lee y descifra las pistas que encuentra y que busca un lugar en el mundo, un punto que se aleja a medida que se encamina a él. Dante, Shakespeare, Cervantes, Balzac, Kafka… todos ellos crearon modelos literarios que definieron sus épocas escribiendo sin teorizar. Y todos ellos introdujeron en sus libros historias ajenas tomadas de la realidad exterior como hicieron muchos pintores del collage: arena, conchas, cuchillos, postales, hierros, incluso esperma, objetos reales en sus teatros  pintados.

«Si la ficción se convierte en real, entonces tenemos que repensar nuestra definición de realidad», escribió Auster en una carta a Coetzee. Cuando la política del resentimiento se adueña de la ficción para crear falsas certezas espantamiedos, la literatura es más necesaria que nunca contra lecturas impostadas del mundo.

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2 de junio de 2024
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Asuntos espinosos y confusos

Confucio y Jorge Luis Borges gozan del reconocido prestigio que atesoran los grandes emisores de cuidados, chocantes y, a menudo, escandalosos comentarios que luego el paso del tiempo y la labor de exegetas y fabuladores convierten en citas. Ambos personajes, actualmente en clara decadencia en los índices de popularidad, por ejemplo entre los jóvenes, aún mantienen, sin embargo, la capacidad de generar o tutelar información reservada, de ser faros, guías en el complejo horizonte de la autoridad intelectual.

De Borges conozco un par de reflexiones, de comentarios que, seguro, nadie me contó, comentarios suyos que leí en alguna parte, parte que no logro localizar por más esfuerzos de buceo realizados en los libros de mi biblioteca y en mis cuadernos.

La primera reflexión se produce, cómo no, durante una entrevista, creo que mano a mano, pues no recuerdo ninguna rueda de prensa en la que participara, y es resultado de una pregunta directa del periodista o, quizá, al hilo de una pregunta más amplia que el Gran Ciego reconduce. Supongamos por tanto que el periodista pregunta a Borges en qué país le hubiera gustado nacer si no lo hubiera hecho en Argentina. Borges contesta rápido, sin circunloquios, que en ese caso le hubiera gustado nacer en Inglaterra (no en ese poco preciso y moderno concepto denominado Reino Unido) pero, y aquí llegamos al punto al que queríamos llegar, si eso no hubiera sido posible, aclara Borges, me hubiera gustado nacer en España, desde luego en Andalucía… y de las demás regiones no vamos a hacer mención, aunque él sí la hace.

Una segunda reflexión borgiana se produce también durante una entrevista, ignoro si de carácter más político, y se sustancia en una lapidaria y quizá profética frase: “no creo en la democracia, la democracia es un abuso de la aritmética”.

Encuentro ahora, de repente, gracias a Google, información directa de esas dos reflexiones, pero la información de internet no es mimética respecto a ellas, varios matices las distancian, del mismo modo que es posible, diría casi con absoluta certeza, que mis reflexiones actuales, las que acabo de mencionar, también se distancien del original, de la fuente que no recuerdo, de una fuente que quizá no fuera otra que una lectura apresurada de las informaciones, antiguas, que ahora me llegan, merced al indispensable buscador.

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31 de mayo de 2024
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