Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto el del caballero que juega al ajedrez con la muerte.
Delfín Agudelo: Es ese el sentido último de cualquier juego: la vida o la muerte.

Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto el del caballero que juega al ajedrez con la muerte.
Delfín Agudelo: Es ese el sentido último de cualquier juego: la vida o la muerte.
Así como Madruga, el personaje de La república de los sueños, está marcado desde niño por la ambición del éxito, y por tanto no puede explicar su existencia sin la conquista de la riqueza, Mr Biswas, que también crece en un ambiente de extrema pobreza, se prepara desde sus primeros años para ser marginal en la vida, el fracasado por antonomasia que, sin embargo, aprende a ver sus descalabros sin rencor, y con un humor que nunca hecha a perder la amargura.
En el apacible paisaje de la Trinidad colonial, bajo la pesada burocracia británica, Mr Biswas querrá siempre tener una casa propia, rebelde a los cánones impuestos por el clan femenino que gobierna a la familia de su esposa, una familia de comerciantes llegados de la India que defiende su casta poniendo a los yernos bajo su poder. Los esfuerzos constantes de Mr Biwas por abandonar esa égida, resultarán siempre vanos.
Construir su casa es una y otra vez el símbolo de su rebeldía, y de su libertad; y cada vez su casa se quema, se la lleva el huracán, o alguien lo estafa. La casa con que sueña parece no tener cimientos; el clan construido alrededor de la autoridad de su suegra, bajo las reglas traídas desde la India, los tiene de sobra, y valen lo mismo en la Trinidad de los ciclones, que en la India de los monzones.
La subida de los precios de los alimentos en el mundo no parece, desgraciadamente, un fenómeno coyuntural, sino estructural, que puede tener graves consecuencias y generar más conflictos sociales. Se vio en México hace unos meses con el maíz; o posteriormente en Argentina. Ya ha provocado disturbios en varias partes de África. En Etiopía, ya aquejada por hambrunas hace 25 años, el Gobierno ha tenido que instalar centros de distribución de cereales. Ahora llega la subida del arroz de un 42% en un trimestre, y en algunos casos de un 50% en dos semanas. A diferencia de hace décadas, estas subidas afectan directamente a los llamados nuevos pobres urbanos, en las barriadas del Tercer Mundo que, con el éxodo del campo a las ciudades, ya no disponen de ningún terruño en el que cultivar (lo que no quita para que la mayoría, dos terceras partes, de los 1.000 millones de más pobres de la Tierra sigan estando en zonas rurales). La situación se agrava con la cantidad de jóvenes africanos urbanos y en paro. El crecimiento, sin más, no equivale a la equidad. En África no se ha traducido en una mayor distribución de esta riqueza que hubiera puesto en manos de más gente más dinero para pagar estos alimentos.
El encarecimiento del petróleo y de los carburantes, el aumento de la población, algunas malas cosechas en Asia y en África , el cambio climático y las sequías en África y las inundaciones en Asia, o la dedicación de algunas cosechas de cereales a los biocarburantes, entre otros factores, han contribuido a esta tragedia que alimenta una inflación que afecta más a los más pobres, ya sean países o capas de población, y que en buena parte ha anulado el impacto de la ayuda exterior en África. Es un drama que parece tener pocas soluciones a corto plazo. Al menos no se atisbaron en la cumbre sobre gobernanza progresista de este fin de semana en Watford (Inglaterra), organizada por Gordon Brown y Policy Network. El presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, por su parte, ha propuesto "un nuevo pacto (new deal) para la política alimentaria global" y un fondo de emergencia de los donantes, una inyección urgente de dinero de los países ricos a las poblaciones más afectadas de los pobres para que puedan comprar alimentos, sin esperar al lento goteo de la ayuda oficial.
Para el ex primer ministro portugués y actual presidente de la agencia de refugiados de la ONU (ACNUR), António Guterres, la mayoría de los países más afectados no tiene la capacidad de financiar un subsidio de estos alimentos. Donlad Kaberuka, presidente del Grupo del Banco de Desarrollo Africano, csonidera que si hay una crisis financiera internacional, "para muchos lo que hay es una crisis en el mercado alimentario", agravada por las migraciones internas en esos países. En 2007 por primera vez en la historia vivían más personas en las urbes que en zonas rurales. En África subsahariana esta proporción se sitúa entre un 35 y un 50% y sigue creciendo rápidamente. En las actuales condiciones, es una garantía para el desastre y los disturbios sociales y geográficos.
Para garantizar el suministro interno, Vietnam, India, China y Egipto, entre otros, han recortado sus exportaciones de alimentos, con lo que supone de merma de ingresos. Y mientras, se sigue hablando de la necesidad de liberalizar el comercio. Los países africanos están rebajando los aranceles a la importación de estos productos, y endeudándose más para pagar los cereales u otros alimentos que importan (cuya factura ha doblado para los Estados más pobres en los últimos cinco años), según la FAO (organización de la ONU para los alimentos y la agricultura). Si la Ronda Doha de la Organización Mundial del Comercia tuviera el éxito que se busca, y que podría estar cercano, y si por ejemplo, EE UU suprimiera las subvenciones a su agricultura, los precios de los alimentos subirían como recordaba el Financial Times, que añadía que la supresión general de los subsidios y los aranceles podría incluso ser negativa para los países más pobres de África subsahariana, importadores netos de alimentos.
Una vez más, ha fallado la prevención, y no hay cura a la vista. Esta crisis alimentaria global castiga a los más castigados, y requiere soluciones de urgencia. Eso realmente sería política progresista. Mientras, el espectro de las hambrunas vuelve a África y a otros lugares del mundo, esta vez de la mano de la subida de precios de los alimentos, no de la falta de ellos, aunque algo tiene de "regreso a la escasez".
Publicado en El País el 6 de abril de 2008
Para qué ocultarlo: el martes fue un día horrible. Se cayó un proyecto en el que tenía puesta toda mi pasión y mi esperanza. Al rato me enteré de que alguien había usado los datos de mi tarjeta para comprar electrodomésticos por valor de mil euros en Alicante. (Ciudad que nunca visité en mi vida, dicho sea de paso.) La idea de la gente pobre con la heladera vacía, después de tantos días de desabastecimiento, me alteraba los nervios. Para colmo el discurso de Cristina Kirchner en la Plaza me sonó desangelado, la vi golpeada por un dolor que -era obvio- no alcanzaba a digerir. Enseguida cayó una tormenta feroz, como imagina uno que fue aquella que rajó el Templo. En ese marco, la imagen de Hebe de Bonafini quitándose el pañuelo blanco y dándoselo a la Presidenta me produjo emociones encontradas. Era un homenaje y un reconocimiento, sí. Pero algo me llevó a preguntarme si no era la única forma que Hebe encontró para decir: Nadie entiende lo que sentís mejor que yo.
Después de cenar, mientras me aturdía con la televisión, puse la mano en la panza embarazada de mi mujer como hago cien veces al día. Y entonces ocurrió. El movimiento levísimo, como si alguien deslizase una hoja verde del lado de adentro de la piel. Mi mujer ya venía sintiéndolo desde días atrás, pero yo no tenía esperanzas de registrarlo por mucho tiempo más: ¡si todavía no llega a los cinco meses de gestación!
Estas cosas pasan mucho en las películas porque (afortunadamente) pasan también en la vida real.
El martes fue un día maravilloso. Sentí moverse a nuestro hijo por primera vez, y eso me lavó de todos los sinsabores.
Es un varón. El primero para ambos.
Así como la mayoría de los inquilinos de la cárcel jura que es inocente, afuera casi todos aseguramos ser profesionales. Y si no que le prueben a uno lo contrario. Para suerte de pícaros, buscavidas y fantoches, el diccionario ofrece notable manga ancha en alguna de sus definiciones de la palabra 'profesional': Dicho de una persona: Que practica habitualmente una actividad, incluso delictiva, de la cual vive. Una vez aceptada en el club de los pros semejante legión de legiones, el diccionario acaba de premiarlos con la última acepción de la palabra: Persona que ejerce su profesión con relevante capacidad y aplicación.
No es por error ni azar que el diccionario abre a felones y cacos las puertas del reconocimiento profesional, si ya la policía se encarga de orillarlos a hacer lo suyo con relevante capacidad y aplicación, amén de que muy pocos oficios castigan el error con tal severidad. Si otros toman la senda del profesionalismo por cariño, ambición o desafío, el que roba o estafa lo hace básicamente pensando en evitarse la calamidad de pasarse los próximos quince años encerrado entre puros aficionados. Ser, en este sentido, profesional, es conocer el precio del amateurismo y a partir de ese punto darse a perder el sueño afinando el control de calidad. ¿Qué malandro no busca ejercer un control a prueba de sabuesos sobre todas y cada una de las variables propias de cada lance, si ya todos sabemos que en el arte de sorprender al prójimo no hay constantes que valgan y sus únicas leyes pertenecen al código de Murphy?
Acción y efecto de profesar, define el diccionario el término ‘profesión'. En lo tocante al verbo ‘profesar', la Academia establece, entre otras acepciones no tan pertinentes, que consiste en "sentir algún afecto, inclinación o interés, y perseverar voluntariamente en ellos". En caso, pues, de duda, bastaría con averiguar si el prospecto de pro en realidad profesa al proceder. Cosa nada difícil, pues la presencia del afecto, la inclinación o el interés suele advertirse pronto, aunque no tanto como su escandalosa ausencia. Por más que los románticos abismales insistan en no ver el desdén del objeto de sus ansias, uno en el fondo sabe quién lo quiere y quién no. Uno prende la tele y advierte, sin tener que aplicarse mayormente, que el monigote que está ahí cantando no lo hace por cariño ni por gusto ni por mínimas ganas de profesar, y acaso, de poder, elegiría estar en otra parte.
Nada irrita y estorba más al conformismo propio que el profesionalismo ajeno. Y viceversa. Una vez que los sentimientos se involucran en un cierto proyecto, se desarrolla un miedo visceral a fracasar en el querido empeño, hasta el extremo de equipararse involuntariamente al criminal, que tampoco se atreve a contemplar la posibilidad nefasta de ver frustrado el plan. Corrijo: El Plan. Profesar es poner en la mira al desafío soñado, ir hacia allá y prender fuego a las naves. No es que el profesional sepa más que los otros, sino que se ha prohibido fracasar, de modo que lo que uno menos terco juzgaría un fracaso parece, a los ojos obsesos de nuestro personaje, nunca más que una curva en el camino. Que es lo que le sucede al ladrón que ya trae tres patrullas detrás pero conserva viva la certeza de que los aguafiestas de azul van a acabar pelándole los dientes, y eso cuando menos.
Keith Richards, otro pro con escasas simpatías entre los de uniforme, ha dicho alguna vez que un músico profesional no es el que hace rugir a un estadio repleto, sino el que puede llegar a un restaurante con su guitarra, proceder a lo suyo y lograr que le sirvan un plato de comida. Joderte alegremente por lo que amas, qué otra cosa al final es profesar.
En las autovías españolas, concretamente en la que va de Madrid a Andalucía, suelen proliferar, además de los llamados puticlubs, las residencias de la tercera edad, que constituyen auténticas prefiguraciones de los tanatorios. En tales subterráneos del alma el paisaje a contemplar no es otro que el de la carretera misma, y la única imagen de ser humano que no sea ya "recuerdo de la muerte" es el de los trabajadores del lugar, que huyen del mismo en cuanto su horario se cumple.
Pues allí se arrincona a seres humanos homologados mediante corte vertical en el ciclo de las generaciones, arrancados al entorno en el que la vida se contrasta y la palabra se renueva. En esos lugares no se está empíricamente sólo, pero la figura del otro no es jamás espejo de plenitud: esa plenitud a la vez dolorosa (puesto que perdida para el anciano) y exultante (por ser rasgo de la humanidad a la que uno pertenece, aunque toque ya representar el inevitable crepúsculo).
No hay allí más que interpares en el estatuto de residuo o desecho; estatuto determinado no tanto por la carencia psíquica o física, que sirvió de pretexto, como por la ofensa que supone el hecho mismo de ser conducido a tal lugar. Pues no es lo mismo ser el anciano de la casa que el asilado de la administración:
Sobre el primero pesa la conciencia de la progresiva e inevitable astenia y hasta quizás (en la hipótesis del exilio de los jóvenes y el aislamiento de los contemporáneos) el sentimiento de haberse quedado sólo. Pesa en definitiva lo que de trágico conlleva la existencia humana, tragedia a la que se expone todo ser de juicio, y que será tanto menos insoportable cuanto que sea asumida con mayor entereza.
Mas para el segundo a la tragedia se añade un ingrediente de humillación. Se añade el haber sido considerado como un ser humano carente de toda función en el reparto de la existencia social. En tal repudio es la sociedad la que se mutila a si misma. Pues saber dar su sitio al anciano es a la vez condición y reflejo de la salud de una organización entre hombres; y toda sociedad en la que no cabe tal cosa, en la que el ciclo generacional se corta verticalmente, se halla gravísimamente enferma... y ello cualesquiera que sean sus atavíos de progreso.
Otra novela de la misma estirpe de La República de los sueños, que les recomiendo leer, es Una casa para Mr Bilwas de V.S.Naipul, descendiente de inmigrantes hindúes llegados a la isla de Trinidad en el Caribe. Es otra novela sobre el éxodo, y los arraigos y desarraigos de una tribu extranjera en tierras americanas, sólo que en este caso se trata de trasposiciones culturales mucho más lejanas.
El Caribe ha cocinado a fuego lento desde los tiempos de la colonia española, y de la colonia inglesa, a todas las razas, en una mezcla de poderosos deslumbres. Conquistadores de Andalucía, Castilla y Extremadura, bucaneros de Gales y Escocia, colonos belgas, predicadores luteranos de Amsterdam, antiguos oficiales del ejército de Napoleón dueños de plantaciones, esclavos negros del África, sirios, libaneses y palestinos del antiguo imperio turco, hindúes de Bombay y de Calcuta, chinos de Cantón y de Shangai, judíos sefarditas.
Una mutua extrañeza, y un encuentro total donde la amalgama se revuelve de manera incesante. Y lo que Naipul hace es contar la historia de una familia hindú en una isla caribeña bajo el dominio colonial británico, igual que Nélida Piñón cuenta la historia de una familia gallega en el Brasil, un territorio que de una u otra manera también es el Caribe.
Debió ser en 2002 o 2003 cuando un destacado liberal europeo regresó asustado de lo que le había escuchado en la famosa (pero venida a menos) conferencia transatlántica de Bilderberg a John Yoo, a la sazón número dos de la asesoría jurídica (que actúa como tal para el conjunto de la Administración) del Departamento de Justicia de EE UU bajo la batuta del fiscal general John Ashcroft. "Ese Yoo de origen vietnamita debería ser enviado a Vietnam", comentó este intelectual ante los recortes a las libertades y la nada disimulada aprobación de métodos de interrogación a prisioneros que constituyen claramente tortura.
Pues bien, aunque el contenido del memorándo que escribió Yoo en 2003 era conocido (así como de otro paralelo de la CIA en 2002, parte de una serie de tomas de posición sobre este asunto), el texto (partes 1, 2, 3 y 4, una lectura que vale la pena por los horrores que pone de manifiesto) sólo ha salido ahora a la luz pública, tras verse forzado a publicarlo el Departamento de Justicia. En su intento de regular estás técnicas a presos en Guantánamo y en otras cárceles secretas se salta por la borda todas las convenciones internacionales y incluso las limitaciones internas de EE UU en aras de "la guerra contra el terrorismo".
La definición de tortura que aportaba -el límite que no se debía sobrepasar- es la siguiente: "La víctima debe experimentar un dolor o sufrimiento intensos del tipo equivalente al dolor que estaría asociado con daños físicos tan severos que de ellos derivaran muerte, fallo de órganos o daños permanentes resultantes en una pérdida de funciones corporales significativas". Era un intento de definir lo que podía constituir una tortura aceptable. Y de poner por encima de la ley a los interrogadores que se verían "protegidos por una versión nacional e internacional del derecho a la defensa propia".
Todo lo demás, es decir, casi todo, valía y en buena parte sigue valiendo. Incluidos el uso de drogas que alteran la mente o la llamada técnica de la bañera (waterborading) por la que se hace sentir al interrogado que se está ahogando, cuya posibilidad de uso ha reservado Bush para casos extremos. Es decir, que aunque la Administración acabó rescindiendo este memorándum, siguió alentando la aplicación de la tortura. Así no se gana la lucha contra el terrorismo, sino que se acaba alimentando aún más a la bestia, como ya hemos explicado en otras ocasiones. Por cierto, como ya mencioné en este blog, Yoo vive tranquilamente dando clases de Derecho en la Universidad de Berkeley.
Agotado el mercado de la cosmética femenina, el sector está lanzando vorazmente sobre el cutis varonil. ¿Con qué resultado? Con el efecto superior de transformar la concepción del hombre y, con ello, alterar sigilosamente su función, su condición, su demanda y su acción. Más que las teorías filosóficas y las predicaciones sociológicas, la amplia y poderosa campaña publicitaria dirigida a cuidar la imagen del varón, transforma decisivamente las cosas de toda la vida.
Los hombres siguen sin hablar entre sí de su aspecto, a menos que se haya sufrido una grave operación o haya transcurrido un largo alejamiento. Callan sobre su físico y sólo actualmente la voz anónima de la publicidad establece una intensa conversación. Cada consumidor a solas y ante el anuncio de hidratantes, energizantes y antiarrugas, estrena por fin, a estas alturas, la charla directa sobre los elementos que componen su apariencia.
La estética se hallaba ya establecida por todas partes y nunca antes el mundo se halló tan estetizado, diseñado, reelaborado con la inspiración de la belleza. En esa realidad, sin embargo, el hombre, quedaba como un residuo por colonizar e incorporar plenamente. La imagen social, la imagen individual, la imagen narcisista a la manera natural que las mujeres han practicado sobre sí mismas, empieza ahora en el reino de la testosterona. Contemplación del sujeto sobre sí, para gustarse a sí mismo en un recreo que interpretó desde hace siglos el cuerpo femenino en cuanto objeto no sólo personal sino comercial, expuesto a la mirada y a la cotización pública. La feminización del varón ahora crea un nuevo hombre público que se corresponde con el modelo femenino de la mujer pública, exhibida ante el ojo del público. El público de la actualidad, además, ha ganado en proporción y protagonismo femeninos y ante ese espejo presencial el varón se cosmetiza. La cosmética, como la palabra indica, es todo un cosmos. Hace y deshace visiones del mundo de modo que la profusión de anuncios y mensajes impulsando a la transformación del rostro (y la cintura y el torax) de los varones significa, a la vez, una radical cirugía de la ideología.